Jul 09, 2008 00:18
Debido a ciertas listas de expectativas más que razonables (vamos Chris, reconocélo) me ha invadido la nostalgia y lelvo buena parte del día pensando en Expediente X. El primer fandom -cuando no sabía qué narices era un fandom-, el primer amor.
Algo tenía Expediente X. El fandom se ha criado con ello. Pensadlo, ahora en cuanto eres shipper de algo tienes que especificar de quienes, con a veces un montón de vocablos un poco absurdos o nombres con barras - huddy, hilson, wameron, chameron... o drarry, Ron/Hermione, Ginny/Harry, Remus/Sirius... -. En expediente X sólo tenías que decir que eras shipper. Con eso se entendía todo, con eso se aclaraba que creías (porque no encuentro otra palabra para decirlo) en que Mulder y Scully debían estar juntos. Algo tan natural y lógico como que llueva en otoño o las palomitas huelan bien cuando se hacen en el microondas. Era algo que estaba bien. Era parte del orden natural de las cosas.
Cuando por mi adolescenia (pff, como si hubiera salido del pavo) me metí por primera vez a internet cotilleé hasta dejarme la vista en la pantalla, enterándome de que lo que eran los fanfics, los spoilers, los disclaimers, el fanart, o siglas básicas que signifcan cosas tan maravillosas como UST. Qué tiempos. Y por envidia cochina me propuse escribir yo también fanfics. Por probar suerte y como catarsis de todo lo que este fandom, que seguía horneándose a pesar de que ya no lo echaban por la tele, me daba y enseñaba.
Hay dos que me gustan especialmente, que salvaría si tuviera que elegir. El primero es un post-closure con Mulder y Scully en la carretera que garabateé al terminar un examen de mates. El segundo, un post- All things con Daniel y Mulder en un bar. Son sencillos y tontos, pero me sentí bien escribiéndolos, y creo que eso es lo que importa. Por pura nostalgia los dejo aquí, mientras cavilo sobre XF2 y la injusticia del doblaje.
Across the stars
Se sentía más ligero. Y más cansado a la vez, mucho más de lo que recordaba haber estado nunca, como si hubiera estado andando toda la vida. Desde los trece años pensó.
Lo sé porque era lo que me decía el brillo de sus ojos.
-Vamos, Mulder. Vámonos a casa. Necesitas dormir.
Ambos necesitábamos dormir. Descansar. Y olvidar esta noche, los aromas, los sonidos, las sensaciones y la experiencia. Las cosas se ven con peores ojos por la noche y no podíamos concentrarnos en nada más que desear y esperar a que saliera la luz del sol y nos deslumbrase a todos.
-No… No quiero ir a casa.
-¿Adónde quieres ir?
- Lejos
Estaba derrotado. Aparentaba estar entero, pero una parte suya ya no estaba. Sin embargo no podría decir que rincón echaba en falta.
No traté de consolarle, no le dije nada reconfortante, ni siquiera le di el pésame. Ni una palabra reservada para la ocasión, ni siquiera una de esas miradas incomodas que la gente cruza en los entierros. Pensé que no era eso lo que necesitaba.
Conduje durante toda la noche, con la sensación de que en realidad nunca había salido de ese bosque. La madrugada era cálida, y los cielos estaban limpios de nubes. Las estrellas parecían estar hechas de plata líquida y poblaban la bóveda celeste en toda su extensión, más de lo que sus ojos podían abarcar. De vez en cuando, soplaba una suave brisa y los árboles a ambos lados de la carretera agitaban sus hojas muy lentamente, como si temieran despertar a alguien.
Después de varias horas Mulder había perdido la cuenta de cuántas ciudades y pueblos habían atravesado, del tiempo que llevábamos conduciendo o de lo lejos que estábamos de casa, sólo miraba a la carretera con la cabeza apoyada en la ventanilla y la mirada perdida. Y yo sentía como si estuviéramos a cientos de años luz el uno del otro y aun así, unidos.
- Hay un área de servicio veinticuatro horas a cinco kilómetros. Pararemos, te vendrá bien un té caliente.
Las bombillas brillantes interrumpían la tenue luz azulada que reinaba sobre ellos, y se reflejaba en los charcos de agua sobre el asfalto. Un cartel sobre la cafetería que parpadeaba con grandes letras verdes de neón, rezaba “El café de Josie. Área de descanso”.
Había varios camiones y dos coches cerca de la entrada, y en el interior de uno de ellos un hombre dormía plácidamente, con los efectos de la cerveza bien visibles. Al menos, alguien descansaría esa noche
Dejé a Mulder en el coche, acompañado por el zumbido del motor. Tras llenar el depósito de gasolina, fui a buscar un té y un café bien cargado para mí, aunque lo cierto era que no necesitaba la cafeína para mantenerme despierta, ¿cómo dormir después de todo?
