La escritura de esas páginas era más irregular de la habitual, muy turbulenta, como si algo molestara a la persona que escribía. Jenn sintió miedo mientras se acurrucaba en el sofá de la sastrería que los chicos de la mudanza no se habían podido llevar ese día.
Ahora solo le quedaba un día, pensó desesperada mientras se ovillaba más, tapándose con su chaqueta vaquera. La mañana siguiente se llevarían los muebles que quedaban. A la tarde, la sastrería dejaría de pertenecer a su familia.
Sin embargo, Jenn se sorprendió a sí misma sintiendo cada vez menos pena pues la historia escrita en el diario estaba absorbiendo en esos momentos todos sus sentimientos y atención. No había espacio para sus recuerdos, pues en su memoria ahora comenzaba a latir con fuerza una ajena.
Kyungsoo había prometido en tinta negra que sonreiría si se volvía a encontrar a Jongin en el futuro, que le felicitaría por su nueva vida y de nuevo sus caminos se separarían, dejándolos a ambos con un sabor a añoranza, a recuerdos, a una vida que nunca pudieron tener (y que incluso hoy en día no podrían). Se había prometido que se lo presentaría a Baekhyun como un “viejo amigo”, y le diría que tenía un sastrería y que había cambiado mucho del apretón de manos que les separaría finalmente.
Pero no fue capaz y, de nuevo con Jongin, nada salía según lo planeado. En el momento en que Kyungsoo se dio cuenta de dónde estaba, se levantó como empujado por un resorte y salió corriendo. Corrió todo el trayecto hasta su casa, recibiendo miradas extrañadas, mientras sentía que su pecho se quemaba y sus piernas temblaban. Dejó atrás todo: la comida, la cómoda sombra del mantel, sus amigos... Jongin.
Cuando hubo estado dentro de su hogar, se apoyó en la puerta de la entrada y dejó que su espalda se deslizara por el fresno barnizado hasta sentarse en el suelo. Miró las baldosas que se dejaba ver por encima de sus rodillas y suspiró costosamente, notando que se le hacía difícil que el aire entrara en sus pulmones. La garganta le dolía y los ojos le quemaban. Las manos le sudaban.
Esa noche no pudo dormir.
La mañana siguiente, el café con leche habitual se convirtió en un café doble ya que sus ojeras también se habían duplicado. Kyungsoo no se fijó esa mañana en Charlie cuando le dio sus centavos diarios, ni en la niña y su perro, los trabajadores ajetreados o las amas de casas comprando. El camino de Burgundy Street a Royal Street fue hecho de forma automática, porque la cabeza de Kyungsoo estaba en un lugar muy lejos (concretamente, en el verano del 47).
Tiró el café a la papelera de siempre y subió las escaleras con parsimonia. Hoy tenía que entregar dos trajes, recordó mientras sacaba las llaves. Por suerte para él, ya los había terminado. Por desgracia, eso haría que no tuviera nada que hacer. Así que hizo lo único que se le ocurría para ocupar la mente: ordenar.
Sehun entró en medio de la revolución del desorden ordenado. Rollos de telas estaban esparcidos por todo el suelo mientras Kyungsoo cambiaba los maniquís de sitio. El almacén y taller de la tienda era una absoluta locura, tanto como la maraña de pensamientos que rondaban la cabeza del maestro en ese momento.
“Lo peor de la distancia es no saber si alguien te echa de menos o te ha olvidado”. Los hilos deberían ser ordenado por colores para facilitar su búsqueda y utilización. Kyungsoo no sabía si Jongin le había olvidado. Las telas estaban ahora al fondo de la habitación. Habían pasado seis años y la probabilidad de que esos meses no hubieran significado lo mismo para Jongin era algo que no le gustaba pensar. Cogió las diferentes reglas y las llevó junto a la mesa.
Tal vez Jongin no sentía nada. Las tijeras deberían estar en la mesa de corte.
Tal vez ya no eran nada y nunca lo habían sido. Había que recolocar la estantería.
