Estos dos drabbles fueron escritos mientras estaba en Mérida. Ninguna de las dos historias tiene mucho sentido, sólo estaba intentando un ejercicio de escritura que fallé totalmente Pero redescubrí que hay algo liberador en escribir en mi idioma natal ^____^
El temor le secó la garganta y se instauró pesadamente en la boca de su estómago, sus manos sudorosas y un frío que le recorrió la espina dorsal le hicieron temblar levemente de incomodidad.
Él se postró allí en su asiento, incapaz de invocar una pizca de voluntad que le permitiese mover un músculo tan siquiera, presa de su propio pánico.
Prisionero de sus miedos, de su mente.
Rodrigo se apartó de su ventana cuando la vista del patio frontal, lleno de personas sonrientes y niños jugando alegremente, se mofaba de su bochornosa forma de vivir; cuando el rápido pulso de sus venas reiteraba su fobia con cada latir, como un eco constante y molesto.
Caminó hasta la única morada en la que podía respirar calmadamente y enseguida pudo sentir cómo su cuerpo se volvía laxo dentro de la seguridad que le ofrecían las mismas cuatro paredes que observaba a diario.
Su cárcel predilecta, autoimpuesta.
Cada día al despertar, Rodrigo se hace la misma promesa de romper esos barrotes y cadenas invisibles a los que su propia ansiedad le ha condenado.
Todos los días Rodrigo rompe esa promesa antes de la hora del almuerzo y se repite las mismas palabras lastimeras. Mañana lo haré… La promesa eterna de esperanza que nunca se cristaliza.
Rodrigo se odia por cobarde y recubre su prisión de terror con ese sentimiento, sin percatarse de que así solo alarga su sentencia.
Hoy no será la excepción en la vida de Rodrigo.
Mañana tampoco.
* * *
La única coartada que tenía Luis era su inocencia.
Testigos oculares podrían ubicarlo en la escena del crimen, sus huellos marcadas en el arma homicida e, incluso, el abogado acusador podría pronunciar discursos y discursos que detallaran claramente el motivo que lo habría llevado a cometer tal acto de crueldad.
Luis escucharía impávido cómo era presentada cada muestra de evidencia, cada una más imposible de refutar que la anterior, y sonreiría al jurado porque él era inocente.
El jurado se tomaría cada una corta pausa tras la silenciosa defensa dad por los ojos tranquilos de Luis y enseguida regresarían a la sala, sosteniendo un sobre que contenía el destino del acusado reducido en una palabra.
Luis se pondría de pie y enfrentaría al jurado en silencio, los mismos pares de ojos observándole severamente desde el podio, el mismo tono estoico del juez en cada uno de ellos mientras leían el veredicto y la misma sonrisa triunfal que el abogado acusador no pudo contener al final de su gran discurso.
Todos y cada uno de ellos condenaba a Luis como el culpable de aquel crimen cometido mientras el muchacho de ojos claros los miraba con serenidad, su intangible inocencia manteniéndolo sereno a medida que el verdugo se acercaba para proporcionarle su ejecución, la expiación de un crimen que él nunca habría cometido.
Los ojos miel del jurado, el abogado y el juez brillaban enfurecidamente tras la máscara que cubría el rostro del verdugo, quien levantó su hacha sin demora y, tras un movimiento certero, cortó aquel invisible hilo rojo atado al meñique de Luis y que lo condenaba a una vida en solitud.
La traición, en especial aquella que contra toda prueba no se ha cometido, -pronuncian a su vez juez, abogado, jurado y verdugo, - se paga irrevocablemente con el más alto de los castigos.
Los siguientes pertenecen a una historia que comencé hace años atrás y que nunca pude llegar a terminar, llamada “Erase una vez… Julie” la cual pueden encontrar
aquí. Es una mezcla extraña entre personajes originales basados en mi vida y los Merodeadores de Harry Potter. Sin embargo, ninguna de las escenas que aquí comparto incluyen a los Merodeadores…
"Feliz Cumpleaños a mí…"
Pasaron un mes y 24 días juntos, antes de que él le pidiese tiempo y espacio. Exactamente a 12 días del cumpleaños de Julie.
Y aún así, estuvo junto a ella en su cumpleaños. Ella, él, sus amigos e incluso su hermano mayor fueron a un pub en el centro de la ciudad para festejarla a ella y a Isabelle, que también había cumplido 16 años el día anterior a Julie. Izzie lo celebró entre besos con Anthony, su novio. Julie lo celebró entre besos con John, su ex novio y ahora… ¿amigo?
