La sonrisa de una princesa {Once Upon A Time}

Feb 05, 2012 03:01



Tercera parte del ¿drabble? (xD) de La sonrisa de una princesa, cuya ficha y primera parte está aquí, y cuya segunda parte está acá.


¾No quiero olvidar a mi madre ¾comenzó Nieves. ¾Es sólo que... La echo mucho de menos. Siento que ya no puedo disfrutar la vida como cuando estaba ella.

¾Ella te enseñó a sonreír, ¿verdad? ¾Trató de consolarla James.

Nunca había consolado a nadie, pero había visto a su madre cómo trataba a la gente que estaba triste y no parecía tan complicado. Nieves asintió, y él le acarició el cabello, en un intento de conseguir lo que en palabras no podía.

¾Todo era tan... bonito con ella. La nieve no era tan fría, y la comida siempre estaba buena. Siempre había ratos divertidos y jugábamos mucho. Al escondite, a las muñecas, a que conquistábamos el mundo. Me contaba cuentos de hadas y de princesas, de piratas y de ladrones que vivían en el bosque. Por las noches, me cantaba antes de irme a dormir y siempre sabía cómo hacerme sonreír cuando estaba triste. Y tendrías que haber visto a mi padre. Decía que su máxima preocupación era hacer felices a los demás, porque él no podía pedirle más a la vida, que tenía todo lo que quería. Nuestra vida era perfecta, y ahora, ahora... Ahora está rota, y yo sólo quiero olvidarme de todo, y volver a entonces.

¾Shh, tranquila, tranquila. ¾Le susurró James, mientras le acaricia el pelo y le frotaba la espalda, como había visto hacer a su madre miles de veces.

Sentía el impulso de abrazarla, pero no sabía cómo hacerlo. No sabía si ella se apartaría o si pensaría otra cosa, pero verla así le estaba destrozando por dentro.

¾¿Sabes? Dice mi madre que los que queremos nunca se van del todo, si nos comportamos según ellos nos enseñaron.

Nieves, que había escondido su rostro en las manos para que no la viera llorar, lo alzó y le miró.

¾¿Cómo?

¾Pues...

¾No lo entiendo. ¿Qué quería decir tu madre?

¾Creo que era que si a ti, tu madre, te enseñó a sonreír y a ver las cosas bonitas de la vida, a pesar de que hiciera frío, o estuvieras triste, o no te gustase lo que había, o no hubiera comida, quizás lo importante es que sigas actuando como cuando ella vivía: aprendiendo a ser optimista.

¾Entonces...

¾Entonces, no bebas la poción. Aprende a ver como ella veía la vida. Aprende a encontrar fuerzas cuando todo parezca que va a ir mal. Aprende a perdonar cuando los demás te maltraten. Aprende a mirar al futuro cuando creas que hoy va a ser tu último día. Aprende a... aprende a vivir. ¿Sabes? Todos los cuentos de mi madre van sobre aventuras, aventuras en lugar lejanos o aventuras con los animales y las gentes del bosque, en sitios desconocidos. Sus personajes siempre saben qué hacer y qué no, y por eso, siempre acaban bien. Yo creo que la vida es algo así. Si sabes qué hacer y qué no, y cuando, aunque dudes, aunque lo pases mal, aunque las cosas se compliquen, al final todo saldrá bien. Y habrás vivido un aventura.

¾¿Qué aventura? ¾Preguntó Nieves que estaba completamente absorta en sus palabras.

¾La de vivir. ¿Qué mayor aventura puede haber? ¾Le respondió James como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Nieves se abstuvo de comentarle que aquello no era un aventura. Que para ella había pasado de ser un sueño a ser un suplicio, pero luego recordó que sí, que muchas de las princesas de los cuentos de su madre, tenían que superar los malos momentos para hacerse más fuerte y luchar por sus sueños. Sonrío. Por primera vez en mucho tiempo, sonrío sincera y espontáneamente delante de otra persona. Sonrío y le supo tan bien, que se echó a reír, dejando perplejo a James.

¾¿Qué pasa? ¾Frunció él el entrecejo.

