RETORNO A KENT

Nov 09, 2011 20:24

TÍTULO: RETORNO A KENT
CAPITULO:3
AUTOR: munnoch                
BETA: carmenmariabs
ADVERTENCIA: Adultos
LENGUA: Español
PERSONAJES: Tanto los protagonistas como las situaciones que pueblan  esta ficción son frutos de mi imaginación.
NOTA: Para lo que será mi última publicación en castellano, un capricho, que  empezó por un mail… y que  poco a poco, fue dando vida a Pearly  a Sebastián y a todos sus amigos...
COMENTARIOS: Muy agradecido.

MUSICA/

image Click to view



New york

Cotton club A pesar de los rumores de guerra que por entonces ensombrecían el cielo de Europa,  Nueva York gozaba de una cierta vacuidad al propósito. Por lo  tanto,  nuestra principal preocupación se limitaba a  olvidar la pesadilla de lo que fue; para Pearly, el dramático fracaso de su matrimonio, y para mí, los largos meses durante los cuales  permanecí encarcelado. De modo que como tantos se entregan a las drogas para olvidar la triste condición que les impide  avanzar, nosotros embriagados por el ritmo y la intensidad del momento presente que hacía que todo pareciese maravilloso e imprevisto,  nos entregábamos, nos dejábamos llevar por el cauce trepidante  de las noches neoyorquinas.

***Perseguidos  por la moteada luz   despedida    por los destellos  de los bolas de espejos que  pendían del techo del famoso Cotton club de Nueva York, conseguimos  por fin atravesar el enjambre de personas concentradas junto a la pista de baile, por donde  nos condujo  zigzagueando  “le maître d’hotel”,  hasta  acomodarnos en  una de las mejores mesas que  se podían reservar.

Era una noche  de finales de julio y me sentía positivamente  eufórico,  poderoso de mi éxito, seguro de mi  juventud y dramáticamente,  sin dudar, aún muy frágil.

Pero,  que yo tenía éxito, de eso no cabía la menor duda, así como lo atestaban con suficiencia las miradas que me  dedicaban tanto  mujeres, como también muchos  hombres.

Impúdico  de seducción, miré, saboreando mi éxito a mi amada y deliciosa Pearly, que sin lugar a dudas, rebosante de esplendor,    se merecía ampliamente toda mi admiración, al igual que se la  dedicaban   todos cuantos nos rodeaban.

Ambos, de común acuerdo,  vivíamos  decididos a cicatrizar  nuestras heridas actuando como pareja, si bien  no nos comportábamos como si lo fuésemos. Así pues para los demás, formábamos lo que se podía considerar como una pareja liberada, poco  conformista.  Precisamente  sería por esa destacada singularidad, que  éramos muy solicitados.  Nuestro snob acento inglés y nuestros modales “Absolutely so  British” nos tornaban encantadores  para los americanos, que para mi apreciación,  no carecían  en absoluto  de seducción.

Siempre muy sonriente,  eché  una mirada distraída a mi entorno,  muy enamorado  de Pearly,   una vez más, no pude  sino admirarla por su elegante vestidura.

Pearly, aturdía  absolutamente a cuantos la rodeaban, con su fragancia de exclusivo  perfume francés, sus largos pendientes de diamantes y zafiros  en forma de lágrimas. Tan alargados, que cuando tornaba su delicado cuello, acariciaban  su piel  salpicándola con destellos relucientes, cuando ella  misma ya deslumbraba  a todos  con su elegante  vestido de seda moaré de color azul noche, que adornaba  un escote que desvelaba más que  sugería unos preciosos  pechos blancos, tan firmes que no parecían necesitar  la  menor  ayuda de las copas de su sujetador, provocando  los celos de sus queridas amigas y los deseos más  desenfrenados, sino puramente indecentes, por parte  de todos los gentleman  de nuestros  amigos...

-Amor, esta noche se percibe  maravillosa- dije  acariciando distraído sus  dedos, a la vez que detuve un instante mi mirada en unos ojos oscuros que la  devoraban.

