Lo que voy a publicar es el fragmento de un fic que hace mucho estaba escribiendo, era sobre Ron y Tom. Ubicado después de la muerte de Dumbledore, pues con la ausencia de éste alguien tendría que hacerse cargo de las estrategias de la Orden, y el único que, a mi vista, está capacitado para ello es Ron. Que sea un inexperto es otra cosa. Así que empecé a escribir esto, que primero quería que fuera sólo un shot de los míos, osea, menos de unas 2000 palabras, pero se me empezó a salir de las manos y estoy segura que de continuarlo sería mucho más largo que eso.
Fandom: Harry Potter.
Personajes: Ron Weasley y Tom Riddle/Voldemort
Jaque mate
El Ajedrez es la Vida.
Bobby Fischer
Sonreía de lado, con ese gesto sardónico y orgulloso que ponía siempre que algo le había salido bien. Siempre que era el momento de comenzar a confiar en la seguridad de la victoria.
Había sido una muy… interesante partida. Hacia tanto que no se topaba con alguien que le diera tanto trabajo; Dumbledore había muerto y, de cualquier modo, hacia mucho que él era sólo un vejete incapaz de concebir una estrategia decente.
Pero, aquel chiquillo pelirrojo tenía talento. Aunque, un traidor a los de su sangre, no quitaba el hecho de que por sus venas corría magia pura, por supuesto que debía de tener talento. Y un gran futuro, sí es que podía conseguir que su cerebro estratega se desarrollara de la manera adecuada. ¡Oh sí! Claro que sí podría hacerlo.
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-¿Blancas o negras? ¿O prefieres que sea la suerte?
-Blancas, por supuesto. Las negras son el mal y la suerte no determina el bando que tú tomas en la guerra.
-¿Y cómo sabes cuál bando es el blanco y cuál el negro?
-Es obvio -dijo resoplando, como si sólo a un estúpido se le ocurriera preguntar eso.
-Ya veo. -Por alguna razón, había sonado como un “ya veo, niño inmaduro”. Pero él no lo quiso aceptar, así que optó por ignorarlo-. Empieza.
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La guerra se desarrollaba tan cruel y larga como cabía esperar. Había momentos en los que Voldemort llevaba la ventaja, pero también había puntos en los que eran ellos quienes ganaban. Sin embargo, lo último era cada vez menos frecuente. Cada día que pasaba olvidaba un poco más el sabor de la victoria y el optimismo de la siguiente jugada.
Porque eso era la guerra, una serie de jugadas, una tras otra. Mover las piezas para tomar los lugares estratégicos y dar el ansiado jaque mate. Era una partida de ajedrez, sólo eso. Una en la que él estaba comenzando a participar y a tomar el mando rápidamente. No que Harry no hiciera nada, claro que él tenía un puesto importante, claro que él entrenaba y participaba abiertamente, mucho más que él mismo. Solo que Harry era una pieza más y él comenzaba a ser el jugador, el que las controlaba y las movía como consideraba mejor, tal como en su primer año en Hogwarts. A fin de cuentas Harry era importante, desde luego, pero pieza al fin.
Por otro lado, reconocía que su rival era más experimentado que él, tenía décadas de ventaja, pero él era un gran jugador y no se subestimaría así como así. Si bien, las probabilidades no estaban a su favor, si había una oportunidad, mientras existiera, él continuaría.
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-¿Un caballo? Qué torpe. ¿Acaso es para demostrar que eres diferente a Dumbledore y a todos aquellos que te precedieron? - Tom lo miraba despectivamente, mientras ocultaba la casi nula sorpresa, pero sorpresa al fin, que este movimiento inesperado le había producido. El chico era realmente diferente-. Seguro ahora mostrarás una incompetencia mayor a la de ellos.
En realidad, hubiera iniciado como hubiera iniciado, Tom lo hubiese criticado. No importaba lo que hiciera, Tom siempre lo humillaría.
