Título: La melancolía es un licor muy caro
Fandom: Harry Potter
Pairing/Personaje/Grupo: George Weasley, Angelina Johnson
Rating: PG-15
Resumen: "La melancolía es un licor muy caro, no te has dado cuenta y te has emborrachado". Y es que sólo tenían que nombrar a Fred, para que el mundo de George y Angelina se viniera a bajo.
Palabras: 3427
Tabla: Momentos
Reto: #9
Comu:
30vicios La verdad es que no quiere pensarlo. Suena a falso, a hipócrita, a mentiras y a traición. La verdad es que todo esto parece un gran quebradero de cabeza, por cosas a las que George nunca antes ha prestado atención.
Quiere hablar con Ginny, explicarle todo y esperar que su hermana le convenza de que todo está bien, que Fred no le guarda rencor y que no ha hecho la cagada más grande del mundo. Pero no se atreve. El valiente y despreocupado George Weasley no se atreve a enfrentarse al mundo. No sin Fred.
El problema vino tras la Guerra, tras las batallas en los juzgados, tras las últimas cazas de mortífagos. El problema vino cuando toda esa historia se acabó. Porque, en realidad, no se había terminado. Las guerras no son episodios de horror que se acercan a tu vida de puntillas y se van por donde han venido. No. Las guerras son tormentas de odios, de muertes, de miedo, de angustia que se transforman en pesadillas cuando se firman las treguas. Y la Segunda Gran Guerra no es una excepción.
---
El apartamento que los gemelos alquilaron en el tercer piso de Sortilegios Weasley se le hace enorme a George. La primera semana supo que era cuestión de tiempo, y se volcó a trabajar como un loco. Pero no tenía gracia, no tenía sentido. Todo parecían mentiras apiladas en una estantería, embotelladas junto a los frascos de pócimas de amor, encuadernadas en el catálogo de ilusiones que nunca se cumplirían. Fred estaba en cada una de las esquinas de la tienda, en cada adorno que colgaba del techo, en cada madera falsa de la escalera.
---
-Lo interesante sería que se movieran. Así. Como las de Hogwarts.
-¿Pretendes que nuestros clientes que estrellen y se rompan la crisma? ¿Y eso en qué nos va a beneficiar?
-Mmm, no lo sé. Pero sería gracioso.
---
La segunda semana rompió todos los espejos de la casa, y a punto estuvo de hacerlo también con los de la tienda. Pero se contuvo cuando hasta Joke, la lechuza que se habían comprado cuando inauguraron la tienda, se escapó asustada por la ventana. Ahora sí que estaba solo. Y encima no tenía ninguna gana de seguir con ello. No sin Fred, no sin él.
Verlo en el reflejo de los cristales le había dolido, de una manera irracional y acuciante. Saber que sólo era su propia imagen era retorcido, macabro, pues no podía tocarle, no podía tirarle de las orejas como cuando le pegaba un susto cojonudo, ni revolverle el pelo cuando disimulaba hacer de madre. En el fondo, los dos sabían que George había heredado el sentido común de su madre, y Fred la curiosidad insaciable por todo aquello que llevara la etiqueta peligro de su padre.
---
-Qué cabrón eres, jodío. Como tú no tienes oreja.
-Ahh, ventajas de ser un héroe. Hazte a la idea, Fred, con esto voy a ligar muchísimo.
-¿Vas a abandonarme por una mujer?
-Por supuesto, será una mujer guapísima. La envidia de todas.
-¿La chica con la que fuiste al baile? Be, Beee. Agh, no recuerdo su nombre. La de Ravenclaw ésta.
-Ah, ¡ésa! No, qué va. Será Angelina, ¿quién sino?
Fred se queda clavado en el sitio, pero en seguida comprende que su hermano sólo le está vacilando. Le revuelve los mechones rojos con la mano, antes de darse la vuelta y empezar a canturrear cosas que suenan "Era un héroe sin orejas, un gran hombre, una estrella" y a "En un rincón del Bosque Prohibido, Fred y Angelina son todo libido", que le hace reaccionar y correr hacia su hermano para darle un empujón.
---
Era sólo una broma. No lo dijo en serio. En absoluto lo dijo en serio.
No era cierto que a George le gustara Angelina.
