Imagine a man (6/11)

Jun 06, 2011 23:08


Masterpost

***

Deep in my heart there’s a house that can hold just about all of you
Spaceball ricochet. T-Rex, 1972.



Zabini lo detiene antes de entrar al campo. Lo lleva frente al espejo grande de los vestidores y hace toda una demostración de ponerle la capucha verde sobre el uniforme.

- Espero que tengas claros tus compromisos,- dice. Y Harry sabe que es una advertencia perfectamente normal de un capitán hacia un jugador que siempre se está quejando de la estrategia del equipo (y está a punto de salir a jugar contra su mejor amigo). Pero no puede evitar sentirse un poco como si lo estuviera amenazando la mafia.

Asiente. Lo tiene clarísimo. Le debe una victoria a Slytherin a cambio de su seguridad. Suena un poco sucio cuando lo piensa de esa manera. Un poco cobarde. Terriblemente slytherin.

- Hagamos un trato,- dice. Zabini lo mira con interés. Una cosa que Harry ha aprendido en estos meses es que su capitán siempre está abierto a la negociación.- Yo te consigo la snitch y tú haces que el equipo juegue limpio.

Zabini sonríe y sacude la cabeza.

- Potter…- dice, como quien le habla a un niño que pregunta por Papá Noel. Suspira.- Hagámoslo al revés. Tú me consigues una victoria y yo hago que el equipo juegue limpio.

Lo piensa un segundo.

- Acepto,- dice, y coge la escoba.- Pero quiero que me pagues por adelantado.

Cuando Zabini grita “¡Potter!” Harry ya está en el campo.

Es un día despejado de vientos fuertes y Harry aprieta el mango de la Barredora con anticipación. Es más veloz que la Estrella Fugaz que usaba en las primeras prácticas, pero todavía extraña su Saeta de Fuego.

El campo está a reventar, en todos los sentidos. Hermione dice que la guerra ha encendido la rivalidad entre Gryffindor y Slytherin y que eso se ve reflejado en la agresividad de los fans. Harry supone que tiene sentido (el quidditch y la guerra no son tan diferentes, después de todo), pero sigue siendo sorprendente. No puede evitar que lo contagie la emoción de la gente. Y da un poco de vergüenza lo rápido que olvida que juega para “el enemigo”. No cree que Ron lo entienda (James sí, James lo entendería), pero cuando la escoba se eleva dejan de existir los bandos y solo existen la adrenalina, el viento y la snitch.

No han pasado ni quince minutos cuando la ve aparecer por primera vez. Se lanza en picada y la buscadora de Gryffindor está pegada a su cola en medio segundo. Esto va a ser un problema. McKinnon es rápida, pesa menos que Harry y por lo visto tiene buenos reflejos. Pero la snitch desaparece en un parpadeo.

Tal como dijo Zabini, James es imparable. Lo ve volar como una flecha de un lado a otro del campo y puede oír al narrador cantar las anotaciones una detrás de otra. Ron tampoco lo hace mal en los aros, aunque Regulus lo está poniendo en problemas. En medio de la distracción, una bludger le roza la oreja izquierda. Cuando voltea, Sirius lo saluda acomodándose un sombrero imaginario. Harry se siente de pronto como si estuviera en el jardín de la Madriguera, compitiendo por divertirse, jugando por el placer de jugar.

Se le ocurre una manera de lidiar con McKinnon. Se tira a la derecha y acelera. McKinnon lo sigue. Se detiene a medio metro de la tribuna y sube tranquilo, dejando muy claro que estaba fingiendo. Los fanáticos de un extremo abuchean, los del otro se burlan. Vuelve a hacerlo a los pocos minutos, pero esta vez solo avanza unos metros y McKinnon se demora otros más en frenar. La tribuna de Slytherin estalla en risas. Harry lo hace de nuevo después de un rato. Y luego una vez más. Hasta que empieza a dudar antes de seguirlo.

Pero por muy divertido que sea confundir a McKinnon, no está jugando sola. El marcador de Gryffindor sigue creciendo y las faltas de Slytherin empiezan a ascender. Desde los aros, Zabini alza una mano y frota el índice contra el pulgar varias veces. Págame lo que me debes. Desde lo alto, Harry le devuelve exactamente el mismo gesto.

Zabini detiene una quaffle, pero James atrapa el rebote y anota.

- 150 contra 40 y si Slytherin no empieza a parar esas quaffles, ni siquiera la snitch va a salvarlos de ésta,- dice el narrador, y Zabini le sostiene la mirada a Harry un segundo. Luego ladra un par de órdenes, y Harry se sorprende al ver que el juego cambia. Sigue siendo un juego rudo, pero al menos es legal.

Y en medio de todo esto, por el rabillo del ojo, ve a McKinnon lanzarse en picada.

El medio segundo que tarda en reaccionar es demasiado, y si terminan corriendo hombro a hombro a medio metro del suelo es porque la snitch cambió de dirección en el último segundo y por nada más. Pero esto… Esto es lo que sabe hacer. Estira una mano. Sube como una flecha cuando la snitch se eleva, atravesando el juego. Está demasiado concentrado como para notar la expresión de McKinnon cuando se da cuenta de que todo lo anterior (las picadas, las fintas, las carreras) era solo un juego. De que apenas empieza a competir.

Casi puede sentirla, casi la tiene. McKinnon le pisa los talones. Y están demasiado alto, no pueden seguir subiendo. Sólo un poco. Sólo un segundo. Cierra los dedos sobre la esfera y está un poco mareado cuando se detiene.

Baja con la mano en alto, mostrando las alas entre los dedos para que detengan el juego. Conociendo a Zabini, si Gryffindor gana por puntos, se acabó el trato.

El estadio se vuelve loco y el equipo de Slytherin lo rodea riendo. Se dice a sí mismo que la emoción es culpa de la falta de oxígeno.

*

- ¿La hubieras atrapado de todos modos?

