Título: Take me, baby, or leave me.
Capítulo: 7
Autor: Narya
Pareja: Klaine, menciones de Puck/Kurt, Puck/Rachel. Pero sólo menciones, esto es Klaine.
Resumen: Kurt y Blaine tomaron decisiones distintas, que los forjaron a ser las personas que son hoy. Lamentablemente estas les separaron durante años, pero ahora que se encuentran de nuevo se dan cuenta que donde fuego hubo, cenizas quedan.
Advertencias: Uno que otro Spoiler de RENT (Ni Rent ni Glee son mías)
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Puck lo atrajo con un abrazo, sin importarle lo sucio que estaba. Kurt sonrió.
“Vamos a tomar desayuno. Blaine nos debe estar esperando”
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Capítulo 7
Como había podido esperar, Blaine estaba en la cocina trabajando sobre un sartén y el aroma a café haciendo que la mañana tuviera un futuro delicioso. Lo que no esperaba era a casi toda la gente que se había quedado en casa sentados a la mesa, conversando y comiendo lo que Blaine obviamente estaba preparando para todos.
Kurt no pudo más que acercarse al moreno con una risita y una pregunta en su expresión.
“No puedo creer que le hayas hecho desayuno a todos” dijo cuando estuvo a su lado, con una sonrisa de oreja a oreja. El hombre frente a la cocina era adorable.
“Iliana rogó comida y sus llantos despertaron al resto. No podía hacer comida para uno y no para los demás” respondió Blaine, mientras revolvía unos huevos en el sartén. Le miró de reojo por un segundo, para luego darse vuelta completamente y reírse en su cara. Kurt sólo levantó una ceja esperando una razón para tanta risa. “Estás muy sucio, creo que nunca te había visto quedar así con un auto”
“La camioneta de Puck es un desastre” explicó Kurt con una sonrisa. Vio sus dedos llenos de grasa y pensó en todo lo que le costaría sacarse eso de encima, y lo horrible que sería para su piel usar el desengrasante que su padre le había recomendado para estas ocasiones.
Blaine puso los huevos en un plato y los dejó frente a Amber en la mesa. La chica no parecía haber despertado todavía, pero dejó que su nariz le guiara a la comida. El director sólo rió antes de volver a donde Kurt estaba en la cocina.
“¿Ya comiste?” preguntó el castaño, con una sonrisa, mientras buscaba bajo el lavaplatos el producto que ocupaba para sacar la grasa.
“Te estaba esperando para que comiéramos juntos. ¿Por qué no te vas a lavar primero? Haré algo para Puck por mientras, y podemos comer cuando estés limpio de nuevo” dijo Blaine, acariciándole el cabello que, dado que Kurt estaba agachado, quedaba a la altura de su cadera.
“Genial. Odio comer solo” respondió él. El chico no pudo evitar que su cabeza se apoyara contra la pierna del hombre junto a él. No le gustaba que le tocaran el pelo, más que nada porque estaba consciente de lo sensible que era, pero Blaine era una excepción. Siempre lo había sido.
Con una sonrisa se fue a tomar una ducha, pensando en lo cómodas que se habían sentido las manos del otro hombre, tocándole como si no hubiera molestia entre ellos. Como antes.
Cerró la puerta del baño tras él, se sacó el overol y lo dejó doblado sobre una mesita. El resto de su ropa lo siguió rápidamente. Se acercó al espejo y miró el desastre que era su piel en esos momentos. Realmente hacía mucho tiempo que no se ensuciaba tanto con un auto, tenía grasa en su cara y sus manos. Su pelo estaba en todas direcciones, lo cual no era de extrañar con tanta gente revolviéndolo para una sola mañana.
¿Tan extraño era para Blaine verle así?, pensó mientras se metía a la ducha.
Probablemente sí.
Cuando había salido de Lima era una persona bastante distinta al hombre que tenía en frente ahora. Mucho más intransigente, habría sido imposible encontrarle con la cara sucia sin una buena razón, y arreglar un auto no lo era entonces.
¿Era demasiada la diferencia entre el viejo y el nuevo Kurt?
¿Era posible que Blaine se pudiera enamorar de alguien tan distinto?