Lo único que pasaba es que echaba de menos a Fred, mucho. Tanto, tan demasiado, que cuando ella le miró a los ojos implorándole que echara el tiempo hacia atrás y cambiara lo ocurrido, a George sólo se le ocurrió besarla. Como si así, iluso de él, recuperara trozos de Fred, de lo que fue suyo y de nadie más.
No supo porqué ella le devolvió el beso. Quizás por el whisky de fuego que corría por sus venas, porque sus labios se había cansado de la humedad de las lágrimas y la querían de otro tipo. Quizás porque estaba harta de pensar, de recordar y de desear lo imposible.
Aquella noche durmieron mal, como si la pesadilla se hubiera despertado y se hubiera instalado entre sus sábanas. La luz de la luna se reflejaba en los espejos hechos añicos que había por el suelo, y hacía múltiplos con sus años de mala suerte. Pero a ninguno de los dos le preocupaba ya lo que pudiera venir. No después de perder tanto en tan poco tiempo.
Por la mañana, George fue incapaz de decir o hacer nada. Con cuidado de no despertarla, se deslizó fuera de la cama y bajó a abrir la tienda. Entró con miedo en el establecimiento, como si la resaca se hubiera aliado con el remordimiento, y cabizbajo se acercó al libro de cuentas de la tienda. Habían crecido las ganancias, a pesar de que ya no inventaran nada nuevo. Pero ahora la gente tenía ganas de sonreír, de celebrar cosas, de pasar página y olvidar.
Horas después, bajó Angelina. Descendió hasta la planta baja con el rostro perdido, sin saber qué hacer o qué decir. Su mirada se encuentró con la de George, y a pesar de que el cuerpo de éste ardía sin saber porqué, no apartó sus ojos de ella. Con una cabezada, ella se dirigió hacia la puerta y se fue. El sonido de la campanilla retumbó contra el silencio del establecimiento.
---
Días más tarde, Ginny apareció en la puerta de Sortilegios Weasley acompañada de Joke. Vino a decirle a su hermano la gran noticia: ¡había firmado un contrato con las Arpías de Holyhead! En principio, era un secreto, le comentaba mientras subían las escaleras hacia el apartamento. No sabía qué hacer hasta que empezara la nueva temporada de Quidditch, si irse con Harry o seguir en la Madriguera. Pero tras una mirada de sorpresa al habitáculo de su hermano, decidió quedarse allí. Mirando a su alrededor sospechaba que no sólo el lugar necesitaba un poco de luz y ánimo.
El problema vino cuando Ginny quiso hacerse cargo de la tienda, pero no pudo, porque no le daban las horas. George no quería decirlo en alto, pero la presencia de su hermana le reconfortaba más de lo que pudo haber imaginado. Cenar alguna receta que Molly le había enseñado a su hija, o que encargaban al Caldero Chorreante mientras hablaban le subía el ánimo. Todas las noches hablaban, de todo y de nada.
-Sigo sin entender cómo lo conseguisteis. ¿No sé supone que las protegen miles de hechizos súper poderosos?
-En realidad, fue muy simple. Sólo tuvimos que convencerle de que se había equivocado de camino. Que tenía que ir en otra dirección.
-Hacia la entrada -concluyó Ginny.
-Claro, cuanto más tiempo estuviera dando vueltas en el principio, menos probabilidades tendría de salir de aquella pirámide. O sea, que sólo tenía que haberse girado y andar hacia la salida.
-George, eso era un laberinto.
-Lo sé, pero al final Bill volvió a por él y lo sacó de allí.
-Para eso está la familia.
-Pobre Percy -resumió George con una sonrisa en los labios.
Una sonrisa triste, por los tiempos pasados.
Pobre Percy... Y pobre George, pensaba Ginny mientras miraba a su alrededor. Pobre George, que seguía andando en círculos alrededor de la presencia de Fred. Incluso después de tres años después del funeral, no podía pasar página, ni tan siquiera intentarlo. Y Ginny lo entiendía. A ella le estaba costando, le costaba tanto que sólo a cientos de kilómetros en el aire era capaz de olvidarse de que había perdido a un hermano. Para George, que Fred era su otra mitad, tenía que ser aún más complicado. Pero lo que no estaba dispuesta era a quedarse sin el otro; no a él, la otra mitad de esa sonrisa que siempre enarbolaban los Weasley cuando el mal apremiaba. No pensaba permitir que le arrebataran a otro de los suyos, y menos si podía evitarlo.