Tomó el té en silencio y cuando bebió su primer trago me dirigió la palabra por primera vez desde que entramos en el coche. Su voz era áspera, triste, lejana y apagada y fragmentada, todo menos la voz de Mulder
-Siento...
Intentaba buscar las palabras, y frunció el entrecejo. Era como si lo que fuera a decir fuese lo más importante que había hecho en la vida.
-Siento vacío. Y mucho frío. Dentro.
Asentí y no dejé de mirarle tratando de descifrar los jeroglíficos de sus ojos. Bajó la mirada. Como si fuera mucho más interesente ver como remuevo el café que escucharle.
-Pensé que si alguna vez conseguía…
Se quedó callado de nuevo, y yo supuse que ea demasiado pronto para hablar, y tarde para acallar las emociones que nos rodeaban, es como si todo fuera de papel.
Frágil, extraño, mágico y peregrino. Y a la vez, sorprendentemente familiar.
-No me malinterpretes, nunca perdí la esperanza de volver a verla y pedirla perdón. Luego… luego podríamos tomar un helado… sería como si nunca se hubiese ido…
-Mulder…
- Siempre… he sido un ingenuo…
-No es eso…
- Nunca perdí la esperanza. En algunos momentos la llama se mantenía más viva, y fui engañado y humillado por ello. En otros casi llegó a extinguirse.
-Nos engañaron a los dos.
-Recé para encontrarla viva. En esos momentos…
Bebió un poco de su té con la mirada fija en el asfalto y suspiró. Estaba demasiado cansado y advertí que nada de lo que yo le pudiera decir o demostrar bastarían para hacerle comprender todo lo que necesitaba dormir esa noche, tenía mucho que contarme antes de que pudiera recostarse con tranquilidad en el asiento.
-Pero de alguna forma sabía que ella estaba…
-Ahora está bien.
- Siempre me negué a creerlo. Negué ayuda de nadie, nadie podía pararme y llegue a pensar que ni siquiera yo mismo podría hacerlo dado el momento.
Llegaron otros coches y alumbraron el suelo con los focos, me devolvieron por un segundo al mundo real. Pero al momento siguiente, todo seguía igual que antes.
Mulder y yo en el coche tratando de asegurarnos que seguíamos enteros aunque por dentro no lo tuviésemos tan claro. Pero sin compadecimientos, y todo envuelto con la luz del cartel de neón y los focos de los coches, el aroma del té y del café, el silencio que parecía decir más que nunca.
-Imaginé que si la encontraba así…
La fe de Mulder en encontrar a su hermana sana y salva fue tan fuerte que incluso cuando todas las evidencias apuntaban en dirección contraria, yo le creí. Le seguí y me esforcé. Él me dio a conocer a su hermana, que llevaba desaparecida tantos años, y su lucha fue también la mía.
- Scully, pensé que me derrumbaría. Pensé que… que me desangraría por dentro y lloraría hasta morirme, que el sentimiento de culpa podría hacerme enloquecer…
-¿Te preguntas por qué?
-Me pregunto si debería hacerlo
-Todo está demasiado reciente. Demasiado nítido
-Lo que más me duele -levantó la cabeza, me miró y fue como si me pellizcara el corazón - es que no puedo llorar.
Y era verdad.
-Scully, no puedo llorar…
Lo advertí al salir de allí. Ni una lágrima surcó su rostro. No tartamudeó ni hizo ninguna mueca de dolor, no admitió su tristeza ni sus ganas de sentarse en la oscuridad a esperar a que todo acabe. Pero tampoco trató de encerrarse en su fortaleza ni su pasividad.
Por ello, no le di el pésame ni nada que se pudiese interpretar como tal. No era como si Sam estuviese muerta, dudo que alguna vez la hubiese sentido más cercana
Todo estaba en calma.
-¿Debería hacerlo?
-Depende
-¿De qué?
-De cómo la sientas
Se quedó en silencio un rato, meditando las palabras. Tenía el ceño ligeramente fruncido y la mirada perdida. El té ya se había quedado frío entre sus manos y la luz azul oscura de la noche comenzaba a tornarse ligeramente turquesa más allá del bosque
Ya nada le asediaba, no había conspiraciones, ni expedientes x y todo parecía fruto de una pesadilla a medianoche provocada por comer demasiados dulces.
Ojala sus sentimientos se redujeran a la mitad de lo que cualquier mortal pudiera padecer. Ojala fuera capaz de consolarle.
Es como si tratara de no perder la compostura, pero no voluntariamente. Le dolía tanto que dudaba de su capacidad para alzar la voz y no la forzaba demasiado
No se daba cuenta de que estaba hablando conmigo entre susurros que senos escapaban entre suspiro y latido. Pero no le ardían los ojos ni le fue necesario tragar más saliva para ahogar los gritos de su garganta porque el té que sostenía entre mis manos era suficiente.
