Título: Capítulo 24
Fandom: LHDP
Pareja: Pepa/Silvia
Calificación: En principio, R.
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Buenas noches a todo el mundo, si es que aún sigue alguien por aquí. Por fin he podido actualizar, me ha costado lo mío, pero finalmente he terminado el capítulo que me estaba dando tantos quebraderos de cabeza. Quiero agradecer a
lovelyafterglow su inestimable ayuda y paciencia, ¡gracias!. Ella ha sido la que le ha dado el visto bueno al capítulo, así que si tenéis alguna queja, se la referís a ella, :P. Que nooo, que bromeo, que si la actualización apesta es única y exclusivamente culpa mía, así que todas las quejas a mí.
Os dejo ya con el capítulo. Gracias como siempre por leer, y por seguir aquí. ¡Cuánta paciencia tenéis conmigo, un monumento os merecéis! :)
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Capítulo 24
Las calles de Madrid pasaban a toda velocidad al otro lado de la ventanilla del coche en el que Pepa iba de copiloto. Las luces de las señales luminosas de los otros vehículos que completaban el dispositivo desplegado para la redada, inundaban la noche de halos azulados que daban a la situación un aire un tanto surrealista. Una media sonrisa se dibujó en sus labios. Era increíble lo mucho que había echado de menos esa excitación previa a una intervención.
La morena se giró para compartir su entusiasmo con la mujer que conducía el coche patrulla, pero el semblante serio e inaccesible de Aisha le hicieron reconsiderar sus palabras. No habiendo participado nunca en un operativo con la nueva Inspectora Jefe de San Antonio, Pepa decidió interpretar la actitud retraída de la rubia como su forma de prepararse para la misión, y no queriendo interferir con sus pensamientos, se limitó a disfrutar del acelerado viaje en el silencio de la noche.
De las ocho unidades que componían el dispositivo, cuatro se desviaron al alcanzar la Calle Atocha para dirigirse al segundo local. El Comisario había decidido que sería más productivo para sus intereses realizar la redada en los dos locales al mismo tiempo, evitando así un chivatazo o la posible ocultación de pruebas. Pepa no pudo sino alegrarse de que fueran las horas que eran. El poco tráfico por las calles de Madrid a la una de la mañana les había permitido evitar el uso de las sirenas y así mantener el factor sorpresa.
Poco minutos después, los coches se paraban frente al establecimiento, colocándose de tal manera que cortaban los accesos a la calle. El local se encontraba cerrado, pero una tenue luz emanaba de su interior. Eso facilitaría las cosas, pensó. Cuanta más gente hubiera dentro, menos arrestos individuales tendrían que realizar. Las dos mujeres bajaron del coche y ocuparon sus posiciones tras los agentes equipados con el ariete y dispuestos para derribar la puerta. A la señal de la inspectora jefe, los dos agentes reventaron la cerradura, y Pepa fue la primera en cruzar el umbral de la misma al grito de -¡Policía, todo el mundo al suelo!
Media hora más tarde, Silvia se unía al resto de agentes del dispositivo. Equipada con su maletín de trabajo, se introdujo en el locutorio al tiempo que uno de los agentes de San Antonio escoltaba al último de los detenidos fuera del mismo. La doctora Castro tenía claras las prioridades del trabajo de esa noche, su principal cometido era encontrar restos que indicaran que Antonio Soler había estado en el local en algún momento. Sin esa evidencia, todo lo demás no eran más que meras conjeturas que no irían muy lejos ante ningún tribunal.
La actividad no cesaba dentro del establecimiento. Los agentes indexaban documentos y equipos electrónicos que más tarde serían confiscados y transportados a la comisaría. Todo ello, bajo la atenta mirada de la inspectora jefe, que parecía contestar distraídamente a algo que Pepa le preguntaba. La morena levantó la vista, cruzando su mirada con la de Silvia, que levantó la mano en señal de saludo al tiempo que se acercaba a ellas.
-Parece que habéis estado atareados, ¿no? -la pelirroja frenó el impulso que casi la llevó a besar los labios de Pepa al verla. A veces le costaba recordar que no era profesional ignorar las barreras entre el trabajo y su relación íntima con Pepa. Por mucho que trabajaran juntas, por mucho que sus compañeros fueran como su familia, en ese momento ella era la doctora Castro, y Pepa era la subinspectora Miranda, nada más. Su mujer la observó divertida, habiéndose dado cuenta del casi desliz de la pelirroja. Lo cierto era que no se trataba de algo que preocupara particularmente a Pepa, pero sabía que Silvia prefería mantener esos dos aspectos de su vida un tanto alejados, y eso era algo que Pepa podía entender. Después de todo, la última vez que sus vidas privadas se habían mezclado con sus trabajos, la situación había terminado en tragedia.