Así que llamó a Ron, y le encomendó, con los brazos en jarras, la mirada fija y la frente en alto, Sortilegios Weasley. Y a su hermano mayor.
-Yo vendré cada vez que el equipo se pase por Londres, pero estate tú aquí. Te necesita. Nos necesita.
Se despidieron con un abrazo. Ninguno de los dos mencionó a Molly. Era lo último que necesitaba ella. Y en el fondo, querían volver a sentir esa burbujeante sensación de estar salvando a alguien.
---
Los días pasaban, poco a poco, y cuando creía que ya empieza a emerger de una ciénaga de depresión, se encuentro, sin saber cómo había llegado ahí, en pleno callejón Knockturn. Las baldosas de la calle seguían tan sucias como siempre, igual que aquella vez que se escapó con Fred de la mano para internarse en ese laberinto y dar un susto de muerte a su madre. Escuchó pasos al fondo y, sin quererlo, se asustó y sacó la varita. Sin embargo, la cara barbuda que apareció entre la niebla le sacó una sonrisa sin querer. Hagrid.
-Hombre, ¿cómo tú por aquí? No me digas que ahora Ron es el que te hace a ti los encargos.
George sonrió, porque no sabía muy bien que decir. Le caía bien el semi gigante, pero nunca se había llevado tan bien con él como su hermano Ron.
-Tengo que hacer unas compras aquí y otras en Hogsmeade. -Le dijo Hagrid.
-Hace mucho tiempo que no veo Hogsmeade -comentó George sin saber porqué.
-Pues si quieres nos aparecemos allí en un momento -le propuso Hagrid, que sabía que el Ministerio seguía vigilando los encantamientos que hacía con su paraguas rosa.
En un abrir y cerrar de ojos, estaban delante de Honeyduckes. Tras hacer una o dos compras juntos, se dirigieron a Cabeza de Puerco, el lugar favorito de Hagrid, a tomar un par de cervezas. George nunca había sido lo que se dice remilgado, pero tras un par de rondas sentía que necesitaba salir de allí, escapar a un lugar menos sombrío y tétrico. Se despidió de Hagrid y caminó sin rumbo hasta que dió con sus huesos en la estación donde el Expreso de Hogwarts les dejó durante siete años. Se sentó en uno de los bancos de la estación, y cayó rendido por el pesar. La noche se le echó encima antes de que pudiera cerciorarse de ello, y con un movimiento vago reapareció a la puerta de Sortilegios Weasley.
Mientras dejaba las compras en la tienda, y cerraba con cuidado la puerta, su mente tarareaba una canción muggle que había oído en un par de ocasiones aunque no recordaba donde. “La melancolía es un licor muy caro, no te has dado cuenta y ya te ha emborrachado”. Siguiendo el ritmo de la canción, sus pies lo llevaron de camino al Caldero Chorreante. Otra vez. Sólo que en esta ocasión no estaba Angelina para insinuarle que cuando echara demasiado de menos a Fred, podría transformarse en él. Lo único que tenía que hacer era dejarse llevar por la curiosidad sin preocuparse por las consecuencias. Las consecuencias eran para George, pero George estaba dormido, drogado, en el fondo de su cerebro. Y hoy, esta noche, quería ser Fred.
Por eso no se sorprendió cuando encontró a Angelina, despidiéndose de Abbott mientras se abrochaba la cazadora. Para George eso sería una casualidad, pero para Fred simplemente eran cosas del destino. Para él todo ocurría por una razón, y George muchas veces se preguntaba qué hubiera pensado Fred del destino si el que hubiera muerto fuera George.
-Hola.
-¡George! Circe, ¡qué susto me has dado!
George miró a la chica de la barra, que se giró para atender a dos hombres que acaban de entrar. Su cara le sonaba pero no conseguía acordarse de qué.
-Es Hannah Abbott. Es de Hufflepuff y del curso de Ron. -Pero George seguía sin caer en la cuenta. -¿La novia de Neville?
-¿La novia de Neville? -Repitió George mirándola con los ojos muy abiertos
-¿Ya caes?
-No, ni idea. Pero, ¿cómo os enteráis las mujeres de esas cosas?
Angelina se rió, sin pretenderlo.
-Hablando, supongo. Como la mayoría de los mortales.
