No sin mi Ipod

Jul 20, 2005 16:12

Últimamente somos vilipendiados, criticados y despreciados: se nos tacha de asociales, de individualistas, de que vivimos en las nubes, de que no nos importa el prójimo ni la realidad que nos rodea. Pero ahí estamos, caminando por la calle con una sonrisa interior que ríete de los que han encontrado a Buda, esperando a que el semáforo se ponga en verde, ajenos a los bramidos de los autobuses, a los improperios de los conductores, a los cláxones, a las sirenas de las ambulancias.
Hablo de los afortunados poseedores de un ipod o de uno mini, que para el caso es lo mismo. No sé por qué no me valen los otros inventos parecidos. Tiene que ser el ipod con la manzanita en la pantalla, supongo que porque pertenezco a la sufrida legión de partidarios del Mac , a los pusilánimes que adoramos a Steve Jobs y le tenemos una manía injustificable al otro. Con un ipod , cargado de casi todas las canciones que me gustan (voy por la 617, pero es que quito y pongo canciones todo el rato) , soy capaz de caminar cinco kilómetros sin enterarme, me ahorro todas las aburridas conversaciones a gritos de los que viven pegados al móvil (¿podría alguien hacer algo para que se callen, por favor?) y no han descubierto el bendito silencio de los sms y, en general, resisto mucho mejor las esperas, los ascensores, las consultas médicas, las colas y las horas en la peluquería. Ha dejado de importarme que en el autobús todo el mundo parezca estar esperando una desgracia inminente y que las señoras se me cuelen en la pollería. Si Frank Sinatra me susurra 'Summer wind' o Tom Waits 'Rumbled Rose' hasta soy capaz de aventurarme en la Delegación de Hacienda.
Y algo todavía mejor: se acabaron los discos con sólo un par de temas buenos. Gracias al ipod, uno sólo tiene lo que de verdad le gusta escuchar. Resulta paradójico tambien que los discos dobles que cuentan una historia se disfruten mucho mejor. Un viaje en tren a Zaragoza puede servir para que el último disco de Eels adquiera una dimensión totalmente nueva. Un atasco con las voces de Blossom Dearie , Nina Simone, Björk y Diamanda Galas se convierte en un momento de paz inusitada. Un mustio magnolio de la calle crece como una secuoya cuando uno escucha a Jarvis Cocker cantar "esos árboles inútiles sin los que uno no puede respirar no me avisaron que me dejabas". Las calles sucias parecen pavimentadas en oro cuando Marianne Faithfull arrastra las palabras al cantar 'Alabama song'. Las caras preocupadas de la gente, las palomas muertas, los niños que lloran y protestan, los bebés que agitan sus brazos, los escaparates llenos de ofertas , los carteles de conciertos que ya han pasado, las colillas, los locos que hacen música con botellas de plásticos, los mimos estáticos que representan a soldados de cobre, ya no son sólo las cosas que uno se encuentra por la calle sino que parecen formar parte de un videoclip de The streets.
Gracias a Gorecki y a su sinfonía número 3, a Benjamin Biolay, a Rickie Lee Jones, a Shivaree, a Scissor Sisters, a Scott Walker, a Nick Cave, a The Divine Comedy, a Tindersticks, a Falete, a David Byrne, a Goldfrapp, a The Stooges, a Glenn Gould y a tantos otros, me ha sido posible defenderme del funeral del Papa, de las tertulias de la Cope donde todos juegan a ver quién insulta mejor, de las largas reuniones donde se repiten los mismos conceptos con diferente terminología, tan sólo para justificar sueldos y empleos de tiempo, de los pelmas que están encantados de haberse conocido, del mundo en general. Si tan sólo a alguien se le ocurriera un ipod para editar la realidad.

Isabel Coixet
(05/06/2005)
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