Su cuerpo ya no era el mismo, si bien no había tenido un mal cuerpo cuando había estado en Ohio se había visto obligado a cambiarlo. El pequeño pingüino no era suficiente en el mundo del teatro, tenía que poder ser un tigre, león, zorro, lobo, oveja o lo que sea que le pidiesen. Era necesario que su cuerpo estuviera dispuesto para interpretar a cualquier personaje, que tuviera la suficiente resistencia como para correr por todo un escenario cantando sin perder una nota si es que el personaje lo requería. Había perdido peso y ganado músculos, había crecido casi quince centímetros desde que había conocido a Blaine, se había dejado crecer el pelo y lo había cortado luego, había dejado atrás ese peinado de niño bueno y, por sobre todo, había perdido cualquier tipo de inocencia y cualquier esperanza en el romance que había tenido cuando era más joven. Eso había ocurrido cuando se dio cuenta que su príncipe azul no le acompañaría en el viaje más importante de su vida. Ese había sido, definitivamente, el mayor de los cambios. El darse cuenta que los amores de secundaria no eran eternos; le costó cada pedazo de su corazón roto el darse cuenta que su sueño se había acabado.
Había intentado creer de nuevo en el amor, no iba a dejar que una decepción amorosa arruinara su vida; pero había sido imposible.
La primera persona con la que había intentado era Tony, un joven que iba al mismo café que él visitaba día por medio. Habían salido durante casi un mes, un par de veces por semana, pero en cada cita Kurt no podía dejar de comparar la actitud liviana del chico con lo preocupado que había sido Blaine, los pequeños detalles que tanto le habían fascinado, los regalitos que escondía cuando iba a su cuarto, lo ordenado que era a veces y cómo su locura sólo se dejaba ver cuando estaba cantando.
Cuando, después de mucha insistencia por parte de Tony, intentaron llegar a algo más sexual y Kurt se dio cuenta que era imposible no recordar a Blaine en cada momento y compararle incluso en cosas que sabía que no debería, fue cuando se dio cuenta que no podía seguir con él. Si lo hacía sólo se estaría engañando a sí mismo.
De a poco notó que cada vez que salía con alguien había patrones que hacían prefería en sus potenciales citas. Por lo general bastaba que la persona se pareciera a la imagen mental que tenía del novio perfecto. Fue Mercedes la que le había hecho ver que esa imagen era demasiado similar a Blaine.
Después de eso estuvo casi dos años solo.
No quería estar con nadie mientras tuviera el recuerdo de Blaine en su mente, rondando, susurrándole que alguien no era el correcto, aun cuando estaba bastante cómodo en una relación. Siempre terminaba haciéndole caso al recuerdo, mucho más que a la Diva mental que le decía que tenía que seguir adelante. Blaine siempre ganaba en su corazón.
Puck le había salvado, no como una pareja, sino como un gran amigo. Si alguna vez habían tenido algo entre ellos era sólo porque Noah no conocía otra manera de ser cariñoso que esa, y al ser alguien a quien Kurt ya conocía, le era imposible compararlo con Blaine. No podía compararle con gente de su pasado, pero lo veía en cada persona nueva que conocía y que hacía el intento de ganarse su corazón.
Y nunca llegó ninguno a estar a la altura de Blaine.
Es verdad que el hombre (que ahora estaba en su cocina como si hubiese salido de un sueño) no era el mejor de los románticos y tenía una lista innumerable de veces en que le había dado serenatas con canciones pésimamente elegidas. Era verdad que muchas veces el miedo que el otro había tenido para asumir lo diferente que era Kurt (y lo orgulloso que estaba de serlo) les había llevado a pelear, pero siempre había estado ahí cuando le había necesitado, incluso si no estaba de acuerdo con lo que hacía. Blaine siempre había estado ahí para él; penas, alegrías, iras, decepciones, no importaba de qué se tratara porque sabía que podía confiar en que tendría su mano dándole fuerzas para seguir adelante.
Quizás por eso es que le había dolido tanto el darse cuenta, durante la mitad de su primera presentación, que esa mano ya no estaría ahí para acompañarle. Blaine tenía cosas más importantes que hacer, como ganarse la aceptación de un padre que nunca había estado completamente feliz con él.
Sabía que era egoísta, pero sentía que tenía un poco de derecho a serlo.
¿Por qué no podía querer a una de las personas más importantes de su vida estuviera presente en el momento que iba a cambiar su historia?