Los pensamientos pararon cuando ambos cayeron rendidos en las sillas del almacén, jadeando por el trabajo repentino en el caluroso día de julio. Sehun fue a comprar limonada, siendo despedido de la tienda por el dulce sonido de la campana de la puerta. Kyungsoo se quedó sentado, con los recuerdos de nuevo cerniéndose sobre su memoria. Miró sus manos, notando los callos de sus yemas y los rasguños producidos por el deseo repentino de orden. Estaban envejecidas, como sus recuerdos, pero al mismo tiempo el sentimiento seguía allí, vivo.
Todo era perfecto. Y entonces había llegado Jongin para abrir heridas del pasado. Tal vez era culpa de Kyungsoo, por no olvidar después de tantos años. Tal vez no había pasado página. Tal vez pensaba que lo había hecho y en realidad había dejado un marca páginas para en el futuro recordar dónde se había quedado.
La campanilla volvió a sonar, interrumpiendo su voz interna, y decidió levantarse para ayudar a Sehun con la botella de limonada. Pero resultó que no era Sehun, sino un cliente. Pero no cualquier cliente.
-Buenos días.
Voz grave, sonrisa amplia, piel morena, ojos marrones. Déjà vu.
“Los poetas a menudo describen el amor como una emoción que no se puede controlar, que escapa de la lógica y del sentido común. Es algo que no se planea y que una vez que ocurre hace que algo raro y hermoso sea creado”.
Una de las primeras lecciones del señor Smith había sido el uso de la cinta métrica para tomar medidas. Su maestro siempre apuntaba dichas medidas en hojas aleatorias, haciendo que luego se perdieran y tuvieran que volver a tomarlas una vez el traje estaba a la mitad. Era por eso que Kyungsoo había tenido a lo largo de esos seis años una libreta para apuntar los centímetros de las caderas de sus clientes o los brazos de los mismos. Cada página era encabezada por un nombre, que representaba al dueño de dichas medidas.
Kyungsoo no estaba preparado para poner “Kim Jongin” en el espacio que seguía a “Nombre”. Era algo que nunca se le había pasado por la cabeza. Se habían separado sin saber realmente a dónde iba a ir la familia de Jongin, habiendo hablado únicamente del sueño del mayor. A Kyungsoo se le ocurrió que el destino tenía un curioso sentido del humor.
Sus manos temblaron durante todo el proceso. La cinta métrica se le escurría de entre los dedos sudorosos. Jongin estaba de pie sobre el pedestal en el que los clientes realizaban las pruebas, viéndose reflejado en el espejo situado delante de él. Su acompañante (un hombre más bajo que él y una sonrisa más potente) se había sentado en el sillón de cuero marrón. Kyungsoo apuntaba los datos con números irregulares, deseando que acabara pronto esa tortura improvisada.
-Ya está, señor.
Su voz también tembló, pero después de rodear con la cinta blanca el cuerpo de Kim Jongin, no sabía cómo no podría estar temblando.
-Gracias, Kyungsoo. Confío en usted.
El “usted” le dolió a Kyungsoo, pero él también había utilizado un trato cortés, como si ambos fueran meros conocidos recientes. Tal vez ambos seguían teniendo esa relación de complicidad. Tal vez Jongin había olvidado su verano, su amistad. Tal vez Jongin sí había pasado página. Kyungsoo decidió que o dejaba de pensar en los “tal vez” o acabaría con una jaqueca terrible.
-Estará terminado para la semana que viene - recitó con voz monótona, automática.
Sus ojos escapaban de los de Jongin, por lo que dirigió su mirada a la de su acompañante, un tal Kim Joonmyeon según le había dicho este al presentarse nada más entrar por la puerta.
-Perfecto, justo a tiempo para el viaje. Gracias.
Jongin estiró su mano para proceder al habitual apretón de manos. Y entonces Kyungsoo lo vio. El resplandor dorado destacaba en la piel morena de sus dedos: había un anillo en el dedo anular de su mano izquierda.
Kyungsoo lo observó estupefacto. Miró directamente a Jongin. Estaba seguro de que en sus propios ojos se expresaba el dolor que guardaba celosamente, pues en las orbes ajenas se leía remordimiento, como el que siente un niño cuando ha hecho algo que no debería. Jongin no apartó la mirada. Kyungsoo sí.
