Después de 5 meses sin actualizar la comunidad (y por tanto, sin escribir un fanfic) traigo un Ron/Hermione que escribí para una amiga :)
Titulo: Lo que no está en los libros
Fandom: Harry Potter
Pairing: Ron/Hermione
Advertencias: Spoilers de DH? Si es que alguien aún no lo ha leído.
Summary: Hermione pensaba que todo lo que necesitaba conocer estaba en los libros pero Ron le enseñó que las cosas que realmente valía la pena saber no podían aprenderse de un libro.
Lo que no está en los libros (Ron/Hermione)
Desde muy temprana edad, Hermione aprendió que todo, absolutamente todo lo que merecía la pena saber estaba oculto entre las páginas de algún libro. Cuando tenía sólo dos años jugaba con los libros que había en su casa. Apenas sabía formular frases de más cuatro palabras, pero Hermione pasaba las hojas con torpeza (alguna vez, sin querer, las rasgaba y entonces se echaba a llorar, desolada) y fingía leer, paseando su manita sobre los montones de letras como si a base de tocarlas pudiera arrancarles su significado. Si su padre, con una sonrisa en los ojos, le preguntaba qué ponía, ella fruncía el ceño durante unos segundos y respondía con cualquier cosa que se le ocurriera.
Aprendió a leer cuando en el colegio aún estaban enseñándole las vocales. Aprendió gracias al cuento de Charlie y la Fábrica de chocolate que su madre le leía todas las noches. Se lo aprendió de memoria con cuatro años y con cinco, observando con concentración las letras que se enlazaban unas con otras, algo hizo clic en su revoltosa cabeza y descubrió la magia que encerraban las palabras.
Desde entonces, Hermione leyó todos los libros que cayeron en sus manos. Todos los que había en su casa, todos los que encontró en el cole y que devora durante los recreos mientras el resto de niños y niñas de su edad jugaban, todos lo que le prestaron en la biblioteca de su barrio. Cualquier cosa sobre la que quisiera saber estaba allí, no importaba que fuera historia, astronomía o fantasía.
Cuando recibió la carta de Hogwarts, poco después de que la sensación de vértigo se hubiera atenuado en su estómago, Hermione pensó que la magia le abría un mundo nuevo de posibilidades. Cientos de miles de libros mágicos que podría leer, campos de conocimiento completamente nuevos.
Cuando empezó en Hogwarts, Hermione pensaba que todo lo que merecía la pena aprender estaba en un libro, no como esa tontería de las clases de vuelo. Pero más adelante, durante sus seis años en la escuela mágica, en el año que duró la guerra, descubrió que las cosas que realmente merecía la pena saber no podían aprenderse de un libro.
Porque Harry Potter, el niño que vivió, le enseñó lo que era la amistad. La de verdad, de esa sobre las que se escriben historias épicas y grandes epopeyas que hacían a Hermione llorar porque desearían poder tener algo así.
Porque Ronald Weasley, pelirrojo y con pantalones que le quedaban demasiado cortos, le enseñó lo que eran los escalofríos de emoción cuando sus manos se rozaban accidentalmente y las miradas de soslayo cuando el otro no te veía. Le enseñó lo que era tener el rostro de alguien pegado bajo los párpados, la ridícula felicidad que producía una sonrisa y lo mucho que se podía llegar a querer a alguien.
Le enseñó lo que era el dolor, la separación, el sentirse dividida en dos cuando se peleó con Harry y desapareció en la oscuridad del bosque, ignorando los gritos angustiados de Hermione.
Le enseñó lo que era el rencor cuando reapareció en la vieja tienda de campaña en la que ella y Harry pasaron meses de soledad y desesperación, con una sonrisa vacilante y los brazos temblorosos tendidos hacia ella, ofreciéndole un abrazo.
Le enseñó lo que era perdonar, cuando Hermione se fingía dormida con obstinación mientras Ron, desde la litera de abajo, le susurraba cuánto sentía haberse ido y cómo la había echado de menos.
Le enseñó que su primer beso, el de los dos, jamás había sido escrito en ningún libro romántico, jamás reflejado en ninguna poesía de amor, no así, con huesos desnudos bajo los pies y manos cubiertas de polvo aferrándose a la piel, con labios cuarteados pero nunca temblorosos apretándose, con la mirada resignada y quizás un poco exasperada de Harry sobre ellos porque habían esperado siete años para besarse en el momento y el lugar más equivocado.
Le enseñó que a pesar del nudo de lágrimas en la garganta por todos los caídos, a pesar del dolor sordo en el pecho y la sensación de debilidad aflojando cada uno de sus músculos, quería estar ahí para apoyar a Ron.
Le enseñó que, en medio del caos, las pérdidas, los murmullos sobre la muerte de Voldemort y los aurores inundado el lugar, en medio de alumnos pálidos, profesores heridos y mortífagos amordazados, su corazón era como una brújula apuntando al norte, apuntando a Ron.
Le enseñó que no hacía falta decir nada, cuando apareció a su lado y él le rodeó los hombros con un brazo y la apretó contra su pecho, la lana del jersey marca Weasley picándole en la mejilla y los latidos de su corazón derrotado retumbándole en el oído, velando el cuerpo de su hermano Fred.
Y sobre todo, Ronald Weasley le enseñó lo que no está en los libros.