Una Fuerza Imparable - Cap.17

Feb 15, 2011 03:48

Título: Primeras Impresiones
Fandom: LHDP
Pareja: Pepa/Silvia
Calificación: En principio, R.

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Capítulo 17 - Primeras Impresiones

-Pepa -El tono de Silvia reflejaba cierta irritación.

-¿Hmm? -y la respuesta distraída de Pepa no ayudó en absoluto a disiparla.

-¿Quieres hacer el favor de dejar de mirar por encima del hombro de una vez? -le increpó la pelirroja sin frenar su paso acelerado hacia la comisaría. La morena dio dos zancadas rápidas y en seguida se puso a la altura de su mujer.

-Es que no me fío, Silvia -y de nuevo miró hacia atrás, tratando de comprobar si las seguía alguien-. No me fío ni un pelo.

Silvia puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza dando el caso por perdido. No era la primera vez que tenían esta conversación y, conociendo a su mujer, probablemente no iba a ser la última. Viendo ya la puerta de la comisaría a pocos metros, decidió atajar el problema antes de que fuera a más. Después de todo, dos minutos más no iban a empeorar en mucho el retraso.

-Pepa -le dijo, parándose y cogiéndola del brazo para frenar su avance-, mi padre prometió que nos quitaría la escolta. Dale un voto de confianza, ¿quieres?.

La morena volvió a mirar hacia atrás instintivamente. -Precisamente porque lo prometió me cuesta creerlo, que las dos vimos la cara que puso cuando se lo dijimos -Pepa volvió sus ojos hacia su mujer y trató de explicarse-. Que no le hizo ni puta gracia, Silvia. Y que es tu padre, y lo conocemos.

-Puede que no estuviera muy conforme -Silvia concedió, y Pepa bufó ante el eufemismo, consiguiendo arrancarle una media sonrisa a la pelirroja por el gesto-, pero lo prometió, Pepa. Hasta él tuvo que reconocer que no podemos pasar el resto de nuestras vidas con escolta. Además -Silvia sujetó la barbilla de Pepa, obligándola a mirarla a los ojos-, desde que saliste del hospital, no hemos vuelto a ver ni a Mendoza ni a González. Eso es prueba suficiente de que mi padre está cumpliendo su promesa, así que -Silvia se puso de puntillas y dejó un beso sobre los labios de Pepa-, relájate, ¿vale?

La morena aceptó el beso, pero siguió sin mostrarse muy convencida. -Ya, eso o que esos dos están haciendo demasiado bien su trabajo -farfulló entre dientes, y no pudo evitar echar una última mirada hacia atrás, ganándose un manotazo en el brazo.

-¡Pero lo quieres dejar ya! De verdad que a veces eres imposible, ¿eh? -Silvia retomó el camino hacia la puerta de la comisaría de San Antonio, y Pepa la siguió con una sonrisa picara en los labios.

-Esta mañana no parecías tener queja, pelirroja -contestó la morena guiñándole un ojo cuando estuvo a su altura, para acto seguido apresurar el paso, dejando a una rezagada Silvia atrás.

-Lo que yo te diga, ¡imposible! -contestó Silvia lo suficientemente alto como para que Pepa pudiera oírla, y la siguió al interior del edificio, aún con la sonrisa puesta.
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Pepa entró en la zona de escritorios de la comisaría, y apenas si tuvo tiempo de apreciar quién se encontraba sentado en cada una de las mesas. La figura de una agente de uniforme se abalanzó sobre ella pillándola totalmente desprevenida.

-¡Tita! -Sara se tiró encima de su tía y rodeó el cuello de Pepa con sus brazos dándole un fuerte apretón que Pepa devolvió al reconocer a su sobrina-. Por fin has vuelto.

La morena agradeció enormemente el gesto de cariño de su sobrina, el abrazo le ayudó a calmar los nervios que llevaba sintiendo desde hacía días. Lo cierto era que a pesar de encontrarse mucho mejor y lista para retomar su puesto, la idea de reincorporarse al trabajo y reencontrarse de nuevo con sus compañeros todavía se le hacía difícil, sobre todo por la ausencia manifiesta de algunos de ellos.