Cuando se hubieron ido, lo único dejado en la tienda tras el musical sonido de la campanilla fue el sabor amargo de los recuerdos y la presión en la garganta de Kyungsoo. De pronto era como si hubiera vuelto al día anterior. Y no era justo, porque tras seis años de paz, Jongin había vuelto como un tsunami: mortal y sin aviso.
La campanilla volvió a sonar anunciando la entrada de Sehun.
-Lo siento mucho, maestro. No tenían limonada así que tuve que ir hasta Dumaine Street.
Sehun sirvió dos vasos y los dejó en la mesa de corte, justo al lado de la silla en la que Kyungsoo se había sentado ante el temblor de sus piernas. Iba a guardar la botella en el almacén pero entonces el sastre le interrumpió cogiéndole de la muñeca.
-Deja la botella.
Jenn frotó sus enrojecidos ojos una vez más, tratando de mantenerse despierta el mayor tiempo posible, cosa que su cansancio extremo le estaba imposibilitando completamente.
“Hay cosas que haces y cosas que no haces. Haz las cosas que no haces”, leyó a pie de página antes de caer rendida.
Esa noche soñó con su abuelo.
Era sábado por la mañana, y los sábados no había café para llevar porque no había trabajo. Estaba sentado en una mesa del Café du Monde junto a su amigo escritor. Ambos disfrutaban de sus tés helados, pero mientras Baekhyun leía el periódico, Kyungsoo miraba por la ventana del local, dejando olvidada su sección de economía ante la indagación en la memoria que había iniciado días atrás. Suspiró por enésima vez esa mañana.
-¿Se puede saber qué te pasa? - preguntó Baekhyun ligeramente exasperado, cerrando su periódico y dejándolo doblado sobre la mesa.
-Ya te he dicho que nada.
-Ya, y por eso llevas suspirando toda la mañana.
Kyungsoo ignoró a su amigo y siguió mirando por la ventana. Esta vez fue el turno de Baekhyun para suspirar.
-¿Qué tal te va en la sastrería? - y como si fueran extraños, acabaron hablando del trabajo
-Mal.
Baekhyun lo miró sorprendido. Nunca en los seis años que llevaban conociéndose Kyungsoo había dicho que le iba mal. Nunca, incluso cuando casi tuvo que cerrar en el primer aniversario de la tienda.
-¿Por qué? ¿Ha pasado algo malo? - preguntó el escritor alarmado.
-No quiero trabajar - la respuesta fue recibida por un Baekhyun riéndose a carcajada limpia -. ¿Se puede saber de qué te ríes? - preguntó exasperado.
-Al fin. Pensé que no eras humano. Cada vez que yo no era capaz de escribir, te veía a ti siendo siempre tan aplicado y me sentía fatal conmigo mismo. Vaya - Baekhyun exhaló aire mientras no paraba de sonreír -. Al final resulta que eres humano.
Kyungsoo se sintió atacado por las palabras de Baekhyun. Realmente no sabía qué esperaba. Puede ser que quisiera que le abrazara y le dijera que todo iba a ir bien, que nada iba a cambiar en su vida, o que tal vez sí que iba a cambiar y eso era lo bueno. Pero cómo iba a hacerlo si Baekhyun no sabía su historia. Cómo, si Kyungsoo nunca se había abierto lo suficiente a él.
-¿Y qué te hace no querer coser? - preguntó Baekhyun ya poniéndose serio, intentando que su amigo no se marchara, al menos.
-No lo sé - lo tenía en la punta de la lengua, pero no lo daba soltado.
Ambos suspiraron al mismo tiempo. La camarera llegó a tiempo para romper el embarazoso silencio que se formó justo entonces, rellenando sus vasos de nuevo con delicioso té de frutas. “Gracias Margaret” recitaron como un coro de iglesia.
