Jun 27, 2008 11:56
Sam Twinlight presentaba varios misterios para Keith. A decir verdad, para él, ese chico ya era un misterio de por sí.
Desde que se había instalado en el Ático de Darío sin que nadie le hubiera invitado a ello, Keith supo que no le iba a caer bien. Aún más cuando descubrió sus extrañas costumbres.
Sam era un tipo problemático, un pelirrojo enano de malas pulgas que arremetía sin piedad contra todo aquel que se cruzaba en su camino, ya fuera amigo o enemigo. No aceptaba un no por respuesta, se reía de los tabús y lo desvalorizaba todo. Sin moral, lo definió Keith en alguna ocasión con una mirada de reojo. Complicado, Keith, complicado, suspiró Darío como toda respuesta.
Y es que Sam era complicado. ¿Quién entendía que necesidad había de gritar en lugar hablar como personas civilizadas? ¿Por qué siempre parecía alerta, como un cachorro de gato arisco listo para saltar en cuando se le agrediese? O más concreto aún; ¿por qué nunca dormía? ¿Por qué no se separaba de esa cadena de hierro que siempre llevaba cruzada en el pecho?
─Porque hay mucho gilipollas que se cree malote suelto y hay que meterles en su sitio de vez en cuando ─gruñó Sam como respuesta cuando Keith formuló la pregunta.
Tú el primero, estuvo tentado a responder él.
Y luego estaba la calle. Ah, la amada calle de Sam. Se pasaba el día ahí. Según Keith, era alucinante; a las seis de la mañana Sam ya estaba en pie, vestido, con un cigarrillo de mala calidad entre los labios y saliendo por la puerta de la entrada con un portazo. Nadie sabía que hacía exactamente en esos callejones de mala muerte. Había días que volvía a las nueve de la noche, otros días ni tan sólo volvía. Había veces que llegaba herido, con un corte fino y profundo en el brazo y la cara llena de rasguños. Nunca decía como se los hacía y se limitaba a encerrarse en el baño ─de un portazo─ y a curárselos él mismo. Por muy graves que fueran. Keith recuerda una ocasión en que llegó a duras penas con una hemorragia en el vientre y que casi se desangró antes de subir al Ático. En esa ocasión, fue el propio Darío quien se encerró en el baño con Sam para curarle la herida. Le pidió a Keith que no entrara.
Esa fue la primera vez que el chico pensó que Sam escondía un secreto.
Por lo demás, la vida seguía, y ese bicho, insecto de metro cincuenta cada vez estaba de más mal humor. Oh, sí, en más de una ocasión había llegado a las manos con Keith ─era muy facil provocarle con ese mal temperamento que tenía─ y, la verdad, la situación era más que cómica: los puñetazos de Sam tenían la misma intensidad que un globo de aire.
Sí, otro aspecto a añadir a la lista: la poca fuerza física del enano. Vale, quizás era muy rápido, pero era patético en lo demás. Como un niño pequeño.
Había muchos interrogantes y muy pocas respuestas. Sam entero era un interrogante. Y desde luego, Keith no estaba dispuesto a vivir bajo el mismo techo que un interrogante con patas.
+ + +
Abre el grifo, que se siente frío contra la piel de la palma de su mano, hirviendo. El agua gruñe y, perezosa, empieza a caer desde el foco de la ducha. Impacta contra su cabellera pelirroja, desciende por la misma, y se estrella contra el suelo de porcelana de la bañera.
Porcelana blanca que, además de ser cubierta por agua, lo es también en su misma medida por rojo sangre.
Sam chasquea la lengua con fastidio al notar un escozor en los brazos y las rodillas, pero lo ignora. Es muy superior a tonterías como el dolor físico, claro que sí.
Toma el champú, vierte un poco en la palma de la mano y se frota el cabello con gestos energéticos, furiosos. Sierra los dientes cuando el escozor aparece también en la mejilla, y comprende que debe tener un rasguño ahí también. Suelta un taco por lo bajo.
Ha vuelto a suceder, como siempre. Un comentario hiriente por parte de algún callejero, el inicio de una pelea. Más tarde, un grupo de amigos que venía a defender al gilipollas. Sam no puede más que sentir un odio latente en le pecho ante eso. Los muy imbéciles han sido tan cobardes que han tenido que atacarle en grupo para estar seguros de la victoria.
Bueno. Bueno…
Un fracaso más que añadir a la lista. Total, tampoco importa, ha convivido demasiado tiempo con ello.
Suspira y, despacio, siente que la burbuja de tensión que ha albergado en los pulmones hasta el momento se disuelve un poco. Levanta el mentón con el rostro hacia el foco de la ducha. Siente un escalofrío. Siempre le ha repugnado el agua.
Cuando ya dirige la mano hacia el gel es cuando oye unos gritos al otro lado de la puerta. Sus dedos se crispan en el aire. Es Keith. El muy idiota debe andar buscando a Darío…
… y debe pensarse que está dentro del baño, porque abre la puerta.
Sam se queda inmóvil, petrificado, como en shock. El corazón le martillea el pecho y un impulso eléctrico en el cerebro le grita que reaccione. Todo en vano. Mierda, ¿ha olvidado cerrar la puerta con seguro?
─Joder, ¿dónde estabas, Darío? Bueno, da igual ─suspira─. Ya son las once de la noche, ¿tú has visto a Sam? Apuesto a que hoy tampoco vendrá a dormir…
Silencio. El repiqueteo furioso del agua de la ducha contra el suelo de porcelana.