Slytherin quiere construirle una maldita estatua (y que alguien le diga si ésa no es la reina de todas las ironías) y por más que lo intentó no pudo huir de la celebración. Lestrange ha conseguido cerveza de mantequilla y aguamiel para todos y algo que suena asombrosamente parecido al rock muggle escapa nota a nota de la WWN.

- No entiendo.

No está tomando alcohol, pero hay algo intoxicante en el ambiente. Restos de adrenalina y algo así como esperanza. A Harry no se le olvida (no podría, con Zabini repitiéndolo cada 3 minutos) que Slytherin llevaba años sin ganarle a Gryffindor.

- La snitch. Si no hubiera hecho lo que pediste, la hubieras atrapado de todos modos, ¿verdad?

Ah.

- Tal vez.

Son las pequeñas diferencias. Un gryffindor se hubiera reído. Zabini lo mira, considerando su respuesta.

- Mi hermana dice que no estás seguro de que el sombrero te haya puesto en la casa correcta,- dice, y respira pesadamente.- No te preocupes, Potter, puedo asegurarte que estás donde corresponde.

Choca su vaso contra el de Harry y bebe un sorbo largo. Harry observa el vaso durante un largo rato antes de hacerlo a un lado sin beber.

- Creo que me voy a acostar.

- Una última pregunta.

- Dime.

- ¿Qué le dijiste a Black en la práctica?

Harry suspira.

- Que estaban intentando que lo suspendan y que no les dé el gusto.- Zabini asiente.- Y que si tenía algo que decir,- agrega mirando a Wilkes, que recibió cuatro bludgers y todavía lleva el vendaje de la que lo sacó del juego,- lo dijera en el campo.

Un gryffindor se hubiera reído.

Zabini se ríe.

- Buenas noches, superestrella.

- Buenas noches.

A veces son las pequeñas diferencias, a veces las pequeñas similitudes. Sea como sea, siempre hay algo que lo confunde.

No ha dado dos pasos dentro de la habitación cuando Snape levanta la vista del libro y pregunta si está sobrio. Hace dos meses quería estrangularlo mientras dormía. Ahora tienen bromas privadas.

Genial.

- Solo cerveza de mantequilla. Pero no respondo por Rosier.

- Nadie responde por Rosier, Harry.

Y está eso, también. Snape le dice “Harry”. No solo lo hace sentir terriblemente incómodo. También hace terriblemente difícil pensar en él como “Snape”.

- Buen juego, por cierto.

- ¿Fuiste a verlo?- es extraño compartir esas pequeñas conversaciones. Son siempre cortas y un poco redundantes y nunca hablan de nada importante, pero el simple hecho de que existan hace que Harry se sienta un poco culpable.

- Sí. No soy muy fanático del quidditch, la verdad. Pero este año hay mucha expectativa.

Pero este año estás tú en el equipo.

Son esas conversaciones, pequeñas y redundantes, que nunca hablan de importante. O tal vez las pesadillas y las noches de insomnio. O las confesiones de borracho. O a lo mejor, es el hecho de que (más allá de lo que Sirius opine en el futuro) ambos están solos en una casa llena de gente.

Pero este año tengo un amigo a quien alentar.

No lo dice, y Harry finge que no lo escucha.

*

Sueña con el Gran Comedor durante el desayuno. Las lechuzas vuelan sobre las mesas, dejando caer sobres y paquetes. En la mesa de Gryffindor, Neville, Ginny, Seamus y otros se amontonan sobre la última edición del Profeta. “Nuevo Ministro de Magia”, dice el titular en grandes letras góticas.

- Erasmus Yaxley,- lee Seamus.- ¿Alguien lo conoce?

Harry lo conoce. Ya sabiendo el nombre, puede notar el parecido en la foto. Yaxley es un ravenclaw de séptimo, amigo de… toda la gente equivocada, en realidad.

- Es un mortífago,- dice Neville.

- ¿Lo conoces?

- No. Pero es obvio, ¿no? Tienen el Ministerio tomado, solo necesitaban hacerlo oficial.

La desesperanza se mezcla con la impotencia y es una fuerza palpable, un sabor denso en el aire del castillo.

*

- ¡Ah, señor Potter! ¡Maravilloso juego! Seguiré su carrera con cuidado, puede estar seguro.

Slughorn es todo sonrisas y palabras amables durante el desayuno, y si Harry no lo hubiera conocido antes le daría un poco de miedo. Habiéndolo conocido, agradece los cumplidos y espera hasta que va camino a la mesa de profesores antes de gruñir.

- ¿No te gusta la atención? No juegues al quidditch,- dice Snape, sentándose a su lado. Le pasa un pastelillo de mora. A Harry le toma varios segundos reaccionar y tomarlo. Snape alza una ceja.- ¿Qué?

- Um… No… nada.

Coge el pastelillo y su mirada viaja, como en todas las comidas, hacia la mesa de Gryffindor. Predeciblemente, Ron lo observa confundido. Más que confundido, lo observa como si acabaran de salirle tres cabezas.

- Tómalo por el lado amable,- dice Snape.- Te he visto trabajar en pociones y necesitas toda la ayuda que puedas conseguir.

Harry voltea a mirarlo. No porque lo sorprenda el tono ácido de la broma, sino porque es una frase que podría poner en los labios de Snape a cualquier edad y hace dos meses no hubiera ni sospechado que se trataba de una broma. Cuando se ríe, no sabe si es de la broma o de su vida.

- Lo tomaré en cuenta.

No se atreve a alzar la vista hacia el otro extremo del comedor. Últimamente hay cosas que no sabe cómo explicarle a Ron.

Las lechuzas invaden el ambiente de pronto, coloridas y ruidosas, y Harry extraña a Hedwig (como todas las mañanas). Dejan caer sobres y paquetes, pican los panqueques que les dan los más pequeños, se acomodan las plumas sobre los candelabros. El comedor parece despertar finalmente, los últimos vestigios de sueño reemplazados por el murmullo de noticias compartidas, regalos inesperados, amigos ausentes.

Harry, por supuesto, no ha recibido una lechuza desde que llegaron sus libros de Flourish y Blotts.

- ¿Qué pasa, mestizo? ¿Tu madre no sabe lo que es una lechuza?

