Fanfiction - Kingdom Hearts

Feb 22, 2015 21:50


Título: the things we lost in the fire
Fandom: Kingdom Hearts
Pareja: Saïx/Axel
Summary: Isa supo entonces que nunca más iba a ser Lea. (Pero boca arriba, siguió esperando).
Notas: Muerte de personaje principal, basado levemente en la película del mismo nombre. (También conocida como 'las cosas que perdimos en el camino'). Está en Netflix así que deberían verla. Estoy proud de esta tontera y estaba traduciéndola para tumblr, así que pensé en subirla acá para que no se pierda en el infinito.

Cerró los ojos y de pronto la cama le pareció inmensa, como si el colchón intentara tragárselo. No, no, era él quién se hundía, su cuerpo pesado como pesan los cuerpos dentro de los ataúdes, como al final todo cae y la gravedad te deja ir. Abrió los ojos y pensó en lo infinita de la distancia entre su rostro y el techo, entre la punta de sus dedos y el borde de la cama. Abrió los ojos y esperó. Isa esperó sin atreverse a voltear y pensó en lo fácil que habría sido seguirlo donde sea que fuese. Se quedó boca arriba porque voltear era aceptar que su lado de la cama estaba frío al igual que su cuerpo en ese maldito ataúd metros bajo tierra, kilómetros lejos suyo. No dormir boca arriba es dejar ir, y aún no estaba listo para dejarlo ir.

El sonido hueco de los pasos retumbó por todo el pasillo, todos los sonidos se amplifican cuando sientes que el vacío es palpable y amenaza con tragarte. La luz del baño prendida, pudo ver la sombra proyectándose en el pasillo. No era Lea lavándose los dientes antes de ir a dormir a su lado, que significaba hogar y que era para siempre. No era Lea bostezando, cansado después de un día largo. No era Lea con un beso en los labios y la mirada encendida.

Isa supo entonces que nunca más iba a ser Lea.

(¿Cuántos años habían pasado ya? )

"¿Todo bien?"

" Si papá, solo vine por un vaso de agua."

Sucede que a veces solo tienes que continuar y la gravedad te ancla al suelo, y cada paso es más largo y cada paso te aleja de donde estabas antes. Antes que era tan cálido. Antes que eras invencible, porque la suya era la estrella más brillante del universo y podía triunfar donde todos habían fallado, y podía ser más grande que la gravedad y su luz era tu luz y su fuego era tu fuego--
Isa cerró los ojos.

Boca arriba siguió esperando.

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Fue una tarde de verano, el sol estaba por ponerse y el viento de pronto sopló helado.

"Vuelvo enseguida." Murmuró Lea, otro beso en su quijada y una sonrisa que era promesa, milagro y maravilla. Pero entonces también agua y pan de cada día. "Se acabó el helado, Isa. No puedo permitir eso." Isa suspiró resignado, haciendo a un lado el computador para mirarlo por sobre los lentes.

"No me mires así, se los prometí."

"Tú les pagaras el dentista cuando tengan caries."

"Estarán bien, y más felices con helado." Lea se levantó de la cama, la línea de su columna se perdió dentro de su pantalón mientras estiraba los brazos para colocarse un chaleco de terrible gusto, uno de esos con estampados de gatos cuyos ojos oscuros no dejaban de mirar a Isa. Si Isa hubiese estirado su brazo podría haber tocado su columna con la punta de los dedos, podría haberlos arrastrado hasta perderlos dentro de la línea del pantalón y Lea habría enmudecido por un segundo. Entonces quizás se habría quedado.

Pero Isa no estiró el brazo, ni tocó su columna. Tan solo lo miró vestirse y por un segundo su espalda le pareció otra espalda, una sacada de un cuadro donde un joven posara desnudo años atrás para algún artista enamorado. Isa no era ningún artista, pero se sabía enamorado.