-¿Ya has enganchado a alguien querido? Me preguntó en tono secreto.

-N…no - respondí  distraído-, aún no, pero creo que tú ya tienes presa,  ¿me equivoco?

-¿Lo has avistado? - Respondió con voz cómplice,   sonriéndome satisfecha - nada se te escapa Sebastián.

- No presumo de tener  el menor merito querida, en este caso, es evidente.

-¿Quizás un poquitín celoso amor?  Debería recordarte querido mío, que eres el único que sabe cómo  satisfacer  mis hereditarios atavismos.

Sonreí muy divertido por sus palabras, a sabiendas, que por mucho que Pearly  se empeñara en  hacerme creer, que en este momento  precisamente  apreciaba a su justo valor mi  persona,   sus ojos relucientes delataban esa inconfundible  expresión de gacela tímida  que era la suya ,  cuando percibía  “un bon coup” y en este caso se trataba de un joven escritor  muy apuesto.

De modo que,   preferí dejarme invadir por el objeto de mi pasión, el cual  por el momento  cautivaba todo mi afán, y por muy sorprendente que  parezca era puramente artístico.

¡Los hermanos Nicholas! verlos bailar, era para mí un placer del cual no me cansaba.

los focos jugaban  en el escenario,  ya  la orquestra entonaba los primeros acordes de Stormy Weather, ya los  Nicholas Brothers se disponían  a magnificar sus cuerpos con  un elegantísimo ballet  que nunca jamás seria  igualado.

De modo, que ni siquiera  noté cuando Batista Dan Ponte, la supuesta presa de Pearly, la invitó a  su mesa. Era  un joven escritor  al que debo de conceder  cierto merito literario.  De padres italianos,  como lo indicaba su nombre -pero por haber nacido en Brooklyn,   presumía de nacionalidad americana-  .
Muy razonablemente, se debía admitir que Batista, era un hombre muy apuesto. Un hombre  que respiraba masculinidad por cada uno de los  poros  de su piel  morena. 
Pero personalmente  sabía que no había peligro, puesto que  entre Pearly  y yo, existía una argamasa que el tiempo ostentaba perdurable y que ninguno de esos  presumidos,  fuesen quienes fuesen, conseguirían  desgastar.

Debo reconocer que por entonces, nunca me albergó la menor duda de que pudiese ocurrir lo que unos años después sucedió; pero volvamos  a esa noche al Cotton club y dejémonos  llevar por los Nicholas Brothers …
Tan abstraído me sentía por la magia del espectáculo que fue necesario una delicada palmada sobre mi  hombro y un ”hola querido” pronunciado  por la más encantadora, sino la más  interesante voz que se pueda imaginar, para hacerme   inoportunamente emerger de  la paradisíaca nube donde el espectáculo me  había propulsado.

-¡Gloria! querida estás preciosísima- Por sorprendente que parezcaí, era Gloria Swanson en persona, envuelta en una nube de su perfume favorito  y su legendario clavel en la mano. Me levanté con apremio, hipnotizado por su belleza y la besé al tiempo que con la mano le ofrecí una silla de mi mesa. Al mismo tiempo que  el  maître   seguido por unos camareros disponían unas cuantas  sillas mas,  entorno a la mesa  para acomodar  a todos  mis invitados.

Gloria que nunca acostumbraba a salir sin ser acompañada por una cohorte de los más bellos actores de Hollywood,  llegó aquella noche acompañada por  un muy conocido actor.

-¿Querido conoces a Harold Flynn?. Preguntó  a mi intención mientras corregía su impecable maquillaje, mirándose en la polvera que sostenía con la mano  levantada como si estuviese actuando en una de sus famosas películas
-No faltaría más, el famoso Capitán Blood. - asenti  sonriendo amablemente  en  dirección a aquel apuesto actor.

- No me jodas-  fue la respuesta de Harold  que  irónico añadió…- Desde entonces, he grabado  unas cuantas  películas mucho más importantes que  atestan  por si aún   fuese necesario,  mi merito como actor.