Slytherin es una casa con más movilidad social de la que Harry esperaba. De pronto es un paria, de pronto una estrella... Pero siempre puede confiar en Rosier. Pase lo que pase, el status de Harry no cambia ante sus ojos.

- Y la tuya no sabe lo que es una Copa de Quidditch,- dice Zabini desde el rincón de los de sexto.- Deja comer a mi buscador, Evan.

Rosier gruñe y abre El Profeta. Por lo menos sabe leer. O a lo mejor solo le gusta ver saludar a las fotos.

- Alégrate, mestizo,- dice lo bastante bajo para que Zabini no lo escuche.- Por lo menos tu madre muggle no vive en Surrey.

- ¿En Surrey?- pregunta Snape.

Rosier le muestra la noticia, como quien pasa los resultados de un partido. “Ataques a muggles en Surrey.”

Es una nota corta. Tres heridos por magia oscura y el personal de San Mungo no está seguro de poder salvarlos. Sus cuerpos van a estar bien, pero el daño mental no puede corregirse con un simple Obliviate. No parecen estar relacionados entre sí y, hasta donde se sabe, quien hizo esto podría haberlo hecho para divertirse. O ésa es la brillante conclusión del Profeta.

Harry sigue la mirada de Snape hasta la mesa de Gryffindor.

Lily se sienta junto a Hermione, pálida como el papel. Parece perdida en sus pensamientos (algo extraño en Lily), pero cuando James hace una broma le pega un grito. “¿Crees que todo es divertido?” dice, entre otras cosas que Harry no llega a escuchar. Los observa desde lejos, James asustado, Lily alterada, y le toma un rato darse cuenta de que Lily está llorando. Hermione se levanta de la silla, pero James llega primero, le coge la cara entre las manos, le seca las lágrimas, le habla despacio (Harry no puede oírlos, pero imagina que James usa esas palabras que soñó tantas veces en boca de su padre mientras cargaba el mundo, solo y asustado… palabras suaves, reconfortantes, palabras de alguien que te quiere) y Lily hunde la cabeza en su pecho.

Snape se tensa a su lado y Harry no puede evitar recordar aquel sueño tan extraño.

¿Tú sabes qué está pasando, verdad?

*

“Ataques a muggles en Surrey.”

No son “Ataques en Surrey,” y desde luego, no es una noticia de primera plana. Tres personas han sido torturadas, pero eso solo amerita una nota en la tercera página del Profeta. La explicación viene en el título. “Ataques a muggles en Surrey.” No vayan a confundirlos con ataques importantes.

Hermione siempre ha sido consciente de la discriminación en la comunidad mágica, pero esto va más allá. Es la guerra, cree. Ésta no es la guerra que conocen, nueva y temida por todos. Es una guerra vieja, indolente y constante, una guerra que ya lleva siete años de pequeños actos de violencia a los que acostumbrarse. Los que apoyan a Voldemort seguramente se burlarán de los ataques, pero quienes no lo apoyan tampoco los resienten, tampoco los perciben como actos innombrables, inhumanos. Han tenido siete años para acostumbrarse a que la tortura de un desconocido no es más que una nota en la tercera página del Profeta.

Hasta que no es un desconocido.

Lily conoce a una de las víctimas. Vive a la vuelta de su casa, en Surrey. A la vuelta de la casa donde viven también sus padres y su hermana, que no tienen idea de que hay una guerra allá afuera (como muchos estudiantes de familia muggle, Lily ha decidido no involucrarlos en los problemas del mundo mágico).

Decir que Hermione se identifica es decir poco.

Lily pierde los papeles con una broma tonta de James y de pronto está llorando. James la consuela, la abraza, los engreimientos y la pose echados a un lado.

Hermione siente una mano cogerle la muñeca, y allí está Ron, presionando apenas lo suficiente como para recordarle que no está sola. Cuando relaja los puños (que no recordaba estar apretando), las uñas le han dejado marcas en la palma de las manos.

*

Like I’m burning in the fires of hell
Hell raiser. The Sweet, 1975.



Noviembre pasa casi sin notarlo. James no se recupera del todo de la derrota contra Slytherin, pero se pasa el partido de Hufflepuff contra Ravenclaw desarrollando estrategias y eso ayuda. Hermione ha empezado a contagiarle a Lily su obsesión con los EXTASIS y la tensión general de séptimo ha aumentado. Sirius amenaza con romper su record de detenciones (y un par de cuellos). Cuando Remus se da cuenta, hay muérdago encantado en las escaleras y todos a su alrededor están empacando para las vacaciones de navidad.

Pasan la última noche en la habitación, con un cargamento de dulces directo desde la cocina y una botella de aguamiel que, por el sabor, deben haberle robado a Hagrid. Es suficiente para soltarles la lengua, pero no lo bastante para emborracharlos.

- ¿Nunca? ¿En serio?

Sirius rueda los ojos y niega con la cabeza.

Es un poco sorprendente que a estas alturas todavía tengan cosas que aprender unos de otros. Aunque, claro, en esta ocasión no se trata de ellos. Se trata de Ron.

- Yo nunca he tenido un sueño húmedo en el que saliera Granger,- dice Sirius, y alza el vaso hasta sus labios antes de detenerse, mirando a Ron a los ojos. Luego se ríe y baja el vaso sin beber.- Salud, Zanahoria.

Ron no bebe, pero parece que sus orejas van a entrar en combustión en cualquier momento.

- Yo nunca he besado a una chica,- dice Peter y todos beben, excepto Remus. Tampoco es una novedad.

- Yo nunca he besado a una chica…- dice Sirius sacudiendo la cabeza.- ¿Seis años compartiendo habitación con nosotros y eso es lo mejor que se te ocurre?

- Yo nunca he besado a un chico,- dice James, con cara de quien espera meter a sus amigos en problemas.