-Hay montones de documentos que analizar -las palabras de Aisha devolvieron a las dos mujeres al presente-. Los técnicos informáticos de Comisaría van a tener las manos ocupadas durante días. Nosotras ya hemos terminado aquí, así que es todo tuyo, Silvia -dijo, señalando la amplitud del local con sus brazos-. Manténme informada de cualquier novedad, ¿de acuerdo?.
Silvia asintió, y observó cómo la Inspectora se alejaba de ellas para acercarse a comentar algo con los agentes que introducían al último detenido en un coche patrulla con destino a la Comisaría.
-Ven, te enseñaré lo que hemos encontrado -Silvia centró su atención de nuevo en el caso y siguió a Pepa hacia la parte trasera del local-. No hemos querido tocar nada hasta que llegaras, no queríamos contaminar la escena -la morena se colocó unos guantes de plástico y abrió una puerta metálica que se encontraba en aquella zona del local. La puerta daba a un patio trasero malamente techado con uralita, y que poco hacía por aislar la estancia del frío de la noche. A primera vista, Silvia no apreció nada fuera de lugar, pero al adentrarse y mirar a su alrededor, cayó en la cuenta de la estantería que estaba situada contra la pared justo al lado de la puerta. Un plástico azul la cubría, protegiendo su contenido de las inclemencias del tiempo.
Pepa se agachó y levantó levemente el plástico, para que Silvia pudiera ver las cajas llenas de electrodos y los montones de cables de pinzas de baterías de coche que se amontonaban en el mueble.
-A veces es casi decepcionante comprobar lo obtusos que pueden llegar a ser los criminales -Silvia comentó con gesto contrariado, mientras contemplaba lo que, no tenía duda alguna, iban a ser pruebas inculpatorias.
Pepa se incorporó, soltando el plástico para que cubriera de nuevo la estantería. -¿No te gusta que te faciliten el trabajo, pelirroja? -Nunca dejaba de sorprenderla lo en serio que se tomaba Silvia su labor. Cualquier otra persona se habría alegrado de tener el trabajo prácticamente resuelto, pero la inspectora Castro no. Su mujer se indignaba ante la falta de profesionalidad de unos maleantes.
Silvia la miró muy seria, mientras se recogía su larga melena y se enfundaba sus guantes dispuesta a comenzar su trabajo. -No me gusta la incompetencia -recalcó-, venga de quien venga.
Pepa negó con la cabeza, divertida por las pequeñas rarezas de su mujer. -Pues que quieres que te diga, Silvia. Yo casi me alegro de que, por una vez al menos, parece que las cosas van a resolverse sin complicarse infinitamente primero.
-Menuda sorpresa -contestó la pelirroja con sorna- Para ti las cosas pierden todo el interés una vez la persecución finaliza y alcanzas tu objetivo. El trabajo posterior es un mero y hastioso trámite.
-Te equivocas -replicó la morena, acercándose a su mujer más de lo que el protocolo de trabajo habría considerado decoroso-. Contigo no perdí el interés tras conseguir mi objetivo -añadió, acercándose un poco más, y depositando un beso en los labios de Silvia una vez se había asegurado de que no había ojos curiosos cerca. La pelirroja no se apartó, no pudiendo resistirse al influjo que la presencia de Pepa ejercía sobre ella. Pepa se separó al notar cómo el cuerpo de Silvia se estremecía involuntariamente.
-Algo me dice que eso no ha sido un escalofrío de placer -la morena colocó sus manos sobre los brazos de Silvia y se sorprendió al notar lo fría que estaba la piel de su mujer-. Estás helada -le dijo, quitándose su cazadora de cuero para dársela a ella. Silvia iba a protestar que no la necesitaba, pero el frío que le calaba hasta los huesos le hizo reconsiderar su respuesta.
-Salí con tanta prisa que se me olvidó el abrigo -dijo, agradeciendo la sensación de calidez que la envolvió al enfundarse la chaqueta de Pepa, aún caliente por efecto de su cuerpo-. Ahora vas a helarte tú -añadió, no queriendo ser egoísta, aunque reacia a deshacerse de la prenda.
-Yo me voy ya, que en Comisaría van a estar hasta arriba con tantos interrogatorios -Pepa se sonrió ante la expresión de conflicto interno que se había apoderado del rostro de su mujer-. No te preocupes, anda. Si me da frío, te robo tu abrigo de la taquilla, ¿vale? -y se acercó para robarle un último beso antes de dejarla hacer su trabajo en paz.
