El sueño del caminante.

Nov 14, 2012 19:58

Llevo dos días incapaz de parar de escuchar la banda sonora de Assasin Creed y esto acaba desembocando cosas como originales o fics o algo. Y como tengo que escribir el fic del AI de desmaius y aún no he empezado -está todo preparado para cuando tenga tiempo- y acabo de empezar el periodo de trabajos y a dos semanas de los exámenes estoy HARTA de escribir todo en inglés, pues ale, me he puesto a escribir porque sí -en plan, la entrada anterior -y me ha salido una cosa bastante bonita. Ahora, que es un bonita ida de olla, todo hay que decirlo.

Título: El sueño del caminante 
Fandom: Original
Pairing/Personaje/Grupo: El caminante 
Rating: PG
Resumen: La primera vez que ella apareció con aquella misión, supo que estaba loca. ¿Libros? ¿De verdad creía que los libros seguían existiendo? Habían pasado cientos de años desde la última vez que se usé el papel. Ahora todo era táctil, informático, rápido. Al menos donde la Naturaleza no había contraatacado al hombre. Pero, tras su muerte, aquella extraña enfermedad, aquel rarísimo sueño utópico, que había acabado con su cliente, contagió también al Caminante. 
Advertencias: No tiene continuación y es una ida de olla en toda regla.
Palabras: 1808
Banda Sonora: Assasin's Creed Theme

[El sueño del caminante ]

Hacía tiempo que nadie pisaba aquellas ruinas. La niebla y la vegetación eran los únicos okupas de aquel lugar fantasma. Las grietas de lo que fue una de las iglesias más importantes del lugar se habían quedado estáticas, cinceladas sin ninguna armonía. El pueblo vivía una noche perpetúa y lo más cercano a la luz que reconocía eran los grandes y amarillos ojos de las bestias que se asomaban de vez en cuando en el lindero del bosque.

Aquel caminante solo era una sombra más. Caminaba con pasa seguro, como si supiera a dónde ir. La suela de la bota se clavaba en la tierra y ésta se hundía levemente bajo su peso. De la marquesina de madera que había habido una vez, sólo quedaba un poste carcomido por las termitas sobre el que se desperdigaban los cables de luz. Alzó un guante para tocarlos, y descubrió que seguían teniendo cobre.

Tiró de ellos con fuerza, y sacó el metal de la carcasa de caucho. Lo enrolló y lo guardó en uno de los bolsillos de la cazadora. Recorrió en silencio el pueblo, sin apartar los ojos del frente. Callejeó durante una hora sin hacer ningún sonido, hasta llegar a lo que era el foro. Había doce casas rodeando la plaza, y una estatua de lo que parecía haber sido un barco hacía muchísimo tiempo. Las recorrió todas, golpeando una a una todas las puertas. Llamaba y permanecía junto a ellas durante unos minutos antes de proseguir su camino.

Tras hacer el recorrido completo, se sentó en una de los escalones de la estatua y dejó caer la cabeza sobre sus manos. Repitió el camino con la mirada, para acabar clavando los ojos en la estatua que tenía sobre él. Los detalles del casco estaban desdibujados por el viento y el agua. El mástil se había partido y las velas se encontraban agujereadas. A pesar del estado de la pieddra, seguía dando la sensación de que, en cualquier momento, aquella embarcación zarparía, atravesaría la niebla y se internarían en las feroces montañas que rodeaban el lugar rumbo al mar. A un mar, que, si no le fallaba la memoria al caminante, no sólo estaba muy lejos de allí, sino que muchos decían que ya se había secado.

De repente, una de las visagras crujió y la puerta que sujetaba se abrió con lentitud. Sin sacar ninguna luz que le permitiera internarse en aquella oscuridad, el caminante entró en la estancia.

