Autora:
saneral_cielPersonajes: Caín y Abel. Hermanos de la mitología judeocristiana; hijos de Adán y Eva. Caín fue condenado por asesinar a su hermano a causa de celos.
Palabras Elegidas: Sangre - Hermana/o
Palabras: 1859
Rating: PG16 - slash
Han pasado ya miles de años desde que sucedió, pero Caín aún siente un malestar cuando mira su reflejo y ve esa marca invisible a la mayoría de los ojos humanos, esa marca en forma de árbol que reposa en su frente.
Es más que una marca, quien trate de asesinarlo será castigado siete veces, el castigo de Dios. No es visible, lo fue hace mucho tiempo, pero ahora solo se muestra como un instinto básico de los demás a no acercarse a él.
Abel.
Cualquiera pensaría que pasado tanto tiempo habría olvidado cómo lucía, pero lo recuerda claramente, cabello café, piel clara, ojos transparentes en un tono azulado. Su hermano menor, el hermano que había asesinado.
Era joven en ese entonces, los humanos eran una raza joven, no tenían más que unos pocos años y él no sabía nada de la vida, o de las reglas que se suponía debía seguir. Sintió rabia ciega, y la sintió por algo tan estúpido como una competencia por el favor de un Dios.
El favor de un Dios, hace tiempo que eso había dejado de importarle. Había aprendido que a los dioses les gustaba jugar con los humanos. Porque si todos eran iguales ¿por qué lo pusieron a competir con su hermano para elegir cuál era el que entregaba la mejor ofrenda? Con los años se ha preguntado lo mismo y siempre ha llegado a la conclusión de que querían que él se equivocara, que fallara y cometiera el asesinato que lo marcó de por vida. O de por no-vida, depende desde el punto de vista que se le mire.
Derramó la sangre de su hermano en la tierra y se le condenó a no poder probar nunca más el fruto de ella «sangre quieres, pues sangre es lo que tendrás» y no fue exactamente así que se lo dijeron, pero esa fue la intención.
Es por eso que vive de sangre… existe de sangre.
Vampiro es como le dicen ahora, debe reconocer que es mucho más suave que cuando lo llamaban demonio, o engendro de Satanás.
Cuando vives de sangre no envejeces.
Cuando moras en las sombras la luz te daña.
Cuando Dios te ha marcado, nadie se atreve a matarte y vives hasta que te pudres del aburrimiento.
Porque Caín está podrido del mundo, está cansado de pagar por lo que hizo cuando era un joven, ninguna sentencia por asesinato ha sido tan larga como la suya, aunque también es cierto que nadie ha tenido una cárcel tan grande como la de él.
Pero está cansado de estar encerrado en el maldito mundo, en la jodida vida. Está cansado de renovar su sentencia cada vez que tiene hambre y debe comer.
Además extraña a Abel. Lo han llamado cínico pero de verdad lo extraña. Sí, mató a su hermano en un ataque de rabia, pero precisamente el que sintiera rabia demuestra que no es un ser sin sentimientos. Ahora, eones después, lo que más recuerda de Abel es la fascinación que tenía por tirarle el cabello cuando era un bebe, lo mucho que le gustaba cuando lo sostenía en sus brazos y esa maldita manía de subirse a los árboles cuando jugaban a esconderse (nunca funcionaba porque Abel siempre se echaba a reír).
Nadie contó esa parte de la historia, nadie contó que le enseñó a buscar agua en el río o que, cuando estuvo enfermo, caminó todo un bosque en busca de la hierba que lo curaría y su padre ni siquiera tuvo que ordenárselo. Nadie contó que le miraba por las noches solo para que, cuando se agitara por un mal sueño, pudiera acariciarle el cabello y hacer que despertara sin necesidad de vivir la pesadilla.
Había sido un buen hermano. Y había cometido un error. Solo uno. Un jodido error.
Extrañaba a Abel.
Llevaba demasiado tiempo extrañándolo.
Cualquiera habría dicho que era ridículo que extrañara a su hermano cuando vivía en un piso en Nueva York, donde podía comer lo que quería por las noches porque estaba lleno de gente que nadie extrañaría, donde la vida nocturna era una juerga y él tenía todo el tiempo del mundo para vivirla. Pero extrañaba a Abel, siempre extrañaría a Abel.
O eso creyó hasta que inesperadamente alguien tocó a la puerta y se lo encontró ahí, frente a él, en carne y hueso tal y como la memoria clara de su mente lo traía a imagen.
-Estoy soñando -fue lo primero que dijo, porque no se lo creía.
-No lo estás -le respondió Abel y cuando escuchó su voz no pudo más que abrazarlo fuerte. No supo cuánto tiempo lo tuvo entre sus brazos hasta que lo soltó para mirarlo a los ojos y cerciorarse de que en verdad estaba ahí.
-¿Cómo es…? -Abel se encogió de hombros y entró a su departamento sin preguntar, sentándose en uno de los sillones negros que tenían vista hacia el cielo nublado que cubría la ciudad esa noche, reflejando las luces anaranjadas de los edificios y calles.
Abel lo miró directo a los ojos. Caín sabía que había algo distinto, Abel lucía demasiado humano. Él sabía que no había un motivo para que Abel no lo fuera, pero parecía demasiado acostumbrado a la civilización, su Abel no sería así de ningún modo.