Fue el mejor regalo de su vida, en realidad. Sus labios. Probarlos una vez más como en una dulce despedida. Mejor incluso que la guitarra que ya empezaba a acumular polvo en el rincón de su cuarto.
Y a pesar de que fueron unos pocos besos. A pesar de que no hubo nada más que eso. A pesar, incluso, de que fue ella la que inició la mayoría, nadie va a cambiar el hecho de que él le respondió. Y eso para Julie era rayar en la gloria.
* * *
Marcas y cicatrices
Se dio cuenta la tarde del viernes en la tienda. No había dormido bien la noche anterior, así que lo sintió en el primer bostezo que dio. Un dolor agudo en las comisuras de los labios. En ambas.
Así que, llena de curiosidad, Julie fue directo al baño. Su reflejo le diría exactamente de qué se trataba todo aquello y acabaría el misterio.
-Di "aaaaaaaaaaaah"--le dijo a la chica del espejo, antes de que Julie abriese la boca como si estuviese en el dentista.
Y allí estaba de nuevo, el dolor agudo en las comisuras de los labios. En ambas. Donde finos cortes casi no visibles habían empezado a cicatrizar.
-¿Cómo dem…?
Ni siquiera terminó la frase. Volvió a ver las marcas a través del espejo, sacó la lengua de forma infantil y salió del lugar tratando de adivinar dónde y cuándo se hizo esos cortes, pero sobre todo cómo.
Desde ese momento las pequeñas heridas han dejado de cicatrizar gracias al nuevo hábito de Julie de posar su lengua en las comisuras de sus labios, en ambas, saboreando ese rastro un poco salado, demasiado metálico, de las heridas.
Una parte de ella, esa parte inconsciente e impulsiva, cree que todo debe tomarse su tiempo en cicatrizar. TODO. Y cuando dice tiempo, se refiere a mucho. Bastante. A veces, incluso, demasiado. El tiempo suficiente para que la cicatrización deje una marca visible de su efecto.
Marcas. Cicatrices. Heridas de guerra que Julie exhibe con cierto grado de orgullo porque son la prueba de su paso por la vida. De que, a diferencia de muchos, ha vivido.
Muchas veces busca conscientemente que esas marcas adornen su cuerpo. Como cuando era pequeña y cruzaba el jardín y el patio de su casa a las carreras, dando brincos y tropezones que generalmente terminaban como costras en sus rodillas. Costras que Julie se arrancaba constantemente, iniciando de cero el proceso de cicatrización.
Su madre le llamaba masoquista. Intentaba asustarla un poco diciéndole que tendría marcas feas en el cuerpo, sin saber que sólo la incitaba a seguir haciéndolo.
Otras de ellas, las únicas que trata a veces de esconder conscientemente, fueron hechas por sí misma. Marcas de un odio que llegó a consumirla en silencio durante mucho tiempo, hasta que la chica entendió que ese odio no le pertenecía y entonces se detuvo.
A veces mira su brazo y lo acaricia con cariño, aún a sabiendas de que ese simple gesto no borrará las cortadas que tanto tardaron en cicatrizar, interna y externamente. Incluso a sabiendas del oscuro pasado que esas marcas cuentan, la chica es capaz de sonreír tras ver su brazo.
-"Para que no se te olvide el daño que te hace odiar".
A veces, cicatrices como esa, le ayudan a contar su pasado y a reflexionar. Le dan lecciones de vida o también le cuentan una historia divertida que de otra forma habría olvidado.
Simplemente porque es Julie y a pesar de que no son heridas hechas por dragones o por una espada, son a la vez prueba y recordatorio de cosas que, o bien cicatrizaron, o ya cicatrizarán. O quizás nunca lo hagan. Pero son cosas que la marcaron… física, mental y emocionalmente.
* * *
Cómo las cosas -NO- volvieron a ser como antes
Se preguntaba una y otra ve cómo es que su última decisión le había llevado a aceptar una cita con John. No una cita romántica, desde luego, pero una simple salida juntos.
-¡De simple esto no tiene nada!
Julie había corrido luego del trabajo al lugar de siempre, donde se encontró con John y juntos partieron al centro comercial más cercano para una tarde "divertida".
-¿¡Y Anthony!?--fue el grito de horror con el cual Julie le saludó.