-Lo siento mucho  señor…Flynn  no deseé ofenderlo- respondí  contrariadamente   confuso, bien decidido a ignorarlo en lo sucesivo. Logré recuperar  un semblante  de dignidad,si bien  lo conseguí retrospectivamente, .
Desde luego,  las cosas empezaban bastante mal para trabar  cualquier amistad con un señor que me parecía tan susceptible.

Al menos, eso  fue lo que pensé en aquel momento.  Pero una vez más, los acontecimientos me darían la contraria, puesto que desde entonces, el afecto de  Harold para mí, se convirtió en una  indefectible  amistad. Y ya que tal,  debo  ser sincero, fue una amistad atestada de apasionantes momentos  de abyectos placeres.

Pero volvamos una vez más a aquella noche. Así pues, noté,  que en varias ocasiones,  Harold, ofreciéndome su mejor perfil, me miraba discretamente de soslayo.

Consciente de la  molestia que suscitaba en mi  su insistencia, al cabo de un rato, me dedicó una de sus sonrisas felinas, para después recreándose de mi turbación, estallar con estruendosas carcajadas. Creo que fue en ese mismo instante,  que  decidió hacer acopio de seducción, sino para  hacerse perdonar, puesto que no creo que eso le molestase de alguna manera,  al menos para restar importancia a lo que muy juiciosamente se podía percibir cual  una flagrante  falta de “savoir vivre”.
Entre tanto,  mi dulce y amada Pearly se acercó a mí.  Con gesto delicado arregló mi flequillo  que como de costumbre me caía  lacio sobre la  frente, luego  me susurró a la oreja algo, que para ser sincero, no me sorprendió en absoluto, pues  a bien decir, ese “algo” sucedía a menudo; cada vez que con coincidía con Batista Da Ponte.

- Querido  me marcho con Batista,  ¿te importa si nos  lleva Sam con el coche?

- No, no te preocupes cariño, pediré un taxi.

-¿Regresarás solo?.

- Así lo  parece… Que te diviertas querida.

Ceñí el entrecejo, mueca que suelo expresar cuando me siento preocupado,  siguiéndola   con la mirada  hasta que su silueta despareció engullida por el enjambre de los noctámbulos.  Al volver la cabeza, mis ojos tropezaron  con  la mirada que Harold me dedicaba, una mirada muy significativa, quizás sorprendida.

Momentos después, sentí la necesidad  de despedirme de cuantos estaban  sentados en torno a mi mesa, por lo que  me propuse pedir un taxi.  Harold,  que no hacia el menor esfuerzo para disimular que se fastidiaba de aburrimiento, saltó sobre la ocasión que se ofrecía a él de marcharse dignamente y  propuso de manera muy natural acompañarme con su coche.

Definir la manera de conducir de Harold  de deportiva sería absolutamente un eufemismo,  ¿qué le gustase la velocidad? De eso  no cabía la menor  duda,  como tampoco se podía afirmar que se preocupara mucho de  respetar  el código de circulación.
Por lo tanto, cuando no  tenía más remedio que detenerse en un semáforo,  esperaba impaciente que la luz roja  se substituyera por la verde para reanudar su estilo de conducción, acelerando de manera tan escandalosa que era una  pena ver  como  maltrataba  la potente mecánica de su magnífico Auburn. Menos mal que a estas horas,  las calles de Nueva York  estaban  desiertas.
Sin duda, se puede decir, que hice acopio de familiaridad, cuando le   pregunté si no  había bebido más de lo  necesario.

-¡No!- fue su escueta  respuesta, pero segundos después aminoró bruscamente la velocidad del vehículo   que se detuvo  paralelo a la acera. Luego  se   tornó hacia mí y se quedó mirándome tan  fijamente,   que consiguió una vez más que  me sintiera algo molesto.

- Dime sin rodeos Sebastián, ¿que clase de hombre eres para dejar que tu esposa se marche con un gigoló?.