Blaine le había dicho que iría, que había cambiado el boleto del avión que había causado todo el embrollo, que estaría ahí justo unas horas antes, que esperaba con ansias verle subir al escenario y darles a todos una muestra del talento que siempre había amado. Kurt por su parte le había estado esperando como una quinceañera enamorada, y es que en el fondo aún lo era, le había comprado una entrada (que había mandado previamente a Blaine por correo) y le había preparado un asiento en primera fila.
Durante mucho tiempo se sintió avergonzado de las veces que se había asomado entre las cortinas para ver si alguien ocupaba el asiento, de todas las llamadas perdidas que le dejó minutos antes de la función cuando se había dado cuenta que aún no llegaba, de las miradas que la compañía le había dado al caer el telón, cuando era obvio que Blaine se había perdido su primera obra en Broadway.
Recordaba la sonrisa orgullosa de su padre, el abrazo afectuoso de Carole, las flores que Finn le había dado, los dedos de Puck revolviéndole el pelo, las manos de Iliana mientras le llevaba a un baño para que pudiera llorar en paz. Recordaba la ausencia de Blaine y el agujero que se había instalado en su corazón, en sus pulmones, en su estómago.
Nunca había tomado el peso a la ausencia de Blaine en su vida como en esos momentos.
Antes de eso había sido como un fantasma que no le dejaba de penar pero después de esa noche se había transformado en un ancla que le impedía avanzar, que tiraba de su pie recordándole que su corazón se había quedado con Blaine y ahora sólo tenía las cadenas que le ataban a él. Las podía sentir latiendo, pero era sólo una sombra del verdadero palpitar.
En cuanto su familia volvió a Lima Kurt se había encerrado en su habitación, sin ganas ni de hablar ni de comer. Había ido a cada una de las funciones, pues se negaba a dejar que su vida amorosa influyera en su rendimiento profesional, pero no había participado de nada más.
No recordaba porqué había salido de su encierro. Quizás podía tener que ver con un mensaje de texto de Blaine pidiendo perdón por faltar.
Aunque odiaba aceptarlo, su ingenuidad y su enamoramiento le habían hecho creer que quizás para la próxima obra Blaine estaría allí.
No fue así.
Ni en la siguiente, ni en la que vino después, ni en ninguna de las que siguieron.
Las temporadas pasaron. Las estaciones pasaron. Kurt vio veranos, vi otoños, vio primeras, vio inviernos, y vio cómo en su corazón el miedo a quedarse sólo empezaba a tomar control. No soportaba la idea de que Blaine marcara el ritmo de su vida, añoraba encontrar a alguien mejor, anhelaba un nuevo romance que derritiera el hielo y calmara el frío de su alma. Cada mail que se mandaban, cada carita feliz que Kurt tecleaba en un mensaje de texto para que Blaine no viera su mentira, cada vez que él sonreía a los demás como si nada le importara, no hacían más que devolverle a ese mundo de inseguridad. A ese lugar dentro de su corazón que estaba convencido que no habría nadie más perfecto que Blaine en este mundo, y que si no era él no valía la pena.
Quizás ese había sido el punto en el que había perdido el aprecio a la fidelidad. ¿Para qué serle fiel a una sola persona cuando sabía que a la única persona a la que podía serle fiel era a Blaine?
Y ahora, como de la nada, Blaine había vuelto a aparecer en su vida.
Se veía que él también había cambiado.
Probablemente tenía inseguridades y confianzas que Kurt no le conocía aún. No sabía cuáles eran sus puntos fuertes actuales, no tenía clara su posición con respecto a las relaciones de pareja, no sabía si es que había podido amar a alguien más. Lo único que sabía a ciencia cierta es que el hombre, el único hombre, del que se había enamorado, estaba de vuelta. Estaba cumpliendo sus propios sueños, no los de su padre, si no que los propios. Y Kurt, aparentemente, estaba entre sus sueños.
Pero tenía miedo.
Que no se mal entendiera, estaba feliz, demasiado feliz, de tenerlo de vuelta.
Despertar entre sus brazos de nuevo había sido como si el mundo volviera a estar derecho después de años de estar inclinado. Sentir el calor de su pecho contra su espalda como había sentido años atrás había sido suficiente como para hacerle cerrar los ojos y agradecer a cualquier tipo de energía cósmica que le había llevado ahí, pues podía sentir que ese calorcito era suficiente como para derretir la capa de hielo que se había posado sobre su alma.
