Pairing: Puckurt y Klaine por el lado.
Rating: R
Resumen: Kurt lleva 4 meses con Blaine y es incapaz de dejar que le toquen bajo la ropa. Necesita ayuda para liberar sus inhibiciones. Si estás enfermo le pides ayuda a un doctor, si estás caliente ¿a quién le pides ayuda? Pues a Puckzilla, obvio.
Notas: Este es el epílogo medio porno que este fic obviamente merecía… y lo que realmente yo como autora quería decir.
*.*.*
I could be handy, mending a fuse
When your lights have gone
You can knit a sweater by the fireside
Sunday mornings go for a ride
Doing the garden, digging the weeds
Who could ask for more?
Will you still need me, will you still feed me
When I'm sixty-four?
*.*.*
“Kurt… mierda, más fuerte” gimió Puck, agarrándose con fuerza de la superficie del mesón. Detrás de él Kurt intentaba, infructuosamente, mantener un ritmo o la calma, pero era imposible cuando veía a Puck frente a él, gimiendo con abandono en su traje, con los pantalones hasta las rodillas y la chaqueta arrugándose irremediablemente sobre su cintura.
Si las marcas de arrugas no salían iban a tener que cambiarse de ropa, pero valía la pena. Nunca había visto a Puck vestido tan elegante, al menos no desde el club Glee, pero eso ya había sido hacía años y era muy distinto ver a alguien en un traje de competencia que a Puck vestido elegante pues iba a un matrimonio.
Matrimonio al que llegarían atrasados porque Kurt no había podido evitar morder el cuello de Puck y meter sus manos dentro de la chaqueta, cambiando completamente los planes.
“Kurt, por favor… estoy tan cerca” pidió Puck con la voz quebrada por un sollozo lleno de placer.
“No te puedes correr sobre esos pantalones” reclamó Kurt, sin embargo no detuvo su mano alrededor de Puck si no que la apuró.
“Debiste… haber pensado eso… mierda, debiste pensarlo antes de inclinarme… sobre la mesa” se quejó Puck. Su voz, más grave de lo normal, estaba rasposa de tanto gemir y Kurt no podía evitar sentir un cierto orgullo en la manera en que Puck parecía estar a punto de perder el control.
“Pero… Te ves tan bien en ese traje…” susurró Kurt, acercándose a Puck para besar su cuello. “Verte correrte en él, saber que estarás ocupando el mismo luego… Dios, Puck, no puedo esperar hasta después de la fiesta, verte con el traje manchado porque te corriste en él, o porque me corrí en ti” Puck gimió ante la idea y Kurt tomó aire con fuerza, mientras más fuera de control estaba Puck más imposible le era a Kurt mantener un ritmo pues podía sentir a Puck apretándose alrededor de él.
“Kurt, estoy tan cerca…”
“Vamos, córrete” ordenó Kurt, apurando el ritmo tanto de sus caderas como su mano. Puck se deshacía en gemidos bajo él hasta que llegó el momento, ese que Kurt había estado esperando, en que Puck dejó de gemir por un par de segundos y su respiración se apuró. Un gruñido y un largo quejido marcaron el inicio, y Kurt sólo se mordió los labios con fuerza al sentir a Puck correrse sobre su mano.
Siguieron como estaban por unos segundos más, Kurt follando a Puck desde atrás sin cambiar el ritmo, hasta que éste pudo recuperar el aliento y necesitó moverse. Sólo entonces, cuando Puck empezó a hacer señas, Kurt se movió y dejó a Puck tomar el control.
Él los separó y apoyó a Kurt contra el mesón, donde él había estado momentos antes.
Cuidando de no arruinar las rodillas de sus pantalones, Puck se puso en cuclillas frente a Kurt. No lo pensó antes de tomar a Kurt por la base y llevárselo a la boca.
El reloj de la cocina marcaba la hora y podía ver que iban a llegar atrasados si no se apuraban, por lo que hizo gala de su conocimiento de Kurt y tiró todos sus trucos sobre la mesa. Succionó la cabeza, gimió al tenerle sobre su lengua y masajeó sus bolas mientras jugaba con el borde de la cabeza y esa vena que lo volvía loco todo el tiempo.
Dios, le encantaba hacer eso y estaba loco porque Kurt se corriera en su lengua.
