(no subject)
K lo ve acercarse. Es como una cuenta atrás.
─Lo siento, es defectuoso. Habrá que eliminarlo.
Uno a uno, van cayendo. Como si fueran meras fichas de dómino. Como si fueran la reencarnación de los segundos que una aguja de cristal, lentamente, acuchilla con dulzura y se acerca, se acerca a su presa final.
─Otro más. Sus circuitos son erróneos y su personalidad es inestable. En cualquier momento podría volverse en contra nuestro. Elimínelo.
No mueren. Eso nunca. Porque son máquinas y no tienen vida. Ellos nunca han dicho “mátenle”, sino “elimínenle”. K también creía que no podían morir antes. Ahora, cada vez que mira por la rendija de la puerta de la sala de operaciones y ve como esos ojos ─a veces rojo sangre, a veces azul eléctrico. A veces negros como los suyos propios─ se apagan y un halo de neblina blanca deja de resplandecer sobre la piel de metal, está seguro de que sus hermanos sí que pueden morir. Y lo hacen. Cada vez que ellos lo deciden.
Y la cuenta atrás sigue y sigue. Se acerca. Demasiado deprisa se acerca su turno.
─Es defectuoso. Elimínenlo.
Mueren, siempre mueren. Y emiten gritos desgarrados que nadie más que no sea de su estirpe puede oír. Sangran vida líquida cada vez que alguien hunde un arma en su pecho inerte. Nadie puede verla. K se pregunta si realmente alguien ha querido verla alguna vez.
─Elimínenlo
Él sabe que será el siguiente. Se acercará a la camilla en un viaje sin retorno, sin trastabillar, sin dudar ─porque las máquinas no sienten miedo─. Verá como sus propios ojos se apagarán, su piel dejará de emitir luz invisible y no podrá evitar gritar de agonía cuando un bisturí se hunda sin miramientos en la carne metálica de su cuello ─que sangrará, sangrará, sangrará─.
Pero, en esa ocasión, nadie estará mirando por la rendija de la puerta de la sala de operaciones.
+ + +
Fandom: Vidas Paralelas
Claim: Leo/Arín más bien Arín-céntrico.
Advertencias: atisbos de tortura muy leve. Chan, quizás, ya que aquí Arín tiene trece años y Leo unos diecisiete.
Prompt: gelatina.
No tenía miedo
Una nueva bofetada, en esa ocasión, más fuerte que la anterior. El dolor no tardó en llegar, expandiéndose por su mejilla, latente y frío, agudo. Trastabilló y estuvo a punto de caer, pero no; en el último momento consiguió mantenerse en pie. Orgullosa. Desafiante.
Aquello no era nada.
No podía abrir los ojos ─Leo se había encargado de propinarle tal puñetazo al principio que estaba segura que sangraban y el mero contacto con el aire hacía que los sintiese escocer, arder─, pero Arín estaba segura que aquel sonido que ─distorsionado─ acechaba en ecos entre las cuatro paredes de la celda, era la risa de su captor. Una risa suave y grave. La odiaba.
Podía aguantar muchos más golpes sin quejarse, claro que sí.
Al instante sintió una mordaza de acero entorno a su barbilla que le hizo alzar el rostro. Tragó saliva con sabor a metal. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que las rodillas le temblaban como gelatina.
No era débil.
Solo un insolente jadeo de pánico escapó, entrecortado, una milésima de segundo antes de que Leo impactara sus labios contra los de Arín. Aquello ya se había convertido en un hábito, en una sádica rutina. Besarla durante un rato, golpearla más tarde. Humillarla siempre.
Pero algún día se lo devolvería todo junto. Sólo debía esperar.
La sangre se mezcló; fue apenas una capa viscosa y fría entre ambas pieles; una morena, la otra pálida. Una ardiente, la otra helada de un miedo que jamás reconocería.
Esperar…
+ + +
:3~~.
─Lo siento, es defectuoso. Habrá que eliminarlo.
Uno a uno, van cayendo. Como si fueran meras fichas de dómino. Como si fueran la reencarnación de los segundos que una aguja de cristal, lentamente, acuchilla con dulzura y se acerca, se acerca a su presa final.
─Otro más. Sus circuitos son erróneos y su personalidad es inestable. En cualquier momento podría volverse en contra nuestro. Elimínelo.
No mueren. Eso nunca. Porque son máquinas y no tienen vida. Ellos nunca han dicho “mátenle”, sino “elimínenle”. K también creía que no podían morir antes. Ahora, cada vez que mira por la rendija de la puerta de la sala de operaciones y ve como esos ojos ─a veces rojo sangre, a veces azul eléctrico. A veces negros como los suyos propios─ se apagan y un halo de neblina blanca deja de resplandecer sobre la piel de metal, está seguro de que sus hermanos sí que pueden morir. Y lo hacen. Cada vez que ellos lo deciden.
Y la cuenta atrás sigue y sigue. Se acerca. Demasiado deprisa se acerca su turno.
─Es defectuoso. Elimínenlo.
Mueren, siempre mueren. Y emiten gritos desgarrados que nadie más que no sea de su estirpe puede oír. Sangran vida líquida cada vez que alguien hunde un arma en su pecho inerte. Nadie puede verla. K se pregunta si realmente alguien ha querido verla alguna vez.
─Elimínenlo
Él sabe que será el siguiente. Se acercará a la camilla en un viaje sin retorno, sin trastabillar, sin dudar ─porque las máquinas no sienten miedo─. Verá como sus propios ojos se apagarán, su piel dejará de emitir luz invisible y no podrá evitar gritar de agonía cuando un bisturí se hunda sin miramientos en la carne metálica de su cuello ─que sangrará, sangrará, sangrará─.
Pero, en esa ocasión, nadie estará mirando por la rendija de la puerta de la sala de operaciones.
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Fandom: Vidas Paralelas
Claim: Leo/Arín más bien Arín-céntrico.
Advertencias: atisbos de tortura muy leve. Chan, quizás, ya que aquí Arín tiene trece años y Leo unos diecisiete.
Prompt: gelatina.
No tenía miedo
Una nueva bofetada, en esa ocasión, más fuerte que la anterior. El dolor no tardó en llegar, expandiéndose por su mejilla, latente y frío, agudo. Trastabilló y estuvo a punto de caer, pero no; en el último momento consiguió mantenerse en pie. Orgullosa. Desafiante.
Aquello no era nada.
No podía abrir los ojos ─Leo se había encargado de propinarle tal puñetazo al principio que estaba segura que sangraban y el mero contacto con el aire hacía que los sintiese escocer, arder─, pero Arín estaba segura que aquel sonido que ─distorsionado─ acechaba en ecos entre las cuatro paredes de la celda, era la risa de su captor. Una risa suave y grave. La odiaba.
Podía aguantar muchos más golpes sin quejarse, claro que sí.
Al instante sintió una mordaza de acero entorno a su barbilla que le hizo alzar el rostro. Tragó saliva con sabor a metal. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que las rodillas le temblaban como gelatina.
No era débil.
Solo un insolente jadeo de pánico escapó, entrecortado, una milésima de segundo antes de que Leo impactara sus labios contra los de Arín. Aquello ya se había convertido en un hábito, en una sádica rutina. Besarla durante un rato, golpearla más tarde. Humillarla siempre.
Pero algún día se lo devolvería todo junto. Sólo debía esperar.
La sangre se mezcló; fue apenas una capa viscosa y fría entre ambas pieles; una morena, la otra pálida. Una ardiente, la otra helada de un miedo que jamás reconocería.
Esperar…
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