Pepa dejó a Sara de nuevo en el suelo, pero no tuvo tiempo ni de contestarle. El grito de Sara había puesto sobre aviso a media comisaría que ya se agolpaba alrededor de la Subinspectora esperando su turno para darle la bienvenida.

Silvia observaba la escena a cierta distancia con una mezcla de alegría y preocupación. Sabía lo difícil que le había resultado a Pepa aceptar lo que había ocurrido meses atrás, y sabía que los primeros días de vuelta al trabajo iban a ser duros para su mujer; también lo habían sido para ella. No resultaba fácil ver las mesas de sus compañeros vacías o siendo ocupadas por otros agentes.

La sonrisa acudió a sus labios cuando vio a Rita arremeter, entre gritos de “zanguanga” y “larga”, contra la marea humana para conseguir llegar hasta Pepa, y abordarla tal y como Sara había hecho segundos antes.

-¡Qué alegría verte, zagalica! -Rita apretujaba a Pepa y le llenaba las mejilla de besos. La morena no pudo evitar reírse ante la acometida de la mujer.

-Yo también me alegro de verte, Rita -le dijo, intentando frenar el asalto de afecto al que estaba siendo sometida.

-¿Qué cojones está pasando aquí? -el grito del Comisario dispersó a la multitud de agentes en un abrir y cerrar de ojos, permaneciendo únicamente una Rita que se resistía a soltar a Pepa y Sara, que seguía allí de pié junto a Silvia, esperando el rapapolvo de su abuelo.

-Peláez, ¿ha terminado con el informe de los locutorios, o tiene usted pensado esperar a que se escriba sólo?

-No, no, don Lorenzo. Pero es que la Pepa… -la sonrisa de Rita se borró enseguida de sus labios, al observar el rostro severo del Comisario que seguía esperando una respuesta-. No Señor, ahora mismo lo termino y se lo entrego.

Rita le dio un último apretón al brazo de Pepa antes de irse, y esta la miró con comprensión. La morena había sido la receptora de esa mirada suficientes veces como para saber que era mejor no discutir con don Lorenzo en semejantes circunstancias.

-Panda de colegiales -fueron las palabras del Comisario, que sacudía la cabeza con enojo mientras observaba la retirada de Rita y a los agentes que se encontraban en la zona de oficinas tratando de parecer ocupados. Su mirada se detuvo cuando alcanzó las figuras de Silvia y Sara allí paradas.

-¿Tú no deberías estar de patrulla con Carrasco? -las palabras iban dirigidas a Sara. La rubia asintió, y se disponía a contestar cuando don Lorenzo la interrumpió levantando la mano para impedirle soltar alguna excusa que pudiera ponerlo de peor humor.

-¿Y tú? -añadió dirigiéndose a Silvia-. Media hora de retraso, ¡sí señora! -dijo, mirándose el reloj antes de volver a mirar a su hija-. No me extraña que seamos el hazmerreír de la Jefatura. ¿Te pones ya con las pruebas recogidas en el locutorio, o te traigo un cafelito antes?

Silvia abrió los ojos con sorpresa ante el recibimiento de su padre, pero prefirió no hacer ningún comentario al respecto, después de todo tenía que darle la razón en cuanto a lo del retraso. -Enseguida me pongo, Papá. No te preocupes -La pelirroja cogió a su sobrina del brazo y salió de la sala común como una exhalación tras dirigirle una última mirada de ánimo a su mujer.

Pepa vio las figuras de Silvia y de su sobrina desaparecer escaleras arriba y sintió la imperiosa necesidad de unirse a ellas y salir corriendo, pero pensó que igual esa no era la mejor manera de apaciguar los ánimos del Comisario, así que se giró y lo miró, preparada para aguantar el chaparrón.

-Bienvenida, hija -el Comisario se acercó y le dio un cariñoso abrazo a una atónita Pepa-. ¿Lista para volver a esta casa de locos?

Pepa, aunque sorprendida, aceptó el abrazo de buen grado. -Siempre lista para ponerme a sus órdenes, Comisario.

Don Lorenzo se separó un poco y sonrió ante las palabras de Pepa, le dio un beso en la frente y deshizo el abrazo, dejando únicamente su mano sobre uno de los hombros de la morena. -Vamos, anda. A ver qué trabajo podemos darte para mantenerte entretenida -le dijo, al tiempo que comenzaba a caminar hacia la sala de briefing.
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-¿Pero tú has visto eso? -Silvia le preguntó indignada a su sobrina que observaba junto a ella la escena desde la planta superior-. A mi me suelta a los perros y a ella se la lleva de gira turística por la comisaría.

