Adiós estéreo. Adiós confianza en la Ciudad de México.

Oct 26, 2008 23:43



Mientras salía de la Sala Nezahualcóyotl no podía dejar de sonreír. El concierto fue veraderamente bueno. Además de que fue mi primera visita a la Sala en años, la OFUNAM tocó Los cuadros de una exposición de Mussorgsky -mi suite favorita de uno de mis compositores favoritos- en la versión orquestada de Ravel. Hasta ayer sólo había escuchado la versión original para piano pero ésta me gustó, no tanto como la que he escuchado durante años -¿acaso hay algo que pueda compararse a lo que un pianista como Pyotr Dmitriev puede hacer así sea en disco?- pero aún así la disfruté. Sobre todo el final, ese último movimiento con la orquesta sonando en todo su esplendor es otra cosa. Imposible no sentirse sobrecogido por ese tutti final.

Sin embargo, más sobrecogido me sentí cuando, al apretar el botón de control de la alarma de mi coche, no escuché el típico “bip” que siempre hace. Lo primero que pensé fue “algo dejé prendido y se bajó la batería [otra vez]” pero no, los seguros de las portezuelas subieron como siempre. “Qué raro” pensé, pero no hice caso y entré al auto.

¿Qué es lo primero que veo? Una maraña de cables mal cortados y un agujero en donde se supone debería estar mi estéreo como lo dejé cuando bajé del coche dos horas y media antes. No sé qué fue lo primero que pensé, sólo recuerdo el temblor de coraje al darme cuenta de que me acababan de robar. Lo siguiente que recuerdo es que veo hacia el asiento del copiloto y encuentro mi copia de Mansfield Park y mis lentes de cien pesos descansando ahí, donde yo no los dejé. Inmediatamente dirijo mi mirada a la guantera donde se suponía deberían estar y me doy cuenta de que sólo está la póliza del seguro. “¿Y mi loción inmensamente cara y casi nueva que debía estar ahí?” “It’s gone, my dear”.

La sonrisa de minutos antes había desaparecido por completo y no volvió ni cuando arranqué el coche, ni cuando comencé a escuchar como si la ventanilla del copiloto estuviera abierta y mucho menos cuando me estacioné en la isla de emergencia que hay en Periférico a la altura de Avenida Observatorio para ver qué es lo que dejaba entrar el aire a mi coche “cerrado” y descubrí que la esquina superior izquierda de la portezuela estaba doblada. Sí, doblada. “Hasta para eso el pinche ratero fue malo” fue lo primero que se me vino a la cabeza, no sólo no se conformó con robarme, también tenía que dañar el coche.

***

Ya no puedo seguir, lo único que me viene a la mente en estos momentos es “espero que lo(s) maten. No que lo(s) atrapara la policía y que los encerrara(n en la cárcel, no, ¿eso para qué? No sirve de nada. En cambio, muerto el perro, se acabó la rabia”. Y yo sé que puede sonar tonto desear la muerte de alguien por un estéreo pero cualquier persona que haya sido víctima de la delincuencia fácilmente entiende cómo me siento. Saber que uno trabaja y ahorra para poderse comprar algo y que un cabrón llega y se lo roba así de fácil, sin ningún esfuerzo, me da asco. Es repugnante.

Me enoja y me hace temblar de impotencia saber que estamos rodeados de gente así y que no importa lo que hagamos estamos a merced de ellos, de toda esa bola de lacras que viven a expensas de nosotros. Puta, y pensar que el viernes estaba peleándome con gringas que decían que el D.F. es una ciudad peligrosa. Eso me pasa por defender causas perdidas. No vuelvo a abrir la boca para decir que la Ciudad de México no está llena de rateros. Lo juro.

lightning mcqueen, universidad, neurosis

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