Sirius se queda en silencio de pronto, mirando su vaso. Remus tampoco se mueve. No hicieron nada, en realidad. No tendrían por qué beber. No tendrían por qué sentirse aludidos. Remus levanta la vista despacio y encuentra los ojos de Sirius, confundidos, sí, pero también desafiantes. Con esa fuerza de fondo, esa curiosidad que arrastra, esas ganas de saltar al vacío.

- Qué desperdicio de turno,- dice Peter.

Sirius lo sigue mirando. La tensión crece en la habitación. Los demás van a darse cuenta, tienen que darse cuenta, no es posible que no…

Y entonces, Ron bebe.

- ¡¿Zanahoria?!

El grito de Peter y la conmoción general los sacan del trance y todos los ojos se centran en Ron (cuyas orejas parecía que no podían encenderse más, pero por lo visto sí). Sirius tiene la expresión más extraña de todas, pero la de James es puro shock.

- Yo nunca he tenido hermanos que me martirizaban de pequeño,- gruñe Ron entre dientes y seca el vaso en dos tragos largos.

Sirius suelta media risa y seca el suyo.

Se les pasa la medianoche entre aguamiel e historias, la mirada de Sirius viajando hacia Remus de cuando en cuando, la mirada de Remus intentando no viajar hacia Sirius.

*

Se levantan tarde y se despiden de Zanahoria, que se queda en el castillo con Hermione y Harry. Cuando llegan a la estación, Sirius dice “¿te ayudo?” y le coge el baúl de entre las manos, le roza los dedos, y Remus no está seguro de saber qué está pasando pero se sonroja de todos modos.

Llevan un par de horas de viaje cuando decide buscar a Lily, saca el paquete en la mochila y sale del compartimento.

Empezó a intercambiar libros con Lily por navidad en quinto año (cuando las largas rondas de prefectos los ayudaron a descubrir cuánto se parecían sus gustos). Siempre libros usados, eso sí, nunca nuevos. Remus no es tonto, sabe que no es ningún secreto que su familia no tiene dinero y que Lily lo hace por eso. Pero tiene esa manera de hacerlo, cálida y cercana (“por favor, Remus, todos saben que un libro vale más mientras más lo han leído, no pienso aceptar un libro nuevo por navidad”), y tiene su gracia, eso de envolver sus viejos libros y recibir las historias que una amiga ha atesorado durante años.

Para Lily, dice la nota. Una cerveza de mantequilla a que te subes a esta moto.

- ¿Qué es una moto?

Remus salta hasta el techo.

- ¿Sirius?- pregunta, intentando calmar el pánico en su pecho.- ¿Qué haces aquí?

- Vine a buscarte,- dice Sirius, como si fuera obvio.- ¿Qué es eso?

Remus mira el paquete.

- El regalo de Lily.

- ¿Le haces regalos a Evans?- pregunta, y coge el paquete.- ¿Cornamenta sabe que estás detrás de su chica?

- No estoy…- suspira e intenta (en vano) quitarle el paquete.- No estoy detrás de Lily. Es mi amiga y le estoy haciendo un regalo por navidad.

- ¿Qué me vas a dar a mí?- pregunta Sirius, estirando el brazo para que Remus no alcance el paquete. Cada día tiene los brazos más largos. Y las manos, piensa Remus, y por un segundo imagina… cosas que no debería imaginar.



- Si no me das ese paquete, nada.

Sirius le lanza una mirada herida. Pero no es real. Está jugando. No consigue esconder del todo la sonrisa traviesa.

- ¿Evans tiene regalo y yo no?- Sacude la cabeza.- De ninguna manera. Si ése es el trato, me quedo con éste.

- Sirius…- se queja Remus, intentando sonar firme y fallando estrepitosamente.

Sirius estira más el brazo, Remus tiene que acercarse más. Está prácticamente pegado a su pecho, intentando alcanzar la mano que se estira hacia atrás, y cuando intenta girar, giran juntos, como bailando.

- Vas a tener que esforzarte más, Lunático.

Todas las promesas, todos los riesgos, están claros en sus ojos. O eso cree. Nunca puede estar seguro con Sirius. Tiene eso de provocar por provocar que Remus le ha visto hacer tantas veces con las chicas. Y siempre es un juego, nunca más que un juego. Remus no quiere pensar que todo esto es un juego. Pero tampoco quiere pensar qué más podría ser.

A veces, cuando mira en los ojos de Sirius, le parece que él tampoco tiene idea.

- ¿Qué es una moto?- susurra Sirius, y Remus puede sentir su aliento en el rostro.

Están cerca, demasiado cerca, el paquete en sus manos jugando de excusa para ese baile, ese trance en el que Remus se siente atrapado como mosca en la telaraña.

- Un vehículo muggle,- dice, incapaz de liberarse.- Como una bicicleta con motor.

Sirius asiente despacio. Su nariz roza la de Remus. Frunce apenas el ceño.

- ¿Le estás dando una moto a Evans?

Remus se ríe apenas, más como un suspiro que como una risa. Sin romper el hechizo que los mantiene bailando.

- Es un libro sobre dos chicos que viajan en moto. A Lily le dan miedo las motos. Por eso la nota.

Sirius asiente de nuevo.

- ¿Y a ti, Lunático? ¿Te dan miedo las motos?

Remus se lame los labios. Traga saliva.

Le dan pánico.

Sirius lo mira un largo rato, pero no parece que espere una respuesta. Parece que estuviera tomando valor. (Y es una idea ridícula, que Sirius necesite tomar valor para algo.)

Se acerca de pronto y habla casi, casi pegado a sus labios.

- Cógete de mí, entonces,-dice. Y Remus se funde en labioscalorsalivadiosmío, cogido con las dos manos de la cintura de Sirius.

Es mucho. Demasiado. Remus tiene 17 y nunca ha besado a nadie, y Sirius le mete la lengua en la boca y a Remus le parece que va a perder la cordura. Las manos de Sirius le queman la nuca. Siente que se pierde, que se rompe y se dispersa y no puede alcanzar todos los pedazos. Su cuerpo pide cosas que nunca ha pedido antes, gime y quiere... quiere. Y de pronto es mucho, es demasiado, y Remus no lleva casco y solo quiere bajarse de la maldita moto.

