Fanfiction | sometimes i feel so gay

Jun 21, 2011 17:43

latin hetalia → argentina/chile. nc17.
Manuel comenzó a reírse ligeramente y si Martín no estuviera seguro que la ley de la gravedad es de esas pocas cosas absolutas, pensaría que estaba volando. De cierta manera estaba flotando ya.
adv. → porno. malas costumbres en lugares no indicados. mcdonalds y cosas cursis.


El ajetreo es constante, los papeles vuelan por el movimiento brusco de sus manos cuál aviones planos y llenos de tinta azul, negra o verde. En la capital hubo varios cortes en importantes avenidas, provocando una jodida jaqueca y Martín para ese entonces ya estaba harto de los papeles, de la tinta azul, del ritmo de los tambores y del teléfono que empezó a sonar desde hace quince minutos. Martín suspiró, miró de soslayo a toda su oficina; algunas fotografías y las pinturas de Martín Quinquela estaban torcidas y hay una gran mancha de un mosquito muerto sobre la pared clara que Martín debía-no, que realmente debió quitarla desde hace semanas. Ya le dirá a algún secretario novato que limpie su desastre.

-¡¿Qué querés?! -exclamó apenas atendió el teléfono, con la voz ronca y seca.

-Si quieres llamo otro día -contestó Manuel, por el tono de voz, Martín descubrió que estaba ofendido.

Exhaló por la nariz.

-¡Manuel, no…! No te enojés, es que la oficina es un quilombo -dijo Martín, resignado, dejando caer su frente en el escritorio e hizo un sonido hueco. Por el teléfono, Manuel se rió.

-Viniendo de ti, me extrañaría que no tuvieras estos líos.

-Bueno -murmuró Martín, apretó la mandíbula y garabateó una firma torpe y temblorosa. Entrecerró los ojos de puro disgusto y cambió de tema para su salud mental-. ¿Para qué llamaste?

Segundos de silencio pasaron y a Martín le supieron algo así como horas de pura tensión. Manuel lo estaba haciendo a propósito, él sabe muy bien que detesta el silencio y más si viene del otro. Iba a empezar a imaginar diferentes formas de torturarlo, cuando Manuel se dignó a romper el silencio por fin:

-Te olvidaste algo en mi casa. Anda a recogerlo.

-… ¿Qué?

-Que te olvidaste algo en mi casa, huevón sordo.

Martín sacudió la cabeza, aún seguía sin entender del todo.

-¿Qué yo me olvidé algo en tu casa? -repitió.

-¡Sí! -exclamó Manuel, algo exasperado.

-¿Y por qué no me lo trajiste?

El silencio volvió a ser de esos largos. Y a esta altura Martín golpearía el teléfono contra la mesa de lo frustrado que esto lo tenía. ¿Hizo algo mal? No, por supuesto que no. ¿Entonces qué? ¿Qué, qué, qué mierda, qué?

-Te espero en mi casa.

Y Manuel cortó la comunicación.



Martín no es que sea alguien que obedece órdenes ni mucho menos, si puede irse por su cuenta las cosas no siempre resultan ser las mejores, sin embargo son las menos desastrosas de per se. Pero hay excepciones, y si Manuel lo llama para decirle que se olvidó algo en su casa y que debía ir a buscarlo; pues, iría simplemente a buscar su “cosa” misteriosa y se volvería a su propia casa. Capaz ahí llamaría a Manuel y le diría que venga a comer alguna pizza mientras ven El proyecto de la bruja de Blair porque la parte donde esa mina llora, y llora y mirá se le ven los mocos, ¡boludo, los mocos! ¿Y por qué grita tanto? ¿Son dedos? ¡No entendí un joraca!

Martín está frente a la casa de Manuel, la simple y minimalista casa de Manuel. Hacia adelante y hacia atrás, balanceándose con sus pies y las manos en la curva de su espalda; miró las paredes y las ventanas, la puerta principal, el enrejado y el patio delantero cortado de manera perfecta, y las flores frescas y brillantes. Tenía un aire de perfección que a Martín lo hizo sonreír un poco sin saber por qué (aunque podía mentir perfectamente y sí, saber perfectamente por qué.)

De cualquier manera, tiene que entrar para poder buscar su “cosa”. Abre la puertecita de la entrada y camina hacia el umbral principal.

-Llegué -anunció Martín, cerrando la puerta tras de sí y sintiendo eso que es normal, un poco la mezcla de olores y el hormigueo en sus manos.

