Título: La leyenda de la princesa Eurídice
Fandom: The 100
Pairing o Personaje o Grupo: Bellamy Blake/Clarke Griffin
Rating: PG
Resumen: Cuentan las leyendas de los Hijos de las Montañas que Morfeo descendió hasta lo más profundo del infierno para rescatar a su amada, aunque para ello tuviera que bailar con la misma muerte. Pero los Hijos del Cielo tienen sus propios mitos, sus propias historias de amor.
Advertencias: Spoilers de la 2ª temporada. Escenario futuro.
Notas de Autor:Escenas sueltas, y sin orden cronológico de la primera y la segunda temporada. Mucho más Bellamy POV porque Bellamy lleva comiéndose a Clarke con la mirada temporada y media y yo me muero de amor al verlo. Puede que también haya algún Raven/Octavia/Monty POV porque es demasiado obvio para que no se haya dado cuenta todo el campamento.
Palabras: 1112
En lo alto de la ladera hay una estatua de bronce y piedra que anuncia al viajero que ha llegado a su destino. La villa se alza un poco más allá, cruzando el último vado que el río pone a su alcance. Las casas son de color blanco cenizo y en las ventanas no hay sitio para las flores.
Las calles son tortuosas, pequeñas y angostas. No se hicieron para el paseo; casi para entorpecerlo. Las carreras de los niños son lo único que indican que son algo más que el pasillo largo y quejumbroso de una casa enorme, de una nave gigante que se construyó sobre tierra virgen.
Dicen los habitantes del lugar que sus antepasados descendieron del cielo, que viajaron más allá de la luna y vivieron junto al sol y las estrellas, hasta que la añoranza les hizo volver a casa. A la tierra, el lugar prometido, el hogar sagrado.
Se cuentan muchas leyendas que algunos jovencitos ya ni creen. Se habla de que los primeros en pisar de nuevo aquel terreno fueron cien chicos que estaban a punto de cumplir dieciocho años. Pesaba sobre ellos una condena a muerte, pero ésta se conmutó en una oportunidad de hacer algo más grande que ellos, de conseguir el sueño que su generación estaba a punto de olvidar.
Los Hijos del Cielo, que así se llaman los habitantes de la villa, se preguntan a veces cómo hubieran sido sus vidas si aquellos cien chicos no hubieran venido nunca, si se hubieran quedado en el espacio.
Los Hijos del Cielo recuerdan muy poco de su pasado, porque el tiempo ha cubierto de olvido lo que no se escribió en los libros. Ha teñido de leyenda cada historia que contaron los padres para dormir a sus hijos, en un campamento de hierro y acero que terminó destartalándose para construir un pueblo nuevo. Los Hijos del Cielo no saben quiénes son Raven ni Abby, ni Finn ni Kane. No saben quién les trajo hasta aquí o quién los defendió. Los Hijos del Cielo miran con desconfianza la estatua que se alza en lo alto de la colina y sacuden la cabeza cuando los niños preguntan qué porqué esas personas tienen alas.
Los Hijos del Cielo desconocen la anatomía de los ángeles; no tienen claro qué son estos ni qué hacen. Alguien dijo que eran sus guardianes, pero los Hijos del Cielo saben que sus protectores se han ido, se fueron hace mucho tiempo, quizás para no volver.
Lo saben porque lo dicen sus leyendas, esas que algunos se resisten a creer, esas que sirven para amenizar las noches de tormenta a la luz de las velas. Ésas que se susurran mientras que la mente imagina nuevas rutas de un planeta del que aún queda mucho por descubrir.
En sus leyendas abundan los monstruos, los clanes terrícolas llenos de hombres fieros y mujeres poderosas, de miradas leales y besos que no entienden de sexos. En sus mitos se esconden abrazos y gases letales, se refugian cobardes y locuras que nadie sabe cómo perdonar. En sus cuentos, a veces, se cruzan historias de amor.
Historias que cortan la respiración, que rompen las reglas sociales y caminan hasta el otro lado del mar. Historias que hablan del pecado y del perdón, donde la muerte acecha a los enamorados y el único final feliz es cuando el alma ha espiado todos los errores del pasado. Historias que envuelven al mundo en sombras y le hacen creer que el sendero de luz está al doblar la próxima esquina.
Y es que su historia favorita, aquella que les hace soñar, aquella que les lleva recitar votos de perdón y confianza, de trabajo común y de amor entre iguales en las bodas, es la de Bellamy y Clarke.
Dicen los anales de la historia que nunca se escribió que no eran amantes, pero a los Hijos del Cielo eso les da igual. Eran compañeros, se respetaban, se querían, se protegían del mundo entero y juntos defendían a su pueblo.
Hasta el día en que Clarke cruzó la línea prohibida; y no pudo perdonarse a sí misma, así que se hizo al camino esperando que el tiempo, la distancia y la soledad limpiaran de sus manos aquellas manchas de sangre que iban a perseguirle hasta el fin de sus días.
Y con la muerte a su lado caminó hasta el más allá, allí donde nadie había llegado, allí donde nadie se había aventurado. Y pese a la responsabilidad que tenía Bellamy, pese a que los suyos le seguían necesitando, llegó un momento en que Bellamy se hizo al campo, al mar, al cielo, en busca de Clarke.
En los anales de la historia de los Hijos de la Montaña había un mito que hablaba de un hombre que cruzó las puertas del infierno para buscar a su princesa, a su reina, a su amante y a su compañera. Que durmió con una lira al guardián y que pactó con el dios de los muertos para traerla de vuelta, aunque no lo consiguió. Para los Hijos de la Montaña, se llamaba Morfeo y ella era Eurídice; pero todos saben que los Hijos de la Montaña son sólo fantasmas, los muertos de una batalla lejana en el tiempo y en el espacio, y que sus historias no tienen mucho sentido.
Los Hijos del Cielo saben que Bellamy sí lo logró. Sí consiguió rescatar a Clarke del infierno, porque ese lugar sólo estaba en sus sueños, en sus días y en sus noches, en su cabeza y en su mundo. Saben que lo consiguió porque confiaba en ella, en que ella misma sería la que saldría del pozo, la que, si bien nunca se perdonara, sabría vivir con ello. Vivir y sonreír a pesar de ello. Vivir y disfrutar la vida aunque todos los días realizara el recuento de las historias que había cortado de raíz en aquella última batalla.
Para los Hijos del Cielo, la historia de Bellamy y Clarke es la más bonita porque les recuerda que no deben olvidar la posibilidad de que una nueva guerra les aceche, pero que, pese a todo, el estar juntos significa algo muy grande, poderoso y una fortaleza de la que protegerte del mundo entero.
Por eso, cuando los jóvenes miran desdeñosos a la estatua con alas que anuncia la llegada al pueblo, los mayores y los pequeños sonríen. Saben que la figura es sólo un símbolo: el que les recuerda que para sobrevivir sólo hay que estar unidos y apostar los unos por los otros. Les recuerda porqué, hace muchos, muchos años, se celebraba el día de la unión, y porqué ahora, lo siguen celebrando.