"¿Sabes lo que significa fluorescente?"  Preguntó mientras buscaba la billetera, a veces solo hacía eso. Una pregunta cuya respuesta Isa sabía, cuya respuesta nunca era la que Lea quería. Cuya respuesta escondía algún significado que Isa nunca terminaba de entender. Cuya respuesta...

"Son partículas que absorben energía--"

"No, no. Significa que ilumina desde dentro" Golpeó su pecho con el dedo índice, justo al nivel del corazón, y se fue.
Cuya respuesta no supo hasta mucho después.

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"¿Dónde está el papá?" La menor de las niñas se trepó en la cama, empujando la pantalla del laptop de Isa, obligándolo a responder. Herencia de Lea, pensó con resignada alegría.

"Tu padre salió a comprar helado, debió quedarse conversando con la mujer de la tienda."

Lea hacía eso. Respiraba vida, respiraba dentro de sus pulmones y ahí donde lo hacía nacían flores, fiestas, colores. A veces trenzaba su cabello y toda la habitación enmudecía. Otras veces entraba a la habitación riendo y caía sobre la cama con las niñas trepándosele, Isa entonces tenía que apartar los interminables papeles de su trabajo para que no los arrugaran con sus juegos, los miraba y negaba con la cabeza y eso era amor, y eso era su fiesta, y el mundo entero enmudecía para que llenaran cada rincón vacío con su risa, con su luz.

Era una noche de verano. Isa cerró los ojos un segundo, la menor de las niñas acurrucada contra su costado. Isa cerró los ojos y pensó 'empieza a hacer frío, debería cerrar las ventanas'. Era una noche de verano y el viento helado lo despertó segundos antes de que tocaran el timbre, 'como es posible que siempre olvide las llaves', pero Lea no las había olvidado esta vez. Se aseguró de llevarlas para no despertar a Isa cuando regresara.

(A Lea le hubiese gustado ser pintor, no tenía idea como tomar un lápiz pero el cabello de Isa era azul como esas flores que crecían junto a la ventana. Habría sido una linda composición. En vez de pintar se dedicó a tomar fotografías, porque así podía capturar las imágenes, las imágenes que eran momentos y los momentos eran recuerdos y las personas viven por siempre en los recuerdos de otras personas. Porque algún día alguien iba a tomar una foto que él había tomado y diría '¡Qué buena fotografía!' o quizás 'Wow esto apesta' pero de todas formas iba a estar vivo en ese momento, donde sea que fuese, con quien sea que lo recordara. Esa era su victoria por sobre el olvido. Su triunfo personal.

"Vamos a vivir por siempre, Isa. Vamos a ser inmortales, tu, yo, los niños. Mira todos los recuerdos que tenemos. Cada vez que el sol se ponga, o cada vez que una flor azul florezca, vamos a estar ahí."

"Estás borracho, Lea."

"Joder, te amo tanto.")

La luz del auto de policía iluminó el muro donde las flores debían de aparecer, pero por alguna razón ningún capullo se había abierto, solo crecía hierba en el muro de piedra cuya ventana Isa no cerró.

"¿Es usted el esposo del señor Lea?"

Isa de brazos cruzados, el pelo azúl cayendo sobre sus hombros. Isa frente a los policías cuya sola presencia era mal augurio.

"¿Qué sucede?"

Tiene sentido, si los policías aparecen en la puerta de tu casa y sabes que no has cometido ningún delito, y dicen el nombre de la persona que es aire, es risa, es vida, es llama y fiestas en la cocina, y bailes en el comedor. Lo dijeron con una voz plana, como si no significara nada. Como si Lea fuera un nombre más, otra cifra en algún censo de las víctimas de la delincuencia aquel año. Hubieras visto como lo decían, y es que nunca lo vieron desnudo mirando por la ventana esperando a que el sol saliera, nunca lo vieron reír con las niñas a la hora del almuerzo ni llorar con una película enternecedoramente mala. No lo conocían, como se atrevieron a decirle que estaba muerto si nunca lo conocieron.

