TÍTULO: RETORNO A KENT
CAPITULO:3
AUTOR:
munnoch BETA:
carmenmariabsADVERTENCIA: Adultos
LENGUA: Español
PERSONAJES: Tanto los protagonistas como las situaciones que pueblan esta ficción son frutos de mi imaginación.
NOTA: Para lo que será mi última publicación en castellano, un capricho, que empezó por un mail… y que poco a poco, fue dando vida a Pearly a Sebastián y a todos sus amigos...
COMENTARIOS: Muy agradecido.
MUSICA/
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New york
Cotton club A pesar de los rumores de guerra que por entonces ensombrecían el cielo de Europa, Nueva York gozaba de una cierta vacuidad al propósito. Por lo tanto, nuestra principal preocupación se limitaba a olvidar la pesadilla de lo que fue; para Pearly, el dramático fracaso de su matrimonio, y para mí, los largos meses durante los cuales permanecí encarcelado. De modo que como tantos se entregan a las drogas para olvidar la triste condición que les impide avanzar, nosotros embriagados por el ritmo y la intensidad del momento presente que hacía que todo pareciese maravilloso e imprevisto, nos entregábamos, nos dejábamos llevar por el cauce trepidante de las noches neoyorquinas.
***Perseguidos por la moteada luz despedida por los destellos de los bolas de espejos que pendían del techo del famoso Cotton club de Nueva York, conseguimos por fin atravesar el enjambre de personas concentradas junto a la pista de baile, por donde nos condujo zigzagueando “le maître d’hotel”, hasta acomodarnos en una de las mejores mesas que se podían reservar.
Era una noche de finales de julio y me sentía positivamente eufórico, poderoso de mi éxito, seguro de mi juventud y dramáticamente, sin dudar, aún muy frágil.
Pero, que yo tenía éxito, de eso no cabía la menor duda, así como lo atestaban con suficiencia las miradas que me dedicaban tanto mujeres, como también muchos hombres.
Impúdico de seducción, miré, saboreando mi éxito a mi amada y deliciosa Pearly, que sin lugar a dudas, rebosante de esplendor, se merecía ampliamente toda mi admiración, al igual que se la dedicaban todos cuantos nos rodeaban.
Ambos, de común acuerdo, vivíamos decididos a cicatrizar nuestras heridas actuando como pareja, si bien no nos comportábamos como si lo fuésemos. Así pues para los demás, formábamos lo que se podía considerar como una pareja liberada, poco conformista. Precisamente sería por esa destacada singularidad, que éramos muy solicitados. Nuestro snob acento inglés y nuestros modales “Absolutely so British” nos tornaban encantadores para los americanos, que para mi apreciación, no carecían en absoluto de seducción.
Siempre muy sonriente, eché una mirada distraída a mi entorno, muy enamorado de Pearly, una vez más, no pude sino admirarla por su elegante vestidura.
Pearly, aturdía absolutamente a cuantos la rodeaban, con su fragancia de exclusivo perfume francés, sus largos pendientes de diamantes y zafiros en forma de lágrimas. Tan alargados, que cuando tornaba su delicado cuello, acariciaban su piel salpicándola con destellos relucientes, cuando ella misma ya deslumbraba a todos con su elegante vestido de seda moaré de color azul noche, que adornaba un escote que desvelaba más que sugería unos preciosos pechos blancos, tan firmes que no parecían necesitar la menor ayuda de las copas de su sujetador, provocando los celos de sus queridas amigas y los deseos más desenfrenados, sino puramente indecentes, por parte de todos los gentleman de nuestros amigos...
-Amor, esta noche se percibe maravillosa- dije acariciando distraído sus dedos, a la vez que detuve un instante mi mirada en unos ojos oscuros que la devoraban.
-¿Ya has enganchado a alguien querido? Me preguntó en tono secreto.
-N…no - respondí distraído-, aún no, pero creo que tú ya tienes presa, ¿me equivoco?
-¿Lo has avistado? - Respondió con voz cómplice, sonriéndome satisfecha - nada se te escapa Sebastián.
- No presumo de tener el menor merito querida, en este caso, es evidente.
-¿Quizás un poquitín celoso amor? Debería recordarte querido mío, que eres el único que sabe cómo satisfacer mis hereditarios atavismos.