-Por Sam estudié para convertirme en la mejor herramienta para buscarla y encontrarla. A ella le debo todo lo que he buscado. Y ahora estoy aquí, al final de tantas cosas…
Decidimos salir del coche y dar un paseo por los alrededores del área de descanso, que era un inmenso bosque de pinos. Cogimos dos linternas del maletero y andamos para tratar de despejarnos.
Me habló de cuando desapareció, del dolor de sus padres y de su soledad los primeros días, que él creía peores.
Me dijo que cuando su madre le ordenaba poner la mesa, aún cogía un plato de más para Sam, por si acaso se presentaba a la hora de las noticias; de cómo rehuía su dormitorio cuando pasaba por la puerta de la habitación de su hermana; de cuando su padre escondió todas las fotos en las que ella aparecía para que su madre dejara de sollozar cuando las limpiaba el polvo.
También me dijo que cuando más la echaba de menos era cuando recordaba que no era hijo único a pesar de que la mayor parte de su vida la había pasado así.
Y que se preguntaba cada noche por qué ella, y no él.
Su voz monocorde seguía conformando una mezcla de suspiros, lamentaciones y recuerdos que el tiempo no había olvidado.
Caminamos hasta un pequeño lago que se mantenía prácticamente oculto tras los enormes árboles, y rodeado de helechos. Desde la orilla se extendía un pequeño muelle que nadie debía de haber utilizado desde hacía mucho tiempo y estaba cubierto de musgos, líquenes y pequeñas piedras y cantos rodados.
Nos sentamos completamente seguros de que aquel lugar era donde debíamos ir a parar.
Olía a humedad, a la tierra mojada, a la corteza de los pinos y a la resina que emanaba de sus troncos, a la frescura del agua por la noche y la calidez de la luz de las estrellas.
En silencio, pude escuchar la respiración entrecortada de mi compañero y notar como los ojos parecían a cada momento más líquidos y cristalinos. Sabía en qué estaba pensando.
-No puedes culparte por intentar encontrarla
-Sí que puedo
-Pero no debes
-No quería renunciar a ella. No quería creerles. En el fondo lo sabía, pero nunca lo creí.
-¿Cuál es la diferencia?
-Nunca he luchado por algo que sabía. Pero sí por algo en lo que creí
Tomó un canto redondo y lo lanzó al lago con todas sus fuerzas. El canto rebotó cinco veces sobre el agua y después se hundió, formando sinuosas ondas que se expandieron enigmáticamente, cada vez un círculo más grande que el anterior y así hasta que finalmente ya no se pudieron distinguir los bordes del círculo y se perdieron en el lago.
-He tardado demasiado en venir aquí, Scully. Demasiado tiempo hasta comprender…
-No. Es justo ahora, cuando estás listo para afrontarlo, Mulder.
Me miró y se puso de pie de un salto.
-¿El qué puedo afrontar? ¿Qué he desperdiciado mi vida entregando todo por una fantasía? ¿Que perdí a mi hermana y que siempre lo negué? ¿Puedo afrontar justo ahora su muerte, después de tantos años, victimas y sangre? Maldita sea, Scully, ¡podía habérmelo ahorrado! Habría vivido mucho más tiempo, habría aprovechado todo, habría hecho otras cosas… Y no habría visto tantas muertes, tantas mentiras… Podría haber afrontado mucho antes que mi hermana esta muerta, Scully, y sería mucho más fácil de reconocer.
Esa fue la única vez en toda la noche que levantó la voz, gritó allí, en el bosque, donde nadie podía oírle. Gritó allí porque yo sí que podía oírle y él a si mismo. Y le miré sentada, desde abajo, mientras él parecía poderoso y débil a la vez enmarcado por un cielo de estrellas.
-No, Mulder. Lo que ahora puedes afrontar es lo que siempre has buscado. ¿Es que no lo entiendes? Ahora conoces La Verdad, Mulder. Y sabes su precio y lo que te hará. Es ahora cuando puedes afrontarla, y decidir si seguirás con esto.
Me miró y sus ojos pudieron traspasarme y me arrinconaron allá donde pudiera protegerle.
Samantha fue, hasta ese momento, uno de los motores más potentes de su vida. Todo fue por encontrarla, desde el primer esfuerzo hasta la mayor decisión; su vida, sus creencias, su fuerza, Samantha fue la causa de todo
Y ahora era la consecuencia.
Mulder seguía allí, mirándome de pie con la respiración entrecortada y los ojos del color del lago sobre el que habíamos hablado, el ceño fruncido y más fuerza en su interior de la que había mostrado cualquier hombre antes de que le encontrara. Era la imagen más verdadera y sana que había visto de mi compañero.