Sara se rio y pasó su brazo por encima de los hombros de su tía para prestarle su apoyo. -Venga ya, si es lo que siempre has querido, tita.

-Te lo digo en serio, Sara. No sé si me gusta esta nueva alianza entre esos dos -Silvia cruzó los brazos en forma de protesta y frunció el ceño. Sara no pudo evitar volver a reírse ante la actitud infantil de su tía.

-Pero si en el fondo te encanta, Silvia -le dijo, retirando su brazo y dándole un pequeño golpe en el muslo con el informe que llevaba en la mano-. A mi no me la cuelas, por muchos pucheros que hagas.

Sara la dejó allí de pie, y el gesto de reproche de Silvia se tornó en sonrisa rápidamente al meditar las palabras de su sobrina. Lo cierto era que le encantaba ver a su padre comportarse así con Pepa, incluso si significaba que ella tendría que llevarse alguna bronca de vez en cuando por ello; y fue precisamente pensar en las broncas por venir lo que le hizo recordar las palabras de su padre. Silvia sacudió la cabeza para librarse de cualquier pensamiento que no tuviera que ver con el trabajo y se dirigió hacia el laboratorio. Su padre tenía razón, a veces la comisaría de San Antonio pecaba de poco profesionalismo, y Silvia no quería unirse a esa corriente bajo ningún concepto. La pelirroja apresuró sus pasos y se dirigió hacia su puesto de trabajo para comenzar la jornada, ya habría tiempo para considerar las repercusiones que la nueva relación de su padre y su mujer tendría en sus vidas.
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Las primeras horas de la mañana transcurrieron sin mayor transcendencia en la comisaría, y eso, en la agenda de Pepa, significaba que había sido una mañana perdida. El Comisario había insistido en sentar a Pepa en una mesa y hacerla leer los informes de todos los casos recientes que aún estaban sin resolver. La idea era, según las propias palabras de don Lorenzo, que la morena se pusiera al día con todo lo que había estado ocurriendo en San Antonio durante los últimos meses. ¡Más de cuatro meses de informes!, pensó Pepa indignada, soltando la carpetilla del último caso que había terminado de leer. Su enésimo suspiro en lo que iba de mañana se escuchó en toda la zona común.

-¿Qué pasa, morena?, ¿recién llegada y ya has conseguido cabrear al Comisario como para que te asigne trabajo de oficina? -la morena soltó la carpetilla que acababa de coger del interminable montón de expedientes como si quemara, y su mirada se dirigió hacia la voz que había interrumpido sus pensamientos, topándose con un sonriente Curtis-. Esto debe ser un record incluso para ti.

Pepa se quedó allí parada sin saber muy bien cómo reaccionar, y es que Curtis era el único de sus compañeros, de mis amigos, se dijo a sí misma, que no había ido a verla desde que había salido del coma. Silvia le había dicho que el hombre se había pasado montones de tardes en el hospital contándole algunos de los rocambolescos operativos en los que se había visto involucrado en esos meses. Pero lo cierto era que el agente Naranjo no se había dejado ver desde que Pepa había recuperado la consciencia, y Pepa no sabía como interpretar ese comportamiento. El sentimiento de culpa por todo lo que había ocurrido en la boda la hacía sentirse insegura, así que, allí se quedó, inmóvil.

-Todos estos meses sin verme y ¿no vas a darme ni un abrazo? -Curtis abrió los brazos y Pepa se levantó como un resorte de su silla para abrazarlo. La morena era consciente de que la perdida de Kike y Nelson había sido especialmente dura para este hombre, y no había palabras que pudieran expresarle lo mucho que sentía lo ocurrido, así que se limitó a abrazarlo fuerte y susurrar un lo siento.

Curtis la separó un poco de él y observó como las lágrimas amenazaban con deslizarse por las mejillas de Pepa. -Nada de lágrimas, ¿eh, morena? -le dijo, recogiendo la que estaba apunto de caer-. Que ya sabes que a mi las mariconadas no me van ni un pelo.