Isa dejó de escucharlos cuando la sangre en sus venas se convirtió en cemento y el aire de sus pulmones de pronto era humo y ceniza. Muerto no significa nada, podría estar herido, podría estar en el hospital esperando por él para sostener su mano. Muerto pierde sentido cuando Isa lo repite en su cabeza una y otra vez.

La mayor de las niñas se asomó y preguntó con una voz que anunciaba el llanto que era lo que sucedía, pero lo sabía tan bien como lo supo Isa en el segundo que abrió la puerta de la entrada y no habían flores azules bajo la ventana, y la sangre se sintió espesa en sus venas.

Cuando su hija le preguntó y su voz no salió, y sus manos temblaron, Isa no pudo entender como no cayó muerto en ese jodido momento, como el mundo no se detuvo. Como la gente siguió caminando en un mundo donde Lea no era vida, si no que muerte y un cuerpo frío lejos suyo en algún hospital, sobre alguna camilla, bajo alguna de esas mantas que ponen sobre los rostros de los muertos, como si su rostro no fuera--

Como mierda el mundo no se detuvo, es lo que Isa nunca entendió.

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El funeral fue un día domingo, estaba nublado. El cielo sabe, pensó Isa. El universo entero lo sabe.

Sucede que la muerte es cruel porque no detiene el tiempo, el reloj sigue corriendo y lo que sigue a la muerte es el gesto de estrechar manos y firmar papeles. Como si Lea pudiese ser comparado con algo tan burdo como estrechar manos y firmar papeles. Pero la sangre de Isa era cemento y seguía siendo el padre de dos niñas, la gravedad seguía anclándolo al suelo. Aún debía de preparar el funeral, recibir a rostros, estrechar manos, pretender que alguien más en el jodido universo entendía una parte de su dolor.

Al funeral la gente no paraba de llegar, porque Lea fue una fiesta a la que todos estaban invitados. La fila de personas esperando por despedirse era absurdamente larga e Isa esperó hasta el final, creyendo que quizás al ver su rostro frío dentro del ataúd podría terminar de entenderlo, podría hacerle sentido. Pero no fue así, porque ese cuerpo inmóvil no podía ser el de Lea. Era imposible que esa piel pálida fuese la suya, que esos labios--

Dentro de la caja había un desconocido, un cuerpo ajeno que nunca besó el espacio entre su hombro y su cuello mientras sus manos se metían dentro del pantalón. Lea era vida, y los cadáveres son por definición muerte. Era lógico que no pudiese ser Lea.
Cuando el cajón bajó, el sonido de la madera contra la tierra hizo correr las manecillas del reloj. Eso era todo. La sangre en las venas de Isa ya no era cemento, ahora quemaba, ardía dentro suyo. Pero su expresión no cambió, no mientras abrazaba a sus hijas que lloraban desconsoladas, no mientras colocaba su fotografía frente a la tumba.

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"Era mi mejor amigo."  Roxas prendió un cigarro y se apoyó en la tumba de algún desconocido, sin siquiera pretender que respetaba algo del condenado cementerio.

"También fue el mío." Isa no lo miró, sus ojos aún fijos en donde la tierra había sepultado a Lea.

"Era tu esposo. Pero era mi mejor amigo." Le dio una calada al cigarro. Roxas siempre fue así, el muy desgraciado lloró a Lea todo el funeral, los ojos rojos y los labios partidos por la mezcla entre la rabia y la tristeza. Isa no había podido llorarlo como lo merecía, y odiaba a Roxas por ello.

"Te odiaba. Aún lo hago." No tenía que fingir ahora, no sin Lea ahí para darle un codazo entre las costillas, para advertirle con la mirada. Despreciaba al crío y no existía nadie en el mundo ya para impedirle expresarlo.

"Lo sé. Lea trataba de pretender que no era tan así, pero yo lo sabía." Roxas no pareció inmutarse, fumando su cigarro y frotándose el puño contra los ojos, como si eso fuera a cambiar algo.

"Debiste ser tú."