Y como si alguien o algo le impulsara, miró hacia arriba y supe que la estaba buscando más allá de los miles de millones de estrellas que el cielo mantenía atrapadas y que alargaban su luz hasta nuestros días, haciendo que nos sobrecogiéramos por la inmensidad e inmortalidad del cosmos. Fue en esa noche llena de todos los colores del universo cuando comprendí finalmente a Mulder. Él estaba allí de pie, mirando al firmamento en todo su esplendor, su grandeza y su insignificancia ante las estrellas. No estaba buscando en el cielo, ni tampoco observando.
Estaba ahí parado al borde del muelle con la mirada al cielo y veía a Samantha y la pedía perdón y yo pude ver como la primera lágrima golpeó el agua formando una onda circular apenas perceptible.
Justo antes de que comenzara a llorar desconsoladamente me levanté y le abracé y no le solté hasta que amaneció.
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Y es entonces, en ese preciso momento entre lágrimas y luz de estrellas, cuando lo comprende.
Que todo es un ciclo. En un infinito espiral de posibilidades en el que al final sólo ocurre lo que debe y como debe ocurrir, se lamenta por no haber podido estar preparado antes
Que pudo sentirlo, que sabía cómo acabaría, que no podría creerlo, que no quería creerlo.
Que los astros siempre habían velado y siempre velarían por sus semejantes y lo humanos no eran ajenos a su vigilancia.
Y que Sam, al igual que todo ellos, era polvo de estrellas y que a las estrellas había retornado gozando de la envidia de los mortales indecisos que aún seguían buscando.
Fox Mulder cerró, al fin, el círculo que tanto se había esforzado por, mantener abierto.
Aquella noche
Aquella noche, el bar estaba lleno de fantasmas.
Las pequeñas lamparitas sobre las mesas desprendían luz ambarina, que convertía aquello en un escenario aún más misterioso. Los sofás de cuero rojo, las viejas mesas de madera carcomida.
Se respiraba un ambiente de profunda desesperación y tristeza. Estaba poblado por almas en pena malheridas en algún combate de sus vidas. Allí no había distinciones: fracasados, marginados, amantes y soldados, todos buscaban el olvido entre aquellas cuatros paredes, la soledad entre desconocidos. Todos buscaban entumecer sus penas con el alcohol. Eran iguales.
Todos eran gatos pardos.
Había un solo hombre apoyado sobre la barra.
Mantenía la mirada perdida, verde e intensa. No hacía mucho que había entrado, y aún iba por el primer trago. Un whisky doble reposaba sobre la mesa, presenciando la escena.
Aquel hombre no hizo ningún ademán por beber ya que no le gustaba demasiado. Muchas veces había intentado hundir sus penas en una copa, pero la experiencia le había demostrado que raras veces lo conseguía, al día siguiente todo lo malo volvía con mayor nitidez.
Su expresión, cansada y pensativa, reflejaba más frustración de la que un hombre podía albergar. Su sombra parecía maltratarle.
No tardó mucho en aparecer un nuevo fantasma malherido por la puerta. Aparentaba unos cincuenta años. Aunque parecía enfermizo, se intuía que en otro tiempo, había sido un hombre vigoroso y lleno de vida. Su pelo corto despedía reflejos canosos y caminaba vacilante mientras miraba a su alrededor.
Se paseó por todo el bar, preguntándose por qué demonios a la gente le gustaba estar ahí.
No esperó demasiado para averiguarlo, la extraña compañía que ofrecían los desconocidos parecía sedarle, sumiéndole en un estado de profunda indiferencia.
Nunca antes había necesitado tanto entrar en un antro de ese tipo, pero ahora todo era diferente. Ni siquiera cuando ella se fue. Y, por alguna extraña razón, sentía una gran necesidad de contarlo.
Se sentó junto a la barra. A su lado, el hombre de la mirada perdida le observó de reojo.
Se extrañó de su acompañante. No parecía el típico hombre que frecuentara los bares, y desde luego, no tenía pinta de fracasado, ni de loco.
No era como él.
Aquel hombre de pelo cano, examinaba cuidadosamente cada rincón de la sala, escrutando entre el humo de tabaco y las sombras. Las personas de su alrededor parecían almas en pena, y pensó que si había alguien en peor estado que el suyo, aún había esperanza. Su acompañante de la barra no aparentaba más de cuarenta años, fuerte y hundido. Tenía la mirada fija en su whisky doble. El hombre de pelo canoso y recortado pidió lo mismo, y no tardaron mucho en traérselo.
Al beber el primer trago, el líquido dorado se deslizó lentamente por su garganta, llenándolo de calor y picor. No estaba acostumbrado y enseguida le sobrevino una fuerte tos seca. Haciendo acopio de todas sus fuerzas para soportarlo, notó como la bebida alcanzaba su estómago y llenaba su cuerpo de una extraña sensación reconfortante. Tosió de nuevo estrepitosamente y golpeó suavemente en la mesa, y después en su pecho.
-No entra fácil, ¿verdad?
El hombre de los ojos verdes había alzado su vista ante la reacción de su compañero por un trago del whisky. Seguía con ese aire de profunda tristeza y melancolía.
