Ahm no sé muy bien cómo explicar esto... hoy recordé que tengo que actualizar el 28 de octubre (osea, hoy, desde hace una hora más o menos), pero no tenía nada preparado, sólo un fic que aun no tiene final y que necesita muchos retoques y como no me da tiempo a publicarlo, he decidido subir uno que escribí hace unas semanas y que seguramente algunas de vosotras no habréis leido.
El otro lo dejaremos para el october huddy del año que viene XDDD
Este fanfic consta dos capítulos (un poco largos) y es un final alternativo a The Itch.
COMO CADA NOCHE I
“He venido aquí esta noche porque cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien deseas que el resto de tu vida empiece lo antes posible.”
Billy Cristal -Cuando Harry encontró a Sally
Dejó el libro sobre la mesita y corrió hacia la puerta, deteniéndose a mitad del camino, justo antes de alcanzarla.
Se quedó allí parada, mirando la madera lacada y preguntándose si debía abrirla o dejarla cerrada y que las cosas siguieran como estaban.
En todos aquellos años, se había planteado en varias ocasiones, si deberían volver a intentarlo, pero por mucho que la idea de volver a tener algo con él le resultara tremendamente tentadora, a la hora de la verdad, era incapaz de lanzarse a la búsqueda de algo que quería y temía.
Semanas atrás se habían besado.
Habían vuelto a unir sus labios después de años sin que sus cuerpos estuvieran tan cerca y desde entonces, aquel viejo sentimiento que creía haber matado y enterrado bajo capas de tierra, había vuelto a resurgir con más fuerza que la primera vez.
Y ahora se encontraba en una difícil encrucijada: ¿debía volver a intentarlo pese a que sabía que él la dañaría como nunca nadie la había dañado o debía olvidar el pasado y pensar que tal vez House podría cambiar y una hipotética relación entre ellos tendría un final feliz?
Intentó no pensarlo ni un instante más porque sabía que si lo hacía, jamás se atrevería a dar el paso, así que casi sin reparar en si estaba bien o mal, se acercó lentamente hacia la puerta, hasta que sus dedos consiguieron rozar la fría cerradura. Acarició la llave durante apenas unos segundos, pero justo cuando conseguía girarla y la puerta comenzaba a abrirse lentamente, escuchó su moto arrancar.
Sujetó con fuerza el pomo y abrió totalmente, como si un vendaval acabase de empujarla, dispuesta a salir a la calle y gritarle que no se marchara, que aun tenían mucho de que hablar… pero cuando salió a la entrada, sólo alcanzó a verle alejándose hasta perderse en la oscuridad de la noche.
Entró en casa y cerró dando un fuerte portazo, dejándose caer en el suelo con su espalda apoyada en la fría madera.
Se sentía tremendamente estúpida.
Ella era Lisa Cuddy, decana de medicina, la primera mujer del país directora de un hospital, el orgullo de papá y mamá y la envidia de su hermana, la mejor en su trabajo y la número uno como amiga, confidente o consejera… pero un completo fracaso en lo que a relaciones sentimentales se refería. Y a veces se odiaba, no sólo por ser incapaz de mantener una relación duradera, sino por no ser capaz siquiera de tener una simple cita.
¿De qué le servía ser una excelente directora si al llegar a casa se sentía tan sola y vacía? Durante un tiempo pensó que tener un hijo paliaría esa sensación de fracaso que solía sentir cuando la soledad de su casa la recibía después de un duro día laboral, pero ahora que se le había cerrado la puerta de la maternidad, la sentimental parecía estar a punto de abrirse y eso la atraía y asustaba a partes iguales.
No era únicamente el hecho de iniciar una relación y todo lo que eso conllevaba para su vida de mujer independiente y emocionalmente complicada, el quid de la cuestión, era que estaba empezando a plantearse tener algún tipo de relación amorosa con nada más y nada menos que Gregory House y sabía por experiencia que involucrarse sentimentalmente con su mejor médico, no podía acabar nada bien.
Por desgracia, ya conocía la historia de primera mano y sabía que el patrón a seguir sería el mismo que el seguido la última vez: alguna salida nocturna, un par de encuentros sexuales, ella esperando y exigiendo más y él cerrándose en banda a la posibilidad de darle lo que ella le pidiese, frustración, decepción, pelea monumental e ignorarse hasta que la herida dejara de sangrar.
Por eso era plenamente consciente de que estaba cometiendo una estupidez, intentando abrir de nuevo la caja de Pandora, pero ¿qué podía hacer? Ahora que la llama se había encendido de nuevo después de tantos años, le estaba resultando difícil apagarla… y menos si House adquiría la fea costumbre de ir cada noche a su casa.
No sabía cuánto tiempo llevaba yendo a visitarla, oculto entre las sombras de la noche, pero ya era la tercera vez que le sorprendía en los alrededores de su jardín y se preguntaba cuánto tiempo más continuaría así, aparcado su moto frente a su casa, bajándose de ella a toda prisa hasta llegar a la entrada y parándose largos minutos frente a la puerta para luego marcharse haciendo silencio.
