|Original| Sin título (Brian/Alex) Parte 2/?

Apr 30, 2010 18:34

Original escrito en colaboración con alikum y con las muy valiosas aportaciones de zelsh . Si alguien más quiere dar ideas, son muy bien recibidas =D


En lugar de sentarse como las personas normales, Brian ocupaba los dos asientos, apoyando la espalda en la ventana y estirando las piernas todo lo largas que eran. De hecho, le sobraba un tramo de pierna que quedaba en el aire en el lado del pasillo, sus pies entorpeciendo el paso a los demás pasajeros que arrastraban las maletas con cara de mal humor.

Alex le observaba de reojo, con los brazos cruzados, de pie contra la puerta del tren. Llevaba media hora sin moverse de allí, pero al parecer Brian no se había dado cuenta. Estaba ocupado charlando con todos los que pasaban junto a su asiento, con los auriculares que colgaban alrededor de su cuello a todo volumen.

-¿Sabe que tiene un color de pelo flipante?-preguntaba en ese momento a la señora que se había sentado frente a él. A su lado, un niño de unos diez años balanceaba las piernas, mirando a Brian atentamente.

-¿Perdón?

-El color de pelo -señaló Brian despreocupadamente-. Es bonito. Le queda bien.

Ella cogió un mechón de pelo entre los dedos y sonrió, sorprendida.

-Muchas gracias. Fui a la peluquería ayer.

-Me llamo Brian -dijo él, como si fuese lo más normal del mundo presentarse de repente ante una desconocida. Alex empezó a golpear el suelo con el pie. Brian, como secuestrador, era una mierda. El tío no se dignaba ni a mirar atrás para ver dónde estaba su rehén-. ¿Y hacia dónde va?

-Nos quedamos en Hendaya -respondió ella, inclinándose hacia él-. Hay allí un balneario que es una maravilla.

-Nosotros vamos a Amsterdam -dijo él, aplicando el plural como si Alex estuviese sentado allí mismo y no tres metros por detrás-. Verá, yo tengo un plan perfecto para hacer allí, y él va a buscar una mochila.

Alex levantó una ceja. Brian parecía un montón de cosas, pero no una persona que tuviese un plan de nada.

-¿Ah, sí? -la señora miró en los asientos contiguos, confundida-. ¿Vienes con un amigo?

-Sí -dijo Brian muy seguro. Alex resopló y miró por el cristal de la puerta. Los árboles se deslizaban fuera a toda velocidad. Continuó escuchando-. Amsterdam es una ciudad alucinante, ¿ha estado alguna vez allí? Bueno, no importa, se lo digo yo. Es la mejor ciudad del mundo. Yo no he estado nunca, pero me han contado un montón de historias. ¿Viaja usted sola?

-No me llames de usted, que me haces mayor -replicó coqueta ella. Luego puso una mano en la cabeza del niño, que se revolvió, disgustado-. Voy con mi hijo. Pero no estoy casada -añadió rápidamente.

-Vaya, hubiera pensado que era tu hermano -sonrió él, tamborileando con los dedos sobre su estómago. Ella se rió nerviosamente.

-Qué galante.

Brian se incorporó de pronto, señalando a la ventana del otro lado del pasillo.

-¡Mira, vacas!

El niño miró a su vez y dijo:

-¡Sí, es verdad, mira, mamá!

Alex miró un segundo por inercia. Luego puso los ojos en blanco un momento y se metió las manos en los bolsillos. La señora no sabía lo que le había caído encima al sentarse frente al crío ése. Alex empezaba a cansarse de estar de pie y de que Brian no le hiciese caso. Es decir, él le había secuestrado. Debería estar atento para evitar que se escapase, o muriese de inanición, o algo así.

Brian se sentó al fin decentemente.

-¿Te gusta la música? Yo siempre llevo música encima. El mundo es aburrido sin ella. ¿Te gusta bailar?

La mujer se inclinó más hacia él y le puso una mano en el muslo.

-Me encanta salir a bailar, pero hace años que no lo hago.

Brian ensanchó la sonrisa más.

-¿De dónde has dicho que eras? ¿De Madrid? Yo nací en Bristol, en Inglaterra, pero vivo en Madrid desde hace años.

El niño empezaba a aburrirse. Se puso de pie sobre su asiento y dijo:

-¿Me dejas ver tus cascos?

La mujer le cogió la mano y le sentó otra vez.

-Mira tú, pues hablas muy bien español. ¿Cuántos años llevas en España? ¿Cuántos años tienes?