-No estoy acostumbrado. En realidad no debería beber. Podría matarme.
-Eso dicen. Pero ya da igual.
Se produjo un silencio entre los dos hombres. No era tenso, pero sí extraño Reinaba una naturalidad que sólo los bares podían ofrecer. Mucha gente les observaba desde sus rincones, pero allí nadie le importaba a nadie. Los asuntos eran de cada uno y nada salía de aquel lugar. El murmullo de una música lejana apenas perceptible se agolpaba entre los espacios.
El segundo hombre observó que la copa de su acompañante permanecía intacta, y no parecía que fuera a ser aprovechada.
-No ha probado nada de su copa. ¿No bebe?
-No demasiado. No me gusta.
-Pero está aquí. En una bar.
-A veces los pies me llevan solos. Estoy demasiado cansado como para cuestionármelo. He pedido un whisky, pero no creo que hoy beba nada.
-Yo tampoco bebo. Supongo que se habrá dado cuenta. - el hombre de pelo canoso hizo una breve pausa y sostuvo con una mano su vaso, mientras observaba detenidamente resbalar el líquido entre los hielos. - Pero dicen que es bueno. Para olvidar, dicen.
Tras un segundo trago, que costó menos que el primero, el segundo hombre le tendió la mano vagamente al hombre de los ojos verdes.
-Me llamo Daniel.
-Mulder - respondió el otro, aceptando la mano y examinándolo detenidamente.
Le extrañaba que alguien pudiera dirigirse a él con tanta naturalidad, como si se conocieran de antes.
-¿Mulder? ¿Es ese su nombre?
-Mi apellido- corrigió - Mi nombre no me gusta. Obligué a casi todo el mundo a llamarme así.
-¿Nadie le llama por su nombre?
-Mis exnovias.
-¿Esta aquí por ellas?
-No- puntualizó Mulder, con tono seguro- Hace mucho que dejé de pensar en ellas.
-Oh. Yo no.- Daniel suspiró, y dejo que otro pequeño trago le bañara el estómago. Se apoyó ligeramente sobre la barra y se masajeó las sienes. - Acaban quitándote todo lo que te habían dado, ¿sabe? Y luego no te queda nada.
-¿Una mujer?
-No una cualquiera. Verá, Mulder, si la conociera lo entendería.
-Supongo. Única entre cinco billones, ¿no es así?
-Desde luego. Me salvó la vida, literalmente. Se fue, era parte de mi vida… Partí en su encuentro y durante diez años no pude buscarla. Ella no quería verme. Quería olvidarme.
-Siempre se olvidan. Tarde o temprano.- puntualizó Mulder.
-¿Experiencia propia?
-Puede. Durante unos días, me perdí parte de su vida. De lo que fue y es.
Mulder dirigió una mirada a su alrededor, con la expresión inescrutable. Se sentía agotado, pero la conversación con aquel hombre sofocaba su subconsciente, evitando así que se tortura mentalmente.
-¿Su mujer?
-No. Jamás permitiría que desperdiciara su vida a mi lado. Aunque la haga seguirme. En realidad, soy un egoísta.
-¿Su amante?
-Constantemente. Pero sólo en mi imaginación.
-Ésas son las peores. Crees que te pertenecen porque sólo tú puedes soñar con ellas. Luego descubres que nunca han sido para ti. Que tienen una vida aparte de la que tú cuentas.
-¿Experiencia propia?- preguntó Mulder. Aquel hombre comenzaba a caerle bien. Por algún extraño motivo, sentía que le conocía.
Daniel suspiró largamente y anticipó su sufrimiento. No tenía muy buena memoria, pero por su mente, ahora pasaba cada uno de los momentos que había compartido con aquel ser que le había destrozado el alma. Luego, su despedida.
-Aún no sé por qué se fue la primera vez. Lo teníamos todo. Supongo que ella no se conformó.
-Quizá la obligaran a marcharse.
-¿Su familia? Siempre ha significado mucho para ella. Pero si estuviera decidida, se habría enfrentado para quedarse.
-¿Discutieron?
-A veces. Le molestaba la situación, supongo que sentía como una intrusa. No lo era, el intruso era yo…Yo estaba casado, ¿sabe? Tenía una hija. Ahora me odia por haberla dejado de lado. Pero la quería. Fui un egoísta, sí, pero la quería. Lo sigo haciendo.
Sin mediar palabra, la camarera de sonrisa estética e indiferente le sirvió un poco más de whisky en la copa, hasta algo más de la mitad. Daniel no se quejó, y como respuesta bebió un rápido sorbo, lo justo para estrenar la copa, e indicar su satisfacción.
-¿Y por qué no lo dejó?
-¿El qué? ¿A mi familia?
-No. Todo. Cualquier cosa que le pudiera haber apartado de ella.