Pepa no pudo evitar reírse ante el comentario del Agente más políticamente incorrecto de la comisaría, y si la apuraban, probablemente del Cuerpo de Policía. La cara seria de Curtis esperando su respuesta la obligó a asentir con la cabeza.

-Y nada de “lo sientos” tampoco. Que aquí el único que tiene algo que sentir es ese maldito italiano hijo de puta , ¿estamos? -Pepa volvió a asentir diligentemente, y Curtis sonrió convencido-. Así me gusta.

El Agente se deshizo del abrazo y con una última palmadita en la mejilla de Pepa se alejó de ella. -Tú y yo, cañitas cuando acabe la jornada, ¿te hace? -añadió, girándose y señalándola.

-Ya lo creo que me hace, Curtis -contestó Pepa.

-Es una cita, entonces -y el moreno le guiñó un ojo antes de girarse y desaparecer por uno de los pasillos de la comisaría.

Pepa se quedó unos segundo allí de pie, pensando en lo que Curtis le había dicho, y sólo el carraspeo de una garganta tras ella la hizo reaccionar. Pepa se giró y se encontró con Povedilla esperando su turno para darle la bienvenida de vuelta a la comisaría.

-Subinspectora, que alegría tenerla de nuevo con nosotros -le dijo, acercándose tímidamente para darle un abrazo.

-Es estupendo estar de vuelta, Povedilla -Pepa le devolvió el abrazo-. No se lo digas a Silvia, pero si tengo que pasar otra semana más en casa sin hacer nada, creo que habría empezado a considerar seriamente el saltar por la ventana.

La morena sonrió al ver la cara de susto de su compañero. -Es broma, Povedilla -y el agente resopló aliviado-, en parte al menos -añadió Pepa, y rompió en una carcajada al ver la cara del agente perder el color de nuevo.

-La Inspectora tiene razón, a veces es usted imposible -contestó Povedilla, no sabiendo si reírse o tomarse a mal la mofa de Pepa. Pero lo cierto era que se alegraba de verla de nuevo en la oficina, y bromeando sobre su recuperación. La última vez que las había visitado, la sempiterna sonrisa de la morena había estado ausente.

-¿Así que la Inspectora te ha dicho eso, eh? -Pepa abrió los ojos, exagerando la importancia de su pregunta, y Povedilla tragó saliva, consciente de que tal vez había hablado de más.

-Bueno, quien…quien dice imposible, dice otra cosa, Subinspectora. Que…que lo mismo la Inspectora Castro no se refería a eso y yo… bueno, que de siempre he tenido yo problemas de oído, con lo que se dice la audición. Problemas de tímpano, ¿sabe usted?. Que ya me decía mi madre que…

-Povedilla -Pepa frenó la retahíla de incongruencias que no paraba de salir de la boca del agente-. Que es una broma, hombre.

Povedilla se quedó a media frase, mirando a Pepa sin saber muy bien como reaccionar, pero Pepa no dejó que se lo pensara mucho y habló de nuevo. -Bromas aparte, me alegro un montón de verte, Pove -el Agente no pudo evitar contagiarse de la sonrisa de la morena y asintió a las palabras de la Subinspectora.

-Es una alegría que esté de vuelta. Y sobre todo, es una alegría verla recuperada, está usted mucho mejor que la última vez que la vi -las palabras de Povedilla difuminaron la sonrisa de Pepa, y el Agente de nuevo pensó que quizá había dicho demasiado. Pero Pepa recuperó la compostura, no queriendo dejar que malos recuerdos empañaran su vuelta al trabajo, y volvió a sonreírle, dándole una palmadita en el hombro a Povedilla.

-Gracias -le dijo, y se acercó para darle un beso en la mejilla al Agente-. Nos vemos luego, ¿vale?

-Claro, claro… -Povedilla se cuadró-. A sus órdenes, Subinspectora -y Pepa le devolvió el saludo con una sonrisa. Después de tantos años, le seguía resultando entrañable lo violento que se ponía Povedilla ante cualquier muestra de afecto por parte de una mujer.

Con un último guiño, Pepa se despidió del visiblemente incómodo Agente y se encaminó hacia el laboratorio de Silvia. De repente, sintió una enorme necesidad de ver a su mujer, y afortunadamente, trabajaban en el mismo edificio. Pepa subió las escaleras de dos en dos, y aún no había llegado al rellano del primer piso cuando una mano detuvo su avance.