Saber que aún le interesaba después de tantos años de distancia era como un sueño. Y no podía dejar de pensar que, como todo sueño, tenía que terminar en algún momento.
No quería que fuera así, el sólo imaginarlo le aterraba, pero después de tanto tiempo viviendo con la sombra de la soledad acechándole no podía dejar de pensar que llegaría el momento en que ese verano que acariciaba su corazón se acabaría y el invierno volvería con más fuerza. Porque no podía soportar la idea de estar sin él de nuevo, no después de que la llama de la esperanza se había encendido de nuevo.
Había dicho que necesitaban un tiempo para conocerse y era porque realmente lo creía así.
Se habían perdido cuatro años de sus vidas, ya no eran las mismas personas.
Aunque a Kurt le avergonzara pensarlo, no creía posible que Blaine se enamorara del Kurt actual. Prefería que si llegaban a dejar las cosas hasta ahí, si el moreno decidía que no eran compatibles, no estuviesen en una relación. No quería crearse esperanzas para después verlas derrumbarse. No sentía que tuviera la fuerza como para pelear de nuevo contra la lógica. Si Blaine no le quería, estaba seguro que se quedaría solo para siempre.
Porque no quería a nadie más que a Blaine.
Blaine tenía que aceptarle tal cual era ahora, con sus miedos, inseguridades y con sus maneras de sobrellevar la soledad. Aunque fuera Blaine, Kurt se negaba a vivir una mentira. Se había negado a embarcarse en relaciones amorosas en las que el moreno estuviera siempre presente, había preferido ser frío y estar solo; ahora se negaba a involucrarse con él hasta estar seguro que cuando empezaran a salir no habría un final para su amor.
Terminar con Blaine de nuevo sólo le haría daño, y Kurt tenía miedo a seguir sufriendo.
Prefería el limbo que tenían ahora que la angustia que sentía al imaginar que Blaine se arrepintiera después de un tiempo, cuando le conociera mejor.
Salió del baño con la cabeza alta pero llena de dudas. Se vistió rápidamente y se dirigió al comedor con más inquietudes de las que había tenido antes de salir de él. No sabía de qué podrían hablar mientras comían y por un segundo agradeció que hubiese tantos de sus amigos ahí. La conversación no podría ser incómoda si había tanta gente dispuesta a cambiar de tema.
Sin embargo, el comedor estaba casi vacío cuando llego ahí.
Casi pues, en la cocina, tras la barra que le separaba de la mesa, se encontraba Blaine preparando un café que olía a cielo.
Blaine con su cabello revuelto, con sus ojos pardos, con su propio delantal atado a su cintura. Blaine con el cielo de Nueva York de fondo, con sus pantuflas y su pijama dos tallas más grande. Blaine con su preocupación, su locura cuando se sentía apasionado, con sus inseguridades y su romanticismo erróneo. Blaine y todo el amor que no había podido matar en esos cuatro años. Blaine y su soledad, Blaine y las esperanzas de un futuro, Blaine y una promesa de besos y caricias, Blaine y una mano que le daba fuerza y coraje para soñar que quizás no había de que temer.
“¿Y los demás?” preguntó después de unos segundos, con la garganta atiborrada de sentimientos.
“Se fueron a sus casas a tomar duchas y cambiarse de ropa. Como aún queda un rato para el ensayo tenían tiempo. ¿Tostadas con qué?” preguntó Blaine, recordando lo que había sido su desayuno desde siempre.
“Mermelada, por favor” respondió Kurt, sentándose en la barra. No había razón para ocupar la mesa cuando sólo eran ellos. “¿Y Puck?”
“Fue a comprar cuerdas nuevas con Rachel” respondió Blaine, quizás un poco cortante.
“¿Rachel lo acompañó? Dios, cómo me alegro” rió Kurt, mirando por la ventana con una sonrisa. Una de las mejores cosas de ese departamento era la vista. ¿Cuántas veces había soñado en compartir una mañana con Blaine ahí mismo? ¿Cuántas veces había llorado al darse cuenta que era imposible?
“Pensé que Puck tenía intenciones de salir contigo” comentó el moreno, mientras servía un café con leche que sin duda era para Kurt.
“Puck es mi amigo, nada más” respondió él, aceptando el café con una sonrisa. “Me encanta que recuerdes mis gustos” añadió luego de dar un sorbo, al darse cuenta que el café tenía la medida justa de endulzante y de leche.