Sonreí muy divertido por sus palabras, a sabiendas, que por mucho que Pearly se empeñara en hacerme creer, que en este momento precisamente apreciaba a su justo valor mi persona, sus ojos relucientes delataban esa inconfundible expresión de gacela tímida que era la suya , cuando percibía “un bon coup” y en este caso se trataba de un joven escritor muy apuesto.
De modo que, preferí dejarme invadir por el objeto de mi pasión, el cual por el momento cautivaba todo mi afán, y por muy sorprendente que parezca era puramente artístico.
¡Los hermanos Nicholas! verlos bailar, era para mí un placer del cual no me cansaba.
los focos jugaban en el escenario, ya la orquestra entonaba los primeros acordes de Stormy Weather, ya los Nicholas Brothers se disponían a magnificar sus cuerpos con un elegantísimo ballet que nunca jamás seria igualado.
De modo, que ni siquiera noté cuando Batista Dan Ponte, la supuesta presa de Pearly, la invitó a su mesa. Era un joven escritor al que debo de conceder cierto merito literario. De padres italianos, como lo indicaba su nombre -pero por haber nacido en Brooklyn, presumía de nacionalidad americana- .
Muy razonablemente, se debía admitir que Batista, era un hombre muy apuesto. Un hombre que respiraba masculinidad por cada uno de los poros de su piel morena.
Pero personalmente sabía que no había peligro, puesto que entre Pearly y yo, existía una argamasa que el tiempo ostentaba perdurable y que ninguno de esos presumidos, fuesen quienes fuesen, conseguirían desgastar.
Debo reconocer que por entonces, nunca me albergó la menor duda de que pudiese ocurrir lo que unos años después sucedió; pero volvamos a esa noche al Cotton club y dejémonos llevar por los Nicholas Brothers …
Tan abstraído me sentía por la magia del espectáculo que fue necesario una delicada palmada sobre mi hombro y un ”hola querido” pronunciado por la más encantadora, sino la más interesante voz que se pueda imaginar, para hacerme inoportunamente emerger de la paradisíaca nube donde el espectáculo me había propulsado.
-¡Gloria! querida estás preciosísima- Por sorprendente que parezcaí, era Gloria Swanson en persona, envuelta en una nube de su perfume favorito y su legendario clavel en la mano. Me levanté con apremio, hipnotizado por su belleza y la besé al tiempo que con la mano le ofrecí una silla de mi mesa. Al mismo tiempo que el maître seguido por unos camareros disponían unas cuantas sillas mas, entorno a la mesa para acomodar a todos mis invitados.
Gloria que nunca acostumbraba a salir sin ser acompañada por una cohorte de los más bellos actores de Hollywood, llegó aquella noche acompañada por un muy conocido actor.
-¿Querido conoces a Harold Flynn?. Preguntó a mi intención mientras corregía su impecable maquillaje, mirándose en la polvera que sostenía con la mano levantada como si estuviese actuando en una de sus famosas películas
-No faltaría más, el famoso Capitán Blood. - asenti sonriendo amablemente en dirección a aquel apuesto actor.
- No me jodas- fue la respuesta de Harold que irónico añadió…- Desde entonces, he grabado unas cuantas películas mucho más importantes que atestan por si aún fuese necesario, mi merito como actor.
-Lo siento mucho señor…Flynn no deseé ofenderlo- respondí contrariadamente confuso, bien decidido a ignorarlo en lo sucesivo. Logré recuperar un semblante de dignidad,si bien lo conseguí retrospectivamente, .
Desde luego, las cosas empezaban bastante mal para trabar cualquier amistad con un señor que me parecía tan susceptible.
Al menos, eso fue lo que pensé en aquel momento. Pero una vez más, los acontecimientos me darían la contraria, puesto que desde entonces, el afecto de Harold para mí, se convirtió en una indefectible amistad. Y ya que tal, debo ser sincero, fue una amistad atestada de apasionantes momentos de abyectos placeres.
Pero volvamos una vez más a aquella noche. Así pues, noté, que en varias ocasiones, Harold, ofreciéndome su mejor perfil, me miraba discretamente de soslayo.
Consciente de la molestia que suscitaba en mi su insistencia, al cabo de un rato, me dedicó una de sus sonrisas felinas, para después recreándose de mi turbación, estallar con estruendosas carcajadas. Creo que fue en ese mismo instante, que decidió hacer acopio de seducción, sino para hacerse perdonar, puesto que no creo que eso le molestase de alguna manera, al menos para restar importancia a lo que muy juiciosamente se podía percibir cual una flagrante falta de “savoir vivre”.