-Mmm, ¿y no será una descortesía por mi parte si te invito a hablar conmigo esta noche? Para que me cuentes esas historias de las que nunca me entero.
Angelina estuvo por decir que no, que se tenía que ir a casa. Se acordó de la última noche que estuvo con George, y sacudiço la cabeza. No tenía porqué volver a pasar lo mismo, ¿verdad? ¿Verdad? George le miró con esos ojitos que tanto le recordaban a Fred y, seamos sinceros, Angelina nunca había sido capaz de decirle que no a Fred. Asintió y le pidió a Hannah un par de jarras de cerveza de mantequilla. Se sentó, intentando tranquilizarse y repitiéndose que no tenía porqué pasar nada. Y menos si ella no quería.
El problema era que no sabía que querer cuando lo único que quería era algo que no podía conseguir.
-Hoy he estado en Hogsmeade. Y me he acordado del primer año de Hogwarts.
Ya estaban. Con un par de frases George había abierto el portón del castillo donde habitaban sus fantasmas y éstos salían a tropel, seguidos por los recuerdos que nunca había conseguido encerrar bien. Trató de bromear, de vacilar un poco, de hacer como que no pasaba nada, como si fuera normal acordarse del momento en que recibes la carta de Hogwarts y sabes que vas a ser un mago. Vas a saber hacer magia. Y con ello podrías tener todo al alcanze de tu mano, ¿no? Todo... Todo menos a Fred.
-A veces me gustaría haber guardado alguno de sus pelos. No es que se me den genial las pociones, pero, mmm, a base de multijugos podría verle más a menudo, ¿no?
Definitivamente, George estaba muy borracho.
-Ja, fijo que no te darías ni cuenta de si te has equivocado o no. ¿Te has mirado en el espejo? Pero si sois iguales.
-No... -Susurró George en voz baja, porque él sabe que nunca fueron iguales a ojos de Angelina. Ella y Ginny fueron las únicas que les supieron diferenciar.
-A veces, cuando te miro, me olvido de que Fred se ha ido, y me dan ganas de abrazarte y tirarte de las orejas por haberme dado ese susto.
George estuvo a punto de animarla a que lo hiciera. Hoy era Fred, ¿no? ¿NO? Entonces cayó.
-Pero yo no tengo más que una oreja.
Entonces, antes de que Angelina pudiera decir nada, George se había derrumbado sobre la mesa de madera y había derramado la cerveza por todo el suelo. Hannah se acercó, y ayudó a Angelina a levantarlo. Juntas decidieron que lo mejor era subirlo arriba, a una de las habitaciones libres que había en el segundo piso. Subieron las escaleras despacio, y depositaron a George encima de la cama.
-Ya me encargo yo, no te preocupes. Muchas gracias, Hannah.
Ella asintió. Todo el mundo sabía qué le ocurría a George, así que hizo la vista gorda. Mañana ya hablarían de cuentas y dineros.
Angelina le quitó los zapatos, y, con cierta dificultad, le fue desvistiendo poco a poco. Sus dedos temblaron cuando recorrieron su piel, en los intervalos entre botón y botón. Eran casi idénticos. Casi. Excepto un par de detalles. La oreja, la mueca de sorpresa, la forma en que movían la cara cuando les interpelabas; el tacto de sus manos y esa sensación que le seguía. Ésa que obligó a Angelina a recordar, como si hubiera sido ayer, cuando Fred la acorralaba contra las estanterías de la Biblioteca y le demostraba que con las yemas de sus dedos también sabía besar.
Una vez arropado con las mantas, la chica suspiró y se dispuso a marcharse. Pero George alzó el brazo en cuanto ella hice ademán de levantarse.
-Quédate, por favor.
Fue sólo un suspiro. Un sonido tan leve y tan efímero que casi no oyó.
De hecho, pudo hacer como si no lo hubiera oído y marcharse.
Era lo mejor. Lo sabía, pero...
-Por favor, házmelo creer.
¿El qué? ¿Qué quieres creerte, George? Tú, que con tu hermano reinventaste el significado de ilusión.
-Haz como que soy Fred. Como que está noche está aquí. Como que está vivo.
