Mi padre era politoxicómano y bebedor. En sus delirios decía que había inventado el signo de interrogación. Opinaba que los árboles eran unos vagos porque no se movían. Sufría ese malestar general que sólo aqueja a los genios en su desquiciada vida. Mi infancia fue típica: veranos en Rangún, cursillos de zoofilia, en primavera bailábamos claqué… Cuando me portaba mal me metían en un saco y me daban una somanta de palos… Lo normal en los niños de mi edad. Cuando cumplí los doce años me enamoré de una oveja. A los catorce años una bruja zoroástrica llamada Wilma en un ritual me afeitó los testículos.