Era una sola sala. Todo lo que había en ella eran mesas y estanterías vacías. Cientos de recipientes y tarros sellados descansabas en las paredes, cada uno con una nota al pie escrito en una caligrafía difícil de descifrar. La chimenea de hierro presidía la estancia con la elegancia de tiempos pasados. Se acercó a examinarla y descubrió lo que estaba buscando. Una palanca semiescondida en una de las figuras que adornaban la repisa. La presionó y se echó hacia atrás. Las escaleras aparecieron con un suave sonido, como si, a pesar de la soledad y el abandono que asediaba a la aldea entera, alguien las hubiera estado engrasando todos los días.

Descendió hasta el final, y llegó hasta la biblioteca. Durante una décida de segundo, sus ojos parecieron estar sorprendidos por primera vez en mucho tiempo. Había más libros de lo que esperaba. Se preguntó que cómo era solo posible teniendo en cuanta la situación en la que se hallaba.

Él era un Caminante. Sabía de leyendas y objetos que todo el mundo creía desaparecidos. Sabía que detrás de cada historia inverosimil latía algo de verdad. Sin embargo, también recordaba que cuando aquella mujer vino a verle y a contratarle él se negó en redondo. ¿Libros? ¿Cómo iba a encontrar libros en ese mundo? Hacía siglos que nadie usaba el papel. Toda la cultura era táctil. Uno podía leer cientos y cientos de artículos y obras con tan solo acercar la retina a una cámara. La superficie de la pantalla leía el código genético y la capacidad cerebral y añadía el libro a la colección mental. Todo era sumamente rápido y así se podían adquirir miles de conocimientos sin perder ni un solo segundo en leerlos.

Aún así hizo las investigaciones correspondientes. Nunca consideró la idea de atreverse a viajar hasta allá, pero entonces, ella murió y le dejó una pequeña parte de su herencia. Era un cuaderno escrito a mano, con notas de miles de detalles que a él se le habían ido escapando. Tenía dibujos trazados de forma torpe e imprecisa, y una letra casi ilegible. Estuvo durante meses obsesionado con aquel cuaderno, tratando de leerlo y entenderlo. Hasta el punto de abandonar su negocio a la bancarota. Vendió lo poco que le quedaba a los inversores y deudores, y empaquetó sus pertenencias. Saldría en busca de un libro, del que fuera, con tal de cumplir aquella promesa que nunca hizo pero con la que no podía parar de soñar.

El mundo más allá de la Metropoli le pareció lejano y hostil, salvaje y abrumador. La naturaleza se rearmaba para un segundo golpe a la humanidad, pero lo hacía despacio. Consciente de sus debilidades pero a sabiendas de que siempre será la superviviente de esa larga guerra, había ido transformando poco a poco la Tierra. Algunos lugares no eran sino un rastro borroso en la arena de lo que un día fueron. Los mares se estaban secando y la mayoría de las antiguas grandes ciudades no eran sino vertederos de residuos nucleares y orgánicos que habían generado nuevas formas de vida que los científicos de la Metropoli aún debatían si estudiar o no.

Durante cinco años atravesó todo mundo conocido y cartografiado. Al final, andaba sin rumbo fijo en tierras que antes se habían conocido como Escocia. Sus altas montañas, sus frías laderas y sus extensos lagos parecían servir de frontera a algo que sólo el antiguo ser humano había visto alguna vez, antes de que una malvada versión de sí mismo acabara con todo aquello. Se decía que durante las primeras guerras, cuando el fin de los libros amenazaba con extenderse como una gran plaga, un círculo de magos decidió establecer una línea en esas montañas y crear un mundo aparte a partir de ella. Y, en ese mundo, esconder sus más valiosos secretos.

Tras muchos apuntes a lápiz -aún recordaba la cara de aquel vendedor de antiguedades cuando le enseñó cómo funcionaban aquellas reliquias cuando se las compró -, había ido descartando la parte mítica y desnudando la verdad que había en esas historias.

Probablemente, aquel lugar hubiera sido reverenciado siempre como un paisaje digno de cuidar y mantener a salvo de la inhumanidad del hombre. Las sociedades ricas que vivían allí pudieron defenderlo del gran pesar que caía sobre la tierra. Muy seguramente, uno de los focos de resistencia de la Tierra estuviera ahí, pero dado que ni sus propias gentes levantaron sus armas contra ella, pudo sobrevivir. Sin embargo, había algo raro en todo eso. Algo que el Caminante no conseguía entender. Si se habían secado todos los mares de la Tierra, ¿por qué allí no faltaba agua?