Entonces, Nieves cayó en la cuenta de lo absurdo que debía parecer todo y volvió a entrarle el miedo y la desazón.

¾Pero esas princesas siempre tienen algo a lo que agarrarse, algo por lo que luchar.

¾Tienes a tu padre ¾le dijo James, que no entendía cómo habían vuelto otra vez al tema de las princesas.

¾Mi padre está a otras cosas. Y lo pasa peor que yo. Necesito otra cosa en la que pensar. ¾Dijo, decidida, más para sí que para James.

¾Si quieres... ¾se aventuró James ¾yo podría ayudarte.

¾¿En serio?

¾Sí. Si necesitaras algo podría dártelo. Podría ayudarte a ver alegres las cosas aunque parecieran imposible.

¾¿De verdad? ¾Nieves estaba a punto de emocionarse y lanzarse a sus brazos, pero se contuvo.

¾Bueno, creo que podría. Lo intentaría con todas mis fuerzas, al menos. ¾Le aseguró James.

¾¿Lo prometes? ¾Trató de asegurarse Nieves antes de ilusionarse de nuevo.

¾Te lo juro. Por mi padre, que es lo que más quiero en el mundo, junto con mi madre. ¾Le aseguró solemnemente James.

¾Pero... ¾De pronto, a Nieves se le ocurrían un montón de contradicciones ¾¿Qué pasará si estás lejos? No sé dónde vives, y tú tampoco sabes dónde vivo yo. ¾Señaló con acierto.

¾Tranquila, siempre te encontraré. ¾Y esbozó lo que su madre calificaba como la irresistible sonrisa que tantos dolores de cabeza le traía.

Entonces sí, Nieves le abrazó y le susurró un gracias que le provocó un escalofrío. Agradeció que ella tuviera la cabeza en su hombro, y no pudiera ver lo rojo que se había puesto de pronto. Entonces, tuvo un ataque de pánico. Se imaginó que él recorría cielo y tierra para ir a buscarla y cuando la encontraba, ella se había olvidado de él.

¾Espera. ¾La separó de su cuerpo para mirarla a los ojos ¾. ¿Me prometes que, pase lo que pase, hagas lo que hagas, nunca, jamás, te olvidarás de mí?

¾Te lo prometo. ¾Movió la cabeza afirmativamente ¾. Te lo prometo por mi padre, que es lo único que me queda en este mundo.  Siempre te esperaré. Pase lo que pase. Nunca te olvidaré.

Se abrazaron, mientras en la calle la tormenta seguía golpeando sin piedad el bosque y la cabaña. James miró al exterior, y por un momento le pareció ver a alguien mirando a través de los  cristales. Pero estaba muy oscuro, y, probablemente, el hambre, el frío, la adrenalina del momento, los relámpagos y las sombras de los árboles le habían jugado una mala pasada. Cerró los ojos y rodeó la cintura de Nieves, poco antes de bajarse del taburete y llevarla hacia el sofá. Allí la sentó sobre sus piernas, y la acunó, cantando la canción que cantaban su prima y él en los solsticios de verano y que siempre le hacía sonreír.

La noche pasó sobre ellos como un ave veloz y en seguida, el sol les despertó. Cuando se levantaron, corrieron al embarcadero, seguidos de Lucero. El caballo parecía inquieto y ansioso por volver a casa, por lo que a Nieves le entró un gran cargo de conciencia. Pero el bote de su padre ya se acercaba a la orilla y, sorprendido, había levantado una mano para saludarla. Nieves corrió hacia él en cuanto pisó tierra y lo abrazó. Se moría de ganas por poner a prueba las promesas que le había hecho a James la noche anterior, empezando por la de volver a sonreír.

¾¿Qué tal la noche, hijo? ¿Muy fría? ¾El padre de James también había llegado y como saludó, le revolvió el pelo a su hijo.