Entre tanto, mi dulce y amada Pearly se acercó a mí. Con gesto delicado arregló mi flequillo que como de costumbre me caía lacio sobre la frente, luego me susurró a la oreja algo, que para ser sincero, no me sorprendió en absoluto, pues a bien decir, ese “algo” sucedía a menudo; cada vez que con coincidía con Batista Da Ponte.
- Querido me marcho con Batista, ¿te importa si nos lleva Sam con el coche?
- No, no te preocupes cariño, pediré un taxi.
-¿Regresarás solo?.
- Así lo parece… Que te diviertas querida.
Ceñí el entrecejo, mueca que suelo expresar cuando me siento preocupado, siguiéndola con la mirada hasta que su silueta despareció engullida por el enjambre de los noctámbulos. Al volver la cabeza, mis ojos tropezaron con la mirada que Harold me dedicaba, una mirada muy significativa, quizás sorprendida.
Momentos después, sentí la necesidad de despedirme de cuantos estaban sentados en torno a mi mesa, por lo que me propuse pedir un taxi. Harold, que no hacia el menor esfuerzo para disimular que se fastidiaba de aburrimiento, saltó sobre la ocasión que se ofrecía a él de marcharse dignamente y propuso de manera muy natural acompañarme con su coche.
Definir la manera de conducir de Harold de deportiva sería absolutamente un eufemismo, ¿qué le gustase la velocidad? De eso no cabía la menor duda, como tampoco se podía afirmar que se preocupara mucho de respetar el código de circulación.
Por lo tanto, cuando no tenía más remedio que detenerse en un semáforo, esperaba impaciente que la luz roja se substituyera por la verde para reanudar su estilo de conducción, acelerando de manera tan escandalosa que era una pena ver como maltrataba la potente mecánica de su magnífico Auburn. Menos mal que a estas horas, las calles de Nueva York estaban desiertas.
Sin duda, se puede decir, que hice acopio de familiaridad, cuando le pregunté si no había bebido más de lo necesario.
-¡No!- fue su escueta respuesta, pero segundos después aminoró bruscamente la velocidad del vehículo que se detuvo paralelo a la acera. Luego se tornó hacia mí y se quedó mirándome tan fijamente, que consiguió una vez más que me sintiera algo molesto.
- Dime sin rodeos Sebastián, ¿que clase de hombre eres para dejar que tu esposa se marche con un gigoló?.
Le agradecí su sinceridad, pues a mí tampoco me suelen gustar los rodeos; si bien debo reconocer que en un salón londinense la formulación de su pregunta, hubiese ocasionado un rotundo escándalo. .
- Querido Harold, ¿puedo llamarte de ese modo?
- Como quieras.
- Gracias… pues te sorprenderá saber que Pearly y yo no estamos casados, pero estamos unidos por algo más fuerte que ese fútil enlace.
- ¡Que interesante! Perdona entonces mi pregunta, y ya que estamos en confianza ¿no te importa que se acueste con otros hombres?.
- También lo hago yo. -Dije con voz pausada.
- Nooooooooo me jodas. - dijo verdaderamente sorprendido alargando exageradamente la monosílaba del no.
- ¿Como la conociste?
- Estimado Flynn, me pareces bastante entrometido para ser un señor que hace tan solo unos minutos, dio la clara impresión de desear romperme las narices.
- No exageres, pero admito que no podías saber que el Capitán Blood no es precisamente una de mis películas preferidas. ¿Entonces, como la conociste?
-¿Como nos conocimos?…Al morir mis padres, en un accidente de coche en Gstaad, el padre de Pearly, se hizo naturalmente mi tutor y por la misma ocasión, administrador de la fortuna que mis padres me legaron.
-¿Toda tu fortuna gestionada por un solo banco? Se extrañó con tono de reprobación.
-Te sorprende - dije bastante divertido por su mueca de asombro- verás, es que en el ámbito de los negocios no se puede decir de mi que sea muy perspicaz. Quizás porque nunca tuve que interesarme por ellos , pues para eso tengo un presidente general que se encarga bien de gestionar mi fortuna y verificar mis facturas, a mi parecer muy razonables para un hombre de mi rango; aunque el padre de Pearly siempre me considerará, sin razón, un derrochador legendario.