La pelirroja se quedó unos segundos observando la puerta por la que Pepa había salido, y no pudo evitar apretar sus brazos contra su cuerpo, tratando de mantener el contacto con la prenda de ropa como si de Pepa se tratara. Su olfato enseguida reconoció el olor del perfume de su mujer que todavía impregnaba la cazadora, y se acurrucó aún más dentro de ella, tratando de absorber aquella sensación tan agradable. Fue entonces cuando notó como algo se le clavaba en las costillas. Extrañada, la forense desabrochó la cremallera de la cazadora, y trató de encontrar el ofensivo objeto que la estaba incomodando. Tras varios intentos fallidos, finalmente dio con él. Sus dedos se colaron por el descosido del bolsillo interior de la cazadora y se toparon con un pedazo de plástico. Silvia sacó una tarjeta del interior de la cazadora, y la confusión se dibujó en su rostro al examinarla más de cerca. Hotel Campo di Fiori… Padova, leyó para sí, no entendiendo nada.
-¿Todo bien, Silvia? -La voz de Aítor la sacó de su ensimismamiento, y la mujer guardó la tarjeta rápidamente en donde la había encontrado. Silvia trató de recomponer su semblante y asintió al muchacho, adoptando de nuevo su faceta más profesional, y centrando otra vez su atención sobre el montón de pruebas que la rodeaban-. Pues tú mandas, entonces. La Jefa me ha pedido que te eche una mano con esto.
Silvia le alargó unos guantes antes de proceder a explicarle lo que necesitaba que hiciera.
El camino de vuelta a la Comisaría estaba transcurriendo prácticamente de la misma manera en la que lo había hecho el de ida. Silencio absoluto en el coche en el que viajaban Pepa y la inspectora Alcaraz.
-¿Me piensas decir ya qué es lo que te pasa?
Aisha la miró sorprendida, no esperando el comentario de Pepa. -¿De qué estás hablando?
-Estoy hablando de que, desde que te conozco, no te he visto nunca pasar más de un minuto callada, y sin embargo, desde que salimos de Comisaría hace -Pepa miró su reloj para cerciorarse del tiempo transcurrido-, como tres horas, apenas si has abierto la boca para escupir ordenes -la subinspectora la miró con el rostro serio, esperando dejar claro que las evasivas no iban a servir con ella-. ¿Qué pasa?. ¿Tiene algo que ver con el caso? -Aisha seguía sin pronunciar palabra, así que Pepa optó por comentar algo que llevaba rondándole la mente toda la noche-. Sé que acompañaste a Rubio a casa de Rey hace meses -Pepa no elaboró más su comentario, sabía que la inspectora entendería lo que estaba intentando preguntarle, aquello que le había resultado tan extraño a Pepa la primera vez que había leído aquel informe.
Aisha desvío la vista de la carretera unos segundos, lo suficiente como para comprobar que Pepa no iba a dejar el asunto, pero la rubia no se digno a dar una respuesta. Simplemente clavó la mirada en las calles vacías de la ciudad y siguió conduciendo rumbo a la Comisaría.
Pepa no daba crédito, era completamente impropio de ella comportarse así; esquiva y distante, al menos con ella. La actitud de Aisha la preocupó, precisamente por lo inusual de la misma. No quiso insistir, comprendiendo que si la inspectora no se lo contaba, sus motivos debía tener. Pepa entendía bien la necesidad de mantener ciertas partes de su vida alejadas de las de sus amigos, y por eso prefirió no insistir.
-Si necesitas hablar, sabes que estoy aquí -se limitó a añadir observando el rostro impertérrito de su amiga.
Aisha no contestó, y Pepa volvió a mirar al frente, perdiéndose de nuevo en el pasar acelerado de las calles de Madrid. Cuando ya había dado por sentado que su acompañante no iba a hacer ningún comentario sobre el tema, la morena notó la mano de la Inspectora apretar su rodilla en un gesto de cariño. Pepa levantó la vista, pero los ojos de Aisha no se cruzaron con los suyos. La Inspectora no apartó su mirada de la carretera.
-Gracias -susurró, al tiempo que devolvía su mano al volante-. Otro día tal vez, ¿vale?
Pepa asintió con una media sonrisa, aceptando las palabras de su jefa. Y de repente cayó en la cuenta de que, a pesar de lo bien que se llevaban y la cantidad de horas que pasaban juntas, era bien poco lo que Pepa sabía de la vida privada de la nueva inspectora Jefe de la Comisaría de San Antonio. Le sorprendió el hecho de no haberse dado cuenta hasta ese momento. La actitud siempre amable y extrovertida de Aisha le permitían esconder su vida privada sin que nadie tuviera la sensación de estar siendo excluido de ella.
-Más te vale -añadió, y dejó que el tema muriera ahí. Al menos por el momento. Las dos mujeres realizaron el resto del camino en silencio. Cada una perdida en sus pensamientos, en esas partes de sus vidas que ambas se empeñaban en ocultar a las personas que las querían.
Continuará...
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Capítulo 1.