Sirius no lo deja la primera vez que intenta soltarse. Le hunde los dedos en el cabello y lo coge fuerte, se frota contra su cuerpo. Pero Remus lo intenta de nuevo y Sirius reacciona. O deja de reaccionar. Se queda allí, mirándolo con aprehensión, mientras Remus recupera la respiración.

Antes de que pueda decir nada, Sirius da media vuelta y desaparece por el pasillo.

Ninguno se percata de la figura en las sombras, inmóvil de asombro, con un libro envuelto entre las manos.

*

Gideon Prewett resulta ser una persona de lo más interesante. Se queda en el castillo durante las vacaciones y Ron consigue arrastrarlos a su oficina con alguna excusa más de una vez. Aunque pronto dejan de hacer falta las excusas.

Es joven y pelirrojo, tan alto como Ron pero menos delgado, con aire de saber lo que quiere y no tener miedo de pedirlo. Siempre tiene a mano una taza de chocolate y su oficina no se parece a la de ningún otro profesor de DCAO que Harry haya conocido (y ha conocido muchos), llena de libros hasta el tope y con un viejo gramófono en una esquina.

- ¿Walt Whitman?- pregunta Hermione.

Prewett asiente.

- Un americano loco como pocos. Yo creo que podría ser exactamente lo que necesitas.

- Pero… Whitman es un poeta muggle,- dice Hermione confundida.- Yo le pedí algo que me ayudara con los EXTASIS.

- Y nada te va a ayudar tanto como relajarte, tenlo por seguro. ¿Cuándo fue la última vez que leíste por placer, Hermione?

Siempre los llama por su nombre, y es un poco extraña esa falta de formalidad en un profesor de Hogwarts, pero los hace sentir bien. Los hace sentir adultos. Le recuerda un poco a Lupin y Harry piensa que a lo mejor es de aquí de donde su profesor favorito tomó el ejemplo.

- Leo por placer. Leo muchísimo por placer. Leí “Historia de Hogwarts” por placer.

A Ron se le escapa la risa y los labios de Prewett se curvan en una sonrisa.

- No lo dudo,- dice.- Una mente tan ávida como la tuya necesita alimentarse. Pero, ¿cuándo fue la última vez que lo hiciste? ¿Cuándo fue la última vez que leíste algo que no tuviera relación alguna con tu desempeño escolar?

Hermione lo piensa. Abre la boca y vuelve a cerrarla. Lo piensa un poco más.

- Si tienes que pensarlo tanto,- dice Prewett, poniéndole el libro entre las manos,- es que necesitas a Whitman.

Prewett tiene una cantidad enorme de literatura muggle. No solo literatura, también libros sobre historia, política, educación, psicología…

- Mi padre se volvería loco en esta biblioteca,- dice Ron, ojeando una edición de “Cómo funcionan las cosas”.

- ¿Le interesa el gran mundo?

Prewett rara vez usa la palabra “muggle”. Siempre está diciendo cosas como “el gran mundo” o “el mundo que está allá afuera.” Dice que los magos viven encerrados, creyéndose diferentes, pero que en realidad todas las sociedades son diferentes. Que no existe una “vida muggle” sino millones de formas de vivir de las que la comunidad mágica se está perdiendo.

- Le fascina,- dice Ron.- Mi madre se vuelve loca con las cosas que trae a casa.

Prewett ríe.

- Es curioso,- dice.- Mi hermana está casada con un Weasley que es exactamente igual. Arthur Weasley, ¿lo conoces?

- N-no… debe ser otra rama de la familia.

- Mmm… pues seguro que le encantaría conocer a tu padre,- dice con una sonrisa.- Molly siempre se está quejando de los “aparatos raros” de Arthur, pero déjame que te diga una cosa, mi cuñado es uno de los tipos más brillantes que haya conocido.

Algo cambia en la mirada de Ron. Es el orgullo, piensa Harry, que se le quiere escapar del pecho. No es que los Weasley no valoren a su padre, pero no puede ser fácil pasarte la vida viendo que el mundo no lo hace. Y no es que respeten más al señor Weasley por las palabras de un héroe familiar legendario, tampoco. Es que respetan más al héroe por esas palabras.

- ¿Por qué tantos libros sobre la segunda guerra mundial?- pregunta Harry, porque la verdad son muchísimos.

- ¿La segunda qué?- pregunta Ron alarmado.

Hay que reconocer que Prewett tiene un punto. Cuando tienes retazos de ambos mundos es fácil olvidar lo aislada que vive la comunidad mágica, las cosas comunes para la mayor parte de la humanidad de las que no han oído hablar en su vida.

- La segunda guerra mundial,- repite Prewett.- Una guerra en la que participaron decenas de países hace unos 35 años. ¿Nunca oíste hablar de ella?- Ron niega con la cabeza.- No te preocupes, allá afuera nadie ha oído hablar de Voldemort. Es una pena, porque podrían ayudarnos mucho.

- ¿Los muggles?- pregunta Ron, extrañado.

- Pues sí. No tienen magia, pero tienen ingenio. Y lo que es mucho, mucho más importante, tienen experiencia. ¿Por qué tantos libros sobre la segunda guerra mundial?- pregunta, dirigiéndole una mirada rápida a Harry y buscando en los estantes.- No… no está aquí… ¡ah, aquí está! Pregunta para el EXTASIS de defensa contra las artes oscuras,- dice apuntando a Hermione.- ¿Qué es lo primero que necesitas saber en una batalla?

Hermione abre la boca y vuelve a cerrarla. Frunce el ceño. Empieza a ponerse nerviosa. Prewett sonríe y mira a Ron y Harry, que tampoco tienen idea.

- Lo primero que necesitas saber en una batalla es a quién te enfrentas,- dice, y pone el libro en manos de Harry.

“Mi lucha,” dice la portada en grandes letras negras.

- ¿Quién es Adolf Hitler?- pregunta Ron.

Hay que reconocer que Prewett tiene un punto.

*

But remember the kids who got nothing (while you’re drinking down your wine)
Father Christmas. The Kinks, 1977.