Las manos de Kurt no tardaron en posarse sobre su cabeza, y Puck gimió con más fuerza. Kurt no tardó en correrse en su boca.
Cuando Puck se puso de pie y besó a Kurt, no pudo evitar reír ante la manera que Kurt mantenía sus manos lejos de los trajes para evitar mancharlos.
“No tengo que cambiarme de pantalones, ¿O sí?” preguntó Puck son una sonrisa pícara.
“No, creo que no” respondió Kurt mordiéndose los labios.
“Ok, será mejor que nos apuremos entonces. Nick me odiará si llegamos tarde” comentó Puck mientras se levantaba los pantalones y metía su camisa dentro de ellos.
“¿Tienes los anillos?” Kurt se lavaba las manos en el lavaplatos, y la escena se le hizo a Puck tan doméstica y ridículamente adorable que no pudo evitar volver a besar a Kurt y abrazarlo por la espalda.
“Los anillos los tiene Blaine. Jeff estaba seguro de que los perdería antes de la boda” comentó mientras pasaba una mano ordenando el cabello de Kurt.
“Jeff te conoce mejor que Nick” rió Kurt, secándose las manos y ordenando su ropa. “¿Nos alcanzamos a lavar los dientes de nuevo?” preguntó, mientras se mojaba los labios con la lengua.
“Nah, tengo un par de chicles en el auto”
“Eres tan romántico, Puck” rió Kurt.
“Me amas tal como soy”
“Es verdad”
“Lo sé” Puck abrió la puerta de entrada. Kurt salió después de ponerse una bufanda.
“Eres ridículo” dijo, golpeando su mejilla un par de veces.
Se subieron al auto, Puck por el lado del conductor, y partieron camino a la iglesia. Ya habían pasado casi siete años desde que habían empezado a salir y volver a Lima no era razón suficiente como para comprar un auto, así que usaban el viejo auto de Puck que había dejado en casa antes de irse con Kurt a Nueva York. Sólo él le conocía las mañas, así que Kurt no había puesto reparos.
“¿Hey, revisa la guantera?” pidió Puck un par de minutos dentro del viaje. “Creo que dejé los anillos ahí”
“¿No dijiste que los tenía Blaine?” preguntó Kurt, revisando de todas formas.
“Los de Nick y Jeff, sí, esos los tiene Blaine” respondió Puck con una sonrisa.
“Y estos son de… ¿Puck? ¿De quién son estos anillos?” Kurt le miraba sorprendido y ansioso desde el asiento del copiloto, y Puck se moría de los nervios, pero estaba más feliz que nunca.
“Cásate conmigo y serán nuestros” respondió, intentando parecer casual.
“Dios mío, Puck, eres ridículo. Para el auto”
Puck no dudó en hacerlo, no era idiota, Kurt parecía querer hablar y aún podían dedicarle un par de minutos a hablar sin llegar terriblemente tarde a la boda. O eso creía… esperaba.
“¿Qué dices?” preguntó una vez el auto se hubo detenido.
“Que todavía puede haber mucho por enseñarte sobre el romance…” rió Kurt, antes de acercarse a él y besarlo con suavidad, luego con fuerza. “Pero sí, me casaré contigo” rió.
“Te amo” dijo Puck a modo de respuesta.
“Y yo a ti” respondió Kurt entre risitas y besos. Volvió a su asiento casi a regañadientes. “Arranca. Nick y Jeff nos van a odiar y yo estoy así de cerca de obligarte a que nos devolvamos”
“Y así dices que soy yo el ridículo”
“Me amas de todas formas”
“Es verdad”
“Lo sé”
*.*.*
Al final de la noche, cuando quedaba poco de cordura como para recordarla y los invitados se habían ido alejando de la fiesta al pasar de las horas, cuando ya no eran más que un par de personas quienes ayudaban a Nick y Jeff a dejar claro con el personal del hotel donde se había realizado la recepción, al final de la noche y el inicio de la madrugada, fue que Kurt me dejó tomarle entre mis brazos y susurrarle como había querido hacer toda la noche.
Las copas se nos habían pasado hacía un par de horas, y para entonces no éramos más que un manojo de risitas y cariños que de furtivos tenían poco.
Entramos a la habitación que habíamos reservado entre risas y susurros, como si hubiese alguien en ese lugar que no hubiera entendido que nos queríamos y tuviésemos que conservarlo como un secreto.