Manuel estaba leyendo cuando llegó, supo Martín enseguida porque apenas se asomó por el pasillo tenía puesto sus lentes. Y eran de esas cosas que Manuel sólo usaba cuando se estaba cómodo, solo y ociando en su casa.

-¿Por qué siempre tienes que tardar tanto? -preguntó Manuel, molesto, y arrugó la nariz. Rodó los ojos y le dio la espalda-. Vamos, está en mi pieza.

Martín a esta altura estaba confundido, porque apenas le dejó comenzar a discutir y no es algo que Manuel se perdería fácilmente. ¿O simplemente lo estaba echando? Lo que sea, Martín siguió a Manuel por las escaleras de la casa y trató de no prestarle atención a las fotografías que decoraban las paredes (¿qué mierda hacen esos gatitos ahí?).

Se relamió los labios, ya en la habitación y fue a sentarse en la cama, después de todo Manuel era el que sabía dónde estaba su “cosa”, ¿verdad? La cama se hundió un poco apenas se sentó, y otro más apenas se recostó con los brazos extendidos, con la vista fija en el techo. Una media sonrisa se le escapó apenas sintió las rodillas de Manuel rozarle las costillas y le sostuvo por la cintura cuando se sentó sobre él.

-¿Y mi “cosa”? -preguntó Martín, mirándolo a los ojos mientras Manuel parecía dejarse caer sobre su pecho y se besaron suavemente, casi despacito. Lo hicieron sonreír los dedos en su cabello, hundiéndose y tironeando los mechones-. Sos un chanta.

Manuel le besó la nariz; su expresión era una mezcla entre indiferencia y diversión bailoteándole en los ojos (y muy graciosa con la macha roja en su nariz, delatando su nerviosismo). Se inclinó un poco más, subiendo por su frente; el párpado izquierdo, ahora el derecho y ambas mejillas, hasta terminar en su cuello. Pequeños besos que empezaron a incluir dientes y lengua, un poco de saliva también.

-Che -susurró Martín, quitándose las zapatillas con las puntas de sus pies y apretó los brazos de Manuel con sus dedos-. Che, che, Manu.

-No hables, cállate -dijo Manuel, subiendo para besarlo en los labios y definitivamente Martín se silenció entre el choche de sus dientes y sus lenguas, más saliva y labios más indomables y hambrientos.

Martín bajó las manos de la cintura a su trasero, volviéndolas a subir por encima de la camiseta de Manuel y tocó la piel en un suspiro contra su boca. Manuel hizo un ruido de satisfacción con la garganta, relamiéndose los labios y volvió a mirarlo a los ojos. Martín se enderezó un poco, tirándose hacia atrás, más adentro de la cama, y sólo sus tobillos quedaron colgados en el aire sobre el borde; Manuel se quitó la camiseta y.

La música comenzó a sonar desde el piso de abajo y Martín quería asesinar, retorcer algo entre sus dedos, y aprovechó de hundir sus dedos sobre la cadera de Manuel. Pero Manuel se lanzó a besarlo y no hizo nada para apartarlo, los dientes le hicieron daño a su labio inferior, pero Martín no estaba consciente de eso después de todo.

-Mi celular -dijo Manuel casi sin voz, porque el sonido sigue y sigue, pero no deja de mirarlo ni Martín tampoco. Pero algo parecía dejarlo intranquilo y se bajó de Martín.

Por la forma en que los labios de Martín se movieron, Manuel tuvo que darle la razón y se volvió una de esas escasas veces en que estaban de acuerdo en algo.

«Esto es una mierda.»



De alguna manera, los dos terminaron en esta situación: Martín en el asiento del copiloto, Manuel conduciendo el automóvil que los llevaría a La Moneda y la frustración amontonándose como humo de cigarrillo en ese espacio pequeño. Manuel ni loco te dejo solo en mi casa, Martín y Martín con suspiro resignado porque le sacaron el dulce de los labios, luego de discutir un poco sobre la falta de confianza y de que es una chusma y seguramente revisaría toda la casa, subió y prendieron viaje.

-¿Y al final? -preguntó Martín, mirando el apoyabrazos del asiento, abriendo la trampita para tirar el resto del cigarrillo o algún papelito cualquiera. Adentro aún estaba el envoltorio del sorbete de la Coca-Cola que se compró la otra vez.

