Siento haber tardado dos semanas en volver a publicar. No era por falta de ideas sino de tiempo, tengo varios artículos preparados pero no me sentía con tiempo suficiente como para sentarme y decir: venga, ahora vamos a publicar “C’est la vie…”. Y como creo que esto es como el sueño, que por mucho que se haya trasnochado si uno está acostumbrado a dormir ocho horas dormirá las ocho horas y cuando las sobrepase tendrá dolor de cabeza, no habrá ración doble o triple de “C’est la vie…”. Prometo tenerlo preparado antes del martes para que no me pase lo mismo cada miércoles.
En fin. Espero que os guste la entrega de hoy y ya sabéis que los comentarios siempre son bienvenidos ;)
“I Don’t Believe The Children Are Our Future.”
Era el título del capítulo de la semana pasada de Supernatural 5x06, excepto por el ‘Don’t’. Pero no, la entrega de esta semana de “c’est la vie…” no trata de un review ni nada que mencione teh fandom sino que se centra en la frase que escogieron como denominación del episodio.
Estoy impresionada, debo reconocerlo, y cada día más asustada. Si los niños de hoy son los adultos de mañana, ¡qué paren el mundo que me quiero bajar! Porque tengo miedo de lo que vendrá después.
Vale, a penas he llegado a la veintena y se me puede considerar una niña de hoy que será la adulta de mañana, pero no es a los de mi generación a los que me refiero (quienes aún en algunas ocasiones se pueden salvar, aunque están ahí ahí), sino a los niños (que para mí siguen siendo niños) que están en el colegio.
No entiendo el afán por crecer, por dejar la infancia y parecerse cada vez más a los adultos. Me di cuenta hace tiempo ya, que en las tiendas de ropa, cada vez más las prendas para niños imitaban las de los adultos. ¿Qué tienen de malo los vestidos de florecitas? ¿Por qué los niños tienen que ser adultos? Ahora todo esto se ha expandido más allá. Los niños ya no se entretienen viendo programas de niños, películas de niños o leyendo libros de niños. Todo se ha convertido en series de adolescentes, películas de miedo o revistas de cotilleo (adolescente).
¿De quién es la culpa? Porque yo no veo ningún sentido a que una niña de ocho años devore toda la saga de vamiros besucones (bueno, yo no le veo ningún sentido a la saga en general) y que luego se vaya al cine a gritar por el vampiro buenorro que brilla cual colgante de Swarovski. Porque no. ¡Porque eso no son cosas de niños!
Cuando yo era pequeña, mi única preocupación era si me pillaban escapándome de la siesta o qué prepararía mi abuela para comer. No me preocupaba si la falda azul combinaba con los zapatos negros o si mi pelo estaba mejor con un mechón que comenzaba desde la oreja y atravesaba toda mi frente para llegar a la otra oreja y formar así un flequillo de lado. Ni siquiera recuerdo preocuparme por qué dirán o qué pensarán o debería hacer esto porque los de mi clase lo hacen, al menos, hasta que entré en el instituto no.
Todo esto viene a que este fin de semana se celebró el cumpleaños de mi prima. Para que os situéis, tiene once años. Entré en su casa y no estaba, al igual que las demás invitadas me sorprendí de que la anfitriona no estuviera ahí para recibir. Al poco aparece mi prima. Y, ¡OMG (al cuadrado)! ¡Parecía más mayor que yo! Me entraron ganas de abofetearla, quitarle el maquillaje con amoníaco y castigarla de por vida. Bueno, algo debí de transmitir con la mirada porque cuando ella me vio la expresión, no se me volvió a acercar.
‘¿Qué te han regalado?’, ‘Unas Ray-Ban’.
Todos los demás regalos desaparecieron, excepto las Ray-Ban y el iPod.
A los niños de hoy en día son los materialistas de mañana. ‘Esto no me gusta porque no es el original’. Ahora no son unas gafas de sol (que ya me diréis qué hace una niña de once años con gafas de sol) son unas Ray-Ban. Las Converse, si no son las originales ya no molan tanto.