-Vinieron todos los recuerdos de golpe Caín, he pasado varios años viviendo normalmente aquí en Nueva York, me llamaba Gabriel, -sonrió divertido-, pero hace poco mis padres de ahora murieron en un accidente y me quedé sin nadie. -lo miró directo a los ojos, tenía los mismos ojos cristalinamente azules de antaño. A Caín le costaba respirar-. Al momento de ocurrido eso todo el pasado volvió de golpe, junto con la dirección para encontrarte ¡BUM! -hizo el gesto con las manos-, todo en mi cabeza, como si Dios hubiera querido darme un lugar a dónde ir ahora que no tenía dónde -se encogió de hombros- ¿Una nueva oportunidad tal vez? Sinceramente no creo que la necesites…
-Abel… -se acercó a él sintiéndose jodidamente culpable, había imaginado millones de veces que se encontraba con Abel, pero nunca así.
-No me malentiendas, no creo que la necesites porque sinceramente entiendo por qué me mataste -se encogió de hombros-, hacernos competir por la mejor ofrenda… si yo hubiera perdido… -lo miró a los ojos con una sonrisa revoloteando en ellos- Bien, tú sabes que siempre odié perder, incluso más que tú. -se encogió de hombros-. Tal vez habría hecho lo mismo, creo recordar que las cosas eran bastante rudas en ese tiempo, el asesinato no era tan extraño como te hicieron ver…
-Todo ha sido siempre un gran plan para parábolas y enseñanzas perfectas, -se sentó junto a Abel, muy cerca-, no entiendo qué es lo que quieren sacar de esto.
Guardaron silencio y Caín bajó la vista, su cabello negro cayó un poco sobre su rostro pálido, sus ojos negros se cerraron.
-Te he extrañado mucho, Abel, como no tienes idea -alzó la vista para verlo y el castaño sonreía.
-Me ha faltado mi hermano mayor…
Esa noche Caín no salió a por comida, se quedó viendo a Abel dormir y cada vez que se agitó en una pesadilla, le acarició el cabello para que despertara suavemente y cayera de nuevo a sueños más placenteros.
Para cuando el sol salió las cortinas estaban cerradas y no entraba ni un rayo de luz solar al lugar. Abel despertó horas más tarde, probablemente confundido por la falta de iluminación.
Una lámpara sobre la mesa fue lo que permitió a Abel ver a Caín en las tinieblas. Se puso de pie y caminó lento hasta a él, hasta quedar a solo unos centímetros de distancia, era solo un poco más bajo que el mayor.
-Esa marca. -Caín sintió como su hermano le ponía la mano sobre la frente-. Pude ver cuando te la ponían, -negó con la cabeza-, odié la idea de que te marcaran, tu rostro siempre me pareció hermoso.
-Abel, siempre fuiste el más guapo de los dos…
-Entonces no cierres los ojos -dijo y acabó la distancia entre ellos juntando sus labios en un beso, primero casto, pero Abel insistió con la lengua en convertirlo en algo más y Caín le devolvió el beso, lo abrazó con fuerza, lo miró con deseo a los ojos mientras Abel hacía lo mismo.
Tan diferentes y tan iguales a la vez.
-No tengo miedo ni de tu marca, ni de dios, Caín, -Abel se separó a verlo-, el odiado has sido tú todo este tiempo, juzgado, en penitencia por siglos… podría haber sido yo, pero lo soportaste tú, cargaste con todo como siempre lo has hecho.
-Te maté Abel.
-Y yo voy a liberarte de ese cargo ahora, -Abel sacó una daga y la clavó en el pecho de Caín. Él cayó al suelo sin queja alguna-, nadie te ha atacado jamás por tu marca, nunca has sufrido una herida.
-Abel -sonrió, de alguna forma la paz lo llenaba por primera vez en eones.
-Será como debió haber sido, me has esperado mucho tiempo y ahora nos vamos juntos, Caín -se sentó sobre su cuerpo y lo abrazo por el pecho sin importarle ensuciarse con el líquido escapando de su hermano.
-Como debió ser -murmuró Caín y Abel asintió.
-Como debió ser… -se inclinó y le dio un beso en los labios húmedos-, ahora debes matarme de nuevo Caín, -su hermano cerró los ojos-, no hagas esto, mírame. -fijó la vista en él-. Tu sangre se pierde y me harás perder la mía ¿entendido? -se sacó la camiseta dejando su pecho expuesto, le sacó el cuchillo enterrado y sin miramientos lo clavó en el abdomen de su hermano ya herido, recostándose sobre él y dejándole el cuello al alcance.
-Abel no…
-Bebe hasta que esté sin vida, esta vez me voy contigo Caín, -lo miró a los ojos-, prometiste no dejarme solo ¿recuerdas? Cuando éramos niños, si te vas ahora sin mí, romperás esa promesa otra vez, así que llévame contigo, hermano.
Y Caín enterró los colmillos en Abel, mientras la sangre se le escapaba del cuerpo. El vaciar a Abel no sería suficiente para salvarlo, pero lo hizo.
Fue sintiendo como él mismo se desvanecía al igual que el cuerpo de Abel se desprendía, sobre él, de su vida.
Caín perdió el conocimiento y también lo hizo Abel.
La historia de los dos hermanos al fin había sido correcta, Caín bebió la sangre de Abel y Abel desangró a Caín, habían dado y recibido muerte en color rojo y sabor metálico. Habían dejado la competencia de lado, a los dioses de lado, para estar, para terminar, como siempre debió ser: en los brazos del otro, lejos del capricho de un dios con juguetes en mano.
Cumplieron la promesa de los dos.
Caín y Abel.
Caín nunca más marcado.
Abel nunca más solo.
Caín y Abel. Juntos.
FIN