Brian se quitó los auriculares y se los puso al niño. Le quedaban enormes y se le resbalaron por la cabeza, pero él se los sujetó con las dos manos y empezó a mover la cabeza al ritmo de la música emocionado.

-Dieciocho cumplí en Abril.

Ella le dio unas palmaditas en la pierna.

-Uy, qué jovencito. Pareces más mayor.

Alex no aguantó más. Se encaminó con pasos firmes a su asiento. Además, empezaban a dolerle los pies.

-Déjame la ventana -exigió. La mujer se le quedó mirando cuando Alex empezó a tirar del brazo de Brian para apartarle al asiento del pasillo, alejándole de la desconocida. La gente ve a alguien con un niño pequeño y les inspira confianza, pero la señora podría ser perfectamente una asesina en serie de pasajeros de tren jóvenes. O algo peor.

-Ah, hola, ¿dónde estabas?

Alex siguió tirando de él sin conseguir moverle ni un poquito.

-¿Cómo que dónde? Llevo todo el tiempo en la puerta, detrás de ti -Brian no se movía. Él siguió dando tirones-. Quiero...la...ventana.

Al final se movió. Alex se sentó y se cruzó de brazos. La mujer dijo:

-¿Éste es tu amigo? Menos mal, llevo todo el rato viéndole ahí de pie y nos miraba un poco raro.

Alex le lanzó una mirada cargada de desconfianza, pero Brian le pasó un brazo por los hombros y respondió:

-Sí, vamos juntos a Amsterdam. Él es el que ha perdido la mochila que te he dicho antes.

-No, perdona -rectificó Alex-. Has sido tú el que has perdido mi mochila.

Brian no le hizo caso.

-Se llama... -dudó un momento y le miró-. ¿Cómo te llamas?

Él apartó su brazo y miró por la ventana.

-Alex.

-Eso -repuso Brian.

-Mi hijo también se llama Alex -comentó la señora. El niño seguía bailando en el asiento, con los auriculares puestos, canturreando algo irreconocible.

Al parecer, Brian había perdido interés en la mujer. Se giró en el asiento y le colocó esas piernas interminables sobre el regazo, invadiendo su espacio personal de manera altamente incómoda.

-¿Qué hacías ahí de pie todo el rato?

Él empujó las piernas para quitárselas de encima.

-Intentaba huir, pero creo que hasta dentro de muchas horas no llegamos a donde sea que vamos, así que he decidido sentarme y escapar más adelante. Aparta, joder, que pesas.

La mujer intentaba integrarse de nuevo.

-¿Huir de qué? -preguntó, pero ninguno le prestó atención.

-Ah, como veas. Pero te advierto que desde Hendaya tenemos que enlazar con el tren a París.

Alex se volvió hacia él, enfadado de nuevo. Brian permanecía impasible, con su media sonrisa de idiota, sin cambiar de postura.

-Tú no entiendes mi idioma o algo, ¿no? Te he dicho que no voy a ir contigo a ningún sitio. A saber dónde anda mi mochila a estas alturas. En cuanto me baje de este tren pienso volver a Madrid aunque sea haciendo auto-stop. ¡Y quítate de encima!

Brian se sentó recto de nuevo, con la mirada diferente. Se encogió de hombros y movió la cabeza, como si Alex le hubiese decepcionado profundamente.

-Vale, como quieras. Pero si ni siquiera lo intentas, está claro que no vas a encontrar nunca esa mochila.

Alex frunció más el ceño.

-Si la das por perdida antes de empezar, pues bueno, sí, efectivamente la perderás.

-Tú metiste mi mochila en ese tren y luego te bajaste a comprar panchitos -se defendió Alex. Encima ese estúpido le estaba haciendo sentir mal con su filosofía barata-. Y me has secuestrado.

-Eran cacahuetes.

-¡Me da lo mismo!

La mujer puso la mano en el hombro de su hijo.

-Perdona, ¿has dicho que te ha secuestrado?

Brian continuó:

-La otra opción es preguntar en objetos perdidos de la estación de Amsterdam, donde seguramente guardarán la mochila. Allí son muy honrados todos.

Alex resopló otra vez.

-Eso no lo sabes. Tú nunca has estado en Amsterdam. Lo has dicho antes.

-Pero me han contado miles de historias -insistió él, convencido-. Mira, el tren que iba a coger yo era directo allí; con este tenemos que hacer trasbordos y cosas así, pero llegar, llegaremos. Igual tardamos un poco más, pero...