Es entonces cuando esa parte del cerebro que Angelina había estado acallando hacia un rato, cuando comparaba a los dos hermanos, volvía a surgir desde dentro de sí misma. ¿Serían sus besos también distintos? Y se inclinó, despacio, como si calculara el tiempo, hacia él. Sus labios se rozaron como sin querer, presionando el uno contra el otro, y Angelina se quedó confundida, porque, oh, de pronto, oh por Merlín, no recordaba los besos de Fred.
Y se quedó. Después de eso no tenía más opciones. Sospechaba que si salía a la calle ahora, su mundo se caería a pedazos, de nuevo, y no podría soportarlo. Al menos con George a su lado, tenía la certeza, de que él la recogería como pudiera. Él, tan roto como ella, incluso más, mucho más, y Angelina no quería ni imaginarse cuanto más porque no le daba la gana de sufrir más de lo necesario.
La mañana los sorprendió a los dos enredados entre las sábanas y sus propias extremidades. Con un par de mordiscos en el cuello, y un par de manchas sobre el colchón. Cuando la luz se coló por las rendijas de las contraventanas, los dos se revelvieron en la cama. No querían salir de allí, no querían volver a la realidad.
Pero tenían que hacerlo. Se vistieron en silencio, sin cruzar una palabra o un gesto. Nada. Y se despidieron como dos desconocidos. Como si lo de esa noche hubiera sido un error que no volvería a pasar de nuevo. No por tercera vez.
George llegó a casa, y se encuentró con que Ron ya se había puesto a funcionar. No le preguntó que dónde había estado, ni qué había hecho. Sólo le aconsejó que se pegara una ducha. Apestaba a alcohol. Arriba, bajo un hechizo de refrigeración, le esperaba una comida que calentó con un toque de varita. Después de descansar y tomarse un café humeante y reconfortante, bajó a la tienda a ayudar a Ron.
-Quizás deberíamos volver a llamar a Verity -apuntó como quien no quiere la cosa.
Pero Ron le entendió en seguida. George, por fin, había comprendido que estaba dando vueltas sin rumbo dentro de su propia pirámide de desolación.
Hasta que, semanas después, apareció ella de nuevo, a la puerta de Sortilegios Weasley. Ron la saludó, encantado, ajeno a todo lo que a ella concernía.
-Hola Angelina, ¿qué tal te va?
-Bien. Me alegro de verte, Ron. ¿Sabes dónde está tu hermano?
-Pues tiene que estar en la oficina de Correos, enviando los pedidos de hoy.
-Vale, gracias.
Cuando George volvió a la tienda, Ron trató de adivinar en su mirada algo, pero no encontró nada.
-Ron, ¿sabes dónde está Joke?
-Arriba, en su jaula, supongo. ¿Por?
-Nada, quería mandarle una carta a Ginny.
-Vale. Pues si eso, avísame cuando la mandes, y le añades al sobre una carta mía también.
Y ahí está, mirando el folio en blanco, con la pluma que se autorrecarga sóla de tinta, ésa que inventó con su hermano, tratando de decirle a Ginny que ha dejado embarazada a la novia de éste. Las palabras, atormentadas, le salen solas, sin saber bien si las dirige hacia Ginny, hacia él mismo, hacia Angelina, o hacia Fred. Lo que sí sabe, antes de dejar caer la pluma, es lo que va a hacer a continuación.
Sabe que ese niño es responsabilidad suya, sabe que si acostarse con Angelina no fue traición, abandonar a su hijo sí lo es. Sabe, además, el nombre del chico; y que será él el que le haga sonreír de nuevo. Sabe que entre todas las mentiras e ilusiones con las que ha cubierto su vida, esa promesa que se esconde en el cuerpo de Angelina, será una de las nuevas verdades con las que construir su mundo. Porque si algo tuvieron siempre claro Fred y él es que la verdad, al igual que la felicidad, sólo es para aquellos que se atreven a luchar por ella.
Nota de autora: Cuando llevaba unas tres mil y pico páginas, me he dado cuenta que he vuelto a cagarla con los tiempos. Veréis, yo empiezo a escribir en pasado, pero llegados un momento me cambio al presente sin darme cuenta y así escribo mejor. Cuando lo he revisado he tratado de poner todos bien, pero es posible que haya algún tiempo verbal mal puesto porque tenemos muchas formas verbales. Lo he respasado varias veces, pero si véis alguna que no ande muy allá, decidme. A mí ya me suena raro sólo con que estén en pasado.