Jul 09, 2009 02:18
Hacía frío y nevaba. La nieve cubría con su manto blanco la ciudad, haciéndola parecer inocente a los ojos de la gente, cubriendo todo aquello que era despreciable de la urbe. El andén presentaba el mismo aspecto que siempre, con los mismos protagonistas que representaban la misma obra que es la vida una y otra vez.
Ahí estaba el hombre de americana, que por sus vestiduras y por el maletín que le acompañaba eternamente, se podría deducir que ocupaba algún cargo de ejecutivo en alguna empresa de poca monta. Se notaba que el tiempo había hecho estragos en su cara, antes fuerte y vigorosa, pues mostraba una perpetua mueca de cansancio y hastío.
Otra de las habituales era la chica rubia que siempre se sentaba en el extremo del anden. Al parecer era estudiante, sospecha ratificada por la incombustible carpeta que la acompañaba año tras año. Era de color azul marino y tenía pegatinas de algún cantante que no llegaba a reconocer.
Por último quedaba yo, en el sitio acostumbrado, aquel que había hecho mi pequeño rincón para esos minutos de soledad que acompañaban a la espera del tren de turno. Por alguna extraña razón era un sitio que la gente evitaba. Bueno, eso me aseguraba que aquel fuese mi lugar.
Era una necesidad, realmente sentía que aquel lugar era mío, y descubrir que no lo era me hacía experimentar una sensación de tristeza realmente grande. Si se piensa con detenimiento, aquello era una tontería, pero ya se sabe, hay cosas que significan más por lo que representan que por lo que son, y aquel lugar representaba demasiado para mi.
La nevada dificultaba la visión, y por mucho que me esforzaba por atisbar más allá de donde esta permitía, no conseguía ver nada. A todo esto, el tiempo seguía su curso y el tren no llegaba. Nunca había sido excesivamente puntual, pero hoy se retrasaba demasiado. La suposición de que era por la nieve pasó por mi mente, pero realmente no tenía fundamento, ya que las nevadas como estas eran una constante en esta zona, y por mucho que nevase, siempre acababa llegando.
“Bueno, a esperar tocan, que se le va a hacer...” dije en voz alta, como si alguien de los que había allí pudiese escucharme o estuviese interesado en lo que tenía que decir.
Para pasar el rato me dediqué a tararear una vieja canción que recordaba de cuando era niño. Al hacer esto me sentí increíblemente cansado y pesado, como si el recordar algo de mi infancia me demostrase cuan lejos estaba ya.
-“Tsk tsk, a tus veintiocho años, y ya sintiéndote como si tuvieses cincuenta. Por favor, hay gente por ahí que está mucho peor que tu y pone mejor cara”
De repente me sobresalté. Esas palabras no habían salido de mi boca. Miré a uno y otro lado pero allí no había nadie mas. Parecía ser que la nieve había desalentado a la mayoría de la gente aquella mañana, así que allí seguíamos los mismos. Seguramente había sido mi mente, que me había jugado una mala pasada.
“El estrés, seguro que es eso. No tengo que trabajar tanto”, me dije, con una media sonrisa en los labios.
Mientras seguía ensimismado en mis pensamientos, escuché el chirriar de los raíles, anunciando la inminente llegada del tren. “Por fin!, parece que no llegaré tarde al fin y al cabo” , pensé...
El tren paró lo justo para que pudiésemos subir. Busqué un asiento libre mientras seguía algo ensimismado. Al observar el vagón más detenidamente buscando algún sitio donde aposentarme, me sorprendí bastante al ver que estaba absolutamente vacío. Ni un alma en aquel triste vagón cuando esperaba que al menos me hubiese costado encontrar un sitio. “Realmente extraño” pensé para mis adentros.
Me senté al lado de la ventanilla, y me entretuve mirando el paisaje...
-“Hola”
Otro sobresalto. No había visto sentarse a nadie allí, delante de mí, pero ahora el asiento estaba ocupado por una bella muchacha. La miré extrañado, buscando en mis recuerdos alguna imagen de ella. Ninguna, aquella chica era una completa desconocida.
-“Hola”-le dije.
-“Hace un día de perros,¿verdad?”
-“Pues sí, si que lo hace...”-la miré a los ojos. Eran muy bellos, de un negro intenso.
-“Hay que ver, espero que el tren no se retrase. No quiero llegar tarde a mi primer día de trabajo”- se agitó nerviosa mientras me obsequiaba con una tímida sonrisa.