Alex ya no le miraba. El tren se metió en un túnel y él vio su reflejo ceñudo en el cristal.

-Vale -se encogió de hombros-. Entonces no es tan importante lo que sea que llevases en la mochila.

Alex se puso rígido. Ahora Brian, la mujer y el niño (con los auriculares en la mano) le miraban atentamente, en un silencio elocuente. Él no apartó la mirada de la negrura de fuera, pero sentía las miradas de los tres expectantes en su nuca.

Tenía que decir algo. Carraspeó.

-Ya veré lo que hago cuando lleguemos -dijo, evasivo-. ¿No es ya la hora de cenar?

La mujer levantó las cejas. El niño cogió su muñeca y miró el reloj.

-Son sólo las siete -dijo. Alex le maldijo internamente.

Por suerte, al parecer a Brian todo lo que tuviera que ver con comer le parecía bien.

-Sí, me muero de hambre, que al final me he quedado sin cacahuetes, con todo eso de correr por el andén y tal. Vamos a buscar el vagón restaurante. ¿Nos cuidas la mochila? -preguntó a la señora. Ante la mirada de Alex, rectificó-. No, mejor me la llevo. Últimamente me dejo las cosas en cualquier sitio.

El suelo se movía bajo sus pies, así que Alex salió del vagón caminando en eses, intentando mantener el equilibrio dignamente. Brian le alcanzó rápidamente y le puso la mano en el codo.

-¿Qué haces? -Alex miró hacia arriba. Brian era una puta jirafa. Alex le llegaba a la altura de los hombros.

-Sujetarte -respondió él-. Te vas a caer. ¿Dónde está la comida? ¿Es por aquí?

Alex se zafó. Empezaba a agobiarle esa costumbre de Brian de manosear a todo el mundo, de tocarle cada vez que tenía oportunidad. Más tarde tendría que explicarle el concepto de espacio personal si quería sobrevivir todo el viaje con él.

O sea, todo el viaje hasta Hendaya. Claro.

-Yo qué sé.

Resultó que el siguiente vagón era la cafetería. Brian examinó el panel que había encima del empleado, que le miraba de reojo mientras servía bocadillos en bolsas de papel.

-Yo quiero uno de queso. O de jamón. ¿Cuál crees que es mejor?

Alex entornaba los ojos contemplando el panel.

-¿El de jamón y queso? -sugirió, irónico.

-Eh, ése tiene que estar bueno. Aunque el de tortilla me llama.

Alex se inclinó sobre la barra, con los ojos casi cerrados y la boca entreabierta.

-Creo que me voy a pedir los dos.

-¿Tiene una carta o algo así? -preguntó al camarero. Él negó con la cabeza.

Brian se asomó por encima de su hombro.

-¿Qué pasa?

Alex seguía pestañeando y enfocando.

-¿No ves? -preguntó él, divertido.

-Claro que no, idiota. Llevaba las gafas en mi mochila.

Brian sonrió como si hubiese encontrado un montón de caramelos en el bolsillo de la chaqueta.

-¿Llevas gafas? ¿En serio?

-Sí -contestó Alex, malhumorado-. ¿Vas a reírte o me vas a decir qué hay de comer?

Cuando se giró a mirarle, Brian parecía excesivamente contento. Es decir, más de lo habitual.

-No me mires así -exigió Alex.

-Es que me hace gracia. No te imagino con gafas.

-Pues imagíname -repuso él, volviéndose al camarero que aguardaba con los brazos cruzados-. ¿Qué tipo de bocadillos tienes?

-Era más rápido preguntarle a él que intentar leerlo sin gafas, ¿no? -apuntó Brian.

Alex le ignoró. Mientras el hombre recitaba con aire aburrido, Alex se palpaba los bolsillos con desesperanza.

-Déjelo. Se me había olvidado que no tengo la cartera -se excusó, sintiendo el calor de la vergüenza en las mejillas. Sin esperar a Brian, se encaminó a través de la gente hacia su asiento.

La señora seguía allí, leyendo un libro de tapas blandas. El niño había sacado una consola y pulsaba los botoncitos sin descanso.

-¿Y Brian? -preguntó ella. Alex hizo un vago gesto con la cabeza y encogió las piernas en su asiento. Detrás del cristal el sol aún estaba alto. Además, ni siquiera tenía hambre. Eran las siete de la tarde, ¿cuándo se había visto cenar a esa hora?