- Que confiado me pareces. En fin, tú sabrás lo que haces. .
- Dime si se le puede dar crédito a la crónica de Louella según la cual disparaste al bruto del marido de.. Pearly , ¿es cierto que lo mataste de una bala en la cabeza?
- Si…Como también es cierto que fui condenado a prisión, y que fui sometido a toda suerte de humillaciones que un hombre de mi rango pudiese sufrir. Fui más de una vez violado.
- Lo siento Sebastián…
- No! Por favor, no me mires con esos ojos llenos de compasión, no lo necesito. Lo hice y volvería a hacerlo si el caso se presentara otra vez. A pesar de lo que sufrí, no me pesa nada, ni siquiera los repugnantes personajes que se deleitaban con mi cuerpo.. ¿Quieres que te escandalice aún más, Harold? Que me follasen después de todo no me molestaba tanto como el hecho de que dispusiesen de mí, sin mi consentimiento… por extraño que sea, nunca desde entonces me demostraron con tal avidez cuan deseable podía ser yo. Pues follar a un señor de la alta sociedad era aun mas excitante para esos hombres hambrientos de sexo, que hacerlo con sus propias mujeres…. Perdóname Harold, miento, si me pesa y mucho, fue horrible…horrible…
Durante un instante, me sentí conmocionado al recordar ese difícil trance de mi vida que muy a mi pesar no lograría jamás olvidar. Visiblemente molesto, Harold carraspeó discretamente antes de proponerme en tono suelto lo que para él resultaba una infalible terapia.
- Para cambiar de tema Sebastián, qué opinas de emborracharnos para olvidar todo lo que fue horrible en nuestras vidas y si te parece bien, pasar lo que nos quede de la noche, juntos.
- Lo siento Harold, pues no soy muy buen bebedor, y en cuanto a pasar lo que queda de noche juntos, no creo… si bien recuerdo los propósitos de Truman Caponcete, “… después de tanto beber no se te da muy bien la cosa…”.
-¡Maldita sea esa imposible cotorra! Así, que a ti también te lo ha comentado! Bah no importa!
Sonriendo pícaro se fue aproximando a mí , cuando aplicó su dedo en mi barbilla para instarme a alzar la mirada hacia él, sentí su calor apoderarse de mí, enloqueciendo mi corazón que latía a golpes en mis sienes.
-¡Escúchame, querido Sebastián! Esta noche será diferente de las que acostumbro a vivir, o sea que me acostaré solo y sobrio, pero te advierto, que serás mío y, cuando llegue ese momento, olvidarás en mis brazos todos cuantos me han precedido, o a fe mía, que no me llamo Harold Leslie Thompson Flynn.
- ¡Jajajajaja! Realmente mi querido Harold, tienes un elevado concepto de ti mismo.
- Nunca lo dudes mi querido Sebastián.- fue su irrefutable respuesta.
***Pasaron unos cuantos meses sin que coincidiéramos con Harold, él rodaba una nueva película y nosotros lo pasábamos bastante bien en Acapulco. Ecuánimes, Pearly y yo, gozábamos de la compañía de Julián, un joven que a cambio de unos dólares paseaba mar adentro con su barco a los turistas en donde incansablemente se dedicaba a mediar ciertos placeres.
***Al postre, bastante satisfecho de nuestra fuga, digamos turística., regresamos al hotel Plaza de Nueva York, donde poseíamos una suite.
Entre todas las cartas que nos remitió el recepcionista por mediación de Godwyn el botones del hotel, se hallaba una invitación que nos llamó la atención, la inauguración de un nuevo club en Manhattan.
Por lo cual, la noche de la inauguración llegamos al Hurrican club alrededor de las once. La atmosfera, sin sorpresa, lo propio de una fiesta neoyorquina, siempre las mismas caras, los mismos coktails y las mismas chácharas.
El aire saturado de humo de tabaco y de vapores de alcohol, se tornó a lo largo de la soirée cuasi irrespirable. Los salones atiborrados de noctámbulos que daban la impresión errónea de divertirse, mientras que la orquestra tocaba melodías de Glenn Miller.