Recuerdo cuando aparecí con una imitación por la puerta: ‘¿son Converse?’, ‘no’, ‘ah, puagh, vale’. Si a la persona que lo lleva no le importa si es el original o no, ¿a ti qué te importa? ¿Te molesta a la vista?
El placer les pierde, las cosas caras les atraen, en un futuro se convertirán en una especie de Dionisos y vivirán por y para el placer.
Al hablar del placer me refiero a todo aquello que nos gusta y nos causa una sensación de felicidad (aunque en este caso falsa). Porque, ¿qué has hecho para ganarte unas gafas que cuestan casi tanto como la cuarta parte de un sueldo mínimo? No, en serio, ¿qué? Si a los niños de hoy les enseñamos que sin a penas esfuerzo se obtienen premios grandes, ¿quién se va a esforzar en un futuro?
Los materialistas están condicionados por el entorno. Lo reconozco, también soy de las que ‘o es un Mac o todo lo demás no me sirve’, pero este es un caso distinto al que expongo pues yo me doy cuenta de lo que digo y hablo. Los niños, en cambio, buscan el ‘más y mejor’ para superar a los demás y la excusa que ponen para hacerlo es ‘es que los de mi clase lo hacen’.
Que vale, toda la vida ha sido así. Siempre ha estado la manada y el individuo. Pero a los niños deberíamos enseñarles que no es malo tener pensamientos propios, ideas distintas a los demás o que hagan cosas porque les apetezcan y no porque los demás lo hagan.
Y la culpa de todo esto la tienen los padre y, como agente indirecto, el resto de los familiares.
Queridos padres: la tele no es un sustitutivo vuestro. No creáis que porque desatendáis a vuestro hijo se va a criar solo. Los niños, como todos los demás seres vivos, se adaptan al medio en el que están y si los dejáis con la tele, la Playstation, la Wii o la Nintendo no significa que ellos solos encontrarán el camino hasta los libros. No sabrán lo que es la vida o el valor que tienen hasta que se lo enseñéis vosotros mismos. Padres y madres, entiendo que en este mundo de locos a penas hay tiempo para vosotros mismos, pero, ¿qué culpa tiene un ser indefenso que ha venido a este mundo a aprender?
Yo soy como soy porque el mundo me hizo así.
Pero me doy cuenta de mis errores y de los errores de los demás, para no tropezar en esas piedras.
El placer es bueno, el placer es bonito, pero el placer no es barato.
Viviendo en la sociedad en la que vivimos no podemos evitar querer algo sin lo que nos han enseñado que no podemos ser felices. Es curioso como todos tenemos más o menos el mismo sueño: casa bonita, coche cómodo, sueldo alto y una familia feliz. Pero ya hablaré de la felicidad más adelante.
Escribo esto para que os deis cuenta de lo triste que es ser un niño hoy en día y os propongo que pongáis un poco de vuestra parte. Seáis padres, hermanos, primos, etc., buscad la forma de enseñarle a esa personita que está aprendiendo el valor de las cosas. Enseñarle que un cuadro de Botticelli puede ser más bonito que las fotos de Robert Pattinson con Kristen Stewart. Enseñarle a valorar el dinero, a ser responsable de sus actos, a ganarse los premios, a leer libros y, sobre todo, enseñarle que en la vida hay que ser feliz con lo que se tiene. Porque al fin y al cabo sólo nos tenemos a nosotros, todo lo demás es un añadido que alcanzaremos si damos el paso. Pero lo primero es lo primero y, hay que aprender a ser un niño también.
Por último, quiero recordaros a vosotros, los adultos o los ya no tan niños como yo: no perdáis a vuestro niño interior, disfrutad, reid, llorad, haced locuras que os llenen de verdad y, por mucho que crezcáis, pararos a contemplar las nubes, el aleteo de un pájaro o el rocío de las plantas. Porque las cosas pequeñas son las que mueven el mundo.
¡Nos vemos!
No olvides: la vida es así…