Pairing: Sansa/Sandor, más o menos... y Alayne
Disclaimer: A ver, si yo escribiera como Martin y cobrara lo que cobra él, no estaría publicando esto, y en caso de publicarlo sería desde una mansión con una playita privada y un tío bueno sirvíendome bebidas. Adivinad qué. Estoy en Galicia chillándole a mi hermano.
Rating: PG-13 por la simple razón de que sale el Perro
Warnings: Spoilers hasta Festín de Cuervos ¡¿Qué haces que no has leído Festín?! ¡Corre, corre a la librería más cercana!
A/N: Un regalo de cumpleaños para
samej_eh, que me cae mejor de lo que la conozco.
A Alayne Piedra no le gusta el Valle. Es frío y árido, y siente que su padre no es bienvenido. En el Valle, ella sólo puede cuidar de Robert, y pensar en su prometido y en su padre. A Alayne no le gusta ninguno, pero no se queja. Ha vivido toda su vida en el más pequeño de Los Dedos, dónde había poco más que cabras, y ahora se le da la oportunidad de casarse con el heredero de la casa Arryn. Robert no va a durar mucho, de eso está segura, pero sospecha - Alayne cree que Petyr también, aunque no diga nada - que Harrold no será capaz de mantener el Valle en su poder. Es un crío, y hay demasiados intereses en juego, demasiados señores poderosos que desean ser los Guardianes del Este. A Alayne no le importa mucho. El Valle no le gusta, y ella ha perdido demasiadas cosas ya; una más, piensa, no hará diferencia.
A Alayne no le gusta pensar en el pasado. No le gusta pensar que en realidad ella nunca ha estado en Los Dedos, que su nombre no es Alayne, que su apellido no es de bastarda, que Petyr Baelish no es su padre, que la única familia que tiene cerca es su enfermizo primo. No le gusta pensar que una vez fue Sansa Stark, que su hogar Invernalia, que pudo ser reina de Poniente, que tuvo otros padres y hermanos y una loba huargo. Sin embargo, a veces no puede evitarlo.
A Sansa tampoco le hubiera gustado el Valle. No le hubiera importado el frío, pues no es más frío que Invernalia, pero no es su casa. En Invernalia, incluso bajo la nieve podía adivinar el verano que ahora se acababa en Poniente, y que hacía tiempo que se había acabado allí. A Sansa le gustaba el verano. Le gustaban las canciones sobre los caballeros del verano, y le gustaban los nobles gentiles que aparecían en ellas. Como Loras Tyrell. Loras era hermoso, noble y galán, todo un caballero como los de las canciones. El Perro se había reído de ella por eso.
Pero El Perro no era como Loras. Sandor era rudo, cruel y horrible. A Sansa le asustaba su rostro quemado, su risa ronca y profunda, sus ojos oscuros y brillantes. Temblaba cada vez que sus manazas la cogían y él acercaba su rostro al suyo, y la llamaba Pajarito echándole a la cara aquel aliento cargado de vino y podredumbre. Le fallaba la voz al cantar para él, y entonces él reía, y le llamaba pajarito otra vez antes de llevarla ante Joffrey, porque él era El Perro y obedecía sin rechistar, o irse a beber de nuevo. Loras nunca hubiera hecho eso. Loras le hubiera sonreído, le hubiera llamado por su nombre y la hubiera tratado como a una dama. Loras la hubiera protegido de Joffrey y la hubiera puesto a salvo en Altojardín. Loras le había regalado una rosa roja, le hubiera regalado otra cada día que pasara con él.
A Sansa, piensa Alayne, no le hubiera gustado el Valle. Pero Sansa, en su opinión, no era más que una niña idiota. Sansa, que soñaba con rosas y caballeros en un eterno verano. Pero el verano ya se acaba, se acerca el invierno. Y en invierno, las rosas mueren, y lo único que le queda para protegerse del frío a un pajarito es una capa blanca como la nieve del norte, aunque esté desgarrada y manchada de sangre, y aún huela a ceniza y alcohol.
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