-No es tan sencillo, señor Mulder. Mi hija es muy especial para mí. Dana lo entendía. En realidad, siempre lo entendía todo
-¿Dana? ¿Se llamaba Dana?
Fox Mulder no salía de su estupefacción. Aquel hombre de pelo canoso y ojos hundidos no sólo compartía su causa para estar en el bar - el también había sido derrotado por una mujer- sino que además, el nombre de pila de la causa era el mismo.
-Sí. Un nombre sencillo y melódico. Como es ella. - Daniel sonrío melancólicamente y fijo su mirada en las botellas de enfrente suya- Solía decirle que no me gustaba su nombre, para hacerla sonrojarse. Ahora esos días me parecen tan lejanos…
-No debería torturarse más por eso. Encontrará a alguien. Y su hija esta con usted, ¿no? Ese vaso de whisky no le dará nada más que una buena jaqueca.
Mulder trató de encontrar la forma más correcta para decirle esas palabras. Lenta y suavemente.
Se sentía extrañamente identificado con Daniel, aunque saltara a la legua que eran personas muy diferentes, algo más que dos polos opuestos. Pero sus palabras parecían confundirse con las suyas. Él era un agente del FBI, un crédulo, un paranoico y un hiperactivo.
Nada en su manera de ser, o pensar guardaba parecido con la de Daniel. Su vida social era un completo fiasco- aunque no se arrepintiera-, no tenía más vida que la que compartía con una pelirroja en el sótano del FBI, rodeado de carpetas y expedientes.
Aquella pelirroja, que le seguía allá donde sus impulsos le dijeran, siempre velando por su vida, compartía nombre con la mujer a la que Daniel amaba.
Se llamaba Dana.
-No creo que lo diga en serio, señor Mulder. Usted también tendrá una jaqueca mañana por la mañana. Si no es por el whisky será por su amante.
-Le dije que…
-Sí, me dijo que no es su amante. Pero no me ha dado otra explicación. ¿Su amiga? Por las amigas uno no se aísla en los bares.
-Es más que una amiga. No podría explicarlo de forma convencional.
-Inténtelo con las no convencionales, Mulder.
-¿Le dice algo una piedra angular?
-¿Es ella su piedra angular?
- Ojala sólo fuera eso. Es mi constante. Lo que me mantiene íntegro. Es la que hace que por las mañanas no rompa el despertador después de haber dormido menos de dos horas. Intento… intento sacar la mejor parte de mi cuando estoy con ella, ¿sabe, Daniel? No es fácil. A menudo no lo consigo y solo hago que ella me tome menos en serio, o crea que no me importa. Tengo un extraño don para atraer los problemas y siempre la arrastro. Es clara y a la vez como un secreto. Y ahora lo es aun más.
-¿Ha discutido con ella?
-No.
-¿Entonces qué ocurrió? ¿Se fue?
-No. No ha ocurrido nada, no está triste ni enfadada. Es sólo que… Desaparecí durante dos días. Se reencontró con un antiguo… amigo íntimo. Me dijo que podría haber pasado el resto de su vida con él…
Hubo un silencio algo incómodo en el bar. Los primeros clientes ya se habían ido, y el escenario del bar se quedaba aún más desierto. Una bombilla se fundió, pero a nadie pareció importarle. La camarera limpiaba vasos con trapo desgastado y algo roído.
-Tuvo otra vida. Otra en la que no estaba yo. Sólo nos conocemos desde hace uno años, pero me resulta demasiado increíble. Es como si siempre hubiera estado ahí. Verá, es mi compañera desde hace más de siete años.
-No logro entenderle. ¿Qué le duele? Esta con usted. No se ha ido, y por lo que me cuenta, no se irá. ¿Por qué se auto tortura?
-Porque es mi especialidad. Y porque sé, que cuando volvió a ver al que fue el centro de su vida, sé preguntó por un momento que pasaría si cambiara de camino. Si me hubiese abandonado.
-No lo ha hecho.
-Y estoy tratando de descubrir por qué.
-No… no creo que lo descubra aquí. Hundirse en una copa no le ayudará.
-A usted tampoco.
-Touché.
Mulder hizo acopio de todas sus fuerzas para revisar las imágenes perdidas e imperecederas de su memoria. Como un enorme álbum de fotos. Trató de descubrir si aquel hombre de pelo canoso y sonrisa frágil que sostenía una copa a su lado se había cruzado anteriormente en su camino o si la mutua sensación de deja vu era solo fruto de su subconsciente.
El móvil sonó estrepitosamente en el bolsillo del agente del FBI. La camarera le mostró una mirada de curiosidad y algunos de los bebedores habituales se giraron descaradamente mientras trataban de poner en práctica sus dotes para la escucha, que eran más bien pocas, ya que los efectos del alcohol gobernaban una buena parte de sus sentidos.
El propietario del teléfono lo cogió lentamente de su bolsillo, lo sostuvo brevemente y tras comprobar el número entrante, dirigió su mirada Daniel, que observaba curioso.