Precisamente la orquesta tocaba “Moolight Serenade” y Pearly bailaba acunada entre los brazos de un joven mulato; el mismo que, minutos antes, casi desnudo, entusiasmó a todos los invitados del club, tanto por su glamurosa actuación de bailarín como por su gran belleza e imponente musculatura.
Apoyado contra una columna, los observaba abstraído por la obsesionada visión que me ofrecían sus cuerpos fundidos en un enlace tan íntimo como sensual. Recordé unas pocas horas antes, cuando aún en la habitación del hotel nos preparábamos para venir al club. Me acerqué a la cómoda, mirándome en el espejo que la encabezaba, dispuesto a lazar la pajarita de satén negro a mi cuello, su reflejo en el cristal, me ofrecía la imagen de Pearly que se vestía a poca distancia de mí. Sin apartar mis ojos, seguí mirándola fascinado, viendo como perfumaba su cuello y sus hombros, como colocaba el sujetador sobre sus pechos perfectos con gestos propios de mujer y luego, como si fuese una caricia, estirar hacia arriba las medias de seda negra. Lo hizo con tal delicadeza, que me hizo experimentar una intolerable turbación que, invadió mis sentidos y que no pasó desapercibida a su perspicacia, porque cuando enfundada en su largo y reluciente vestido de lame azul petróleo, me requirió para que le subiera la cremallera a su espalda, sus manos acariciaron mi bragueta.
Con el ceño fruncido, permanecí aún un corto instante mirándoles fijamente y, lo confieso, me parecieron indecentes y a la vez, de una perfección soberbia.
No sé, si aquel acceso de rabia que me invadió al contemplarlos, no sería otra cosa, sino un inconsiderado brote de celos, porque no pude sino preguntarme si verdaderamente ella me pertenecía.
Por primera vez, experimenté un ridículo e inexplicable acceso de puritanismo. El caso es que perturbado, me di la vuelta bien decidido a vengarme a la vez.
Ensimismado en ese egoísta estado de espíritu, decidí largarme cuanto antes del night club.
Con ademán estudiado, me despedí de mi querida pareja y bien decidido, crucé con cierto alivio la sala por entre las aglutinadas mesas en dirección al vestuario. Esperaba que me devolvieran mi abrigo, cuando, a mi espalda, una voz me hizo volverme cuando susurró a mi oreja, “A fe mía, no me llamo Harold Leslie Thompson Flynn.”
-¡Harold! Me exclamé maravillado- que inesperada sorpresa, tú por aquí, ¿qué tal tu nueva película?
-Veo que estás decidido a abandonar este infierno ¿Dónde vas? Preguntó sin responderme.Entonces con aire resuelto, y a la vez tan espontáneo que yo mismo me sorprendí, le respondí.
-¿Donde me llevas?
- Vamos.
Sin más demora, Harold aferró mi brazo y dando media vuelta salimos del club con tal premura, que nuestra huida pudo dar a pensar que se había declarado un incendio en éste.
Al vernos llegar, el chofer que aguardaba fumando un purillo adosado al coche, tiró la colilla y la pisoteó para apagarla. Con apremio, nos sostuvo la portezuela de atrás del inmenso Packard Salón; que, la dirección de los estudios Warner Bross le regaló como agradecimiento por su excelente “performance” en la película “Los Ángeles de las Tinieblas”.. Estoico, esperó que nos acomodáramos para cerrar la puerta.
¿Que nos acomodáramos? Bueno, decirlo de este modo resulta un gracioso eufemismo, ya que Harold me empujó al interior de la limusina con gestos más que impacientes.
Una vez sentados en el confortable asiento, Harold tomó las riendas de la operación. Con ademán apresurado, se deshizo del nudo de la pajarita de satén negro, arrojándola descuidadamente sobre la espesa alfombra de la berlina.
-Jackson sube el cristal de separación y ponte en marcha, conduce por donde quieras! No! No preguntes. Ni tampoco se te ocurra echarle un vistazo al retrovisor interno.
Jackson obedeció, sonrió con filosofía y colocó con esmero sino un tanto ostentador su boina, a sabiendas de lo que se tramaría a sus espadas durante una buena parte del paseo.
- Bien ya veo que has comprendido. -Lo cumplimentó Harold cuando, imperturbable, el chofer encendió la radio personal que le ofrecía el salpicadero del lujoso vehículo.