Brian se dejó caer en el asiento con el regazo lleno de bocadillos. Algunos rodaron sobre Alex.

-Toma, elige -dijo Brian-. Como no sabía de qué lo querías al final, he cogido uno de cada. Así tenemos para por la noche si nos entra hambre.

Alex levantó las cejas.

-Pero... -la mujer se reía en su asiento-. ¿Por qué has comprado tantos? Esto es una exageración. De hecho no me tenías que comprar nada.

Brian sacó dos latas de refresco de los bolsillos de su pantalón.

-Toma. No he comprado Coca-Cola porque a mí no me gusta, aunque igual a ti sí. A todo el mundo le gusta eso.

Alex cogió la que le ofrecía por inercia.

-No, a mí tampoco me gusta.

A Brian se le pusieron los ojos más verdes cuando sonrió.

-Eso es alucinante -sentenció, abriendo su lata.

Alex se le quedó mirando mientras bebía, con un bocadillo en una mano y la lata en la otra.

-Gracias.

Brian le miró sin dejar de beber. Bajó la lata y se humedeció los labios.

-De nada, hombre. Te he secuestrado, es lo menos que puedo hacer.

Acto seguido se colocó los auriculares en las orejas y mordió su bocadillo con ganas.

Alex siguió mirándole, y no tardó mucho en convencerse de que si Brian iba a comer así todo el viaje, él se tiraría a las vías. Si como persona ya era todo un espectáculo por sí solo, Brian comiendo era el puto Apocalipsis reinventándose. Habían pasado diez minutos y había engullido tres bocadillos del tamaño de un brazo uno detrás de otro. Abría la boca como si pudiera tragarse el mundo entero o algo y parecía tener la convicción de que la lechuga del bocadillo de atún era para cogerla con la mano y meterla en el de mortadela. De hecho, iba en camino de untar de mayonesa el pan del de jamón y queso.

La esperanza de que por lo menos se estuviese callado para masticar no le duró ni el primer segundo y medio.

-¿Quieres que te cuente algo alucinante, chaval? ¿Eh, Alex? -Se disponía a indicarle punto por punto por dónde se podía meter lo que sea que fuera a decir cuando Brian se inclinó hacia delante, todo ángulos agudos en las piernas y los brazos. Se inclinó hacia delante y con quien hablaba era con el crío, que lo miraba como si fuera Chuck Norris enseñándole a hacer la patada giratoria. Brian carraspeó y miró a los lados con los ojos entornados antes de compartir su sabiduría con el mundo- Cada persona se come de media ocho bichos mientras duerme. Cómo te quedas.

El niño se quedó como si le hubieran dicho que trasladaban Dysneyworld a su casa.

-¡Qué guay!

-Basado en hechos científicos, colega. Totalmente cierto.

Brian emocionado era un cúmulo de molinetes y exclamaciones y montañas de palabras que se le atropellaban en la boca. Hacía del silencio una utopía. Se pasó lo que quedaba de trayecto hasta la cena discutiendo con el Alex en miniatura sobre qué robot molaba más en La Guerra de las Galaxias -sólo que ellos no decían robot, decían droide, droide astromecánico y droide de protocolo-, y Alex se perdió en algún punto entre R2-D2 y por goleada, tío, ¡tiene proyector de hologramas! y lo que era Brian riéndose. A veces se reía, y cuando lo hacía, lo hacía muy alto y echando la cabeza hacia atrás, como si pudiera ser increíblemente feliz por cualquier cosa, y luego exclamaba esa es buena, chaval, sí señor con restos de la carcajada en las comisuras de los ojos.

Fuera, el cielo se fue oscureciendo progresivamente y las siluetas de los árboles que aparecían y desaparecían fugazmente empezaron a difuminarse. En las televisiones del vagón proyectaron “Amor con preaviso”. Brian mordisqueó su séptimo bocadillo porque al parecer tenía un agujero negro en lugar de estómago, y Alex pensó que iba a vomitar. Aunque no sabía si era porque Brian no paraba de comer o por Sandra Bullock.

-Te va a sentar mal -advirtió Alex. Brian no despegó la vista de la pantalla mientras intentaba recuperar una loncha de queso que colgaba de su boca-. Jesús, comes como un cerdo.

-Me gusta esta película -respondió él, masticando. Alex frunció los labios con disgusto.

