Jun 18, 2007 12:23
Estaba yo pensando en cómo dos de mis autores favoritos pueden ser tan diferentes. Y de hecho, he llegado a la conclusión de que no es que sean diferentes, es que son casi especularmente opuestos:
Lovecraft es la absoluta nebulosidad. Nada es concreto, todo se sugiere. No encontrarás ni una sóla descripción detallada en un relato de Lovecraft, jamás os describirá el aspecto de uno de sus "monstruos". Nótese el entrecomillado: definir a los seres de otros planos de Lovecraft como "monstruos" es como decir que La Rendición de Breda es un garabato. Nunca nada tan vago fue tan real, tan completo.
Lovecraft encuentra el terror en los impulsos ciegos, casi involuntarios. Es capaz de hacerte sentir terror ante el concepto del crecimiento ciego y sin objetivo ni consciencia de un árbol, o el agitarse sin rumbo del mar. Cosas que nos recuerdan lo insignificante, lo nimia y poco importante que es nuestra consciencia, cuánto de artificio hay en ella.
Otro factor común en el mundo de Lovecraft son las maldiciones familiares; esos pequeños defectos físicos (el ojo azul de la familia Martense, por ejemplo) que son testigo de "malformaciones morales". Ese miedo a la regresión al "animal" (de nuevo la pérdida de la consciencia) se ve claramente tanto en "La Sombra sobre Innsmouth" (uno de sus mejores relatos, de los más representativos de todas estas cosas) como en "Las Ratas en las Paredes". "La Cabellera de Medusa" también lo toca de refilón.
Bret Easton Ellis, por otro lado, es la concreción absoluta. Encuentra el horror en los detalles, esos detalles de los que llenamos nuestra vida para maquillar el hecho de que a estas alturas de la historia todos sabemos que nuestra vida no tiene sentido. Por ejemplo, eso se ve perfectamente bien en los párrafos de "American Psycho" en los que Patrick describe con minuciosidad la ropa y complementos de cada persona con la que se encuentra, o simplemente en la forma de concebir la vida de Patrick.
Donde los personajes de Lovecraft tenían la sensibilidad a flor de piel, los de Ellis viven a kilómetros bajo la suya, si es que viven. Están (y son) fríos, ausentes. Algunos, como Sean Bateman, parece que buscan salir de ese pozo con las drogas y el sexo, o la ilusión del amor... Pero sólo lo parece. En realidad no les importa. No viven, se limitan a existir.
Donde Lovecraft deja puntos clave a la imaginación del lector, Ellis nos anuda firmemente a la trama. Lovecraft nos enseña a mirar a las estrellas y tener miedo, Ellis nos enseña a mirarnos en el espejo y no sentir nada. Los monstruos de Ellis no son alienígenas, ni entidades imprecisas: somos nosotros mismos. Ni siquiera se dedica (como tantos otros) a lanzar tierra sobre esta sociedad que nos aliena y bla bla bla... No hace falta. No es necesario. La sociedad es irrelevante. Los demás son irrelevantes. El Gobierno es irrelevante.
Y me callo ya, que podría estar escribiendo toooodo el día sobre estos dos. Ahora mismo os leéis "Menos que cero" y "La Sombra Sobre Innsmouth". Venga.