-¿Torpe? ¿Diferente? ¿Te sorprenden mis movimientos? -dijo al tiempo que se lamía los labios y sus ojos invitaban a Tom al desafío, a probar quién era el mejor.
-¿No sabes mantener un diálogo sin preguntar todo lo que pasa a tu alrededor cual niño de seis años?
-¿Y qué? ¿Tú vendrías siendo el padre en esta bonita escena?
-Ja, cómo si te fuera a responder algo o la imagen paterna me quedara, Weasley. Además, eso te gustaría, ¿no? -respondió bajando la voz peligrosamente-. Maldito enfermo de mierda.
-Si el enfermo soy yo, ¿tú qué eres?
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Dumbledore, el primero en enfrentarse a él. Él único que le causaba miedo y un gran mago, uno casi legendario. Podía batirse a duelo con los magos más poderosos y triunfar, podía organizar a una serie de magos para oponerse a él, podía hacer muchas cosas y hacerlas bien. Sin embargo, y sin ser un pésimo táctico, no era un estratega. Y él sí lo era. Y la diferencia entre uno y otro es brutal… aunque el miedo siempre ayuda y hace que las cosas se equilibren y las condiciones sean casi iguales.
Potter, el elegido, el héroe, el salvador. Un niño que las únicas ventajas que tenía eran una profecía, un hechizo protector y el tutelaje de un viejo senil, pero imponente aún. Nunca contaba con un plan, pero tenía una suerte envidiable que provocaba sus continuas victorias. No, él ni siquiera tenía técnica, no tenía nada. Él era suerte y sólo eso.
Después de la desafortunada muerte de Dumbledore, no hubo alguien que se enfrentara directamente a él. Tal vez fuera el desconcierto, la falta de planeación, la esperanza de que alguien que es explosivo y espontaneo, pero para nada previsor ni capaz de generar una estrategia, asumiera el cargo vacante; tal vez fueron muchas cosas, pero aquel grupillo de magos que le hacían frente se había quedado sin líder. Y cada ataque era perfectamente mal trazado, cada movimiento era como entregarle la victoria, aunque pequeña pero constante, en charola de plata. Eran un fracaso.
Cada plan era malo per se, pero tenía la firma, el sello de cada uno. Podía fácilmente adivinar cuál había sido autoría del licántropo o cual de Arthur Weasley, el traidor a la sangre, podía ver cuál era de Ojo Loco o de Shacklebolt. Cada uno tenía su marca.
Pero, un día, algo inesperado pasó. Todos enviaban a personajes poco importantes y débiles a luchar contra sus avanzadas de mortífagos medianamente poderosos. Era como enviar un peón a enfrentarse contra un alfil o una torre, todos lo hacían, menos ese desconocido. Ese nuevo idiota ahora había creado un plan arriesgando más de lo que se podía permitir. Uno en el que, milagrosamente, resultó victorioso. Porque la batalla no fue un peón contra un alfil, fue un caballo frente a un alfil.
Alguien, que aparentemente sabía lo que hacía, o tenía una suerte grandísima, comenzaba a jugar una partida que ya estaba casi perdida. Alguien que, pese a que seguramente ya debía saber sus casi nulas posibilidades, comenzaba a hacerle frente.
Por fin, alguien que valía la pena.
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-Y tú haces lo que todos mis predecesores. Un peón. Qué falta de ingenio. Si yo quería demostrar lo diferente que soy de ellos, ¿tú quieres que me dé cuenta de lo cercano que eres a Dumbledore?
-No es falta de ingenio, sólo es estrategia mi queridísimo -dijo ridiculizándolo, para continuar hablando con un tono amenazador-. ¿Lo cercano que soy a Dumbledore? No me hagas reír, la diferencia entre nosotros era abismal. Tú deberías saberlo, la diferencia primordial entre un estratega y un táctico.