Le agradecí su sinceridad, pues a mí tampoco me suelen gustar los rodeos; si bien debo reconocer que en un salón londinense la formulación de su pregunta,  hubiese ocasionado un rotundo escándalo. .

- Querido Harold,  ¿puedo llamarte de ese modo?

- Como quieras.

- Gracias… pues te sorprenderá saber que Pearly y yo no estamos casados, pero estamos unidos por  algo más fuerte  que ese fútil enlace.

- ¡Que interesante! Perdona entonces mi pregunta, y ya que estamos en confianza ¿no te importa que se acueste  con otros hombres?.

- También lo hago yo. -Dije con voz pausada.

- Nooooooooo me jodas. - dijo verdaderamente sorprendido alargando exageradamente la monosílaba del no.

- ¿Como la conociste?

- Estimado  Flynn, me pareces bastante entrometido para ser un señor que hace tan solo unos minutos, dio la clara  impresión de desear romperme las narices.

- No exageres,  pero admito que no podías saber que el Capitán Blood no es precisamente una de mis películas preferidas. ¿Entonces, como la conociste?

-¿Como nos conocimos?…Al morir mis  padres, en un accidente de coche en Gstaad,  el padre de Pearly,  se hizo naturalmente  mi tutor y por la misma ocasión,  administrador de la fortuna que mis padres me legaron.

-¿Toda tu fortuna  gestionada por un  solo banco? Se extrañó con tono de reprobación.

-Te sorprende - dije bastante divertido por su mueca de asombro- verás, es que en el ámbito de los negocios no se puede decir de mi que sea muy perspicaz. Quizás porque nunca tuve que interesarme  por ellos ,  pues para eso tengo  un presidente general  que se encarga bien de gestionar mi fortuna y verificar  mis facturas,  a mi parecer muy razonables  para un hombre de mi rango;  aunque el padre de Pearly siempre me considerará,   sin razón,  un derrochador legendario.

- Que confiado me pareces. En fin, tú sabrás lo que haces. .

- Dime si se le puede dar crédito  a la crónica de  Louella   según la cual   disparaste al bruto del marido  de.. Pearly , ¿es cierto que lo mataste de una bala en la cabeza?

- Si…Como también es cierto que fui condenado a prisión, y que  fui sometido a toda suerte de humillaciones que un hombre de mi rango pudiese sufrir. Fui más de una vez violado.

- Lo siento Sebastián…

- No! Por favor, no me mires con esos ojos llenos de compasión, no lo necesito. Lo hice y volvería a  hacerlo si el caso se presentara otra vez. A pesar de lo que sufrí, no me pesa nada, ni siquiera los repugnantes personajes que se deleitaban  con mi cuerpo..   ¿Quieres que te escandalice aún más, Harold?  Que me follasen después de todo  no me molestaba tanto como el hecho de que dispusiesen de mí, sin mi consentimiento… por extraño que sea,  nunca desde entonces me  demostraron con tal avidez  cuan deseable podía ser yo. Pues  follar a un señor de la alta sociedad era aun mas excitante para esos  hombres hambrientos de sexo, que hacerlo  con sus propias mujeres…. Perdóname Harold, miento, si me pesa y mucho, fue horrible…horrible…

Durante un instante, me sentí conmocionado  al recordar ese difícil trance de mi vida que muy a mi pesar no lograría jamás olvidar. Visiblemente molesto, Harold  carraspeó discretamente antes de proponerme en  tono  suelto  lo que para él resultaba una infalible  terapia.

- Para cambiar de tema Sebastián, qué opinas  de emborracharnos   para olvidar todo lo que fue horrible en nuestras vidas   y si te parece bien, pasar lo que nos quede de la noche, juntos.

- Lo siento Harold, pues no soy muy buen  bebedor, y en cuanto a pasar lo que queda de  noche juntos,  no creo… si bien recuerdo los propósitos de Truman Caponcete, “… después de tanto beber  no se te da muy bien la cosa…”.

