Nunca había hecho nada tras ver el primer capi, porque a)me gusta saberme la historia entera y b) tengo miedo de cargarme algo. Pero es que lleváis dando la turra con SPN tanto tiempo que, jooo, yo quería escribir algo, lo que fuera... y como soy una miedica y no me atrevo a ver nunca SPN sola y nadie me hace compañía - si es que, con amigas así cualquiera quiere enemigos xD- pues ¡¡no avanzo!! Así que, esto que vais a leer, si os atreveis, es mi primer fic en estas condiciones... y de Supernatural.
Yo he intantado ser fiel a todo pero ... lo único que puedo prometeros sino os gusta es editarlo cuando haya acabado -que pasará tiempo creedme :)-, si es que acabo xD
Comienza la cacería.
Las llamas del fuego siguen tratando de comerse la casa a pesar de los esfuerzos de los bomberos. Dean se apoya sobre el coche de policía que se encuentra más cercano, sin saber muy bien cómo sentirse. Tiene las manos en el bolsillo y la mirada perdida bajo sus párpados abiertos. Entre una cosa y otra al final no ha tenido tiempo de hablar con su hermano.
No se le va de la cabeza el grito que -parece como si hubieran pasado más de unas pocas horas- le hizo volver a la puerta de la casa de Sam. El grito de su hermano, tan parecido al que le despertó aquella vez. La misma sensación de pánico que sintió cuando su padre le llamó entonces y le dijo que saliera de casa con Sam, la misma, la acaba de sentir ahora. Cuando nada más abrir la puerta ve a Sam con los ojos abiertos y asustados.
Dean no sabe qué hacer. Recuerda levemente a su madre, pues ha pasado demasiado tiempo desde que murió, pero en sus sueños, al contrario que en los de papá, no se envuelve en llamas ni cuelga de un techo. En sus sueños le acuna, le canta, le cuenta cuentos e historias y le cuida con todo el cariño que es capaz de dar una madre. Sin embargo, para Jon no todos los recuerdos son hermosos. Hay uno en particular que se cuela entre los que son felices, incluso en aquellos que Jon comparte con la almohada y que el fuego los convierte en pesadillas.
Dean aprendió, al final, que cuando su padre tenía uno de esos sueños retomaba las cacerías -o los entrenamientos, según lo que tocaba- con más fuerza. Suspira. No está muy seguro qué va a pasar con Sam ahora. En una noche, en unas horas, el mundo que había construido, lejos de todo -de las pesadillas, de los entrenamientos, de los recuerdos dolorosos- se le ha derrumbado. Y de la peor manera que Dean conoce.
Se acerca a él, dudando. Le mira mientras Sam carga el arma que sujeta en sus manos, sin saber qué decir exactamente. A su mente acuden las palabras hirientes que le ha dicho esa misma noche, reacio a volver a su antigua vida, referentes a su padre, y sobre todo, a mamá. Para él, Sam nunca conoció de verdad a mamá, puede echar de menos la figura de una madre, pero a mamá, a su mamá, sólo Dean la echa de menos. Y eso es algo que no puede compartir con nadie.
¿Una mano en el hombro? ¿Una palabra de consuelo? Ambos saben que los sentalimentalismos no es algo común entre ellos, de hecho, a Dean no le gustan nada. Mira a su hermano a sus ojos, y lo ve. Ve la decisión, la determinación, el acero y el frío de una mirada que trata de esconder el dolor que siente, la frustración, la pena, el saber que esta historia le ha vuelto a atrapar sin que él haya hecho nada. Y antes de que Sam diga nada, antes de que alguno de los dos aparte la mirada, Dean ya lo sabe: la cacería ha comenzado.
¿Qué? ¿Es muy grotesco?