Escalera a la luna

Mar 21, 2012 15:12

¡Por fin! Frases de borrachera con las que decides escribir algo en una clase aburrida y que te pasas cambiando semana tras semana. No era exactamente la idea que tenía en un principio, pero, vale, sí, estoy satisfecha con el resultado. El principio aguraba mucho pero después... no sé, no sé. De todos modos, a mí me gusta, so...  (y tiene cierto toque autobiográfico también...  si sois capaces de verlo)

Es mi segundo cuento de Cuentos para noches sin tormenta y espero (cruzo los dedos) que os guste n.n

Escalera a la luna

Histerio Caótico era un bohemio de esos que ya no existen, que trataba de hacerse un hueco en un mundo de lo más raro.


La gente con la que convivía habían desterrado al Principito a su marginado planeta y sometido a espeluznantes y exquisitos tratamientos médicos a Drácula, con el fin de curarle su alergia al sol y su adicción a la sangre humana. Eran todos unos estirados, con sus trajes unisex de pingüinos y sus carteras llenas de publicidad psicodélica. Se habían auto convencido de que todos eran iguales, y se convertido en una gran masa de piernas, brazos y narices. Sin ojos, ni bocas ni oídos. Las patatas eran más expresivos que ellos, pero no por eso, Histerio Caótico dejaba de hablarlos.

Puede que fuera una enfermedad crónica, o que su sistema inmunitario hubiera decidido contrarrestar el efecto secundario que causaba esa sociedad; pero el caso era que Histerio Caótico, no sólo no se rendía, sin oque siempre volvía a intentar comunicarse con ellos, inventándose fórmulas cada vez más sorprendentes.

Recuerdo una de ellas por mi abuelo, que por aquella época sólo era un chiquillo cuyo hermano, diez años más mayor, trataba de terminar, con más ataques de insomnio e histeria que pena o gloria, su carrera.

Resultó que, un día, Histerio Caótico decidió que quería cantar una serenata en la luna. Su mayor problema radicaba en que no sabía cómo llegar hasta allí, así que decidió colgarse la guitarra flamenca y el petate a la espalda y buscar una solución.

Buscó entre los currículum de los hombres de ciencia más influyentes, pero todos le dijeron que se centrara en este mundo, que el exterior había dejado de importar.
Se coló en muchas universidades famosas, tratando de dar con algún estudiante rebosante de curiosidad, pero nadie le prestó atención. Le reprendieron por hacerles perder el tiempo, y no pensar de manera útil para el resto del mundo.

Cansado de acudir donde se suponía que estaban los “cerebros” de la sociedad, anduvo entre malabaristas, payasos, prestidigitadores, analfabetos, artistas de diversa índole, unos cuantos políticos y demás gentes de circo. Pero tampoco pudo conseguir nada. Le echaron con cajas destempladas, alegando que ellos sólo estaban allí para reírse de los demás y hacer que nada mereciera la pena de verdad porque así, nadie tendría grandes preocupaciones que quitaran el sueño.

Visto lo visto, Histérico Caótico se hizo aprendiz de carpintero y se puso a construir una enorme escalera a la luna. Evidentemente, al no tener un punto de apoyo, la caída fue tan catastrófica que salió en todos los periódicos del país: algunos le dedicaron la portada y otros se contuvieron con dos líneas en un apartado que solía pasar desapercibido.

Durante el tiempo que siguió al accidente, la vida de Histérico Caótico se llenó de especialistas. Los médicos y fisiólogos le ayudaron para que pudiera volver a moverse; los psicólogos y terapeutas, a que fuera alguien normal. Pero por mucho que los ólogos lo intentaron, él siguió en sus treces, hasta el punto en que alguno catedrático de alguna ología importante llegó incluso a dudar de sí mismo y creer más en las ideas de su paciente.

La solución llegó un día de verano, en la inauguración de un museo de la historia de la astrología, cuyo arquitecto jefe era mi tío abuelo. Había conocido a Histerio Caótico mientras estudiaba para un examen. Su cerebro, explotado hasta el extremo, comenzó a imaginar, en ingentes cantidades, diversas maneras de llegar a la luna, en lugar de centrarse en sus apuntes. Suspendió. Pero no se olvidó del tema, como le aconsejaron todos los que sabían qué pasaba por su mente. Estudió con más ganas y en cada respiro que robaba a su carrera, porque ésta no estaba por la labor de dársela, pensaba y pensaba. Su proyecto final fue el museo.

Entre los invitados de honor al estreno estaba Histerio Caótico. La confusión y curiosidad de la gente duró hasta el anochecer. La cúpula del museo era una obra maestra que, con sus múltiples ventanas, siempre conseguía atrapar la imagen de la luna y enseñársela a sus invitados.

-¿Qué le parece? -No pudo evitar preguntarle mi tío abuelo a Histerio Caótico, que miraba la luna como si nunca la hubiera visto. No le importaba ninguna opinión tanto como la de ese hombre, que había sido el germen de lo que sería la pieza clave de su carrera. -Si le subes allí, podrá tocar una serenata y parecerá que está en la luna.

-No, no, yo quiero subir a luna como has subido tú. -Respondió él, sonriendo con una ilusión casi infantil.

-No le entiendo -contestó confuso el arquitecto.

-Durante mucho tiempo, has intentado llegar a la luna, alcanzarla, pero nunca estuviste tan cerca de ella como cuando aparecía en tus sueños. No la rechazaste por ser un imposible, sino que decidiste que había una posibilidad y luchaste por ella.

-Pero, ¿y los demás? Yo quería que los demás también pudieran llegar. -Se lamentó, pesaroso.

-Los demás han empezado a entender que hasta la mayor locura tiene salida. No es lo que has hecho ante sus ojos, sino en sus mentes: Ahora pueden empezar a creer que todo es posible.

-Pero nunca pisarán la luna -protestó él, sintiéndose traicionado de algún modo.

-¡Oh! Pero yo nunca me imaginé caminando por un lugar sin gravedad ni atmósfera. Y sí que lo harán, ¡claro que sí! Puede que no a tu manera, pero lo harán.

-¿A mi manera? -Repitió mi tío abuelo confuso, pero Histerio Caótico ya se alejaba, bailando, de allí. -¡Espera! -Le llamó por última vez. -¿A dónde vas?

-¡A cazar estrellas! -Respondió Histerio Caótico con una naturalidad que dejó patidifuso a quien lo escuchaba.

-¿Cómo?

-¡Con un cazamariposas!

No sería hasta años más tarde, cuando mi padre ya había nacido y cumplido los cinco años, edad a la que todavía cuesta diferenciar lo real de lo imaginario, cuando mi tío abuelo entendió qué había querido decir Histerio Caótico cuando habló con él.
-¡Mira, tío!

-¿Qué ocurre, pequeñajo?

-He conseguido atrapar la luna.

-Ah, ¿sí? ¿Cómo?

Entonces, mi padre le enseñó una caja de cartón, en cuyo fondo descansaba un espejo donde se veía la luna reflejada.

-Toma, para ti, qué sé que te gusta mirarla cuando estás pensando.

tema: locura, original, tema: sueños, título: Cuentos para noches sin tormenta

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