La mañana del 24, Hagrid los lleva a Hogsmeade por una cerveza de mantequilla. Hablan de sus familias y de cuánto las extrañan (y por una vez, no necesitan inventar ningún detalle). Harry no dice mucho, hasta que Ron empieza a recordarle anécdotas navideñas en la Madriguera y el ánimo se le aligera. Hermione esconde la sonrisa en la espuma. Ron tiende a hacer cosas como ésa.

Pasan por Honeydukes a la salida y Hermione abandona el grupo para hacer algunas compras de último minuto. Empieza por Scrivenschaft, pero las plumas que le gustan cuestan una barbaridad y tiene que conformarse con una de avestruz. Es un problema eso de vivir “becada” y tener que preocuparse por cada centavo. Han pasado por mucho este año y realmente quiere darle algo especial a los chicos… pero es que los precios navideños son un robo.

En lo que será el local de Gladrags Wizardwear encuentra una pastelería. Una bruja con dos coletas y los brazos cubiertos de harina le ofrece una muestra gratis de unos pastelillos de navidad buenísimos y a Hermione se le ocurre que no es mala idea.

Sobretodo, encaja en el presupuesto.

- ¡Señorita Granger, qué gusto verla por aquí!

Voltea y descubre a Dumbledore sentado en una esquina del local, con una joven de cara redonda y un pastelillo que tiene que haber requerido magia para sostener tanta crema encima. Se acerca a ellos.

- ¿Cómo está, profesor?

- Aquí,- dice Dumbledore, dedicándole una sonrisa a su compañera,- abusando de la amabilidad de una bella dama.

La joven tiene una risa cristalina y a Hermione le cae bien inmediatamente.

- Por favor, profesor. Una conversación como ésta definitivamente vale un pastelillo,- hay algo muy honesto en cómo se expresa, algo limpio, confiado. Hermione ríe con ella.

Su rostro es terriblemente familiar, pero no puede precisar por qué.

- La señorita Hermione Granger es estudiante de intercambio,- dice Dumbledore, presentándolas.- Hermione, ésta es la señorita Alice Prince, una de mis ex alumnas favoritas.

- Mucho gusto,- responde Hermione, sonriendo. Prince... no, no es eso. Tal vez sea prima lejana de Snape (como todos los magos de familias antiguas), pero no se le parece en nada.

Alice la observa un momento, con ojos vivaces.

- ¿Estudiante de intercambio? Pensé que eran rumores.

- De ningún modo,- interviene Dumbledore, sonriente.- Fue una gran idea, debo decir. Excelentes muchachos, todos ellos.

Alice sonríe y Hermione se ruboriza un poco.



- Qué bueno que tengan esta oportunidad. Hogwarts es algo especial, ¿a que sí?

- Es increíble.

- Sí... se hace extrañar,- agrega Alice con una sonrisa nostálgica.

- ¿No te tratan bien en el programa de Aurores?- bromea Dumbledore.

Alice suspira.

- Pues es maravilloso haber entrado al programa… pero no nos dejan descansar nunca.- Mira el pastelillo en su mano y sonríe.- Bueno, casi nunca.

Dumbledore ríe despacio.

Aurores... tal vez la ha visto en El Profeta.

- Pero no me puedo quejar. Es solo que tengo muchas cosas en la cabeza en este momento.

- Sí, sí... Oí rumores de una boda próxima.

- Pues son ciertos,- responde ella, con una sonrisa que casi no cabe en su carita redonda.- Por supuesto que todos los maestros de Hogwarts estarán invitados.

- Pues no faltaremos,- dice Dumbledore.- Asueto para todos los que se queden a la fiesta,- agrega, haciendo reír a las dos chicas.- ¿Y quién es el afortunado, si puedo preguntarlo?

Alice ríe de nuevo.

- ¿No lo sabe? Qué mal le llegan esos rumores,- bromea.- Me caso con Frank Longbottom,- dice con orgullo.

A Hermione se le cae la sonrisa de golpe.

De pronto, recuerda exactamente dónde ha visto antes a la muchacha sonriente de ojos vivaces y rostro redondo.

Oh, por dios.

- Vaya, pues no lo sabía... Pero qué agradable sorpresa. Es un muchacho excelente.

Alice Longbottom tiene los mismos rasgos que su hijo, aunque algo más afinados. Las mismas manos, la misma cara redonda, los mismos ojos, pero más vivos... Más vivos.

La imagen de una mujer enajenada en un pabellón de San Mungo (sin luz ni foco en la mirada, de piel caída y descolorida, ofreciéndole envolturas de caramelo al más tímido de sus amigos, incapaz de articular o comprender palabra) está fija en su mente. Pero intenta superponerla a la de esta muchacha alegre y honesta, radiante por su próxima boda, sin miedo de luchar contra la oscuridad, y no puede. No puede. No son de ninguna manera imágenes complementarias.

- Señorita Granger, ¿se encuentra usted bien?- Dumbledore la mira fijamente, con esos ojos azules que parecen comprenderlo todo.

- N-No se preocupe profesor, no es nada. Los chicos me están esperando. Alice... ha sido un placer.

- Igualmente.

Quiere desearle suerte, felicidad en su matrimonio, que todo le vaya bien o alguna de esas cosas que se dice en ocasiones como ésta. Pero el nudo en la garganta no la deja respirar y se limita a asentir como despedida.

Tiene el control suficiente para llegar a la esquina y perderse de vista, antes de empezar a llorar como una niña.

*

- Es imposible.

- Hermione…

Ron le acaricia el cabello. Harry conjura un vaso de agua.

- Es imposible.

Es imposible quedarse y no cambiar nada. Imposible. No es la primera vez que lo piensa. Se queda despierta por las noches, mirando a Lily a través de la habitación oscura. Lily, que le cuenta secretos y comparte bromas, que ríe cristalina y cree en el futuro, que va a morir a los 21 años en manos del mago oscuro más terrible de todos los tiempos, dejando desamparado a su único hijo. Le entran ganas de llorar de pronto porque Sirius hizo una broma y le revolvió el pelo a Remus, ignorante de que pasará 12 años en el infierno por culpa de uno de sus mejores amigos. Se muerde la lengua cada vez que Peter pasa a su lado con ojos brillantes, confiando en las palabras de James con una inocencia que no durará mucho.