-Déjame que te cuente una historia pues - se ofreció Baekhyun tras beber un profundo trago -. Hace un tiempo me quedé sin inspiración para escribir. Era imposible para mí concentrarme en la pluma y el papel, y acabé retrasando la publicación de mi libro durante meses - Kyungsoo sonrió: ya conocía esta historia -. Pensé que tal vez no debería haberme dedicado a ser escritor. Que tal vez debería volver a la casa de mis padres, llorar por su perdón y aceptar mi matrimonio concertado y futuro en la granja familiar. Justo cuando iba a abandonar, vi aparecer por el Cuarto Francés a un nuevo inquilino - Kyungsoo miró los largos dedos de las manos del escritor, que gesticulaban sin descanso -. Se veía por la expresión desconcertada en su rostro y el mapa arrugado en sus manos que no era de por aquí. Miraba a todos lados como buscando algo que no daba encontrado, hasta que dio conmigo. Se acercó y me preguntó de forma decidida y segura: “Perdone, ¿sabe dónde está esta calle?” mientras señalaba el mapa.
Kyungsoo sonrió por los viejos tiempos.
-Fue entonces cuando mi protagonista Jimmie nació y se desarrolló a partir del que se convertiría en mi nuevo amigo.
-Y aún así tuviste el morro de poner al principio que era una historia ficticia y que cualquier parecido con la realidad era puramente una casualidad.
-Soy escritor. Puedo tomarme ciertas libertades artísticas.
-Y yo brindo por eso - añadió Kyungsoo con tono saleroso.
El chasquido del cristal sonó por todo el café, atravesando mesas y sillas vacías.
-Ahora voy a contarte yo una historia.
-Perfecto. Adoro las historias - admitió el escritor mientras se acomodaba en la silla.
-Eso es: acomódate, porque es larga.
En la página siguiente, su abuelo expresaba lo difícil que había sido contarle a Baekhyun su historia, pero realmente le había ayudado a sentirse mejor, porque su amigo lo había entendido. Eso era lo bueno del Nueva Orleans de los 50: las cosas estaban cambiando y había algo que hacía que la ciudad y su gente fuese diferente.
Jenn tenía muchísimo sueño pero la necesidad de acabar el diario no le permitía dormir a gusto y se había levantado temprano deseosa de leer. Para mantenerse despierta, estaba bebiendo un café doble. En Burgundy Street, en un café que ella confiaba era el Café du Monde renovado.
Miró a su alrededor. Pensó durante un momento en todas las cosas que debían haber pasado allí. En todas las historias que, como la de su abuelo, habían quedado en el olvido. Pensó en todo lo que nunca nadie tenía en cuenta, porque tal vez la muesca de su mesa la había hecho una mujer con la ceniza de su cigarrillo o el constante caer de los centavos en la mesa.
Dejó el café a medio terminar y pidió un té helado.
Una llamada desde Donaldsonville le sirvió a Kyungsoo para saber que Baekhyun había avisado a su padre de que no estaba muy bien de ánimo. La voz ronca repetía las palabras “afortunado” y “trabajo”. En un tono calmado, el otro hombre trataba de averiguar qué le pasaba, pero esa era una pregunta de la que ni el mismo Kyungsoo sabía la respuesta. Padre e hijo se despidieron con la promesa de una visita que se había postergado durante meses, porque el menor de ellos quería olvidar y en el proceso se había perdido a sí mismo y, de algún modo, a los demás. Sabía que su padre lo echaba de menos, pero volver a Donaldsonville le causaba cierto terror: encontrar calles llenas de recuerdos, ahora deterioradas con el tiempo, marcadas por la lluvia y la gente, mostrando la mella que habían hecho los años que habían pasado desde el 47.
Se puso a trabajar ese mismo día como si no hubiera un mañana pese a ser domingo, el día del señor. El taller se encontraba realmente vacío sin un jovencito de trece años que pululara a su alrededor, trayéndole todo lo necesario para facilitarle el trabajo. No paró de dibujar en la tela hasta que tuvo hechos todos los patrones. Volvió a su casa cuando ya era de noche y estaba demasiado exhausto como para pensar.
Había decidido algo durante la tarde: terminaría el traje y se iría a visitar a su padre. Tomaría las vacaciones que no había tomado en años. Y de paso perdería de vista a Jongin nuevamente.
Pero si era su elección, ¿por qué sentía decepción?
La siguiente página estaba manchada de café. Dentro de la mancha se podía leer un mensaje incompleto. “No […] cartas de historias […] las mías […] guardadas”.
