Autor:
melisa_ramBeta: Jessica
Título: La Mancha
Mitología: Cualquiera que crea en la Vida después de la Muerte.
Personajes: -
Resumen: Algunas personas simplemente se van, pero no todas nos abandonan.
Género: Sobrenatural (?)
Palabras: 1800 aprox
Rating: PG
LA MANCHA
La mancha estaba ahí desde que Nana podía recordar.
Nadie le prestaba atención porque para los ojos de los demás no era más que eso, una mancha de humedad, apenas más oscura que la pintura. O una mancha de barro en el piso, o una marca de pasto en una tela, la huella de un aliento tibio en una ventana. Tenía forma de... bueno, no sabía decir, no era experta en las formas de las manchas. No tenía olor a nada (ni sabor a nada) y ahí estaba, se hacía su lugar en el mundo. Tampoco hacía ruido, y eso era lo mejor, porque pasaba totalmente desapercibida. Nana se levantaba temprano cada día para ir a la escuela, y apenas abría los ojos, ahí estaba la mancha. En el techo, al lado del zócalo de la lámpara. Lo primero que ella veía cuando abría los ojos, era la mancha.
Y la mancha la miraba a ella, dándole los buenos días con su rústico diseño.
Pero Nana bajaba a desayunar, y ahí estaba la mancha.
Iba al baño a lavarse los dientes, y ahí estaba la mancha.
Subía al asiento trasero del coche, y la mancha estaba en el vidrio.
Caminaba por la vereda, y en cada baldosa podía ver a la mancha.
Se sentaba en su pupitre, ¡Y ahí estaba la dichosa mancha!
Uno podía pensar que era una mancha fiel, o una mancha traviesa...
O una mancha aburrida de hacer siempre lo mismo, y estar siempre en el mismo lugar. Quién sabe. La verdad es que no había motivos para pensar que fuera una mancha mala, no daba miedo y no hacía nada, pero Nana no entendía cómo se las arreglaba para estar en todas partes. Porque no vivía solamente en la pared, a veces estaba en su mochila, en el frente de su jérsey, en la rodilla de uno de sus pantalones, en su mano... y no sólo se le pegaba a ella, también había visto a la mancha visitar a otras personas. Otros lugares. Otros asientos, otros jérseys, otras paredes, otros papeles, otros países. A la mancha le gustaba mucho viajar, eso se notaba. Uno terminaba acostumbrándose a verla.
Durante varios años, Nana siguió viendo a la mancha y llegaron a hacerse muy amigas. Es decir, lo más amigo que se puede ser de una mancha que no tiene color, olor ni sabor, que no habla, pero que no deja de seguirte. Cuando entraron en confianza, la mancha se animó a mostrarle que podía hacer otras cosas, como cambiar de forma: podía parecer nube, rodaja de pan, estrella, conejo, gatito, trompeta, tambor, patineta, ¡Cualquier cosa! No había límites. Y era divertido, porque aunque Nana nunca la veía cambiar, nunca podía adivinar en qué se iba a convertir a continuación.
Cuando Nana cumplió doce años, empezó a notar que la mancha intentaba decirle cosas: un día, la vio en un titular del periódico local, “El país recibe al famoso cantante con un gran saludo”. La mancha se había parado sobre la palabra “saludo”.
Nana pensó que la mancha intentaba decirle “hola”. ¿Se estaba comunicando?
Es curioso el descubrimiento de algo tan trascendental como una mancha inteligente, capaz de sobrevivir al jabón en polvo, detergentes varios y capas de pintura, pero más curioso se volvió para Nana cuando empezó a ver la variedad de cosas que la mancha hacía.
Nunca se había puesto a pensar en dónde se la encontraba, o en las formas que ésta tomaba. En un día en que Nana se sentía muy feliz, la mancha apareció en su cuaderno con la forma de un rudimentario sol. No era algo nuevo, pero sí fue la primera vez que lo relacionó con algo. Y un día que estaba muy triste, la descubrió anidada en su almohada, dibujada como algo que se parecía a un osito de peluche del tamaño de la palma de su mano. Nunca le había temido a la mancha, pero desde que empezó a entender la forma en que ésta se comunicaba con ella, Nana se dio cuenta de que era una mancha amigable, que sentía.
¿Una mancha que sentía? Sí, bueno.
Alguna que otra vez pensó en decírselo a su mamá. “Mamá, mirá: tengo una mancha buena que me sigue a todas partes. ¿No te parece genial?”. Pero como creía que su mamá se iba a reír de ella, al final Nana decidió no decir nada; además, ¿Por qué no podía ser su secreto especial? Conocía a una mancha inteligente y cariñosa, ocurrente, a la que le gustaba viajar y dibujar. No le habló a nadie acerca de su nueva amiga secreta. ¿Qué iba a pasar si alguien se enteraba, y quería capturar a la mancha, ponerla en los diarios, sacarla en la televisión, subirla a Facebook? ¡Todo el mundo lo iba a saber!
Nana quería cuidar a la mancha, porque sabía que era una mancha muy especial. Así que guardó el secreto durante muchos años, fue a la escuela secundaria, después a la universidad, fundó su propio negocio, se casó, tuvo tres hijos...