¾No, todo en orden, padre. ¾Todo. Desde ellos hasta la casa, pasando por el caballo. Antes de salir, se había asegurado bien de cerrar la puerta de la despensa y de barrer con la mano las migas que cayeron en la cena. No habían tocado nada más, así que todo lo demás estaba en orden. Quizás si hubiera sido más observador, o si no hubiera sido un niño se hubiera dado cuenta que sí había una cosa que habían cambiado. Entre los cuadros que colgaban en las paredes de la habitación, había aparecido, por arte de magia, uno más. El cristal protegía un pergamino viejo en el que, si bien no se entendía a la perfección su letra, sí podía leerse con total claridad las firmas de los dos interesados. Dos huellas dactilares con rastro de cera y tela vieja habían sido presionadas sobre el pergamino sellando un contrato que marcaría sus vidas para siempre.

¾James, James ¾le llamó Nieves, antes de irse ¾. ¿Vendrás? El próximo año; en esta fecha. ¿Nos veremos?

¾Por supuesto. ¾Le aseguró James, con resolución. ¾Pero antes, prométeme una cosa.

¾¿Qué?

¾Que sonreirás hasta que nos vemos. Que sonreirás siempre que puedas. Siempre. ¿Me lo prometes?

¾Te lo prometo.

¾Si no ¾James achicó los ojos para pronunciar su amenaza, y se acercó más a ella para que ninguno de los dos atónitos padres supieran de su secreto ¾, prometo encontrarte y hacerte sonreír yo mismo.

Sonrieron. Y, ante la imposibilidad de abrazarse de nuevo, debido a las curiosas miradas de sus progenitores, se contentaron con estrecharse la mano como un par de caballeros, y girarse, cada uno por su camino.

¾¿Qué haces aquí? ¾Le preguntó el rey cuando Nieves se acercó a donde estaban Lucero, su padre y el caballo de éste.

¾Te cruzaste en mi camino y te seguí. No pude evitarlo. Me moría de curiosidad. Pero cuando llegué al embarcadero me encontré con él, y decidimos esperaros. ¾Le confesó Nieves que nunca le escondía nada.

¾Parece un buen chico ¾comentó el rey.

Nieves sonrió, pero no supo decirle cuánto buen chico era James. Se quedó callada y, sin querer, giró la cabeza hacia atrás. James y su padre caminaban alegres, hacia su hogar, a reunirse con la dueña de la casa, que los esperaría con un plato de comida caliente y un abrazo para cada uno. Como lo haría su propia madre si aún estuviera viva. Pero no lo estaba y ella le había prometido a James que, a pesar de todo el dolor que eso le producía, volvería a aprender a sonreír.

¾¿Qué pasa? ¾Pregunto, muerto de curiosidad el rey, al ver cómo su hija se quedaba parada en mitad del camino mirando hacia su nuevo amigo.

¾Nada, papá, nada. ¾Negó Nieves, girándose de nuevo hacia él en el mismo momento en que James se volvía para fijar sus ojos en ella una última vez. Sólo vio cómo ella abrazaba de nuevo a su padre, en un arrebato de emoción contenida, y una risa alegre se le escapó entre los labios.

¾¿Qué te traes entre manos, pilluelo? ¾Le preguntó su padre medio en broma, medio en serio.

¾Nada, padre, nada ¾. Se guardó para sí mismo el secreto.

Al año siguiente, James no acudió a la cita. Nieves le esperó hasta que se cercioró que ni él ni su padre aparecerían. El rey hacia tiempo que había partido y, sin James, la cabaña del bosque le inspiraba algo de temor irracional. Pensó en seguir a su padre por el río, pero no sabía manejar los remos y corría el peligro de ahogarse. Además, por alguna razón, había desaparecido el otro bote. Por suerte, había sido más hábil que el año anterior, y a parte de algo de comida, llevaba un farol consigo, así que, aunque dolorida, cansada y decepcionada, a mitad de la noche llegó al castillo.

Lo intentó un par de años más, pero él nunca acudió. Nieves se preguntó mil veces qué podría haber pasado, porque en ningún momento consideró que él le habría fallado. Ella había cumplido su promesa, ¿por qué él no iba a hacer lo mismo con la suya? Quizás se habría casado. Ya tenía quince años, y a esa edad algunos chicos se casaban, ¿no? Además, era un campesino, y había oído que los pobres tenían que casarse antes que los ricos. Trató de no pensar mucho en ello, y se prometió así misma que aquel año volvería a ir, que lo seguiría intentando, una y otra vez, hasta que él apareciera. Pensó que si no abandonaba el guionista que se encargaba de su cuento de hadas se compadecería de ella, y podría volver a ver a James.