-¡Maldita sea esa imposible cotorra! Así, que a  ti también te lo ha  comentado! Bah no importa! 
Sonriendo pícaro  se  fue aproximando a mí , cuando aplicó su dedo en mi barbilla  para instarme a alzar la mirada  hacia él,  sentí su calor  apoderarse de mí, enloqueciendo mi corazón que latía a golpes en mis sienes.

-¡Escúchame, querido Sebastián!  Esta noche será diferente de las que acostumbro a vivir, o sea  que  me acostaré solo y sobrio,  pero te  advierto, que serás mío y, cuando llegue ese momento,  olvidarás en mis brazos todos cuantos  me han precedido, o a fe mía,  que no me llamo   Harold Leslie Thompson Flynn.

- ¡Jajajajaja! Realmente mi querido Harold, tienes un elevado concepto de ti mismo.

- Nunca lo dudes mi querido Sebastián.- fue su irrefutable respuesta.

***Pasaron unos cuantos meses  sin que coincidiéramos  con Harold,  él rodaba una nueva película y nosotros lo pasábamos  bastante bien en Acapulco. Ecuánimes, Pearly y yo, gozábamos de la  compañía de Julián, un joven que a cambio de unos dólares  paseaba mar adentro con su barco a los turistas en donde  incansablemente   se dedicaba a mediar  ciertos placeres.

***Al postre, bastante satisfecho de nuestra fuga, digamos turística., regresamos al hotel Plaza de  Nueva York,  donde poseíamos una suite.
Entre todas las  cartas  que nos remitió el recepcionista por mediación de Godwyn el  botones del hotel,  se hallaba una invitación que  nos llamó la atención, la inauguración de un  nuevo  club en  Manhattan.

Por lo cual, la noche  de la inauguración  llegamos  al Hurrican club   alrededor de las once.  La atmosfera, sin sorpresa, lo propio de una fiesta neoyorquina, siempre  las mismas caras, los mismos coktails y las mismas chácharas.

El aire saturado de humo de tabaco y de vapores de alcohol, se tornó  a lo largo de la soirée  cuasi irrespirable. Los salones atiborrados de  noctámbulos que daban la impresión errónea de divertirse, mientras que  la orquestra  tocaba melodías de  Glenn Miller.
Precisamente la orquesta tocaba “Moolight Serenade” y Pearly bailaba acunada  entre  los brazos de un joven mulato; el mismo  que, minutos antes, casi desnudo, entusiasmó  a todos los invitados del club, tanto por su glamurosa  actuación de bailarín  como  por su gran belleza e imponente  musculatura.

Apoyado contra una columna, los observaba abstraído por la  obsesionada    visión que me ofrecían  sus cuerpos fundidos en un enlace tan  íntimo como  sensual. Recordé  unas pocas  horas antes,  cuando aún en la habitación del hotel nos preparábamos  para venir  al club. Me acerqué a  la cómoda, mirándome en el espejo que la encabezaba, dispuesto a lazar la pajarita de satén negro a mi cuello, su reflejo en el cristal, me ofrecía  la imagen de Pearly  que se vestía  a poca distancia de mí. Sin apartar mis ojos, seguí mirándola fascinado,  viendo como  perfumaba su cuello y sus hombros,   como colocaba el sujetador  sobre sus pechos  perfectos con gestos propios de  mujer  y   luego,  como si fuese una caricia,  estirar  hacia arriba las medias de seda negra. Lo hizo   con tal delicadeza,  que  me hizo experimentar una intolerable turbación  que, invadió mis sentidos y que no pasó desapercibida  a su perspicacia,  porque cuando  enfundada en  su largo y reluciente vestido de lame azul petróleo, me requirió para que le subiera la cremallera a su espalda, sus manos acariciaron mi bragueta.

Con el ceño fruncido, permanecí aún un corto instante  mirándoles fijamente   y, lo confieso, me parecieron indecentes y a la vez, de una perfección soberbia.

