La vida es la arcada anterior al vómito
No escribes. Aporreas el teclado. Recuerdas, te encoges, y vuelves a recordar. Es la putada que tiene la vida, que se queda anclada con todos los colores. Vomitas los colores, escupes los sabores, y te revuelves en tu propia mierda. Qué asco, ¿verdad? Es lo que tiene la vida, que siempre ha sido una gran hija de puta.
Ayer soñabas con caminar a la orilla del río y fotografiar a la primavera metamorfoseada en cerezos en flor. Hoy matarías a puñetazos a alguien sólo por reírse. Niño sicótico, vas a terminar destrozando algo hermoso.
Miéntete y sueña. Mienta a los demás e imagina. Golpea cuando puedas, apóyate en una violencia que no daña a nadie. Propina un puñetazo al que menos se lo espera y observa la sangre. Cae de una forma extraña, como un líquido que no está acostumbrado a fluir. Normalmente debe de estar quieta, jodidamente estática, miserablemente inmune al paso de las emociones. Debe de ser eso, que no hay sentimiento, que el estado natural del hombre es o la mentira o la indiferencia.
La vida es la arcada anterior al vómito.
Mientes, golpeas. Estallas, vomitas.
Te revuelves contra ti mismo.
Y tus pensamientos se convierten en la inconexión personificada. El ruido de las risas debería haber llenado el ambiente ya, pero sigue quieto, vacío, con el sonido de una batería y un bajón creando ambiente por detrás. ¿Cómo suena la muerte cuando no hay nadie que la escuche? Nadie escucha nunca, sólo oímos. Nadie muere nunca, no de golpe, no hay fin. Tardamos 9 meses en nacer. Tardamos el resto de la vida en morir. No esperamos, no nos atamos, no sentimos. Sólo nos mentimos, entre nosotros, porque entre la tuya, y la mía y la del otro, las mentiras duelen menos. Sólo golpeamos, con fuerza, para inmunizarnos contra la gran hostia. Estallamos, nunca, nunca estallamos, sólo nos dejamos llevar al sinsentido.
Y vomitamos. Vomitamos la existencia, la muerte y sus historias, la gente y sus chorradas, la vida... No, la vida es la arcada anterior al vómito.
Ayer soñabas con caminar a la orilla del río y fotografiar a la primavera metamorfoseada en cerezos en flor. Hoy matarías a puñetazos a alguien sólo por reírse. Niño sicótico, vas a terminar destrozando algo hermoso.
Miéntete y sueña. Mienta a los demás e imagina. Golpea cuando puedas, apóyate en una violencia que no daña a nadie. Propina un puñetazo al que menos se lo espera y observa la sangre. Cae de una forma extraña, como un líquido que no está acostumbrado a fluir. Normalmente debe de estar quieta, jodidamente estática, miserablemente inmune al paso de las emociones. Debe de ser eso, que no hay sentimiento, que el estado natural del hombre es o la mentira o la indiferencia.
La vida es la arcada anterior al vómito.
Mientes, golpeas. Estallas, vomitas.
Te revuelves contra ti mismo.
Y tus pensamientos se convierten en la inconexión personificada. El ruido de las risas debería haber llenado el ambiente ya, pero sigue quieto, vacío, con el sonido de una batería y un bajón creando ambiente por detrás. ¿Cómo suena la muerte cuando no hay nadie que la escuche? Nadie escucha nunca, sólo oímos. Nadie muere nunca, no de golpe, no hay fin. Tardamos 9 meses en nacer. Tardamos el resto de la vida en morir. No esperamos, no nos atamos, no sentimos. Sólo nos mentimos, entre nosotros, porque entre la tuya, y la mía y la del otro, las mentiras duelen menos. Sólo golpeamos, con fuerza, para inmunizarnos contra la gran hostia. Estallamos, nunca, nunca estallamos, sólo nos dejamos llevar al sinsentido.
Y vomitamos. Vomitamos la existencia, la muerte y sus historias, la gente y sus chorradas, la vida... No, la vida es la arcada anterior al vómito.