Nunca volvió a verle. Aquel año, James acudió a su cita anual. Nervioso y temeroso de que, debido al plantón de otros años, ella no viniera. Su padre había estado enfermo el primer año y ni su madre y él podían alejarse mucho de casa. Había tenido que venir su prima, que tenía la vida resuelta en la ciudad, sólo para echarles una mano, postergando sus nupcias, para poder ayudarles a cuidar de su padre. Finalmente, había muerto entre agónicos sufrimientos causados por el veneno de una serpiente de campo, según descubrieron poco después de que cayera enfermo, y que su perro la destrozara a mordiscos. Tal y como se temía James, ella no apareció. Pero, al igual que Nieves, no pensó que ella se había olvidado de su promesa. Pensó que, quizás, con todo lo de la muerte del rey, había tenido que ir a la capital a llevar su ofrenda para el funeral real. Su madre y él se habían librado por el momento, debido a la enfermedad de su padre, pero, por lo que todos decían, la nueva reina era mucho más tiránica de lo que nunca llegó a ser la antigua familia real y pronto tendrían que acudir. Esperó y esperó, pero viendo que no acudía, se desentendió de la posibilidad de dormir en la cabaña, que desde aquel día prefería tratar de no recordar, y ni siquiera buscó la barca que saciara la curiosidad que tan en vilo le había mantenido de niño. No hubiera cruzado de haberlo querido, tampoco: los dos botes que había cuando se encontró con Nieves habían desaparecido. Volvió a casa pesaroso, cansado y con un nudo en la garganta.

Sólo acudieron una vez más allí. Una vez, después de mucho tiempo. La promesa que no habían sabido mantener, pero que había definido su forma de comportarse y que tantas alegrías y desgracias les había traído, les atenazaba la mente y les obligaba a callar cuando alguien preguntaba por sus preocupaciones. Finalmente, una mañana, sin avisar a nadie, se escaparon cada uno de casa, para acudir allí. Fueron de día, a pesar de que los caminos ya eran seguros y no habían ninguna reina malvada y dictadora por la que preocuparse. Fueron para, qué se yo, hablar con ellos mismos, lanzarle piedras al río, pedir perdón a quien habían fallado, a quien, después de mucho tiempo, comprendieron que había sido su primer amor. Ambos tenían la suerte de estar junto al amor de su vida, pero a ese amor de juventud no se  le olvida, nunca podrían. Lo habían prometido, y aunque fuera una locura, seguirían recordándolo. Al fin y al cabo, el primer amor era algo de eso: un poco de locura y una gran curiosidad.

¾¡Nieves! Amor, ¿qué haces aquí?

Preguntó James cuando llegó al embarcadero, y vio a su esposa. Nieves se volvió y al ver la atónita cada de James, lo comprendió todo rápidamente.

¾¡Eres ese James! ¾Susurró como quien esconde un secreto.

¾¿Qué? ¾Preguntó sorprendido James.

¾¡Eres James! El James que conocí en el embarcadero, hace muchos años, cuando mi padre aún estaba vivo. Oh, cariño, eres tú. ¾Le abrazó con fuerza, y al separarse, le acarició el rostro con el dedo índice. ¾Creí que... Pero, ves, nunca falté a mi promesa. ¡Nunca te olvidé!

Entonces, él se acordó. Se acordó de la niña de vestido negro y botas de montar, de la chiquilla que quería beber para olvidar a su madre, que tenía un caballo llamado Lucero, y al mirar a Nieves se preguntó cómo no había caído antes. Estaba claro que ella era el amor de su vida, pero, entonces, ¿cómo había podido creer que su primer amor no era también ella?

Sonrió. Rió. La besó y volvió a reír, sintiendo cómo la felicidad le recorría el cuerpo de punta a punta.

¾¿Ves? Te dije que pasara lo que pasase, te encontraría. Te encontraría siempre, y te haría sonreír. Princesa.

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