"Lo sé."

"Tú deberías estar muerto, yo debería... debería estar acompañando a Lea a tu maldito funeral, sosteniéndolo mientras llora tu patética muerte y luego siguiendo con nuestras vidas. Por qué estás tú vivo y él no, maldito delincuente."

"No lo sé."

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Lea era fotógrafo. Estudió en una escuela de arte y aunque tenía problemas con los conceptos más técnicos, siempre se caracterizó por la viveza de los colores que capturaba, el movimiento en sus imágenes, los rostros que miraban a la cámara siempre eran distintos. Cuando se mudaron juntos, Isa construyó un cuarto oscuro para que Lea pudiese revelar sus fotografías.

Lea era fotógrafo.  Lea era apasionado. Lea prefería que el cuarto oscuro fuera solo suyo, atesoraba cada fotografía y no permitía que el ritual del revelado fuera interrumpido. Irrumpir en esta habitación después de su muerte era aceptar la realidad, era una derrota que Isa no iba a permitirse. Era rendirse y entender que el hueco de su cama siempre iba a estar frío. Abrir la puerta del cuarto oscuro era lo mismo que llorar, porque llorar hace las cosas reales, y la realidad carga consigo el peso de lo inevitable.

Si hubiese sido tan solo él, quizás lo hubiese seguido. Eso habría sido fácil. Si hubiese sido solo él quizás habría llorado el primer día, en vez de lanzarse a golpear al policía en la cara, como si eso fuese a traerlo de vuelta. Pero las niñas querían entrar al cuarto y ver las fotografías de papá. Las niñas querían hablar de Lea cuando él no podía ni pronunciar su nombre sin sentir la necesidad de salir corriendo y gritar hasta que su garganta, que su carne se desgarrara como lo hizo la suya cuando el cuchillo lo atravesó donde él debía besarlo.

No estaba solo, y por eso tomó la llave de la habitación, abrió la puerta y encendió las luces.

La habitación era simple, los bastidores y todos los demás implementos en línea dispuestos para su uso. Eso no era lo importante. Lo importante eran las fotografías que cubrían las paredes, las que llevaban casi un año siendo reveladas y nunca nadie reclamó. Las imágenes que suspendidas con perros de ropa de las cuerdas que cruzaban el lugar le devolvieron la mirada cuando entró.

Todo lo que había acontecido desde el día en que Isa le abrió la puerta a la policía hasta entonces, había transcurrido como una mancha donde no distinguió rostros, ni colores. Por esa razón le costó enfocar la mirada para distinguir que las siluetas azules que poblaban la sala eran su silueta. Era suyo el rostro que Lea había capturado incontables veces. Las niñas también estaban ahí. Y también ellos, juntos. Eran ellos antes de que todo se fuera a la mierda, eran ellos lo que Lea había querido conservar para siempre, los momentos que quiso guardar fueron todos suyos.

Entonces todo lo vio de forma clara.

Lea estaba muerto, el cuerpo que enterró era el suyo. El cuerpo pálido dentro del cajón era el de Lea. Lea que le habló el primer día de clases cuando ambos tenían siete años. Lea que fue su mejor amigo. Lea que le pidió matrimonio una noche de luna llena. Era suyo el cuerpo dentro del cajón que chocó contra el suelo, que la tierra cubrió. Era suyo el cuerpo pálido y sin vida que ahí yacía. Era suya la carne que no podría tocar, la carne que ahora la tierra reclamaba. La carne que iba a descomponerse y nunca más ser hermosa, y nunca más estar viva--

Isa cayó al suelo de rodillas, y el grito que había quedado atorado en su garganta por casi un año por fin salió. Y desgarró su garganta y todo su cuerpo se desgarró bajo el peso de la revelación de lo inevitable. Y lloró y tembló y la sangre en sus venas volvió a correr, ya no como cemento, ya no como lava, pero si como algo hirviendo, quemándolo por dentro, tirándolo contra el suelo, obligándolo a aferrarse a lo primero que encontró, una fotografía de ambos, sosteniéndose a ella como si eso fuese a evitar su derrumbe--

Entonces sintió los brazos de las niñas a su alrededor, una frente presionada contra su hombro y otra contra su mejilla. Y su llanto que era de rabia se transformó en un llanto de la más profunda tristeza, de aquella tristeza que nunca va a irse, pero aprenderás a vivir con ella, como se aprende a vivir con el corazón roto. Isa lloró pero no lo hizo solo, porque no estaba solo.