-¿Al final qué? -contestó Manuel, maniobrando y una mueca de disgusto en la boca.

-¿Qué era mi “cosa”?

Manuel lo miró de reojo.

-Te olvidaste un calcetín debajo de mi cama -dijo Manuel, sonrojándose un poco-. Te lo lavé, era un asco.

-Mirá vos, gracias por tu buena voluntad -respondió Martín. Se acomodó mejor en el asiento y sonrió un poco más-. Podrías haberte buscado una mejor excusa, al menos.

-¿La necesito?

Cuando se miraron de reojo, Martín no reprimió la carcajada y se encogió de hombros, dejándole a libre interpretación. Puede ser que no necesite alguna excusa, quién sabe. Martín miró por la ventanilla; la gente, los árboles, los edificios, los otros automóviles, el cielo y el reflejo de Manuel conduciendo y su ceño fruncido pero sus mejillas sonrojadas.

Llegaron a un aparcado subterráneo, y Martín no se sorprendió que Manuel estacionara en un rincón alejado de todos los automóviles, ni tampoco que apagara las luces y subiera las ventanillas polarizadas. Ni siquiera el arrastre de la correa del cinturón de seguridad sobre su pecho.

Manuel se sentó sobre él, y era medio incómodo pero a la vez no; se miraron a los ojos sin pestañear apenas, con la expectativa dilatándose en sus pupilas. Distraídamente, Martín empezó a hacer círculos en la espalda, Manuel, en cambio, juntó los cabellos de atrás y tironeó para poder ambos besarse despacio. De esos lentos, con las bocas apenas entreabiertas. Sintió el suspiro de Manuel y se separaron con sus labios chocándose apenas.

Martín fue rápido en empezar a subirle la camisa a Manuel, sus dedos colándose a la altura de su cadera y subir y subir por su espalda, acariciando los huecos de la espina dorsal y siguiendo el contorno de las costillas con sus pulgares. Manuel suspiró en su oído, sujetando el lóbulo entre sus dientes y lo tironeó dos veces, dejando caer su boca en su cuello y los dientes hicieron acto de presencia; la piel le cosquilleó al estar húmeda, dándole escalofríos a Martín.

-Oye, oye -susurró Manuel con la voz un poco temblorosa, su mejilla rozando la de Martín (y ahí se dio cuenta que estaba caliente, caliente)-. ¿Te importaría demasiado sacarme la camisa?

Martín se rió entre dientes.

-No me jode que me dejés chupones, hacer eso tampoco.

Las mejillas de Manuel cobraron más color y Martín sintió que los dedos se enterraban un poco más en su cabello, pero ninguno dijo nada vergonzoso sobre eso. Y poco a poco, de mala gana -se le notaba demasiado-, Martín sacó las manos de la camisa y los botones salieron de sus ojales.

Manuel soltó un jadeo, abrazándolo por el cuello de repente y besándolo con más pasión, lamiéndole los labios y los dientes chocando entre sí. Las manos de Martín se metieron, intrusas, cuando la camisa se partió a la mitad y los pulgares presionaron sobre los pezones.

-Estuve pensando -dijo Martín en voz baja, sobre el mentón de Manuel. De alguna forma, ambos encontraron una buena posición para que sus miembros se presionaran sobre sí y Manuel hacía un movimiento apenas perceptible con la cadera-, estuve pensando, che -repitió.

Manuel entrecerró los ojos, ahora el sonrojo un poco más abajo sobre su cuello.

-Te escuché la primera vez, huevón.

Martín se sostuvo desde los muslos de Manuel para impulsarse un poco hacia arriba. La excusa era dejar de hundirse en el asiento del auto, pero la verdad es que quería un poco más de ese picor que no llegaba a ser del todo placer.

-Bueno -hizo una pausa, ahogada en un suspiro así como sus manos dejaban las piernas de Manuel y empezaban a acariciar su trasero-, estuve pensando en que, no sé.

-Sino sabes, no hables -dijo Manuel con el ceño fruncido, rozando los labios de Martín y dejó un rápido beso a la comisura-. En qué, en qué pensabas.

Martín negó con la cabeza, ahora metiendo sus manos dentro del pantalón con un poco de esfuerzo. Manuel lanzó un improperio y sacudió la cabeza, sus manos desabrochando el único botón del pantalón y bajando el cierre, liberando un poco de la presión. Ambos suspiraron a la vez, besándose enseguida.