No sé, si aquel acceso de rabia que me invadió   al contemplarlos, no sería otra cosa, sino  un inconsiderado brote de  celos, porque no pude sino  preguntarme si verdaderamente  ella me pertenecía.
Por primera vez, experimenté un ridículo e inexplicable acceso de puritanismo.  El caso es que perturbado, me di la vuelta bien decidido a vengarme a la vez.
Ensimismado  en ese egoísta estado de espíritu, decidí largarme  cuanto antes del night club.

Con ademán estudiado,  me despedí de mi querida pareja  y bien decidido,  crucé  con cierto alivio  la sala por entre las aglutinadas mesas  en dirección al vestuario. Esperaba que me devolvieran mi abrigo, cuando, a mi espalda, una voz  me hizo volverme  cuando susurró a mi oreja,  “A fe mía, no me llamo   Harold  Leslie Thompson Flynn.”

-¡Harold! Me exclamé maravillado-  que inesperada sorpresa, tú por aquí, ¿qué  tal tu nueva película?
-Veo que estás decidido a abandonar este infierno ¿Dónde vas? Preguntó sin responderme.Entonces con aire resuelto, y a la vez tan espontáneo  que yo mismo me sorprendí,  le respondí.

-¿Donde me llevas?

- Vamos.

Sin más demora,  Harold  aferró mi brazo y dando media vuelta  salimos del club con tal premura, que nuestra huida pudo dar a pensar que  se  había declarado un incendio en éste.

Al vernos llegar, el chofer que aguardaba fumando un purillo  adosado al coche, tiró la colilla  y la pisoteó para apagarla. Con apremio,   nos sostuvo   la portezuela de atrás del inmenso  Packard Salón; que, la dirección de  los estudios Warner Bross   le regaló como agradecimiento por su  excelente “performance” en la película “Los Ángeles de las Tinieblas”.. Estoico,  esperó que nos acomodáramos para  cerrar la puerta.
¿Que nos  acomodáramos? Bueno, decirlo de este modo resulta  un gracioso eufemismo, ya que Harold me empujó al interior de la limusina  con gestos más que  impacientes.

Una vez sentados  en el confortable asiento, Harold tomó las riendas de la operación.  Con ademán  apresurado, se  deshizo del nudo de la pajarita de satén negro,  arrojándola descuidadamente sobre la espesa alfombra de la berlina.

-Jackson  sube el cristal de separación y ponte en marcha, conduce por donde quieras! No! No  preguntes. Ni tampoco se te ocurra  echarle un vistazo al  retrovisor interno.
Jackson obedeció, sonrió con  filosofía y colocó con esmero sino   un tanto ostentador su boina, a sabiendas de  lo que se tramaría a sus espadas  durante  una buena parte del paseo.

- Bien ya veo que has comprendido. -Lo cumplimentó Harold  cuando, imperturbable, el chofer encendió la radio personal que le ofrecía el salpicadero del lujoso vehículo.

El apacible murmullo  del motor  se hizo escuchar   mientras la berlina se deslizaba en dirección al puente  George Washington en vista  de Long Island. Harold alargó la mano, resuelto a  abrir el mueble bar, una amarillenta luz  iluminó de inmediato unos vasos y  dos jarras de cristal tallado con base rectangular. Sin preocuparse de un eventual rechazo por mi parte, sirvió dos brandys.

-Toma y bebe! Brindemos para que  esta noche  sea algo más que insípidamente   especial. - dijo, sin ofrecerme otra alternativa que tomar  la copa  que me  puso en la mano.

-No te hagas demasiadas ilusiones,  no pienso  emborracharme para facilitarte la cosa.

A pesar de que Harold era  un hombre con excelente  educación, -su padre era biólogo-, nunca en mi presencia se esforzó en demostrarlo, de modo que tanto sus modales como su vocabulario podían sorprender. Sin embargo,  para quienes lo  conocían, sabían  que  tras esa actitud algo provocativa,  se ocultaba el  ser más exquisito que se pudiese  imaginar.

-Me dirás por fin, por qué te niegas a follar conmigo, cuando tus ojos desmienten tus palabras. Dime por qué te obstinas en rechazar lo ineludible… Si mi intención fuese  aprovecharme de ti,  puedes estar seguro que no te escarparías…No crees que después de todo, sería más  satisfactorio, tanto para mi ego como para ti, si te ofrecieses a mí.?