Y de allí en adelante todo fue de mal en peor. Caminar hombro a hombro con John, suprimiendo sus deseos por tomar su mano se estaba convirtiendo en una misión casi imposible. Una tortura, más bien. Demasiado dolorosa.
Entonces empieza a caminar como suele hacerlo siempre, desacelerando el paso en un extraño intento por perderse entre la multitud del lugar. Sabe que es casi imposible pasar desapercibida cada vez que coloca un pie fuera de su casa, pero no puede evitar desearlo con todas sus fuerzas en esos momentos.
-Vamos a comer. Tengo hambre.
La voz le parece un sueño, pero en realidad le hace aterrizar de vuelta al Planeta Tierra. Entonces recuerda dónde está y porqué. Pero más importante, recuerda con quién y el sentimiento de incomodidad parece haber incrementado tras sus minutos de excursión mental.
-Mm… Yo también tengo hambre--miente, siguiéndole los talones.
Para cuando estuvo de vuelta a casa y saludó a sus padres, se fijó en la aspereza de su voz. Fue entonces que notó lo poco que había abierto su boca en todo el tiempo que pasó con John. Ya al llegar a su cuarto, las lágrimas habían empezado a brotar incluso antes de saltar a su cama y su corazón intentaba llorar también, oprimiéndole el pecho con dolor. Como si quisiese que ella llorase por ambos: por ella y por cada una de las piezas en las que se había roto.
-¿Tan mal te fue?
¡Maldición! De seguro que Joanie la había estado esperando todo este tiempo, anticipándose a estos terribles resultados.
Sin poder hacer nada al respecto, un sollozo se escuchó en la habitación.
-¡Juro que voy a matarlo si se atrevió a hacerte algo!
La chica de cabello morado percibió en la voz de su hermanita un deseo más grande por calmar su llanto que por hacerle daño al causante. A pesar de sus lágrimas, Julie fue capaz de sonreír entre sus múltiples almohadas.
-¡Julia C. Andrews!--gritó entonces Joan, entre molesta y preocupada--¿Hace cuánto que tus manos están así?
A juzgar por el tono blancuzco de sus nudillos, hace ya bastante. Joanie, conociendo a su hermana mayor como nadie más, estaba totalmente segura de que la chica había apretado sus manos en puños casi herméticos desde el primer momento en el que se sintió incómoda frente a John. Y, a juzgar por sus lágrimas, fue casi desde el primer momento en que se vieron.
-Jules, amor, sabes que vas a lastimarte si sigues así--le dijo en un tono maternal--Vamos, suelta ya esos puños… por favor.
Resulta dolorosamente difícil para Julie abrir sus manos ya entumecidas. Resulta particularmente insoportable, sobre todo, porque siente que con ese simple gesto es a John a quién está dejando ir.
Esa noche, el llanto de la muchacha se vuelve más amargo a medida que su hermana unta una pomada en sus manos para luego vendarlas, haciéndole sentir que, de alguna manera, está borrando los últimos rastros de él.
* * *
Cuentos de Terror
Julie se esconde tras sus propios gritos histéricos de miedo cuando ve a una cucaracha o cuando alguien la toma por sorpresa, como si fuese una niña pequeña que no sabe controlar sus reacciones, ocultando así sus verdaderas fobias tras esos miedos infantiles.
Julie hace eso y sonríe después y disfruta luego de un "gran susto" porque, como mucha otra gente en el mundo, ella ha tenido que enfrentar su peor miedo.
Sólo que ella ha tenido que hacerlo antes de saber que éste lo era.
Dos sucesos similares en su vida que la marcaron en profundidad a sus cuatro y diez años de edad, dejando tras de sí incontables noches de pesadillas, un hábito nefasto de mojar la cama casi a diario, y un terror casi irracional e incontrolable hacia los hombres.
A veces, cuando está de muy buen humor y, sin embargo, recuerda aquellos hechos, tiende incluso a bromear sobre su embarazosa preferencia por los chicos más jóvenes o infantiles que ella, diciendo que es un efecto colateral de aquello.
Es casi imposible de recordarlo sin llorar. Y, a pesar de ello, cada vez le resulta más fácil hablarlo con otras personas. Su historia. Su pesadilla. Su temor.
Por suerte, sonríe la chica ante éste pensamiento, ya no se siente avergonzada de sí misma ante lo ocurrido. Hace ya mucho tiempo que sabe que no fue su culpa, y es esa certeza la que le ayuda a sobrevivir cada noche sin luna en la que enfrenta los demonios de su propio pasado.
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