El apacible murmullo del motor se hizo escuchar mientras la berlina se deslizaba en dirección al puente George Washington en vista de Long Island. Harold alargó la mano, resuelto a abrir el mueble bar, una amarillenta luz iluminó de inmediato unos vasos y dos jarras de cristal tallado con base rectangular. Sin preocuparse de un eventual rechazo por mi parte, sirvió dos brandys.
-Toma y bebe! Brindemos para que esta noche sea algo más que insípidamente especial. - dijo, sin ofrecerme otra alternativa que tomar la copa que me puso en la mano.
-No te hagas demasiadas ilusiones, no pienso emborracharme para facilitarte la cosa.
A pesar de que Harold era un hombre con excelente educación, -su padre era biólogo-, nunca en mi presencia se esforzó en demostrarlo, de modo que tanto sus modales como su vocabulario podían sorprender. Sin embargo, para quienes lo conocían, sabían que tras esa actitud algo provocativa, se ocultaba el ser más exquisito que se pudiese imaginar.
-Me dirás por fin, por qué te niegas a follar conmigo, cuando tus ojos desmienten tus palabras. Dime por qué te obstinas en rechazar lo ineludible… Si mi intención fuese aprovecharme de ti, puedes estar seguro que no te escarparías…No crees que después de todo, sería más satisfactorio, tanto para mi ego como para ti, si te ofrecieses a mí.?
- Por Dios Errol, posees el don de complicar las situaciones más anodinas. Nunca te has planteado que me bastase parar ser feliz, sólo compartir unos momentos de pura tranquilidad a tu lado, disfrutar de tu presencia, respirar tu calor, sentir que me deseas?…
- Déjate de literatura y respóndeme.
- Sinceramente… Sí, lo deseo, pero sé también que tienes un cierto amigo…
- Maldita sea Sebastián, no te andes con rodeos y no me saques otra excusa - imprecó iracundo, bebió un largo sorbo de su vaso, y prosiguió con voz pausada; no me hables por el momento de él, ¿sabias que se ha casado el muy imbécil?. Si!, se ha casado.
-¿Celoso?- y sonreí ante su mueca sorprendida..
-¿De quién, de ella?...que poco me conoces Sebastián. ¿Qué te apuestas? Después que hayan regresado de su cortita luna de miel, me llamará mendigándome, pidiéndome que corra a consolarlo en su pisito de Brooklyn.
- Eres un buitre Errol, nada respetas.
- Que sabrás tú… Que sabrás tú? - Dijo pensativo mirándome como si estuviese ausente, y debo reconocer que me estremecí. Jamás lo sentí más bello, más sincero, más vulnerable que durante ese efímero momento.
- Harold.- empecé a decir con voz cansada.-yo pensaba que habíamos llegado a un acuerdo de no beligerancia entre tu y yo.
- Precisamente querido, yo no quiero pelearme contigo, todo lo contrario. - Respondió clavando su enternecedora mirada en mis ojos. Pero estoico, resistí a su encanto y le rogué bostezando que me llevara al Plaza.
- Son casi las tres de la madrugada y estoy verdaderamente cansado, llévame al hotel, también deberías imitarme y regresar al tuyo...
- No insistas… o de verdad me vas a cabrear.
Al percibir que su expresión se volvió tan penosa, dejé de lado mi cansancio y olvidé cuan convincente actor podía ser él, cuando anhelaba vencer pronto toda resistencia que se opusiera a su deseo. En este caso, el inaccesible objeto de sus deseos, no era otro sino yo mismo-. De hecho, nunca supe con nitidez cuando se mostraba sincero, o cuando me jugaba la comedia. A decir verdad, este detalle carecía de importancia en ese instante.
Pues estar con él, y saberse deseado por un hombre, que, sin el menor esfuerzo podía doblegar a todas las famosas de la alta sociedad americana, fue insostenible para mí.
- Perdóname Flynn no deseaba herirte.
- Lo has conseguido.
- Jajajaja Por favor no hagas de niño mimado.
- Sí, lo haré, y para que te perdone tendrás que besarme.
-¡Eres un cumplido vividor! ¡Entonces uno! Uno y nada más.
- Vale. - pero sonrió socarrón.
Una vez más, me dejé conmover por su mueca de niño triste. Invadido por un irreprimible impulso de ternura, me aproximé a él, acariciando sus cabellos suaves, y conteniendo mi ardor. Deseando que el instante fuese eterno, mis labios se deslizaron rozándole los suyos con un lánguido beso de seda, lo besé largo tiempo, olvidando que pudiese arrepentirme después.