Además, había algo que tampoco cuadraba. Gracias a los documentos que su madre le había instalado en la memoria, sabía de la existencia de lugares fantásticos como Hogwarts, Gondor, la Comarca, Narnia y Nunca Jamás, por citar unos pocos. Bien era cierto que, la primera vez que oyó aquel viejo describirle el mapa de aquellos lugares con destreza no lo creyó en absoluto. ¡Por las Nueve Eras! Eran lugares inventados de los libros, y los libros ¡ni siquiera existían!

Pero aquel viejo barco, en mitad de la plaza, le hacía suponer que, realmente, se hayaba más cerca de su meta de lo que creía. Aquel barco despedazado y tallado en piedra parecía conocedor de un camino que alguien le había vedado. Atrapado en piedra, su cuerpo estaba limitado y condenado a no surcar nunca más las olas. Se preguntó qué ocurriría si lo liberaban de ello. Pero, ¿cómo rescatarlo de lo que realmente era? Piedra, roca, su cuerpo material.

Sacudió la cabeza y se centró en las largas estanterías que se abrían a su paso. Caminó a tientas pues, por primera vez, y a pesar de su visión nocturna, echó de menos una luz. Sin tener ni idea de qué hacer, avanzó y avanzó, buscando el final de la estancia. Sentía que estaba descendienso, y se preguntó si podría encontrar el mar al final de aquel tunel. Pero no olía a humedad, así que su curiosidad aumentaba con cada paso que daba.

Al final, chocó contra una pared que parecía de madera. Palmeó a tientas, pues seguía sin ver nada y encontró un picaporte en uno de los lados. Tuvo que ayudarse de ambas manos para conseguir girarse. Y, cuando abrió aquella inmensa puerta, la nieve, el viento, y la blancura más absoluta lo golpeó en la cara.

Si la oscuridad lo había hecho sentir inútil, aquella claridad lo cegó por un momento. Se movió hacia delante y hundió los pies en la nieve. Los copos caían con suavidad sobre él y mirara adonde mirara solo veía aquella extensa capa blanca.

De pronto, le pareció distinguir una farola en mitad de la nieve, entre los árboles del bosque que se extendía a sus pies. Asustado, de repente, y por primera vez en mucho tiempo, deshizo el camino andado y cerró la enorme puerta tras él.

No estaba preparado para ello. Quizás nunca lo estaría. Descubrir que el mundo no sólo no había destruido todos los libros, si no que, además, había conseguido encontrar un hueco para todas sus historias, era demasiado para él.

Sin embargo, aquello sólo era un reflejo de Narnia. No sabía si, desde allí, podría llegar a otros mundos o si ya no quedaría anillos con los que jugar a ser magos. Probablemente, todo estuviera destruido. O quizás no. Quizás solo estaban esperando a ser reencontrados de nuevo.

Abrió la puerta de nuevo, esta vez más despacio y con mayor reverencia. Pero la nieve había desaparecido. Los únicos copos que quedaban estaban en los cordones de sus botas, recordándole que había sido real, y no sólo un vago sueño o una alucinación.

Miró a su alrededor y vio un enorme claro lleno de vegetación. Arbustos a dos pasos, flores aquí y allá, y, al fondo, una ladera que parecía no tener fin.

-No estoy loco -se dijo así mismo, en un vano intento de aclarar las cosas.

-Oh, por supuesto que lo estás -. Dijo una voz entre las sombras.

No se detuvo a pensar de dónde salía aquella voz. No podía venir de su cabeza -eso sí que hubiera sido estar majareta -, así que sería de alguien que se había escondido.

-¿Cómo lo sabes?

-Tienes que estarlo -le respondió la voz -. Si no, no hubieras venido aquí.



género: aventuras, original, tema: libros

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