El tren entró en un túnel. Los oídos me pitaban. Ambos bostezamos para poder liberarnos de esa molesta sensación. Nos miramos y soltamos una pequeña carcajada al ver que habíamos reaccionado de la misma manera.
-“¿Así que hoy es tu primer día de trabajo?”-continué-“¿Y donde van a tener la fortuna de trabajar contigo?”- tenía la vaga impresión de que aquella chica me era conocida.
-“En el hospital de San Patricio. Soy enfermera”-dijo, sonrojada.
“Ni que el piropo fuese para tanto”-pensé...
De repente, el tren dio un fuerte frenazo. Intenté asirme a algún lado, pero salí proyectado hacia delante y me golpeé la frente contra el apoyabrazos del asiento de en frente. Un dolor sordo se apoderó de mi cabeza mientras mi vista se nublaba.
-“Aaaaaaaaaahh!”
Alcé rápidamente la cabeza.-“Ngh”- fue lo único que alcancé a decir, pues me mareé y quedé echado hacia atrás en el asiento. Cuando pude recuperarme, miré por la ventanilla. El tren aún seguía en el túnel. Rápidamente eché una ojeada por el vagón. Ni rastro de aquella chica.
-“Aaaaaaaaaaaaahhh!!”
Esta vez el grito me heló la sangre. Era de aquella chica. Estaba absolutamente convencido. No sabía el por qué, pero no albergaba ninguna duda. Era ella.
El grito provenía del exterior. Rápidamente me levanté y me dirigí hacia la puerta del vagón. Estaba abierta...
Salté al exterior y caí torpemente sobre la vía.
-“Joder! Tengo que hacer más ejercicio.”-exclamé mientras me incorporaba.
-“Aaaaaggh!
Esta vez el grito sonó entrecortado, como si algo estuviese ahogándola. Provenía de mi derecha.
Hacia allí me dirigí rápidamente. Corría lo más rápidamente que me permitían mis enclenques piernas. Corrí y corrí durante lo que pareció una eternidad. No se volvió a escuchar ningún grito más.
El tren, que quedaba a mi izquierda, parecía no acabar nunca. Igual que el túnel. La débil luz proveniente del interior del vagón alcanzaba sólo a iluminar pobremente el túnel.
Cuando iba a darme por vencido, una visión de pesadilla se presentó ante mí. Allí delante estaba aquella chica, con el cuello retorcido. Sobre ella estaba un ser, vestido con una horrenda bata blanca, a modo de doctor. Al mirar su cara, un profundo asco me invadió por completo. Estaba horrendamente desfigurada.
Mientras permanecía allí de pie, observando aquella horrenda escena, el ser levantó una mano y señaló por encima de su hombro. Una mueca de enloquecida alegría se le dibujó en la cara, mientras un sonido que recordaba vagamente a una risotada surgía de aquella cavidad infernal.
Lentamente, como hipnotizado, miré, desde mi posición, detrás del monstruo. Observé, aterrorizado, como un tren se aproximaba por la vía a toda velocidad. Solo pude distinguir su luz frontal. No producía ningún ruido.
Sin tiempo a reaccionar, volví a fijarme en el monstruo. Su maníaca risa resonaba por todo el túnel, pero ya no estaba allí.
Paralizado por el miedo, mi mirada estaba fija en la luz, que cada vez se iba haciendo más y más brillante. Me preparé para el inminente impacto...
Sobresaltado, me incorporé. Sudores fríos recorrían todo mi cuerpo mientras tiritaba nerviosamente. Sobre mí, un foco circular emitía una potente luz. Miré a mi alrededor. Aquello parecía una especie de sala de algún hospital. Permanecía incorporado sobre una camilla. Iba vestido únicamente con una bata de hospital. En la sala había varias máquinas que no había visto en mi vida.
Me levanté de la camilla, y a duras penas logré mantenerme en pié.
Una puerta se abrió a mi izquierda. Por la puerta apareció una silueta de mujer. Mi visión era borrosa y no lograba alcanzar a verla bien desde donde estaba.
Al verme en pié, se sobresaltó y salió corriendo de la habitación mientras exclamaba “El número XXVII está despierto! Avisad a...”-
Fue lo único que logré escuchar. Movido por la curiosidad y con la mente aún nublada, me acerqué a la puerta. Un extenso pasillo se hallaba ante mí.
Apoyándome penosamente en la pared, avancé hacia donde mi instinto me indicaba. Sólo sabía una cosa, debía salir de allí, y rápido. Tenía que saber si lo que me había pasado era un sueño, si esto era un sueño, o si aún no había despertado y la pesadilla proseguía...
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