La manera en que nos queríamos, sin embargo, era más que privada, íntima.
Debía admitir que me había tomado un tiempo entender la diferencia entre esas dos palabras, pero lo sabía ya. Lo tenía más que claro.
De privados teníamos poco, si es que las quejas de nuestros vecinos en el apartamento que arrendábamos en Nueva York era indicación alguna, o si la manera en que Santana sabía más de nuestras vidas sexuales de lo que realmente debería saber alguien que no tiene derecho a ver.
Nuestra intimidad, sin embargo, era exquisita.
La manera en que, con un par de caricias, éramos incapaces de dejar de mirarnos, o la manera en que estando abrazados bajo la ducha podíamos descansar casi mejor que en la cama… Esas miradas furtivas que Kurt aún me daba, como si no pudiera entender cómo era que habíamos llegado a estar juntos, a durar tanto, a querernos de esa manera… Todos esos gestos que estaba seguro que Kurt veía también en mí pues no había manera que no lo supiera…
Esa era nuestra intimidad, y era lo más preciado que teníamos. Era, al mismo tiempo, algo que nadie nos podría quitar por más que nuestra privacidad se pusiera en tela de juicio por nuestros amigos.
Esa intimidad, la que hacía que las caricias y risitas que Kurt me daba en esos momentos se sintieran como si no hubiera un mejor lugar en el mundo que entre sus manos, la que mantenía nuestras miradas cautivas cada vez que nos veíamos a través de la habitación, esa intimidad era la que reinaba en esos momentos.
Y cuando caímos a la cama, entre risas y suspiros, no fueron necesarias las palabras para que termináramos acurrucados, uno contra el otro, disolviéndonos entre nuestros brazos.
Y el sueño se apoderó de nosotros con delicadeza.
En el horizonte se escuchaba un piano, y la lluvia de siempre no era más lluvia, era más bien viento, eran gotas que caían sobre un tejado provocando sonidos y canciones, que ahora, me mantenían en el vaivén de su ritmo.
No había lluvia ya, el piano de siempre seguía ahí, bajo mi mano, tecla por tecla tocando un ritmo, una canción que atraía mi atención y me calmaba. No era la primera vez que escuchaba ese piano en sueños, era común, era normal. Era algo a lo que estaba acostumbrado y que mantenía mi corazón tranquilo después de tantos años.
Era un ritmo que me calmaba pues sabía de donde venía.
Me acerqué al sonido, al origen de la melodía.
En un columpio, había un niño, girando como si no tuviera nada mejor que hacer. Las cuerdas le subían y le bajaban en medida que el chico giraba para un lado u otro. La lluvia resonaba con más fuerza ahora, un violín se metía entre las notas anteriores, como si quisiera hacer su aparición lo más tranquila posible y no me quisiera asustar. Intenté mirar alrededor, a la negrura del espacio que lo contenía al niño, al piano, la lluvia y a mí. No había nadie más que el niño en el columpio quien había dejado de girar y caminaba en mi dirección.
Paso a paso el niño envejecía hasta que la persona frente era alguien a quien por fin podía reconocer.
Esos ojos, alguna vez tan recelosos y enojados, eran algo que había visto mil veces en el espejo.
El violín se intensificó alrededor de mí e intenté seguirle con los ojos. Cuando volví la mirada a mi reflejo, Kurt estaba en lugar del niño.
No el Kurt de antes, si no el de ahora, el mañana y pasado. El Kurt que había dicho que sí y que estaba dispuesto a intentar ser feliz conmigo para siempre.
No corrí a sus brazos, pues estábamos uno frente al otro, pero le abracé con fuerza.
“Está bien, está todo bien” dijo la voz de Kurt en mi oído.
Abrí los ojos y miré a quien me hablaba. Kurt, el de ese día, el de mi día a día, me miraba bajo la luz clara del amanecer. Sonreía, preocupado, mientras acariciaba mi cabello y me abrazaba contra su pecho.
“Estabas soñando” añadió. “¿Era un mal sueño?”
“No, no estoy seguro. Pero estabas ahí. Siempre has estado ahí” dije, posando una mano sobre su pecho. Bajo mi mano el sonido del piano latía al ritmo de su corazón. “Siempre has estado ahí” dije, sorprendido.
“Y siempre lo estaré” me dijo con una sonrisa. No pude más que creerle.