-Llevas por lo menos cinco bocadillos de esos. Y no me fío de los controles de salubridad de los trenes. -se movió en el asiento. Tenía el culo entumecido de estar tanto tiempo sentado-. Además, Sandra Bullock es patética.

-Eh -Brian pareció ofenderse-. No te metas con ella. No es mala actriz.

Alex levantó una ceja.

-Sólo diré una cosa: Miss Agente Especial.

-Todos tenemos momentos bajos -la defendió él. Alex mantuvo su ceja levantada.

-Miss Agente Especial 2: armada y fabulosa.

Brian se irguió en su asiento y a Alex le asustó un poco lo inalcanzablemente alto que era incluso sentado. Brian era una exageración con piernas.

-Esa mujer tiene un Oscar -señaló a la pantalla-. ¿Dónde está tu Oscar? Ah, no, que no tienes.

Le miró con satisfacción. Al momento dudó un poco.

-Porque no tienes un oscar, ¿verdad?

La mujer asistía a la conversación con aire divertido. Alex se rindió y tuvo que sonreír.

-No, no tengo un Oscar.

Brian pareció aliviado.

-Menos mal, qué susto, joder. Si la mochila que he perdido llega a tener un Oscar dentro, menuda cagada, ¿eh?

Alex estiró las piernas y los brazos sin molestarse en disimular. El asiento era incómodo de cojones.

-Anda, guárdate lo que queda de bocadillo para mañana, que no sabemos ni dónde amaneceremos.

Brian, contra todo pronóstico, obedeció. Envolvió cuidadosamente el bocata en la bolsa de papel con una sonrisa mal escondida, porque Alex había dicho amaneceremos, en plural, y qué él supiera, eso significaba que de momento no pensaba saltar y agarrarse al primer tren que pasase por su lado para huir de él.

Alex probó sin éxito mil y una posturas diferentes tratando de buscar un hueco cómodo en su asiento reclinable. Cuando por fin acabó la película, Alex suspiró de alivio y Brian emitió un ruido raro, como un carraspeo emocionado. Cuando Alex se volvió para mirarle, Brian parecía normal.

Apagaron las luces del vagón, dejando solo una oscuridad azul rota por las bombillas naranjas de emergencia. El pequeño Alex hacía rato que dormía profundamente en su asiento, y su madre daba cabezadas. El tren se envolvió en un silencio extraño, lleno de tenues susurros y el sonido sordo del traqueteo constante. Brian dio vueltas y más vueltas en su asiento como si fuese un perro rascando la tapicería antes de enroscarse sobre sí mismo y dormir. Solo que Brian no se enroscó, sino que de pronto ocupaba el doble, en diagonal, con los brazos sueltos y la boca abierta. Alex notaba el calor que desprendía cada vez más cercano, hasta que el pelo castaño le hizo cosquillas en la nuca. Abrió los ojos y miró su reflejo: Brian prácticamente encima de él, respirando pesadamente, babeando sobre su hombro.

Alex intentó apartarle con suavidad, empujando con la espalda, procurando no molestarle porque parecía un milagro que se estuviese más o menos quieto y -más o menos- callado. Pero tampoco era plan de dejar que le manchase la ropa de babas. Se sintió bastante inútil al comprobar que pesaba una tonelada y que no parecía tener intención de moverse.

La mujer les sonreía todo el rato, con un aire de sé una cosa sobre vosotros dos y me lo estoy pasando pipa y no. No era plan. La incomodidad aumentaba exponencialmente y Alex tenía calor. Empujó con fuerza y le clavó el codo en las costillas, pero Brian gruñó un poco, muy cerca de su oído, casi inaudiblemente, y Alex paró y él le rodeó pasándole un brazo por el estómago. Con esa longitud de brazo estaba seguro de que Brian podría darle dos vueltas. La mujer seguía mirando.

Alex suspiró. Brian desprendía un calor excesivo, como si aún dormido siguiese quemando enormes cantidades de energía, pero al parecer Alex había descubierto una postura un poco aceptable en ese asiento del demonio, así que lo dejó estar. Había sido un día totalmente loco y le pesaban los párpados. Un último intento infructuoso de dejar un mínimo de espacio vital entre ellos y cerró los ojos. Pensó que quizá cuando despertara volvería a ser ayer y descubriría que se había quedado dormido en el taxi y que todo había sido un sueño sin sentido.

Se le ocurrió, al final, que sería una pena despertar y quedarse sin saber dónde acababa el viaje.


carreteras extraterrestres, colaboración!, ficción original

Previous post Next post
Up