No era de esas personas pacientes, y Martín metió sus manos, ahora sí, dentro de la ropa interior guiándolas a la erección de Manuel. Primero la tocó con sus dedos a lo largo, escuchando los jadeos entrecortados en su oído, desde la base hasta masajear la punta presionando con el pulgar, comenzando a bombear cada vez más rápido. Manuel se aferró a él, suspirando suavecito, tocando con sus labios el lóbulo de la oreja y moviendo su cadera.

Se besaron una vez más, lento, muy lento, como si fueran capaces de retener el tiempo y los segundos fueran eternos. Manuel apoyó los brazos sobre los hombros de Martín, hundiendo sus manos en los cabellos que eran suaves y el perfume, esa colonia maldita, mareándolo. Se separó de Martín y con urgencia, intentó desabotonar el pantalón y tocarlo él también. Martín gimió, ayudándolo con la mano libre y la otra seguía en ese arriba-abajo pero un poco más lento que antes. Cuando la erección de Martín salió de la ropa interior, y por ende del pantalón, Manuel acercó su cadera a la otra y ambos comenzaron a tocarse más fuerte, bombeando rápido y se besaron una vez más de esa forma lenta.

-Pobre tu jefe -suspiró Martín en la boca de Manuel, hablando pausado, riéndose después y fijándose en ambas erecciones juntas, tocándose en la punta-. Te debe estar esperando.

-No importa -dijo Manuel, ahogando un gemido entre sus labios, apretándolos como una fina línea-. No importa, ah, apúrate, Martín.

-No puedo si no te sacás los pantalones, genio.

-Lo hubieras dicho antes.

-¿Te pensás que voy a ponerme a decir eso en un momento como este?

-Pues, sí -dijo Manuel con una pequeña sonrisa.

-Estás mal. Muy mal.

-Tú estás peor, fíjate.

Martín se preguntó, un poco, cuando miró a Manuel y ambos se sonrieron de lado, cómo es que hubiera una mínima posibilidad de que esto... Manuel se pasó al asiento del conductor y aprovechó para bajarse los pantalones hasta la rodilla y quitarse la polera, tirándola en el asiento de atrás. Se pasó una mano por su torso, tocándose la punta de la erección con aire distraído y la verdad, si era un poco sincero, quizás sólo un poco, podría decirse que lo estaba disfrutando más de lo que tenía planeado.

En un suspiro, tenía a Manuel una vez más sobre su regazo. Sin pantalones, sólo tenía la camisa desabotonada pero no era algo de lo que ambos se pusieran a pensar. Manuel, sin mirarlo, con la boca brillante e hinchada, las mejillas sonrojadas y la respiración irregular, le dejó sobre su pecho un lubricante y un condón.

(Martín empezó a reírse.)

-Lo tenías bien planeado, eh.

Manuel no respondió y siguió sin mirarle a la cara. Martín lo sujetó de las costillas y lo apretó contra él, mordiéndole y besándole el cuello. Sus manos tomaron el lubricante, abriéndolo y poniéndose un poco entre los dedos y la mano, mordiéndole ahora las clavículas y mirando sus movimientos desde el hombro.

Escuchó el suspiro de Manuel cuando lo preparó, deslizando un dedo y luego otro. Se revolvió contra él, jadeando un poco más fuerte y moviendo su cadera casi sin darse cuenta, la punta de la erección golpeándole en el ombligo y todo era húmedo. Martín ya no podía ver con claridad, su propio miembro latiendo lo distraía y los chupones en el cuello de Manuel empeoraban las cosas, de verdad.

Manuel fue quién le ayudó con el condón, abriendo el papelito un poquito con sus dientes y colocándoselo con las manos temblorosas. Manuel fue quién levantó un poco su cadera y se acomodó sobre él, deslizándose poco a poco y ahogando un suspiro sobre la mejilla de Martín. Fue, también, quién dijo:

-Quédate quieto, un poco.

Y permanecieron en silencio por un tiempo más. Manuel lo abrazaba desde el cuello, Martín por la altura de las costillas, sus torsos tocándose. Acarició la espalda dulcemente, presionando con sus dedos algunas partes más delgadas (esas en las que notaba las costillas o el hueso de la cadera). Volvieron a mirarse.

Se besaron.