─¿Darío?
Mierda…
Un par de pasos al otro lado.
… Sam sospecha que…
Una mano que agarra la cortina de la ducha y la aparta.
… se ha metido en un problema.
+++
Si a Keith, en lugar de haber visto eso con sus propios ojos, se lo hubiera contado cualquiera, no le hubiera creído.
No.
De ningún modo…
Sencillamente, no.
Y es que su celebro aún no procesaba la información ni mandaba ningún tipo de reacción a la visión que tenía ante sí. Estaba quieto, estático, con la mano aún en la cortina que había apartado y los ojos sobreabiertos fijos en la persona que tenía frente a sí.
Ese…bueno, ese no era Darío.
Era Sam. Sí. Seguro. Sin embargo, era como no se habría esperado jamás.
Tenía el cuerpo de cara al foco de la ducha, y en aquel momento, la cabeza ladeada para mirarle con ojos dorados, de ira congelada. El cabello corto y liso, empapado, le caía por la nuca y se le pegaba a las mejillas. Si descendía un poco más, Keith podía ver unos hombros pequeños, blancos, que daban a una espalda igual de pequeña y erguida, aunque llena de heridas. Heridas, algunas sangrantes y recientes, otras pasadas, cicatrices de aspecto doloroso. Había una que le cruzaba la espalda entera, de un hombro a la cadera. Demonios, y tenía la piel quemada. En un lado de la espalda, cerca de la cintura, una enorme porción de piel se arrugaba, en un enfermizo color blanco propio de las quemaduras de alto grado. No pudo evitar preguntarse como habría conseguido todos esos trofeos.
Pero no, a pesar de que esa cantidad de cicatrices era alucinante, no fue eso lo que le causó más impresión a Keith.
Fue el hecho de que, al descender un poco más echaba en falta el torso plano propio de un chico. En lugar de eso, se topaba con unas curvas nada masculinas, un vientre plano y...
Tuvo que tomar aire para tranquilizarse y eso fue como un catalizador, un mecanismo que le devolvió a la realidad de una bofetada. Le faltó tiempo para volver a cerrar la cortina de una revolada y gritar:
─¡L-Lo siento!
… y con ese mismo aire apresurado casi se abalanzó hacia la puerta del baño y salió del mismo, cerrándola de un portazo.
+ + +
Era una chica.
Una chica. Sam, en enano antipático, el malote, el que se pasaba la vida en la calle…
Dios. Oh, Dios.
¿Por qué…?
Bueno, visto desde un punto de vista objetivo tenía sentido. Claro… por eso era tan celoso con su intimidad ─y nunca mejor dicho. Por eso no se desprendía nunca de esa gorra de béisbol cuya visera casi le cubría el rostro por completo ni tampoco de sus camisetas sin mangas, anchas, propias de jugadores de básquet. Claro. Eso disimulaba por completo sus ─pocas─ curvas.
Y por eso tenía tan poca estatura. Y tan poca fuerza física. Y… ¿tan mal carácter? ¡No tenía sentido!
Bueno. Bueno…
Eso explicaba muchas cosas. Al menos, todas las que referían a Sam y su costumbre de no dejar meter en su vida a nadie de fuera. Era una chica. Pero…
… ¿por qué lo había escondido tanto tiempo? ¡Ya hacía casi un mes que había llegado al Ático! Quizás podía empezar a tener un poco de confianza, ¿no?
En fin.
Ojalá no se hubiera enfadado mucho por haberla pillado en mitad de una ducha…
+ + +
No le hablaba.
No le miraba.
De vez en cuando caía algún ─patético─ puñetazo sin venir a cuento. Él nunca se lo devolvía.
¿Acaso se arrepentía?
Bueno, daba igual. De todos modos, Sam sospechaba que habían firmado una especie de acuerdo, un trato silencioso: él guardaría el secreto y ella procuraría no matarlo a miradas envenenadas cada vez que se cruzasen. Algo francamente difícil para alguien como Sam.
No es que ella escondiese que era una chica, para nada. Era, simplemente, que era más cómodo así; le gustaba la calle. Le gustaba el skate y el futbol. Si la peña se enterase de que era una tía, probablemente no le dejasen entrenar con ellos. Ah, y probablemente se lo pensarían antes de liarse a puñetazos con ella cada vez que había una pelea.
Pero daba igual. Le gustaba esa vida. Se resumía en eso.
Dio una larga calada a su cigarro y expulsó el humo con lentitud, saboreando a la sensación de nicotina en sus pulmones. Levantó la mirada pero, para su desgracia, no se topó con el cielo encapotado que debería haber en el parque, sino con el rostro de Keith, serio, eclipsándole el firmamento. Frunció casi al instante el ceño.
Él se río con aire amistoso. Por primera vez desde el silencio de ambos.
─¿Sabes? Me caes bien, Sam. Pero me caerías mejor si dejases de fingir ser tan duro.
… y con una puta frase acababa de poner punto final a esa situación tan tensa. Ya estaba. Dicho indirectamente: el secreto estaba a salvo. Keith era de confianza.
Sam sonrió con arrogancia y, mientras Keith recuperaba su sitió apoyado contra el tronco de un árbol, ella levantó la mano y le mostró el dedo corazón en un gesto bastante grosero.
─Vete a la mierda, niñato emo.
… y Keith mantuvo la sonrisa, porque sabía que eso era lo máximo que podía esperar como “reconciliación” por parte de alguien como Sam.
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