[Shot] Original + NC18 por si acaso
La primera vez que recorrí los pasillos humeantes del burdel no podía comprender ese mundo subrrealista que se extendía ante mis ojos.
Bajo la capa de humo de cigarro y opio, tras el eco resonante de la música que sonaba en el primer piso, me encontré una serie de puertas, una al lado de la otra, todas abiertas sin pudor ni vergüenza, mostrando cosas que para mí no existían ni en sueños. Mujeres desnudas tocando mujeres desnudas, jóvenes en extrañas posiciones con hombres mayores que las azotaban con la cadera en un ritmo perverso, niñas que reían correteando a un hombre que podía ser su padre, y tantas otras cosas.
La comadrona me esperaba en la última puerta.
“Este es tu nuevo hogar, Emily” Me dijo, y no pude descifrar su enigmático tono de voz “Es aquí donde tu padre te ha dejado”
A los pocos días perdí mi virginidad en la sala principal del segundo piso, la más grande, con un muchacho al que había visto tres veces y que -según yo- tenía el pene tan largo que me llegaba a la garganta. Antes jugaba conmigo y un pepino pero nada se comparaba.
“Los hombres no tenemos pepinos entre las piernas” Me dijo Austin, uno de los guardias “Aunque, claro, siempre hay alguien que lo usa como si fuera uno”
Todos estaban alrededor mientras mi ritual de iniciación era ejecutado. Las gemelas Langdof -que me habían cuidado hasta entonces- lloraban de felicidad, como si estuviera casándome, y algunas personas parecían especialmente orgullosas de lo que estaba ocurriendo.
Desde ese día, mi iniciación ordenó catorce días de entrenamiento progresivo, que terminaron satisfaciendo a un hombre mayor, terriblemente parecido al que era mi abuelo, y que decía que yo era igual a su desaparecida nieta.
La vida fue nubosa y extraña hasta el día en que nuestro Conde decidió que la vista al océano del barrio rojo era más digna de Señores y Damas que de prostitutas y mendigos.
Las llamas encendieron la noche del domingo de Pascua, mientras los feligreses cantaban por la salvación en la catedral, sobre la colina.
Recuerdo claramente que mi espíritu se elevó y miró alrededor con lágrimas, reconociendo al padre que me abandonó entre los lanceros, hasta que el fuego encontró mi cuerpo y lo devoró con sus mil lenguas.
Bajo la capa de humo de cigarro y opio, tras el eco resonante de la música que sonaba en el primer piso, me encontré una serie de puertas, una al lado de la otra, todas abiertas sin pudor ni vergüenza, mostrando cosas que para mí no existían ni en sueños. Mujeres desnudas tocando mujeres desnudas, jóvenes en extrañas posiciones con hombres mayores que las azotaban con la cadera en un ritmo perverso, niñas que reían correteando a un hombre que podía ser su padre, y tantas otras cosas.
La comadrona me esperaba en la última puerta.
“Este es tu nuevo hogar, Emily” Me dijo, y no pude descifrar su enigmático tono de voz “Es aquí donde tu padre te ha dejado”
A los pocos días perdí mi virginidad en la sala principal del segundo piso, la más grande, con un muchacho al que había visto tres veces y que -según yo- tenía el pene tan largo que me llegaba a la garganta. Antes jugaba conmigo y un pepino pero nada se comparaba.
“Los hombres no tenemos pepinos entre las piernas” Me dijo Austin, uno de los guardias “Aunque, claro, siempre hay alguien que lo usa como si fuera uno”
Todos estaban alrededor mientras mi ritual de iniciación era ejecutado. Las gemelas Langdof -que me habían cuidado hasta entonces- lloraban de felicidad, como si estuviera casándome, y algunas personas parecían especialmente orgullosas de lo que estaba ocurriendo.
Desde ese día, mi iniciación ordenó catorce días de entrenamiento progresivo, que terminaron satisfaciendo a un hombre mayor, terriblemente parecido al que era mi abuelo, y que decía que yo era igual a su desaparecida nieta.
La vida fue nubosa y extraña hasta el día en que nuestro Conde decidió que la vista al océano del barrio rojo era más digna de Señores y Damas que de prostitutas y mendigos.
Las llamas encendieron la noche del domingo de Pascua, mientras los feligreses cantaban por la salvación en la catedral, sobre la colina.
Recuerdo claramente que mi espíritu se elevó y miró alrededor con lágrimas, reconociendo al padre que me abandonó entre los lanceros, hasta que el fuego encontró mi cuerpo y lo devoró con sus mil lenguas.