Lunes negro

Aug 25, 2009 03:44


Porque tambien hay dias en los que si bien decir que quisiera morirme es demasiado dramatico, si quisiera borrarlos.

Cada dia es una batalla diaria, porque cuando todo parece que se recompone y que estamos como en el primer dia y el mundo parece color de rosa, viene un desacuerdo y todo se rompe en mil pedazos y parece que la unica solucion es permanecer separados.

Nunca tome para olvidar sino para recordar, pero hoy como me hace falta un buen trago para olvidar...

Malcolm Lowry
Con el mezcal en la sangre

Conocer a Malcolm Lowry es descender a un universo marginal, etílico y voraz; es como estar en un sitio lleno de contrastes. Al cumplirse 100 años de su nacimiento, recordamos así al autor que se inspiró en México para escribir Bajo el volcán (28 de julio)



  • 2009-08-24•El Ángel Exterminador




Foto: Castruita
Hace tiempo que Malcolm Lowry dejó de ser simplemente un autor: es un nombre que sirve para ubicar conductas excedidas, un mundo aparte en el que podemos corroborar vicios y manías (recuérdese la excelsa declaración alquimista: “Yo transformé en oro todo el mezcal que llegué a beber”). Como dice un epitafio en donde se describe, “vivió por las noches, bebió todo el día”. Con una obra discreta en cifras, no más de siete títulos, con un puñado de temas que regresan invariablemente (viajes hacia lo desconocido, hacia la muerte, con personajes que buscan sus propios límites en el seno de otra cultura y que reciben una respuesta incomprensible y, a menudo, brutal), se ha convertido en el vulcanólogo más respetado de la literatura mexicana.

“De las muchas fotografías que existen de él, algunas captaron y congelaron sus poses: el poeta que toca el ukelele, el genio borracho aferrado a su libro y a su botella de ginebra, el tipo rudo con una enorme expansión de tórax, el payaso chaplinesco con los pantalones flojos, la víctima desvalida y sin remedio de un mundo cruel, el hippie precursor y el sabio visionario fundido con la naturaleza de su cabaña a la orilla del mar en la Columbia Británica”, refiere su biógrafo Gordon Bowker en Perseguido por los demonios.

Seguirle los pasos a Malcolm Lowry no es una tarea sencilla, más bien se requiere de la habilidad de un espeleólogo que desentraña pacientemente los intrincados laberintos forjados por el autor. La ruta a seguir en esta travesía que el propio Lowry habría llamado el viaje interminable, se apoya en la azarosa vida que llevó y, claro está, en su incursión narrativa, poética y epistolar.

Como la pequeña Alicia de Lewis Carroll, Lowry siempre tuvo a la mano una poción mágica que lo incorporaba a mundos imaginarios. Con ayuda del alcohol, transformaba su entorno en un paraíso o en un infierno. Desde que era adolescente descubrió su predilección por el ginebra y más tarde por el whisky. (Antes de comenzar sus actividades matutinas, incluso antes de vestirse, ya se había servido el primer vaso de whisky). Cuando vino a México cambió a este último por el tequila y el mezcal. (Fue a Oaxaca porque le dijeron que era el mejor sitio para beber mezcal). Así, entre la pluma y la botella, transcurrió su caótica existencia. Para Anthony Burgess el genio de Lowry está en su capacidad de convertir el sufrimiento de un alcohólico en una parábola de significación universal.

En un relato que publicó en los años cuarenta, Lowry se acuerda de un incidente de vivió con su padre. Iba con su progenitor y en el camino se encontraron con un vecino que era abogado. El vecino saludó cordialmente al hombre que conducía el automóvil y éste no respondió al gesto. El niño preguntó a su padre por qué lo desairó y le respondió: “Ese hombre es un borracho sin disciplina personal”. Entonces el niño protestó: “¿Levantarse a las cinco de la mañana para caminar once kilómetros hasta el transbordador no es una disciplina personal?” Reinó el silencio, para el padre cualquiera que bebiera era sinónimo de un ser despreciable. “Él no supo que, en secreto, yo había decidido que de grande iba a ser borracho”, apunta Lowry en el manuscrito de Enter One in Sumptuous Armour.

En su plegaria por los ebrios, incluida en el libro de poemas Un trueno sobre el Popocatépetl, implora: “Dé Dios de beber a los borrachos que al alba despiertan, totalmente exhaustos, farfullando en el regazo de Belcebú, y asoman a la ventana para divisar, una vez más, el temible Pontefract del día”.

Durante un verano que pasó en Cambridge, Lowry descubrió dos litros y medio de solución con 95% de alcohol mezclado con limoneno, esencia derivada de la cáscara de lima que se usaba su amigo Martin Case para experimentos químicos. En ese entonces el joven Lowry quedó fascinado por esa bebida, a la que llamó “verdadera agua de fuego”.

El canto fúnebre de Malcolm Lowry sería acaso aquella conocida balada tavernera que dice así: “Bebián bebían bebiamos hasta que perezcamos…”
Mary Carmen Sánchez Ambriz

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