Manuel se inclinó hacia él, llevó su espalda hacia atrás, lentamente al principio y ahora con más fuerza que antes, de lado a lado y un meneo un poco más profundo y más lento. Martín embistió contra él, sus manos en la cadera, los dos jadearon más fuerte que antes y de pronto fue difícil respirar ahí adentro.

Sintió los dedos aferrarse entre su cabello (“Ahí, ahí, sí, ahí, Martín”), tironeándolo, revolviéndolo. Sintió los gemidos contra su boca, los dientes mordiendo el labio inferior y, en sus besos rápidos y torpes, la humedad y el aliento calentándole la piel.

En un momento a otro, Martín rodeó la erección latente contra los bordes de su ombligo y la bombeó más rápido. Manuel se mordió los labios, deteniéndose, y por un impulso sujetó su cuello y lo besó, lo besó y se movió más rápido contra esa mano y movió la cadera más y más (más, más, así). El calor crecía y crecía en el vientre, justo ahí, más abajo, las embestidas eran menos concisas y desiguales; Manuel ya no se movía como antes y lo hacía todo por inercia, dejándose caer sobre el pecho de Martín y suspiró, y jadeó, en el momento justo en que todo pareció verse blanco y una sensación indescriptible lo llenó por dentro, viniéndose sobre el pecho de Martín y gimiendo contra su boca. Martín lo siguió poco después y se corrió segundos después, dejándose recostar en el asiento del auto, sin aire y con los cabellos húmedos pegándose a él y los mechones molestándole en los ojos pero sonreía, siempre siempre sonreía.

Tanto Martín como Manuel se quedaron quietos en el lugar (o, bueno, Manuel alzó un poco la cadera y Martín se quitó el condón y lo dejó en esa trampa donde aún estaba el envoltorio del sorbete de la otra vez), abrazándose y respirando cada vez más lento, más normal, y esa sensación molesta y pegajosa en la espalda de Martín se hizo más presente pero no por eso iría a darle atención. Manuel fue el primero de salir de su escondite, en el cuello, y comenzó a pasarle los dedos sobre el pelo y Martín no sabía si lo estaba despeinando más o realmente quería acomodárselo.

-¿Qué estás haciendo? -preguntó apenas con voz, mirándolo a los ojos. Manuel se encogió de hombros, haciendo una mueca y ahí están. Besándose.

Se acariciaron con sus manos, un poco más dulces en los brazos y en la parte del cuello. Se besaron despacito, rozándose los labios y Manuel de repente sonrió.

(Martín se dio cuenta que hoy es un buen día.)

-Quiero una ducha -susurró Manuel, apoyando su mejilla en la clavícula de Martín, cerrando los ojos. Martín le tocó la nuca con cierta dulzura.

-¿Sabés? Estuve pensando...

-En qué, en qué estuviste pensando esta vez.

Martín le besó la frente e hizo un mohín con la boca.

-Estuve pensando en que podríamos rajar de acá.

Manuel desvió la mirada al estómago de Martín, escuchó un “¿no tenés un pañuelito descartable, che?” y se sonrojó al ver las manchas de semen parcialmente sobre el estómago. Lo picó un poco con el dedo en las costillas, Martín saltó sorprendido, y abrió la guatera del coche, sacando una caja.

-... Ya me estoy preocupando, boludo, en serio.

-Es asqueroso que estés así, límpiate.

Martín lo miró un segundo antes de tomar un pañuelo y empezar a pasarlo sobre el pecho de Manuel. Éste intentó hacer una queja, tirándole un mechón de cabello o incluso insultarlo, pero terminó por ceder (porque, realmente, ya estaba desnudo frente a él y qué, qué importa, realmente, ¿qué importa?) y el que Martín lo limpiara de esa manera lo hizo sonrojar un poco. Silenciosamente, buscó su ropa interior y se sentó en el asiento del piloto una vez más, cuando esa tarea se terminó.

Y sacó un pañuelo de la cajita, deslizándolo por el pecho pegajoso de Martín. Sus mejillas estaban sonrojadas a más no poder y trataba de evitar la mirada del otro porque, intuía, lo ponía nervioso. Martín sonrió de lado, dejándose hacer, sin pedirle que lo mirara o siquiera intentó llenar el silencio con algo más.

Porque con sólo limpiarlo así, de esa manera, a Martín le decía todo.