Kyungsoo sentía como si hubiera utilizado a Sehun de algún modo. Se sentía como un padre que al divorciarse usa a los hijos como intermediario entre las dos partes: le había encargado la tarea de entregar el traje cruzado de dos botones color negro azabache (con el chaleco a juego) a Jongin, mientras que él había huido alegando la necesidad de unas vacaciones urgentes.
Así que ahí estaba Kyungsoo, en el mismo autobús que le había llevado a Nueva Orleans y que esta viajaba en dirección contraria - lo que no dejaba de ser curioso porque el autobús volvía a constituir una vía de escape. A medida que pasaban los kilómetros, también sentía como si poco a poco estuviera volviendo al pasado, a un verano de 1947, cuando todavía era joven e inexperto (aunque todavía lo fuera). Volvía a casa después de varios años y curiosamente sentía que nada había cambiado, aunque lo hubiera hecho. Las calles estaban más viejas, los prados menos cuidados y los árboles menos frondosos, pero seguía siendo la misma ciudad natal que una vez le dejó atrás.
Division Street seguía igual de larga y Mackinley Alley igual de pequeña. Sin embargo, la casa blanca en la que se había criado tenía la pintura desconchada en varias partes más de la fachada y el sauce que la protegía ya no estaba allí. Kyungsoo miró las calles y sintió que el mar de recuerdos le ahogaba, tal y como había temido antes de acudir allí.
Llamó al timbre y cuando la puerta se abrió, vio a su padre a través de la mosquitera. La fina y translúcida tela simbolizaba los años que habían estado separados, porque una vez Kyungsoo la abrió, vio a su padre mucho más viejo, mucho más gastado y, por algún motivo, todavía muy alegre.
-Vaya. ¡Quién te ha visto y quién te ve, hijo!
-Hola, papá.
Se fundieron en un fuerte abrazo padre-hijo mientras el mayor de ambos se emocionaba al volver a ver a la sangre de su sangre.
-¿Quieres desayunar? - más recuerdos.
-Pero papá, son las dos del mediodía.
-Sí, hijo, pero nunca es demasiado tarde para tomar tortitas - recitó como tanto lo había hecho durante toda su vida -. Ahora entra antes de que los mosquitos invadan la casa.
Mientras Kyungsoo tomaba las tortitas con salsa de arándanos y escuchaba las historias de su padre, todas esas que no le había dicho en las cartas o las intermitentes llamadas de los últimos meses, su mente estaba lejos de la mesa de madera bajo la solitaria bombilla. Porque acaba de acordarse de algo. Era verano. Y en verano era cuando las casas de campo se utilizaban.
-Mierda.
-En efecto, eso mismo le dije yo. “Jackson, esto es pura mierda”.
Al final de la hoja en la que estaba Jenn, había una pequeña nota junto a una mancha de café.
“Baekhyun dice que siempre le da miedo acabar un libro porque eso significa que se tiene que despedir de los personajes”.
Jenn pensó con pena que su abuelo no se podía despedir de sí mismo, pero sí de las demás personas en ese diario.
Tomó el tercer café del día antes de dirigirse al lugar donde se había celebrado la feria días antes, ignorando el hecho de que tal vez debería dejar su adicción al café y comenzar a dormir más. Esa mañana se levantó pensando que si bien había perdido la celebración a principios de verano, eso no le impedía poder disfrutar de la paz en el descampado en donde se situaba todos los años.
Los pájaros iban de árbol en árbol cantando dulces y alegres (y molestas) cancioncillas mientras Kyungsoo leía con la espalda apoyada en un castaño. La elección del día era “La ciudad y el pilar de sal “ una obra por la que The New York Times se había negado a publicar reseñas de los siguientes libros de Gore Vidal. Y todo porque se acercada a uno de los temas más tabú de la historia.
Kyungsoo escuchó el chirriar continuo de las hojas secas al ser pisadas por pies impacientes. Levantó la vista de su lectura, justo en uno de sus momentos favoritos del libro (puede que o puede que no lo hubiera leído ya unas cuantas -infinitas- veces) y miró a la figura que se aproximaba.
