Ayer domingo era un buen día para actualizar y dejarse llenar el cerebro por idioteces (placer al que me entrego a menudo). El caso es que tuve tiempo para hacer lo segundo (pensar en idioteces) pero no para lo primero (actualizar sobre mis pensamientos idiotas) ya que tengo un trabajo (idiota, por cierto) que sólo me permite un día de descanso y si no lo aprovecho para hacer algo (ya sea idiota o no), me parece que no tengo vida.
De todas formas soy de la opinión de que a los pensamientos y actos idiotas hay que darles alguna salida productiva y ¿qué mejor manera de aprovecharlos que compartirlos en mi live journal en este tono idióticamente similar al que pondría nuestro amigo Heródoto hablando de las costumbres de los persas?
Ahora cuando me miro al espejo veo que falta algo que se había vuelto familiar: la ortodoncia. Tenía ortodoncia desde hacía dos años y ahora que me he liberado de ella me pregunto si realmente tenía los dientes así de grandes, o si es que los ha hechizado algún elfo doméstico aburrido o si es el efecto óptico de la Liberación-de-los-dientes.
(Respuesta acertada: probablemente la 1 y la 3, respuesta más original, la 2).
La respuesta 2 tan poco es tan extraña, si tenemos en cuenta las pruebas fehacientes. Bien, a pesar de todo nuestro raciocinio occidental, bla, bla, bla, mi madre (y seguro que muchas más personas en este planeta) sigue creyendo que hay “duendes” en la casa, uséase, elfos domésticos aburridos que se escaquean de Hogwarts y vienen a las casas muggles a burlarse un rato de nuestras ordenadas vidas.
Hablo de elfos domésticos como quien le habla de "nieve" a un esquimal y éste se ríe y le pregunta "¿pero a qué clase de nieve te refieres si tenemos 32 conceptos diferentes para definirla?". Es decir, no estoy muy al tanto de la fauna del mundo mágico. Es posible que los elfos domésticos no sean precisamente las criaturas a las que me refiero, ya que parece que se autocensuran cuando sienten ganas de divertirse (si es que conocen ese sentimiento), sobre todo si es a costa de los demás, y son de naturaleza demasiado seria como para intervenir en el mundo muggle. (Obviemos el caso Dobby, considerado por sus propios congéneres un caso “extraviado”).
Digamos entonces que alguna criatura mágica de grandes ojos y orejas, siempre al filo de la ley, se mete en las casas muggles cuando se aburre.
Tenemos el típico ejemplo de su fechoría más común: cuando buscas un papel que necesitas para esa misma tarde o para mañana. Miras 8 veces en el mismo cajón y revuelves 10 veces la misma carpeta mientras te dices a ti misma completamente ofuscada: “¡Pero si estaba aquí!”. Entonces cuando la criatura ha dejado ya de revolcarse en el suelo de la risa y secarse las lagrimillas, y empieza a aburrirse de tu estupidez, vuelve a dejar el papel donde estaba y tú lo encuentras donde sabías que lo habías dejado. Confundida, cansada y obnibulada miras el papel y deseas maldecir a alguien, pero por otro lado, estás tan aliviada de haberlo encontrado que prefieres no preguntarte cómo ha surgido de la nada. La lógica cartesiana te dice que estás más ciega que un topo, el instinto te dice que alguien ha estado jugando contigo.
Hace dos días fui víctima de esta fechoría cuando buscaba una copia de mi contrato de trabajo. La criatura estuvo burlándose de mí alrededor de una hora aproximadamente y por su culpa dejé mi cuarto hecho un asco, con cajones abiertos y una masa indistinta de papeles, carpetas, libros y objetos diversos sobre el escritorio y mi cama.
Por desgracia a estos bichos no se los puede denunciar porque no se ven. Pero hay ciertas estrategias defensivas que se pueden adoptar.
Mi madre tiene un recurso muy socorrido fruto de la tradición española (de tiempos en los que Lola Flores hacía películas con 19 años). Se trata de coger un pañuelo, hacerle un nudo en el centro si es lo bastante pequeño, o uno en cada esquina si es lo bastante grande, y demostrarle al duende que los muggles también sabemos hacer magia. El nudo del pañuelo se supone que es un encantamiento que, a través de una especie de desdoblamiento mágico en un mundo paralelo, sirve para retorcer mágicamente los huevecillos del duende (se da por sentado que el duende es macho). Se trata de un tipo de embrujo vudú o algo así. El duende, que mi madre llama “Cucufato”, es amenazado y perseguido por toda la casa con la siguiente frase-vendetta: “San Cucufato, San Cucufato, hasta que no lo encuentre no te desato”. Hay diferentes versiones para el conjuro, pero en cualquier caso todos son básicamente iguales. Según los sabios populares (y mi madre) es un truco que nunca falla porque nadie aguanta que le retuerzan los huevos demasiado tiempo.
Personalmente no tengo pruebas de su fiabilidad porque casi nunca me acuerdo de recurrir a él, pero ahí lo dejo para todo aquel que quiera comprobarlo por sí mismo.
Lo que me pregunto es por qué al dichoso Cucufato hay que tomarlo por Santo, cuando está claro que es un diablillo. Algunos piensan que Cucufato es bueno; es decir, que en realidad no pierde sino que encuentra las cosas, pero esta versión es contradictoria en grado sumo porque no conozco ningún tipo de poder temporal o celestial al que los muggles maltraten cuando lo convierten en objeto de sus súplicas (nunca he oído de muggles que escupiesen y aporreasen estatuas de sus dioses o apedreasen altares para pedir buenas cosechas). Los muggles sólo enseñan su lado más agresivo no cuando piden, sino cuando exigen, y recordemos que Cucufato sólo accede a devolver lo que TE ha perdido cuando se lo maltrata mágicamente, lo que demuestra que anda escaso de compasión o misericordia, y que mientras no le duela se estará burlando de ti.
Conclusión, Cucufato no es un santo sino un diablillo muy travieso, aunque sin llegar a ser maléfico (excepto cuando lo que te pierde es un cupón premiado con millones de euros, claro).
Así pues, muggles del mundo, no estáis solos, pasad a la ofensiva. Aún podemos hacer algo a pesar de no tener varita mágica. Acordaos de Merry que, aunque estuvo a punto de ser aplastado por un Olifante, se enfrentó al ejército enemigo sin vacilar, o vacilando un poquito, y siendo un simple hobbit venció en un mundo de hombres gigantes y bestias raras.
Tú, muggle, puedes darle donde más duele a esos malvados duendes.