-Sí, por supuesto que la sé. Sólo que no estás demostrando ser lo que se supone que eres -dijo Ron haciendo un gesto despectivo.
-¿Y tú qué sabes chiquillo inmaduro? -respondió Tom confiado-. Entre más simple, más efectivo. Y entre menos cartas al descubierto haya, más ventajas tienes.
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Los enfrentamientos continuaron. En algunos la luz triunfaba, en otros simplemente eran arrasados. A pesar de ello las cosas parecían haberse nivelado por una vez. Cuando menos, no perdían tan a menudo.
Sin embargo, a pesar del aparente equilibrio de fuerzas, ellos eran los más dañados. Porque si bien el Señor Oscuro perdía con más frecuencia que antes, él no había sido diezmado con anterioridad. Aún no era suficiente.
Era en momentos como éste en los que se daba cuenta de lo injusta que era la guerra y el mal estado en el que había tomado el mando. Era en momentos así en los que una parte de él gritaba por la excitación del reto, por el éxtasis de, al fin, tener a un compañero lo suficientemente hábil para enfrentarse a él en una partida de ajedrez. Y a esa parte no le importaba nada más, sólo disfrutaba el hecho de pelear, trazar planes y jugar con alguien que era tanto su igual, en cuanto a habilidades natas, como su superior, en experiencia y conocimiento, en el tablero. Alguien de quien aprendía trucos y tácticas, alguien que lo hacía pensar como nunca antes lo había hecho, alguien que exigía, que pedía mantener el ritmo enloquecedor que la partida comenzaba a adoptar. Alguien que era realmente un desafío.
Y, cuando los momentos así terminaban, entonces se sentía como la peor escoria del mundo, porque estaba disfrutándolo. No podía estar disfrutando de la jodida guerra ¡por Merlín que no! Pero lo hacía, no era sólo el tener un rival, era que por fin podía hacer lo que él quería. Por fin estaba a cargo, por fin él era el centro de atención. Por fin él era el jefe, la persona importante. No un simple Weasley, no más “el amigo de Harry”.
Y, si por un momento se proponía ser honesto, aunque fuera un poco, el pensamiento que acudía a su mente era no quiero que esto acabe, nunca. Afortunadamente, como buen Gryffindor mojigato, hipócrita y totalmente bueno, nunca se proponía ser sincero consigo mismo, porque era algo aterrador.
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-Claro, y el pequeño niño responde mi ataque con un pequeño e inofensivo peón. Qué ternura -completó sonriendo sarcásticamente.
-Claro, un pequeño e inofensivo peón -dijo sonriendo a su vez.
-Un peón que ha salido a recibirme -contestó lascivamente.
-Por supuesto, uno que ha salido gustoso a recibirte.
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El desconocido no era un experto, aunque tampoco un simple aficionado. Era algo diferente, desconocido. Aprendía rápidamente y sus jugadas eran, hasta cierto punto, originales, frescas. Él hacía que todo esto fuese más que sólo una guerra, convertía todo en un juego, en algo divertido y desafiante. Era entretenido.
Ahora todo era más que una lucha por el poder, más que la simple senda que debía seguir para conseguir el ansiado objetivo. Se había transformado en una competencia entre dos mentes, en un diálogo en el que uno atacaba exigiendo una respuesta que no tardaba en llegar. Un juego en el que nada más allá de las tiradas y estrategias importaba.
Y sí, ahora disfrutaba más el camino para conseguir el poder que el hecho de tener el poder. Era irónico. Precisamente porque era divertido, él haría que la partida se alargara lo suficiente para satisfacerlo y ésta terminaría cuando se hubiese aburrido de él y de sus pueriles, pero siempre astutas y originales, jugadas.
Y, tal vez, podría divertirse con él de algún otro modo más tarde. Tal vez, valiera la pena conocerlo y explorar el resto de sus talentos. Podría ser interesante.