-Es ella
No hicieron falta más explicaciones, Mulder descolgó y se llevó ansiosamente el auricular junto a su oreja, impaciente por escuchar la voz de su compañera, que ejercía un efecto sedante sobre su persona.
Daniel sonrió tristemente mientras dirigía de nuevo su mirada a la copa de ámbar dorado que yacía entre sus manos mientras Mulder hablaba.
-Hola. Sí… No, estoy en un bar. Ya sabes, me gusta improvisar… No tienes por qué venir. Puedo ir…. No, no estoy ebrio… Claro que puedo conducir… Skiner no se enfadará si… Claro… En realidad no he bebido… Hablo normal… De verdad, no es necesario, puedo ir yo solo a casa…No tienes que… Esta bien, como quieras… Pero…Claro. No, no me moveré.
Mulder colgó el teléfono y pidió la cuenta con un rápido gesto a la camarera, que parecía indiferente a todo cuanto pudiera pasar en el bar.
-Viene hacia aquí. Cree que estoy borracho, y no quiere que conduzca hasta casa.
-Le cuida bien, ¿eh? Siempre es bueno tener a alguien que vele por ti. Y ella lo hace por usted.
-Siempre lo ha hecho. Y a veces no puedo resistirme. Pero me siento un poco estúpido y egoísta. Míreme, Daniel, la he hecho venir tan sólo para poder verla un poco más antes de dormirme.
-Usted no la ha hecho venir, señor Mulder. Ella…
-La he hecho venir para alimentar mi absurdo ego, estaba tranquilamente en su casa con una buena película en la tele. Posiblemente una en blanco y negro, la encantan. Aunque ella lo niegue, sé que suspira cada vez que la chica se queda con el chico, el final perfecto. Dígame Daniel, ¿cree en los finales felices?
-He visto lo necesario como para no creer en nada. Verá, he visto demasiado y lo suficiente como para perder la fe en todo. Y cada día creo en menos que el día anterior. Sólo hay finales, no son buenos ni malos, y aún así debemos aceptarlos como quien acata las órdenes sin preguntar. ¿Le parece esto un final feliz? Mi chica se ha ido y yo estoy aquí, tratando de emborracharme sin éxito, compartiendo cosas que jamás diría con un desconocido.
Mulder notaba cómo el espíritu de ese hombre se inquietaba bajo su coraza.
Pensó que lo que de verdad había venido buscando Daniel era un oyente nocturno, y no el simple ambiente musical de escasa calidad, ni el tintineo de los vasos con el hielo, ni las sonrisas vacías y falsas de las camareras. Ni siquiera estaba allí por el whisky doble.
-¿Hubo otro hombre?
Daniel miró de soslayo a Mulder. Agradecido de su compañía, trato de responderle sin que se le notase lo mucho que necesitaba hablar.
-Quizá - trató de hacer memoria- No, creo que no. Al menos, no se fue por eso, pero cuando la volví a ver comprendí que había otra persona. Ahora tiene a alguien… O pude que me equivoque, no soy muy bueno calando a la gente. ¿Y usted?
-Es uno de mis puntos fuertes. Estudié psicología.
-¿Y cómo me definiría, señor Mulder? ¿Puede hacer mi perfil psicológico?
Mulder asintió lentamente
-Adelante. Hable con libertad, no podrá ofenderme.
Mulder suspiró y agitó su mirada, fijándola en Daniel: en su complexión, los surcos de su piel, sus ojos grises, su sonrisa melancólica y ladeada, el pelo canoso, la forma con la que cogía el vaso y se dirigía a las camareras.
Le inspiraba compasión.
-Orgulloso, ganador. Puede ordenar porque harán lo que diga, tiene cierto don de gentes, y se permite el lujo de decidir por los demás cómo debería vestir o comportarse si algo suyo está en juego. Pero sabe cuándo hay que acatar órdenes y a quien hay que complacer, eso le ha dado cierta prosperidad. Altivo, y algo arrogante. Sabe porque debe, no por puro placer y su pasión esta destinada a tratar de satisfacer a sus seres queridos. Ha tenido suerte en la vida, pero la ha tenido que buscar por su cuenta. Sin embargo, algunas cosas le han venido solas y por eso esta aquí, creyendo que algo cruzará la puerta de este tugurio y le dará alguna respuesta.
Bebió un largo trago cuando Mulder terminó su perfil. Después le dirigió una pequeña y breve sonrisa, mientras asentía suavemente con la cabeza.
-Bravo, señor Mulder. ¿Y sabe todo eso sólo con echarme una ojeada?
-Y puedo saber cómo toma el café por su marca de espuma para afeitar.
Daniel rió ampliamente y provocó que algunos clientes le miraran con curiosidad, y que la camarera frunciera el entrecejo más de lo debido.
-Decididamente, es usted un hombre extraño. ¿Nunca se lo han dicho?