La primera vez que le sorprendió en sus actividades nocturnas, fue una semana después de aquella “fatídica” noche, en la que un beso inesperado trajo de vuelta viejos sentimientos que creían olvidados.
Lisa volvía de la cocina llevando una taza de té entre sus manos, cuando al pasar muy cerca de la ventana del salón, le pareció ver una figura, frente a su puerta. Sigilosamente y con el teléfono a mano por si el extraño venía con malas intenciones y debía llamar a la policía, le espió, oculta tras las cortinas.
En un primer momento respiró aliviada al comprobar que se trataba de su empleado, pero instantes después todo su cuerpo se tensó en alerta, mientras se preguntaba qué estaba haciendo él allí y a aquellas horas de la noche. Podía tratarse de cualquier cuestión relacionada con el hospital, alguna prueba, algún paciente, una firma… pero cuando vio que la mano que él elevaba, en vez de golpear la puerta, quedaba suspendida en el aire durante unos segundos, sin atreverse a llamar, supo que House no había ido hasta allí por motivos laborales.
Instantes después, él se dio la vuelta, evidentemente arrepentido de haber ido a su casa, volvió a montarse en la moto y se marchó, dejando a Cuddy más confundida aun de lo que ya estaba.
La noche siguiente volvió a hacerlo y varias noches después, también. La pauta seguida era siempre la misma: bajarse a toda prisa de la moto, caminar con toda la rapidez de la que era capaz hasta su puerta, quedarse allí parado durante unos instantes sin atreverse a llamar, para acto seguido, darse media vuelta, montarse en su moto y perderse en la oscuridad.
Y nuevamente, esa noche, Gregory House había estado allí para no hacer… nada.
Era increíble como un simple beso había trastocado sus mundos casi por completo, porque era consciente de que no sólo para ella había cambiado la forma de ver su relación. House también estaba distinto desde aquella noche y eso sólo podía tener un único significado: para él también había sido más que un simple beso.
Casi sin darse cuenta se llevó las manos a la boca y se sorprendió a mí misma, acariciándose los labios, intentando retener la huella de aquel beso que se le escapaba sin querer.
Y mientras se levantaba y se alejaba de la puerta, camino de su dormitorio donde compartiría confidencias y alguna lágrima con la almohada, tuvo una idea que se le antojó demasiado valiente para provenir de una cobarde como ella.
No podían pasarse toda la vida así, ella tras él intentando que reconociera algo que no estaba dispuesto a admitir ni siquiera ante sí mismo y él huyendo y a la vez buscándola.
No.
Aquella sinrazón debía parar de una vez y si House no tenía el valor suficiente para terminar lo que había empezado, sería ella quien le pondría fin.
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Gregory House daba mil y una vueltas en su cama, intentando encontrar una postura adecuada que le permitiera dormir, pero era incapaz de mantenerse quieto durante más de quince segundos seguidos.
No sabía qué demonios le estaba pasando, pero menuda racha de insomnio llevaba, cuando no era por una cosa era por otra.
Primero el mosquito imaginario que casi le destroza la mano, luego las llamadas de Wilson instándole a no ser tan idiota y lanzarse de una vez a la “persecución y caza” de Cuddy y ahora, el recuerdo de aquel beso, mezclándose con viejos momentos vividos en el pasado, que no dejaban de martillear su cabeza.
A este paso iba a volverse loco.
Pero lo peor no era el insomnio ni los fantasmas del pasado, sino aquellos “arranques de impulsividad” que algunas noches le llevaban a salir de casa casi con lo puesto para ir hasta la residencia de su querida jefa, para luego, o bien arrepentirse a mitad de camino y volver a su apartamento por donde había venido o quedarse parado frente a su puerta y sin atreverse a llamar.
Y todo por culpa de aquel maldito beso… no sabía que le había impulsado a besarla, durante aquellas semanas había intentado encontrar una explicación racional, sin éxito.
Sólo sabía que por primera vez en mucho tiempo, había sentido pena por alguien que no fuera sí mismo y por la pérdida de la única posibilidad que tenía Cuddy de ser feliz, porque aunque en el fondo había sentido alivio al saber que nadie más le robaría la atención de “mamá”, no podía evitar sentir el dolor de ella como propio. Luego aguantó estoicamente sus reproches y fue consciente de lo hijo de puta que era con ella aun sin tener motivos… y cuando quiso darse cuenta, se encontró devorando su boca como si le fuera la vida en ello.
Y aquel beso, que maldecía, pero a la vez deseaba volver a repetir, no había hecho sino traer de vuelta sentimientos que creía haber dormido para siempre.
Habían pasado ya varias semanas, pero cada vez lo recordaba con mayor nitidez, de hecho, a veces, en mitad de la noche, no podía evitar llevarse la mano a los labios, como queriendo retener con las yemas de sus dedos, aquel sabor maravilloso que ella le había dejado de recuerdo.