Sintió que el mundo se paralizaba. De pronto todo se ralentizó y Kyungsoo vio que el hombre se acercaba lentamente. Sus pantalones de lino blanco resaltaban contra sus morenos tobillos y la camisa azul cielo se habría ligeramente mostrando un poco del torso liso. No faltaba la amplia sonrisa resplandeciente y el pelo negro peinado hacia atrás de una forma perezosa y desordenada. El sol se escondía justo a su espalda, creando un fondo amarillento sobre el que se movía el joven.
Debido al parón que había sufrido el espacio tiempo, los momentos siguientes pasaron volando. Antes de que se diera cuenta, Kyungsoo tenía a un Jongin sonriente justo delante de él, mirando hacia abajo y preguntándole algo mientras extendía una mano. Este repitió varias veces sus palabras ante la mirada de incredulidad de Kyungsoo, pero él siguió sin entender.
-¿Qué tal estás?
Los ojos de Kyungsoo se aguaron ligeramente.
-¿Pasamos seis años sin vernos y lo único que me preguntas es “¿qué tal estás?”? - aunque no lo pretendía, sonó herido. Aunque no lo pretendía, le reprochó. Aunque se hubieran visto en Nueva Orleans, lo ignoró.
-Técnicamente, nos vimos hace un par de días - Jongin seguía sonriendo, con su mano dirigida hacia Kyungsoo.
Kyungsoo observó la mano como si fuera un arma letal apuntado en su dirección.
-¿Sabes? - dijo Jongin bajando su mano -. Una vez un amigo me escribió que si alguna vez nos veíamos en una nueva vida, me sonreiría. Y aún no lo he visto sonreír - se agacho hasta quedar al mismo nivel que Kyungsoo. Apoyó una mano sobre el tronco y se inclinó sobre el cuerpo sentado -. Y no sabes lo que me gusta su sonrisa.
Kyungsoo lo miró a los ojos. Todo lo recordado durante esos días le golpeó de repente y lo dejó temblando. Recordó las clases de conducir, las noches en el cine y las tardes en el río. Recordó el olor a óxido, a palomitas de maíz y a tierra mojada. Recordó el esbelto cuerpo, las grandes manos y los anchos hombros.
Recordó lo que nunca había olvidado y decidió soltar lo que guardaba años atesorando en su interior.
-Te he echado de menos.
Rodeó con sus temblorosos brazos la figura ajena y dejó que sus lágrimas oscurecieran el azul de la camisa. No sabía por qué lloraba. Solo sabía que se sentía en paz escuchando el ritmo cardíaco de Jongin.
Jenn pensó que probablemente debería parar de llorar porque sus lágrimas estaban manchando el gastado libro, haciendo que la tina se corriera todavía más. Pero, de algún modo, no se veía capacitada para hacerlo. Se sorprendió a sí misma pensando que le gustaría que la historia se borrase, para así poder atesorarla en su interior, para que nadie más la viviera como ella lo estaba haciendo. Sentía que la historia era ahora una parte de sí misma.
-Disculpe, ¿se encuentra bien?
No sabía qué responderle a la camarera. Le dolía el corazón, claro que no se encontraba bien. Limpió sus lágrimas con una servilleta y negó con la cabeza. Pagó la cuenta y se marchó avergonzada.
Debía seguir leyendo.
Se separaron cuando Kyungsoo hubo soltado todo lo que llevaba aguantando años, pretendiendo ser más fuerte de lo que en realidad era. Ambos miraron la camisa de Jongin, ahora mojada por las lágrimas saladas. Jongin ladeó su cabeza, dirigiendo una mirada acusadora a Kyungsoo, pero ambos rompieron a reír un segundo después. Estuvieron carcajeando un buen rato, tal vez por la camisa, tal vez por la broma que les había preparado la vida. Cuando el repentino ataque de risa se hubo detenido, acabaron con la espalda apoyada sobre el tronco, con el cuerpo totalmente relajado.
Kyungsoo miró a Jongin y este se giró para mirarlo a los ojos.
-¿Qué haces aquí?
-Veranear.
-Oh, venga, sabes que no me refiero a eso.