“No recordaba lo bien que te veías con el pelo mojado” dijo Blaine, dedicándole una corta mirada mientras servía su propio café. “Casi siempre te secabas el pelo de inmediato, así que era difícil encontrarte así”
“Después de casi quemarme el pelo en una de las obras, descubrí las maravillas de dejarlo lo más natural posible. Era más controlable antes, con más productos, pero lo estaba matando” respondió él, encogiéndose un poco de hombros.
“Supongo que te habrá costado acostumbrarte a eso. No sabré yo todo lo que me costó acostumbrarme a vivir sin gel” rió Blaine, pasando una mano por sus rizos. Kurt no pudo evitar tomar uno de ellos entre sus dedos y hacerle rebotar.
“Te queda bien el pelo así, también. Siempre pensé que era una pena que lo escondieras en todo ese gel” comentó él, con una sonrisa interesada. No había dicho nada que no fuera verdad, siempre le había gustado pasar sus dedos entre los rizos del hombre frente a él, pero había odiado dejar sus manos oleosas o sucias. Quizás hoy en día no le molestaría tanto, pero recordaba que antes había sido todo un problema.
“Había pensado en preguntarte. ¿Sabes dónde hay una buena disquería cerca?” inquirió Blaine, mientras revolvía su taza.
“Hay una un par de calles más abajo. Si quieres te puedo acompañar antes de que nos vayamos al ensayo” sugirió Kurt, intentando no sonreír. Sentía que sus mejillas dolían por haber estado en una misma posición tanto tiempo ya. Además de que estaban empezando a agarrar aquella tonalidad rosada que tanto odiaba.
“Me encantaría que me acompañaras” respondió Blaine, apoyando una de sus manos en la mesa, frente a su taza, y dejando que la otra soportara el peso de su mentón mientras miraba por el ventanal hacia la ciudad.
Afuera hacía frío, probablemente menos de dos grados o algo así, y daba la impresión de que iba a nevar en cualquier momento, pero en el interior había un calor que no tenía nada que ver con la calefacción o el café en sus manos.
Hubo un pequeño silencio entonces, que para sorpresa de Kurt no fue para nada incómodo. Blaine terminó de preparar su complejo café con crema y canela y se sentó a la barra, frente a él, con un plato de huevos con tocino. Eran casi las once de la mañana, una hora descarada para desayunar según Kurt, pero todo parecía perfecto. Desde el aroma que salía de la cafetera hasta la manera en que el moreno le miraba con una sonrisa cómplice. No podía evitar sonreír con él, como si se tratara de la mañana después de haber dormido juntos por primera vez, y es que en parte eso era lo que había pasado.
Sin poderlo evitar tomó la mano de Blaine sobre la superficie que los separaba, cuidando de que el movimiento fuera suave y curioso. Siempre le habían gustado las manos del director, por eso había sido tan fanático de andar por la vida tomado de manos. Le encantaba mirarlas mientras tocaba piano o guitarra, mientras paseaban por su cuerpo, mientras le sostenían las muñecas al hacer el amor, mientras le acariciaban lánguidas cuando creía que estaba dormido. Sus manos habían cambiado un poco, pero seguían siendo las mismas. El calor que emitían era el mismo.
“Extrañaba esto” susurró, acariciando la piel bajo sus dedos.
“Yo también” respondió Blaine, con la voz algo quebrada.
Kurt levantó los ojos, tan inseguro como siempre. Lo que encontró en los irises pardos de quien había sido su enamorado desde siempre, sin embargo, le golpeó con la fuerza de un golpe de viento que borró por un segundo todas sus dudas e incertidumbres.
Las esperanzas que había guardado en lo más profundo de su alma, bajo la nieve y el frío de los miedos e inseguridades, estallaban en llamas.
Blaine estaba ahí. Blaine estaba ahí, frente a él. Era real. Quería estar ahí. También le había extrañado. Quizás, sólo quizás, hubiera un futuro en que todo eso no terminaría en un final si no en un para siempre.
Kurt sonrió, escondiendo su boca con su mano, y miró al cielo nublado de Nueva York para evitar que las lágrimas se le agolparan en los ojos y un sollozo saliera por su garganta.
Su corazón latía a mil por hora, pero latía dentro de su pecho y era lo más cercano que lo había sentido en años.