Y como ya estaba muy anciana, su mamá se enfermó muy gravemente. Nana no tuvo cabeza para nada en esos meses, ni siquiera para pensar en la mancha y en las palabras de aliento que ésta se empeñaba en señalarle, posándose sobre frases de libros, en el diario o en una revista; apareciéndose en la ropa de cama con formas dulces y cariñosas, dibujándose en huellas de lágrimas para que ya no parecieran lágrimas. Nana casi no le podía prestar atención porque tenía cosas muy importantes de las qué preocuparse. Poco a poco, en los largos meses que duró la enfermedad de su mamá, la mancha dejó de comunicarse con Nana. Sin embargo, no la abandonó: seguía ahí siempre que Nana levantaba la mirada, la mancha estaba cerca de ella y la acompañaba a todas partes a pesar de que se había vuelto silenciosa y gris, como al principio de su vida.
La mamá de Nana fue operada, y los doctores dijeron que había que esperar a ver cómo evolucionaba, que iban a tener unos días complicados. La familia de Nana se puso muy triste, pero ella intentó mantener una sonrisa en sus labios, optimista, y hacer de esos momentos tan difíciles algo más ameno. Por eso, llevó al hospital una cajita de nácar que su mamá guardaba en la cómoda del dormitorio. La mancha se posó sobre los destellos verdes y rosas del nácar, en un intento de decirle que había sido una buena idea...
-Mirá, mamá. Te traje tu cajita de nácar. -comentó Nana, al sentarse- Pensé que te iba a gustar verla.
Su mamá recibió la caja con una sonrisa muy grande.
-Ah, mis fotos. Gracias, mi amor. -le dijo ella, contenta- Vení, vení... miremos juntas las fotos, como cuando eras chica.
Nana asintió con la cabeza y se inclinó un poco más cerca. Su mamá sacó de la cajita un paquete con fotos viejas, desgastadas. La mancha estaba posada en el doblez de la sábana blanca, con esa forma rara que tomaba cuando no quería parecerse a nada y pasar desapercibida, sin molestar a nadie. Nana la miró de reojo, le pareció que se había tornado de un color gris más oscuro...
-Me acuerdo de todo esto. -comentó, mirando una foto de campamento en la que salía con unos primos de la capital- El Pipo se cayó al lago por tontear en el muelle mojado y tuvimos que pescarlo con un rastrillo. La mamá del Pipo nos sacó a todos sonando de ahí, casi nos castigan una semana por eso.
-Los chicos siempre van a ser chicos, no les podés pedir que no hagan travesuras.
-Sí. Y el Pipo siempre va a ser el Pipo, incluso de grande.
Nana se rió, y fue recibiendo las fotos que su mamá le pasó mientras le contaba otra vez las historias detrás de cada una. El montoncito de papeles se fue haciendo más y más grande en su regazo, hasta que la cajita de nácar quedó vacía. La mancha estuvo horas y horas en el doblez de la sábana, muy quieta y sin decir nada, ni siquiera con la forma.
Cuando estaban devolviendo las fotos a la cajita, Nana vio que había algo más debajo del forro de terciopelo. Con cuidado, intentó sacarlo. Se encontró con que era una foto de una chica joven, alguien que sabía que conocía, pero no podía recordar quién era. La mancha había aparecido en la foto, en la cara de la mujer; era una marca muy oscura que había penetrado el papel granulado de la foto hacía muchos años.
No, pero la mancha seguía en la sábana. Entonces, ¿Qué era la mancha en la foto de esa chica? Tenían la misma forma, las dos. Nana no se dio cuenta de que llevaba un rato largo mirando la foto con seriedad, cuando su mamá le dijo:
- ¿Qué pasa, Nana?
-... nada, esta foto. ¿Quién es?
-Es mi mamá, tu abuela Lidia; ahí todavía estaba joven.
- ¿La abuela Lidia? ¡No la había conocido! -exclamó Nana, con sorpresa.
-Es que vos la conocés de más mayor, esa foto es de cuando tenía quince años. Se me manchó con tinta de lapicera hace un montón, quedó arruinada. Pero no la quería tirar porque es la única que tengo. -explicó su mamá, con paciencia. Nana le devolvió la foto, y la señora la miró un momento, también con seriedad. Al final, sonrió y añadió:- ¿Sabés una cosa? Tu abuela te quería mucho, Nana. Muchísimo. Me acuerdo que una vez me dijo que te iba a cuidar para siempre. Que ella se las iba a arreglar para que siempre fueras feliz, después de lo que pasó con tu papá. Son las cosas que uno siempre quisiera hacer, viste... estar para aquellos que les necesitan, sea como sea.
Nana frunció el ceño, confundida. Su papá había fallecido en un accidente de tránsito cuando ella todavía era una bebé, y no se acordaba de su abuela materna para nada. Claro, también era una bebé cuando su abuela murió. Volvió a pedir la foto, y se quedó mirando los rasgos suaves, redondeados y sonrientes de su joven abuela en blanco y negro.
Miró una vez más el salpicón de tinta, y la mancha en el doblez de la sábana.
Pero la mancha ya no estaba en el doblez, sino que se había trasladado a la pared, y con la forma de un pequeño sol vibrante de rayos largos e irregulares. Podría jurar que vio a los rayos moverse, girando y girando, como sombras apenas más oscuras que el color miel de la pintura. Se le llenaron los ojos de lágrimas, sin querer.
La mancha estaba ahí desde que Nana podía recordar, desde que era muy pequeña.
Cuando estaba en reposo, tenía la misma forma que ese derrame accidental de tinta en la mejilla de la foto de su abuela materna.
FIN
Ok, esto fue raro :/ ¡Gracias por participar en el Challenge de este año! Con este post lo damos por terminado, ¡Abrazos gigantes! ^^