¡Maldita sea! ¿Por qué se sentía así? ¿Por qué cada vez que la veía sólo podía pensar en estrecharla entre sus brazos y volver a probar sus labios?
No sabía qué demonios le estaba pasando. Bien es cierto que siempre se había sentido sexualmente atraído por ella, era una mujer muy atractiva y le gustaba y también era cierto que años atrás compartieron una breve historia que salió demasiado mal como para recordarla, pero ahora las cosas estaban tomando un cariz que ya comenzaba a preocuparle, ¿se estaría enamorando de ella?
Se estremecía sólo de pensarlo.
No porque no fuera una mujer increíble, sino por el miedo que le daba lo que la palabra “amor” conllevaba. Y él no estaba preparado para, después de tantos años, volver a enamorarse e iniciar una relación, por ello sus únicos encuentros sexuales se reducían a prostitutas o algún que otro ligue nocturno en un viejo antro, de quien se despedía cuando la noche llegaba a su fin. Eran mujeres que no le exigían nada más allá de un simple polvo y con las que no se sentía obligado a ser diferente de cómo era. Pero Cuddy era distinta. A ella no podía pedirle simplemente una noche de sexo porque sabía que tras la nocturnidad, acabaría pidiéndole más, exigiéndole algo que no estaba preparado para darle.
Y ahora se enfrentaba a una terrible decisión: intentar olvidar lo que había ocurrido entre ellos, verla únicamente como su jefa o hacer caso del idiota de Wilson y pedirle una cita.
Wilson.
Otro que en vez de ayudarle, contribuía aun más a su estado de confusión mental. ¿Por qué no le dejaba tranquilo y se metía en su vida? Desde que se había enterado de su beso con Cuddy, estaba más cotilla que de costumbre y el nefrólogo, se encontraba ya bastante harto de tener que escucharle: “si no es con Cuddy no será con otra”, “te quedarás solo”, “es tu última oportunidad de ser feliz”, “Cuddy es perfecta para ti”, “debes intentarlo o te acabarás arrepintiendo”… ¡Dios! ¿Es que no podía parar de meterse en la vida de los demás? ¿Cuándo entendería que él estaba bien con su vida y no necesitaba a nadie más en ella? Puede que no fuera feliz y que a veces notara que le faltaba algo, pero su soledad era algo que él había elegido y no tenía intención alguna de compartirla con alguien… y menos si era Cuddy, con la que ya tenía experiencia en finalizar mal algo casi inexistente.
Se acarició la pequeña cicatriz de su mano, que todavía no había desaparecido del todo, ya que de vez en cuando el picor volvía con fuerza y pensó en lo difícil que era todo para él. ¿Por qué no podía simplemente dejarse llevar por lo que estaba sintiendo? Años atrás lo hacía, se dejaba llevar por impulsos y emociones a cada momento, incluso tuvo una relación duradera y una vida que la sociedad calificaría de normal, pero luego llegó el infarto a joder su pierna y a sacar a la luz viejos fantasmas a los que había conseguido desterrar en el baúl de su memoria.
No es que antes del infarto fuese al cien por cien feliz, que su vida fuera de color rosa y él un tipo adorable, pero al menos no estaba tan solo como se encontraba actualmente. El maldito dolor había agriado aun más su carácter y le había llevado a alejarse demasiado de la gente, hasta convertirlo en un ser casi asocial… y ahora, mientras allá afuera medio mundo dormía placidamente, abrazado a la persona amada, él se encontraba solo, dando vueltas en su cama y planteándose si debía ir a reencontrarse con su pasado o dejar las cosas tal cual estaban.
Y pensar que si no fuera tan estúpidamente cobarde, si tuviera más valor, sus sábanas no estarían tan frías y sus noches de miseria y pesimismo serían compartidas y aderezadas con caricias ardientes y besos con sabor a helado de crema...
No lo pensó más y se levantó de la cama como un resorte, harto de que el roce de las sábanas le molestara, de que el colchón le pareciese duro y blando al mismo tiempo y de que las almohadas se le antojasen piedras que se clavaban en su nuca.
Se quitó el pantalón de pijama y la camiseta de forma casi mecánica, sin darse tiempo a pensar en lo que estaba haciendo, por miedo a que cuando fuera consciente de sus actos, se arrepintiera de ello y no fuera capaz de continuar con su propósito.
Se puso unos vaqueros, su camiseta favorita y sus deportivas y tomó la cazadora y las llaves, marchándose de su apartamento con un objetivo claro: ir de nuevo a su casa.
La suerte ya estaba echada y no había lugar para el arrepentimiento, porque ya estaba arrancando su moto y conduciendo por la solitaria ciudad hacia una única dirección.
Puede que estuviese cometiendo un error, que se arrepintiera y luego vaciara sus penas en whisky y tristes melodías de piano, pero aquello era un sin vivir, una tortura que no le dejaba dormir y le perseguía día y noche.
Tenía que ponerle fin a aquel despropósito como fuera… aunque necesitara de ayuda celestial para atreverse a llamar a su puerta.
Continuará
Mañana por la tarde subo la 2ª parte!!