-Puede
-¿Su compañera le cree raro?
-Ha visto demasiado como para no considerarme extraño.
-Hay quien a eso lo llama ser especial
-No, la gente especial es la que, por ser diferente en algunos aspectos a la sociedad, hace grandes cosas. Yo no tengo nada que merezca la pena contar.
-No le creo. Todo el mundo tiene algo que contar.
-Una vez, rescaté una moneda de una piscina. Y usted, ¿Daniel? ¿Algún tesoro submarino?
-No exactamente. Soy médico, trato de salvar vidas. Es mi trabajo, mi rutina y a veces mi cárcel. Me limita para hacer muchas cosas, pero a veces lo compensa.
-Es médico y está aquí, tratando de emborracharse.
-En realidad esta charla lo está evitando. Y creo que a usted también. Se lo agradezco.
El suave tintineo de la campanilla que cuelga sobre la puerta anunció la aparición de un nuevo inquilino para aquel bar.
Una mujer con aspecto cansado y tranquilo se paró a la entrada e inspeccionó con la mirada a su alrededor. Sostenía unas llaves de coche en una mano.
La luz ambarina de la lamparita más cercana se reflejó en su pelo, recreando brillantes destellos pelirrojos y contrastaban con el azul oceánico de sus ojos que por fin se fijaron en uno de los hombres apoyado sobre la barra con un whisky doble entre las manos
-¿Mulder?
La voz suave y apacible de Scully llenó la triste sala. Mulder se giró sonriendo inconscientemente y se olvidó por unos segundos del whisky que sujetaba entre las manos.
Dana Scully no se detuvo a mirar al hombre que bebía junto a Mulder. Podría haber descubierto que aquel hombre de pelo canoso y hombros caídos había compartido el espacio y el tiempo con ella durante un paréntesis de su vida
De su anterior vida.
El hombre que bebía junto a Mulder se llamaba Daniel Watterson, solía hacerla sentir un poco más protegida y un poco más niña, hablaba sobre ciencia y moral, de los valores éticos y luego no los cumplía. Solía decirla lo importante que era la familia y al día siguiente les mentía para irse a cenar con ella. Nunca la llamaba cuando estaba con sus colegas de la facultad porque a veces le avergonzaba, y luego se enorgullecía de ella cuando sus deducciones y descubrimientos dejaban boquiabiertos a los mejores científicos.
Y la quería muchísimo, pero no se dio cuenta de cuánto hasta la tercera noche sin ella.
Scully no se entretuvo en buscar a nadie más que a Mulder, tan sólo le dirigió una rápida mirada a su compañero, y con un ligero movimiento de cabeza, acompañado de la mirada más reconfortante, le indicó que estaría fuera, en el coche. Un rápido duelo en el aire, la sirvió para decirle todo cuanto necesitaba decir.
Mulder asintió, sabía que le esperaría mientras terminaba de recomponerse.
-Siempre hace lo mismo, Daniel. Me sigue, me adelanta, y luego va a mi paso. Cuida de que no tropiece, y a veces vaticina mis caídas antes que yo mismo. Pero nunca un “te lo dije”. Y ahora me esperará mientras termino mi copa.
Daniel no escuchaba. Apretaba la mandíbula, y le dolía. En el fondo, era todo una forma de torturarse.
Odiaba lo que había visto. Odiaba que tuviera que coincidir esa noche y en ese bar con ese hombre al que llamaban Mulder. Odiaba aquello a lo que muchos llamaban “destino”, y era algo en lo que nunca había creído, odiaba que las casualidades fueran tan dolorosas y que se presentaran pintadas de blanco.
Y a veces, se odiaba a sí mismo por haber tenido tantos aciertos en su vida y no haber sabido diferenciar sus errores.
-No la haga esperar, Mulder. A ella no la gusta que la hagan esperar.
Ahora miraba Mulder como si fuera un tipo con suerte. Uno de esos hombres verdaderamente afortunados con los que la gente se cruza sin inmutarse. Luego pensó que hacía diez años, él también había sido afortunado, y había fallado sabiéndose completo para siempre.
Mulder apuró un último trago de su copa con impaciencia, sintiendo el calor en la garganta. Sacó un billete de veinte dólares y llamó la atención de la camarera. Después, se volvió a su acompañante, y le tendió la mano
-Me ha encantado charlar con usted, Daniel. Si encuentra a quien busca, por favor, trate de hacérmelo saber. Siempre es bueno coincidir con un desconocido.
Daniel Watterson aceptó la mano y la estrechó como quien sella un juramento.
Mulder se despidió de las sombras del bar y al salir a la calle, sonrió inconsciente y levemente al ver a Scully, su Scully.
Mientras, Daniel contemplaba la escena a través del empañado cristal de la ventana.
Se prometió que nunca más volvería a buscar a Dana Scully.
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expediente x,
mulder/scully,
fic mio