Se recostaron en el asiento de atrás, fumándose unos cigarrillos sueltos que Martín tenía en uno de sus bolsillos y no importaba que estuvieran arrugados, mientras se pudieran fumar. Abrieron un poquito la ventana, lo suficiente para que el humo saliera y se quedaron así por un tiempo que ninguno supo calcular. Manuel dormitó un poco sobre el hombro de Martín, siguió fumando y después se quedó en silencio escuchando el leve ronquido.

-Quiero bañarme.

Eso fue lo primero que dijo Manuel cuando se despertó.

-Yo tengo tanta hambre que podría comerme una vaca -dijo Martín con la cabeza recostada sobre el asiento. Manuel lo miró en silencio.

-Ya lo haces.

-Hoy no hice asado.

-Lo harás mañana.

(Martín no quería darle la razón.)

-¿Vamos a comer?

Manuel alzó las cejas y trepó hasta sentarse nuevamente en el asiento del conductor. Martín hizo lo mismo, con parsimonia, y en el asiento del copiloto, ahogando un suspiro porque ahora la espalda le dolía a horrores. Pero el hambre le puede más y de veras quería comer algo, no tuvo oportunidad entre salir de la oficina e ir a la casa de Manuel.

-Okay, vamos rápido -dijo Manuel, poniendo en marcha el automóvil y virando para salir de ese rinconcito en el aparcado subterráneo. Ninguno dijo nada respecto a la cita con el jefe de Manuel (o, quizás, ninguno se acordaba de tal cosa).

El paisaje fue el mismo, diferente horario. Menos gente caminando y más coches entorpeciendo el tráfico. Las luces amarillas le hicieron picar los ojos, en los párpados que cerró y juró por un segundo que se quedó dormido, cuando Manuel se detuvo y lo zarandeó, sobresaltándolo.

-¿No que querías comer, Martín? -preguntó Manuel con inocencia, los ojos brillándole con un poco de burla pero lo ignoró.

-¿Dónde estamos? -dijo Martín, levantándose y desperezándose. Las letras de neón brillaban sobre la ventanilla y no reprimió una carcajada-. ¿Un McDonald’s, boludo?

Manuel se encogió de hombros.

-¿Qué quieres? ¿Esa hamburguesa gigante?

-Y la Coca. Y las papas fritas también.

(Manuel comenzó a reírse ligeramente y si Martín no estuviera seguro que la ley de la gravedad es de esas pocas cosas absolutas, pensaría que estaba volando. De cierta manera estaba flotando ya.)

-Por eso estás gordo, huevón -dijo Manuel, abriendo la puerta y dándole la espalda a Martín, quien aprovechó para patearle el culo. Como respuesta, la clásica señal con el dedo del medio levantado y algún insulto ahogado.

Martín notó, desde donde estaba, que la “M” amarilla comenzó a parpadear; apagándose y encendiéndose como posesa hasta que terminó oscureciéndose por completo y se leía un “cDonald’s”. Y no supo qué fue lo gracioso que empezó a reírse hasta que el estómago dolió, y las lágrimas se amontonaban sobre el rabillo de su ojo. Todo se sentía cálido, con olor a tabaco y a colonia y a un preservativo sucio que sacó de su trampa y lo tiró entre los arbustos cercanos, aprovechando que Manuel no le gritaría por ser un sucio, según sus palabras. Alejó un poco el cuello de su polera en el momento justo que el otro entraba al auto con la comida.

-Tu hamburguesa me da pena. Siempre -comentó Martín, abriendo la caja con sus cuatro pisos de carne, con lechuga y tomate mal acomodados y el queso que se escurría de los costados. Manuel hizo una mueca.

Con suerte la hamburguesa de Manuel tenía un poco de queso cheddar y, sorpresa, una fina carne entre el pan aplastado, por supuesto. Delicioso cuarto de libra.

-Tú eres un maldito exagerado, Martín.

Martín dio un sorbo a su largo, largo vaso de Coca-cola, feliz, y alzó las cejas hacia Manuel. Notó que intentó luchar con el ceño fruncido y su expresión seria, fallando porque las comisuras de su boca temblaban por alzarse y sonreír (¿ligeramente otra vez?). Tomó una papa frita y se la acercó a su boca.

-Terminá de comer, dale, y volvamos a casa.

-A mi casa, supongo.

Martín asintió con una sonrisa en la boca. (Y la “M” volvió a encenderse.)

anne: es fome, fandom: latin hetalia, ! fanfiction, anne: escribe, pa: chile/argentina, otp: let me die okay

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