- Por Dios Errol, posees el don de complicar las situaciones más anodinas. Nunca te has planteado que me bastase parar ser feliz, sólo compartir unos momentos de pura tranquilidad a tu lado, disfrutar de tu presencia, respirar tu calor, sentir que me deseas?…

- Déjate de literatura y respóndeme.

- Sinceramente… Sí,   lo  deseo, pero sé  también que tienes un cierto  amigo…

- Maldita sea  Sebastián, no te andes con rodeos y no me saques otra excusa - imprecó iracundo, bebió un largo sorbo  de su vaso, y prosiguió con voz pausada;  no me hables por el momento de él, ¿sabias que se ha casado el muy imbécil?. Si!, se ha casado.

-¿Celoso?- y sonreí ante su mueca sorprendida..

-¿De quién, de ella?...que poco me conoces Sebastián. ¿Qué te apuestas?   Después que hayan regresado de su cortita  luna de miel,  me llamará  mendigándome,  pidiéndome  que corra  a consolarlo en su pisito de Brooklyn.

- Eres un buitre Errol,  nada respetas.

- Que sabrás tú… Que sabrás tú? - Dijo pensativo mirándome como si estuviese ausente, y debo reconocer que me estremecí. Jamás lo sentí más bello, más sincero, más vulnerable que  durante  ese efímero momento.

- Harold.- empecé a decir  con voz cansada.-yo pensaba que habíamos llegado a un acuerdo  de no beligerancia entre tu y yo.

-  Precisamente querido,  yo no quiero pelearme contigo, todo lo contrario. - Respondió clavando  su enternecedora mirada  en mis ojos. Pero estoico, resistí a su encanto y  le rogué bostezando que me llevara al Plaza.

- Son casi  las tres de la madrugada y estoy verdaderamente  cansado, llévame al hotel, también  deberías imitarme y regresar al tuyo...

- No insistas… o de verdad me vas a cabrear.

Al percibir que  su expresión se volvió tan penosa,  dejé de lado mi cansancio y  olvidé cuan  convincente  actor podía ser él, cuando anhelaba vencer pronto  toda resistencia  que se  opusiera  a su deseo. En este caso, el inaccesible objeto de sus deseos, no era otro sino  yo mismo-. De hecho, nunca supe con nitidez cuando se mostraba  sincero, o cuando me jugaba la comedia. A decir verdad, este detalle carecía de  importancia en ese instante.

Pues estar con él, y saberse deseado por un hombre, que, sin el menor esfuerzo podía doblegar a todas las famosas de la alta sociedad americana, fue insostenible para mí.

- Perdóname Flynn  no deseaba herirte.

- Lo has conseguido.

- Jajajaja Por favor no hagas de niño mimado.

- Sí,  lo haré, y para que te perdone tendrás que besarme.

-¡Eres un cumplido vividor! ¡Entonces uno! Uno y  nada más.

- Vale. - pero sonrió socarrón.

Una vez más,  me dejé conmover por su  mueca de niño triste.  Invadido por un irreprimible   impulso de ternura, me aproximé a él, acariciando sus cabellos suaves, y conteniendo mi ardor. Deseando que el instante  fuese eterno,  mis labios se deslizaron rozándole  los suyos  con un lánguido beso de seda, lo besé largo tiempo, olvidando que pudiese arrepentirme después.
 Fue algo doloroso apartarme de  él, pues algo en mí había cambiado. Reconocí con aprehensión  ese vacío en mi  estomago que me proporcionaba vértigo,  preludio ineluctable de capitulación.

- Joder!,  Sebastián, eso sí que es un beso, bésame otra vez.-.