Es imposible.

Es imposible, y no sabe si son mártires o monstruos por intentarlo.

- No podemos hacer nada,- dice Ron. Pero Harry se queda callado.

- Lo sé,- responde ella, y las lágrimas caen de nuevo.

*

Esa noche, Harry duerme en la torre de Gryffindor por primera vez desde la selección. Son los únicos alumnos de séptimo en la escuela y la capa es suficiente para ocultarlo hasta llegar a la habitación. Llevan planeándolo desde que empezaron las vacaciones y se suponía que sería una noche divertida, pero los ánimos no están en su mejor momento. Es bueno que lo hayan planeado, de todos modos. Si hubo una noche que necesitaban pasar acompañados, sin duda es ésta.

Harry toma la cama de James, y cuando Hermione aparece en pijama en mitad de la noche, Ron se ruboriza e insiste en que tome la cama de Lupin. Ha puesto todos sus libros y el uniforme de quidditch sobre la cama de Sirius, para asegurarse de que no pueda ser usada. Dentro de todo lo que está pasando, eso consigue arrancarle una sonrisa a Harry.

Hablan de la Madriguera, de Seamus, Dean y Neville, de Ginny, de Luna, de Fred y George. Hablan de navidades pasadas, de los pantalones acampanados de Gideon, de los EXTASIS, de las noches de luna llena en la habitación de los Merodeadores. Hablan de todo menos de Alice Longbottom y la decisión de dejarla sufrir.

Harry no se engaña. Ya no. Está harto de morderse la lengua cada vez que habla con Lily y pensar que “está haciendo lo correcto.” No hay un camino correcto en esta maldita misión. Hermione también parece haberse dado cuenta. Cada vez que se muerde la lengua, está condenando a sus padres a morir a manos de Voldemort. Cada vez que se muerde la lengua, está enviando a Sirius 12 años a Azkaban. No son solo ellos. Regulus prácticamente está esperando que alguien lo empuje fuera del pozo, y mientras más tiempo pasa con Snape (Snape, de entre todas las personas) más se convence de que nunca quiso convertirse en un asesino (o en un idiota). Cambiar el futuro no solo es posible, es ridículamente fácil. Pero no lo hacen, porque hay una profecía que dice que otro tiempo los necesita, porque dejarían a las personas que aman a merced de la guerra. (En los últimos meses, Harry se ha preguntado más de una vez si no están haciendo exactamente lo mismo al no intervenir.)

Es una noche inquieta, de sueños incoherentes, y ni siquiera despertar junto a sus amigos en la torre de Gryffindor la mañana de navidad consigue remover del todo la angustia de su pecho.

*

Desayunan en el Gran Comedor, que está decorado con guirnaldas y un árbol majestuoso. Hay pastel navideño y ponche, frutas secas y quesos de todas partes de Europa. Las lechuzas sobrevuelan las mesas repartiendo paquetes y tarjetas de colores a los maestros y a los pocos estudiantes que se han quedado en el castillo. No parece por ningún lado la navidad de un mundo en guerra.

Una vieja lechuza negra deja caer un paquete sobre Harry.

- ¿Y eso?

- Ni idea.- Busca una tarjeta. No encuentra ninguna.

- ¿Algún fanático del quidditch?- pregunta Hermione. Harry se encoge de hombros.

Y es extraño, liberador, saber que podría ser eso. Que no se trata de un arma secreta, que nadie está intentando matarlo, que como mucho será una mala broma que le explotará en la cara.

- Parece un libro.

- ¿Por qué no lo abres y vemos?- dice Ron, quitándole el paquete de las manos y arrancando el papel. A Harry no se le olvida que hizo lo mismo con la capa de invisibilidad, con la Saeta de Fuego, con el Mapa del Merodeador. Ron siempre se emociona con las cosas nuevas, siempre acepta primero y se preocupa después (o no se preocupa nunca). Puede que sea temerario. Puede que sea peligroso. Pero a veces Harry piensa que es solo gracias a Ron que se mantiene cuerdo, anclado al mundo de las cosas divertidas y los riesgos innecesarios. Que es gracias a Ron que tiene una adolescencia.

El regalo es un libro. “Amuletos Mágicos Curiosos” de Berenice Quirky. Harry y Ron se miran con gestos idénticos de incomprensión. A Hermione, por supuesto, le parece interesantísimo.

- Señor Potter, señorita Granger, qué placer verlos esta mañana,- dice Slughorn con una sonrisa de oreja a oreja. No se molesta en saludar a Ron.- Pasando una feliz navidad, espero.

- Mucho,- responde Hermione, siempre la más diplomática de los tres.- Gracias, profesor. Esperamos que usted también esté pasando buenas fiestas.

- Oh, sí, muy buenas. Nunca tan buenas como las de la juventud, por supuesto- agrega con un guiño.- Señor Potter, si me permite unas palabras.

Harry se levanta y lo sigue unos pasos. No recuerda haber hecho nada malo y Slughorn no parece molesto, así que no se preocupa demasiado.

- Ah, la juventud…- dice con una sonrisa. Luego se aclara la garganta.- Me dicen que no dormiste en tu cama anoche, Harry.

Por algún motivo, cuando Slughorn lo llama por su nombre suena incorrecto.

- Lo siento mucho profesor, yo…

- Vamos, vamos, Harry. No hace falta buscar excusas. Eres un muchacho joven y popular y la señorita Granger es una de mis alumnas preferidas, así que por esta vez me haré de la vista gorda,- más que hacerse de la vista gorda, parece que disfrutara cada segundo.- Pero espero que no se repita. Y que te hayas comportado como un caballero, por supuesto.

- Hermione y yo no…- suspira. Es inútil y lo sabe.- Gracias, profesor. No volverá a pasar.