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Esa noche la mayor de las niñas preparó palomitas de maíz mientras la menor acompañaba a Isa para buscar las cajas donde guardaban los videos que Lea se divertía grabando. Esa noche los tres se sentaron en el sofá a verlos, por orden cronológico. Esa noche Isa habló de Lea, les contó a sus hijas como fue que se conocieron, aunque ya lo sabían por boca de Lea, lo escucharon de todas formas. Esa noche Isa se aseguró que Lea fuera inmortal e invencible, que venciera a la muerta, que triunfara donde nadie más lo había hecho.

Luego de dejar a las niñas durmiendo en sus habitaciones, volvió a la suya y se dejó caer. Y si la sangre corría en sus venas, y si ya nunca más iba a haber más que cenizas en sus pulmones, y si el amor mataba a las personas pero el odio no las traía de vuelta. Pero Lea existió, Lea estuvo allí. Lea vivió. Lea amó. Lea río. Y más importante; Lea ocupó ese lugar en su cama, junto a él, aquel hueco que ahora no se atrevía a mirar fue suyo.

Esa noche Isa soñó con barcos que partían y aves que se perdían.

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"Dentro de las memorias de las personas, puedo vivir para siempre."

"Sé que yo no voy a olvidarte, lo intento todo el tiempo."

"¿Ves? Soy inmortal."

"Eres un idiota."

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Eventualmente la vida vuelve a hacer sentido. El día en que Isa miró hacia el lado y vio el espacio vacío donde antes descansaba su cuerpo, volvió a él la imagen de ese mismo cuerpo, frío e inmóvil dentro de un caja de madera. En vez de dejar que el hueco en su pecho lo tragara, se levantó de la cama y esa noche no durmió. Tampoco la pasó en vela, en vez de ello recorrió toda la casa recolectando cada fotografía que Lea había tomado, ordenándolas por fecha, separándolas en categorías, organizándolas en un portafolio.

La vida no había cambiado mucho. Las niñas seguían en el colegio, Isa les pagaba un psicológo para que les ayudara a sobrellevar la muerte de Lea mejor de lo que él lo hacía. Isa había llorado y sabiendo que no era suficiente para poner el mundo a andar, pero creyendo que la vida de todas formas sigue, se había puesto de pie.

(Lea siempre iba a estar ahí, detrás de cada rincón de una casa demasiado grande para tres personas y un cuarto oscuro sin usar. Lea siempre iba a estar en el preciso momento en que la puesta de sol se tornaba del color exacto que su cabello. Lea siempre iba a estar, en un calcetín olvidado en la lavandería. Pero Lea siempre debía estar, no como un fantasma, pero como el recuerdo de lo más hermoso de su vida.)

El día siguiente al día en que Isa finalmente vio el espacio vacío en su cama, estaba sentado en la ofician de un editor, mostrándole el portafolio con las mejores fotografías de Lea. Los meses que siguen a ese tuvieron como fruto exposiciones en importantes galería y finalmente la publicación de un libro recopilatorio de su obra. La crítica lo aplaudió, las historias tristes de amor siempre enaltecen a los aristas muertos.

Solo así Isa se atrevió a mirar hacia el lado, tendido sobre su cama,  y aceptar que el vacío no es la carencia absoluta, si no que la prueba de que una vez algo hubo ahí. Que se llamó Lea y que lo amó.

Porque morir y dejar de existir no son la misma cosa.

akusais, fanfiction, kingdom hearts

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