Fue algo doloroso apartarme de él, pues algo en mí había cambiado. Reconocí con aprehensión ese vacío en mi estomago que me proporcionaba vértigo, preludio ineluctable de capitulación.
- Joder!, Sebastián, eso sí que es un beso, bésame otra vez.-.
Una vez más, le obedecí echándome sobre él. Así su cabeza entre mis manos, aturdido y temblando de excitación, besé sus parpados, su frente, sus cabellos, su cuello, y busqué el soplo profundo de su boca y el roce de su lengua.
Entonces Harold me atrajo lentamente contra él. Su abrazo era intenso, apasionado, juntos giramos lánguidamente sobre el asiento, sin apartar nuestros labios. Dejándome caer hacia atrás, atrayéndolo sobre mí, envuelto en el tibio calor que emanaba de él, respiré con anhelo su aliento perfumado con alcohol. Sin más voluntad que la de un vencido sumiso, me dejé engullir indefenso por la deliciosa sensación que produce, desafiar lo prohibido.
- Joder!, Sebastián y eso que estabas cansado.
- No lo puedo remediar, ¿a caso lo desapruebas?.
Sin deshacerse de su picara sonrisa, como hacen los niños, con un puntapié se deshizo de sus mocasines de charol negro, entretanto que iniciaba un divertido y desbarajustado desvestir. Empezando por la chaqueta, después los calcetines, siguió con la camisa y con apremio tras bajarse la bragueta, el pantalón. Desvelando un insólito calzoncillo de seda negra con su nombre bordado con letras de oro. Después y con la misma desordenada destreza, experimenté por su parte el mismo y muy apresurado tratamiento.
Por fin desnudos y a pesar de su alta estatura, logró sentarse a horcajadas sobre mí, si bien le incomodaba el techo de la limusina.
- Cógemela.- me dijo, con voz dulce, aterciopelada, acariciante, cual una brisa saturada con aromas salvajes, poniéndome su turgente miembro en la palma de la mano, que aferré apasionado. Cuando metí mis dedos en mi boca para ensalivarle el capullo, jadeando de antelación, empezó a segregar líquido pre seminal.
- Harold la tienes preciosa…
- Shuuuut ,. Sigue acariciándola. Más fuerte… Menéamela, más rápido… Así, no la sueltes… Apriétala. Sigue, ¡No! No te pares. Ahora…Si!!! Ya vengo.- Exhaló con un “ahhhhh” ronco y ahogado. Harold se estremeció eyaculando espasmódicos hilos cálidos, salpicando mi vientre
Con la cabeza gacha, permaneció un momento apoyado sobre sus manos, encorvado sobre mí, aún tenso y respirando a bocanadas. Naturalmente, pensé que necesitaría descansar algo, más cual no fue mi sorpresa al comprobar que solo necesitó un corto lapso de tiempo para recuperar por completo su erección.
- Ayúdame- fue lo único que me dijo calladamente. Recogí con los dedos su precioso líquido que utilice para prepararme. Abrí mis nalgas, y se me antojó lo más caliente que hubiera visto jamás, al sentir como penetraban sus largos dedos en mí, para abrirse camino; para después, delicadamente, introducir el resbaladizo glande de su polla. Dejándose caer sobre mí, lo demás fue cosa de un instante tenso y duro se hundió dilatando mi carne.
- Te duele?.- Preguntó en un audible murmullo.
- Ooooooh es maravilloso… despacito Harold! - ofrecerle sin reserva mi cuerpo, esbelto, sedoso como la flor de una gardenia, que se cimbraba al compás de su excitación, me hacía sentirme desmesuradamente feliz. Disfrutando desarregladamente y sin complejos de su fuerza viril, intricado en un mismo movimiento, y sometido a continuos embates tan feroces, que me sentí aliviado de tal poderosa tensión cuando gimiendo, me derramé sobre mí, mientras que Harold me inundaba una vez más, con repetidos chorros de líquido cálido y cremoso.
Fue así como Harold Flynn me sedujo en el mullido asiento de terciopelo de gris de un Packard Salón en el cual se mostró digno de su reputación. Frenético de deseo, exultante de pasión. Fue el encuentro más excitante que recuerdo de él.