-Lo mismo que tú.
“¿Y qué estoy haciendo yo?”, le habría gustado preguntar a Jongin, pero no estaba seguro de si quería la respuesta. Por supuesto, Jongin tenía otros planes.
-También estoy huyendo.
Esta vez Kyungsoo miró de verdad a Jongin, que ahora dirigía sus ojos a la puesta de sol. Cuando había llegado, su aspecto le había hecho creer que nada de tiempo había pasado, pero la verdad era que sí que había pasado. La cara de Jongin era ahora más adulta, con un semblante más serio y una mandíbula más definida. El comienzo de las arrugas de expresión dejaba mella alrededor de los ojos y en su frente (tal vez producto de horas de preocupación) y habían aparecido oscuras ojeras bajo sus pozos negros. De las mangas remangadas surgían dos antebrazos y dos manos en las que sobresalían las venas verdes. Esta vez, en la mano izquierda no había un anillo de oro.
-Mi vida ha cambiado mucho estos seis años - tal vez Jongin estaba afónico, o tal vez su voz se había vuelto más ronca producto de las horas en las oficinas llenas de cigarros encendidos.
-También la mía - Kyungsoo miró su rodilla izquierda, en contacto con la del otro -. Ahora me gusta pintar.
Ambos rieron ante el dato superfluo para romper el hielo. Siempre hablaban de lo menos importante, y ahora iban a tratar del menor de los cambios en sus vidas. Porque ellos funcionaban así y así funcionarían siempre.
-¿Y qué pintas?
-Cosas bonitas.
Kyungsoo estaba mirando el manzanero, pero en su mente solo veía a Jongin.
Sin comerlo ni beberlo, pasaron los siguientes días como si fueran parte del verano de hacía seis años. Volvieron a ser amigos de un modo casi natural, y Kyungsoo se sintió herido ante los recuerdos de la soledad vivida durante seis largos años. No era lo correcto, lo sabía, pero una vez que veía la sonrisa de Jongin no podía hacer nada más que dejarse llevar.
Ese mismo jueves, en el pequeño teatro situado en Madison Street, habían visto “Shane”, una película del oeste, y si bien Kyungsoo no odiaba a los vaqueros, no se pudo concentrar en la pantalla durante más de diez minutos en las dos horas que duró el filme. Jongin estaba en el asiento de al lado. Era un hecho. Después de seis años, volvían a estar sentados en la fila 9, en las butacas 6 y 8. Aún no se lo creía. Era por eso que cada dos minutos giraba su cabeza hacia la derecha para comprobar que el hombre seguía allí, a su lado, y que ambos podrían hablar de la película mientras tomaban praline.
Se habían encontrado con Yixing un día mientras paseaban junto al río. Había conseguido graduarse y ahora trabajada en Texas, donde tenía una humilde casa en la que le esperaba su mujer y dos hijos. Kyungsoo se había sentido feliz al verlo, pero al mismo tiempo se había sentido incómodo. Yixing había evolucionado, había cambiado, y él seguía estancado en el pasado, al menos emocionalmente. Preguntó por Takeru. “Sigue trabajando en el aserradero”. Preguntó por James. La expresión de su viejo amigo cambió por completo. Los hoyuelos desaparecieron y solo quedó una expresión sombría.
-No he recibido noticias suyas desde que se fue a la guerra hace un año.
Los tres se quedaron callados. James había sido una parte importante de sus vidas. Él era ese amigos extrovertido que movía a todo el grupo; ese hermano mayor que ayudaba a todos y era capaz de mover al mundo para defender al resto de su pandilla. El resto de la tarde, Kyungsoo tuvo el estómago revuelto.
No volvió a preguntar por nadie más el resto de su estancia en la pequeña ciudad, reprimiendo sus deseos de obtener información sobre el pequeño Luhan.
Las páginas en blanco, ese era el gran miedo de Jenn. Miró las hojas que le quedaban. Podía contarlas fácilmente con sus dedos. Sintió pena, angustia. No quería que eso terminara. Quería que siguiera. Quería que la historia repartida por el pasado alcanzara al presente.
“La historia se repite”, leyó al principio de la siguiente hoja.
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