Tormenta (y poesía en luna llena)

Mar 12, 2009 11:11

Estos días estoy trabajando en Ayacucho, y anoche me tocó venir de Huanta a Huamanga en plena lluvia. Y entre el miedo al desbarrancamiento y la música serbia en la camioneta, la noche era intensamente oscura, de un negro limpio, con nubes oscurísimas bordeadas de matices azules y grises por la luz de una luna inmensa y brillante y la más bonita que haya visto en mucho tiempo.

Más adelante en el camino, se veía la tormenta. Entiéndanme un poco las que estén acostumbradas: yo vivo en el desierto. De pronto en ese cielo perfectamente oscuro aparecía un rayo perfecto. Y era de día por un segundo.

El camino de Huanta a Huamanga no es un camino muy poblado. La oscuridad es oscuridad. Apenas ves la carretera bajo las luces del auto, las curvas, los avisos, las siluetas de las montañas y el cielo cortando la oscuridad. Y luego, por un segundo, hay plantas cubriéndolo todo, rocas de ángulos exagerados y textura en los cortes de montaña. Hay una casita allá abajo, al pie del mundo. Hay flores de retama de un amarillo pálido bajo la luz azul. Y luego, de nuevo, hay oscuridad y cielo y luna (hasta la siguiente descarga de energía que el cielo deja caer sólo para recordarte que nada que pueda crear el hombre puede igualar lo que existe independientemente de él).

No sé si pueda explicarlo. No sé si haga falta. De pronto me sentí tan parte del mundo y tan pequeña y tan grande, y tan cargada de energía, y tan, pero tan agradecida de poder ser parte de ese momento... de pronto, era como si el mundo montara un espectáculo sólo para mí.

Y alcanzamos la tormenta. Llovía y llovía, y yo abría la ventana apenas, para mojarme las manos y la frente, y seguía lloviendo. La carretera era un río y llegó un momento en que los limpiaparabrisas no podía seguirle el ritmo al cielo y no se veía un metro por delante. Luego llegamos al centro, y granizaba. Cerré la ventana y me quedé mirando la carretera. Era como una danza sobre el río, cayendo con fuerza, marcando el ritmo. Y luego la lluvia. El granizo. El día. La noche. La luna. El día. La lluvia. El cielo limpio y oscuro. La luna.

Hay un momento, ya cerca de Huamanga, en que el camino se parece más a un bosque. Uno de esos bosques de cuento, con caminos estrechos y brujas escondidas. Lo alcanzamos justo después de la tormenta. Los charcos en los baches de la vieja carretera empezaban a evaporarse, se condensaban en la noche fría, y la carretera del bosque de cuentos aparecía cubierta de parches de niebla a 10 cm del suelo.

Miento. Sé que no necesito explicarlo. Sé que lo entienden. Sé que Sirius y Remus bajo la tormenta, y Aziraphale y Crowley sintiendo frío a propósito, y la magia, y el momento, y la energía. Y la música. La música, que potencia la tormenta.

Recuerdo haber prometido hace un par de meses traer poesía cada luna llena.

Podría buscar algo sobre tormentas. O sobre la luna. O sobre la noche. O la furia de la naturaleza.

Pero no es la sensación que me trajo la tormenta. Tal vez porque se mezcla con muchas cosas que están pasando en mi vida (y que comentaré pronto como merecen), la sensación más poderosa fue la fuerza del momento. El poder estar allí, sentir todo eso, ser testigo de una noche perfecta (a su manera). Tal vez porque se mezcla con muchas cosas que están pasando en mi vida, el poema que me vino a la mente bajo el cielo limpio y la luna llena, fue éste:

Las Causas (Jorge Luis Borges)

Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del caleidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.
 

poesía

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