Balcones abiertos y ventiladores que rotan una y otra vez sobre su propio eje. Paseos nocturnos y bailes al son de la brisa marina. Gafas de sol, bikinis y zapatos de tacón. Helados de miles de colores y sabores. Encuentros anuales y conversaciones obscenas con amigos ocasionales. Masas ingentes que acuden a la playa en busca de un hueco en el que clavar sus sombrillas patrocinadas y donde estirar sus toallas. Esperar cerrar los ojos y encontrar un momento de tranquilidad en el que poder escuchar el vaivén de las olas del mar, pero no oír más allá del murmullo de las sombrillas colindantes. Calor sofocante y baños refrescantes. Cometas que casi rozan las estrellas y surfistas que esperan a la ola perfecta. Amores veraniegos que se marcharán, para ir fundiéndose poco a poco con el resto de recuerdos, pero no obstante, son tan fugaces como reales.
Es verano, al fin y al cabo.