- Eso espero,- dice Slughorn con seriedad.- Ahora ve. Ve con tu dama.

Harry respira hondo y vuelve a la mesa.

- ¿Qué quería Slughorn?- pregunta Ron apenas se sienta.

Harry lo medita un segundo.

- Que cuide a los pequeños. Como soy el único de séptimo…- Se acomoda los lentes.- Creo que será mejor que vuelva a dormir en las mazmorras.

*

Esa noche sueña con la Madriguera.

Hay medias tejidas sobre la chimenea y un pequeño árbol decorado con grandes bolas de colores. Los regalos son pocos, pero el ambiente es cálido y familiar.

Puede oír las voces tras la puerta, agazapado junto a Ginny, que es lo bastante adulta para enfrentarse al terror de una escuela tomada por asesinos sin escrúpulos, pero demasiado joven para participar de las reuniones de quienes intentan atraparlos.

Hay que esforzar un poco el oído, pero la voz de Moody es clara.

- ¿Cómo van las cosas en el Ministerio?- pregunta.

- No muy bien,- responde el señor Weasley.- No pueden cuestionar mi “estatus de sangre”,- Ginny hace una mueca de disgusto al oír la expresión,- pero siguen presionando con el tema de Harry.

- Es una suerte que no sepas nada, entonces.

- Sí, fue buena idea borrar esos recuerdos.

- Buena idea hasta que intenten torturarte,- interviene la señora Weasley.- No, Arthur, no voy a callarme. Es un riesgo estúpido mantener a alguien en el Ministerio en este momento. Y yo…- se le quiebra la voz.

- Molly…

Moddy carraspea.

- De hecho, Molly podría tener razón. El Ministerio ya no es un lugar seguro y tú cada día tienes más restricciones. No sé si es un riesgo justificado.

- Sobre el tema de Harry…- dice una voz que podría ser la de Hestia Jones,- estamos filtrando información al Profeta respecto a su “posible paradero”. Un supuesto avistamiento en Gales.

- Perfecto. Por los informes de Tonks y Kingsley, el Departamento de Aurores no parece tener idea de dónde empezar a buscar, pero ya sabemos que los Aurores en este momento son poco más que una fachada. Las pistas falsas siempre ayudan.

- Perdón…- interrumpe Tonks, con voz insegura,- puede que ésta sea una pregunta tonta, pero ¿estamos seguros de que Harry no está en Gales?

- No te preocupes,- responde Lupin con cariño,- Harry está en un lugar seguro.

- Lo sé, pero…- suspira.- No pueden responderme. Por supuesto que no pueden responderme,- dice, como regañándose a sí misma.- Lo siento.

- A mí también me vuelve loco,- dice el señor Weasley.- Pero es peligroso. Trabajamos demasiado cerca.

- Sí, sí, lo entiendo.

La reunión continúa, tratando temas cada vez más escabrosos. En apenas unos meses, el mundo mágico se ha convertido en una novela de ciencia ficción sobre estados totalitarios.

Ginny lo escucha todo sentada junto a la puerta, las rodillas encogidas contra su cuerpo, abrazándose a sí misma, y por momentos parece de nuevo una niña de 11 años aterrorizada por cosas terribles que escapan a su control.

Despertar en el dormitorio de Slytherin no ayuda a Harry a mejorar su ánimo.

*

Recibe 1978 en la torre de Gryffindor con Ron y Hermione, pero vuelve a las mazmorras hacia la una (un grupo de slytherins apertrechados de dulces y jugo de calabaza intentan convencerlo de que se quede en la sala común, pero consigue huir). A la mañana siguiente, después del desayuno, vuelve a ponerse la capa y sube a la torre. Se le ha hecho costumbre desde navidad. Se pasa la tarde sentado en el piso jugando al ajedrez mágico con Ron o leyendo en la cama de James, y hay una sensación de familiaridad innegable en las cortinas rojas, las borlas doradas, las ventanas que miran a los terrenos desde lo alto. Algunas tardes visitan a Prewett. Casi siempre entrenan en la Sala de Menesteres al menos un par de horas. Es una rutina simple, pero sospecha que va a extrañarla.

- ¿Qué es eso?- pregunta. Sabe qué es, por supuesto. Es el atrapasueños que le dio Ginny. Lo que no sabe es qué hace dibujado en uno de los libros de Hermione.

- Un atrapasueños,- dice Hermione.- Se supone que atrapa los malos sueños, las pesadillas. Pero en realidad depende mucho de cómo se construya.

- ¿Cómo así?

- Pues si se hace con cierto tipo de madera, lo que hace es incrementar los malos sueños. O los sueños proféticos, según dice el libro,- agrega con un gesto de incredulidad. Hermione y la adivinación nunca se han llevado bien.

- ¿Los sueños proféticos?

- Mhm,- dice, y sigue leyendo.- También puede conectar a dos personas a través de los sueños.

Harry salta hacia la cama de Lupin y coge el libro.

- ¿Cómo funciona eso?

- Depende de muchas cosas, es un aparato muy versátil… ¿Por qué tanto interés?- pregunta Hermione, con la mirada de quien sabe que está pasando algo raro.

- Pues… espera. ¿Éste no es el libro que me dieron por navidad?

Hermione asiente. Berenice Quirky sonríe desde la contratapa, sosteniendo un péndulo entre las manos.

- Es un libro muy interesante. Menciona varios amuletos que no había visto antes. Y tiene un capítulo entero sobre atrapasueños,- dice sin dejar de mirar a Harry, que respira hondo y confiesa.

- Ginny…- Ron levanta la cabeza al oír el nombre su hermana.- Ginny me dio uno.

- Bueno,- dice Hermione,- por lo menos sabemos que no es uno de los malos. ¿Sabes de qué madera es?

Harry niega con la cabeza.

- Mmm… ¿algo particular en el patrón, algún colgajo?

- Un mechón. Tiene un mechón de su cabello.

Hermione abre mucho los ojos.

- ¿Has tenido algún sueño extraño últimamente, Harry?

***

Parte 7

big bang, imagine a man

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