Una vez más, le obedecí echándome sobre él. Así su cabeza entre  mis manos, aturdido y temblando de excitación,  besé sus parpados,  su frente, sus cabellos, su cuello, y busqué  el  soplo profundo de  su boca y el roce de su lengua.
Entonces Harold  me atrajo lentamente contra él. Su abrazo era intenso, apasionado, juntos giramos lánguidamente sobre el asiento, sin apartar nuestros labios. Dejándome  caer hacia atrás, atrayéndolo sobre mí, envuelto  en el  tibio calor que emanaba de él,  respiré con anhelo su aliento perfumado con  alcohol.  Sin más voluntad que la de un vencido sumiso, me dejé  engullir indefenso por  la deliciosa sensación que produce,  desafiar lo prohibido.

- Joder!,  Sebastián y eso que estabas cansado.

- No lo puedo remediar, ¿a caso lo desapruebas?.

Sin  deshacerse de su picara sonrisa, como hacen los niños, con un puntapié se deshizo de sus mocasines  de charol negro, entretanto  que iniciaba  un divertido y desbarajustado desvestir.  Empezando por  la chaqueta, después los calcetines, siguió con  la  camisa y con apremio  tras bajarse  la bragueta, el pantalón.  Desvelando un insólito calzoncillo  de seda negra con su nombre bordado  con letras de  oro. Después  y con la misma  desordenada destreza, experimenté por su parte el mismo y muy apresurado  tratamiento.
 Por fin  desnudos  y a pesar de su alta estatura, logró sentarse a horcajadas sobre mí, si bien le  incomodaba  el techo de la limusina.

- Cógemela.- me  dijo, con  voz  dulce, aterciopelada, acariciante, cual una brisa  saturada con aromas salvajes,  poniéndome su turgente miembro  en la palma de la  mano, que aferré apasionado.   Cuando metí mis dedos  en mi boca para  ensalivarle el capullo,  jadeando de antelación,  empezó a segregar líquido pre seminal.

- Harold la tienes preciosa…

- Shuuuut ,. Sigue acariciándola. Más fuerte… Menéamela, más rápido…  Así, no la sueltes… Apriétala. Sigue, ¡No! No  te pares. Ahora…Si!!! Ya vengo.-  Exhaló con un  “ahhhhh” ronco y ahogado. Harold  se estremeció eyaculando espasmódicos hilos cálidos, salpicando mi vientre

Con la  cabeza gacha, permaneció un momento apoyado sobre sus manos, encorvado sobre mí, aún tenso y respirando a bocanadas. Naturalmente, pensé que necesitaría descansar algo, más cual no fue mi sorpresa al  comprobar que solo necesitó un corto lapso de tiempo para  recuperar por completo  su erección.

- Ayúdame- fue lo único que me dijo  calladamente.  Recogí con los dedos su precioso líquido  que utilice para  prepararme. Abrí mis nalgas,  y   se me antojó lo más caliente que hubiera visto jamás, al sentir como  penetraban  sus largos dedos en mí, para  abrirse camino; para después, delicadamente, introducir el resbaladizo  glande de su polla.  Dejándose  caer  sobre mí, lo demás fue cosa de un instante  tenso y   duro se hundió  dilatando mi carne.

- Te duele?.- Preguntó en un audible murmullo.

- Ooooooh es maravilloso… despacito Harold! -  ofrecerle  sin reserva mi cuerpo, esbelto,  sedoso  como la flor de una gardenia,  que se cimbraba  al compás de su excitación, me hacía sentirme  desmesuradamente  feliz. Disfrutando desarregladamente y sin complejos  de su fuerza viril,  intricado en un mismo movimiento, y sometido a continuos  embates  tan  feroces, que  me sentí aliviado de tal poderosa tensión cuando gimiendo, me  derramé sobre mí, mientras  que Harold  me inundaba  una vez más, con repetidos chorros  de líquido cálido y cremoso.
Fue así como  Harold Flynn me sedujo en el mullido asiento de terciopelo de  gris  de un Packard Salón  en el cual se mostró digno de su reputación. Frenético  de deseo, exultante de pasión. Fue el encuentro más excitante que recuerdo de él.

munnoch : au/au returno a kent

Previous post Next post
Up