Pepa centró su mirada primero en la mano y luego en la cara del propietario de la misma, encontrándose con los ojos de Aitor.

-¿Dónde vas con tanta prisa? Unos meses sin relacionarte con tus subordinados y ya te olvidas hasta de saludarlos. Vergüenza debería de darte, Pepa.

La morena dudó por unos segundos si las palabras de Aitor encerraban algún resentimiento por parte del chico, hasta que recordó que el muy sinvergüenza había estado hacían unos días tomándose unas cervezas en su casa. Todo este montón de emociones te está empezando a afectar, Pepa, que ya no sabes si vas o si vienes, pensó para sí.

-Será idiota el crío -dijo en voz alta, a la vez que le propinaba un leve puñetazo al brazo de Aitor.

-¡Oye! -el moreno se frotó la zona de impacto y la miró indignado-. Si llego a saber que vas a asaltarme, no me paro a saludarte.

-Cuidadito con lo que dices, que hay más de donde viene ese -añadió Pepa, con una sonrisa maliciosa, señalando de nuevo su puño.

Aitor se rio y le dio un beso en la mejilla a Pepa. -Me alegra verte de vuelta, morena -el Agente bajó las escaleras a toda velocidad tras escuchar el grito del Comisario reclamando su presencia-. ¡Luego me cuentas qué tal el primer día!

Pepa continuó su rápido avance hasta el laboratorio de Silvia, rogando no encontrarse con más saludos bienintencionados por parte de sus compañeros. Una vez frente a la puerta, llamó con sus nudillos y apenas si esperó a escuchar el “adelante” de Silvia para colarse dentro.

Silvia escuchó la puerta cerrarse y levantó la vista de su informe para ver quién entraba en el laboratorio. La pelirroja se levantó de la silla con una sonrisa, pero apenas tuvo tiempo para reaccionar, Pepa se abalanzó en su dirección y la abrazó con fuerza.

Silvia le devolvió el abrazo, y dejó que Pepa le dijera qué le pasaba. La expresión de  mujer al entrar no había sido la que solía tener cuando le hacía visitas al laboratorio, a la morena le ocurría algo.

Al ver que Pepa no decía nada, Silvia decidió intervenir. -Parece que alguien necesitaba un abrazo, ¿hmm?

Pepa se separó un poco de Silvia, y bajó la cabeza un tanto avergonzada por su reacción. Silvia no la dejó escaquearse tan fácilmente, y le levantó la barbilla para que la mirara. -¿Ha pasado algo?

Pepa negó con la cabeza y se separó por completo de Silvia, sentándose en uno de los taburetes que había en el laboratorio. Silvia la miró de nuevo y levantó una ceja a modo de pregunta, era evidente que algo rondaba la cabeza de la morena; Pepa no solía mostrarse tan vulnerable, pero desde el tiroteo, todo parecía afectarle mucho más, y Silvia odiaba verla tan indefensa ante sus propias emociones.

Pepa se limitó a encogerse de hombros, pero al ver que Silvia no cejaba en su empeño por obtener una respuesta, soltó un leve suspiro y contestó.

-Demasiadas emociones en una mañana, Silvia.

La pelirroja se acercó a ella y posó su mano sobre la mejilla de Pepa. -¿Te están agobiando con tanto recibimiento, eh?

Pepa simplemente asintió, y de nuevo bajó la cabeza. Lo cierto era que se sentía profundamente agradecida por los ánimos y el cariño que sus compañeros le estaban mostrando, pero al mismo tiempo, la comía por dentro el hecho de estar celebrando su pronta recuperación cuando dos de sus amigos estaban muertos y Montoya seguía recuperándose de su lesión. -No me parece bien, Silvia -le dijo, levantando por fin la mirada del suelo-. Hace que me sienta como una mierda.

Los ojos de Pepa se llenaron de lágrimas, y Silvia la abrazó. La morena rodeó la cintura de su mujer con sus brazos y reposó su cabeza sobre el pecho de la pelirroja, absorbiendo la calma que le proporcionaba la cercanía de Silvia.

-Te han echado de menos, Pepa. Eso es todo -le dijo sin deshacer el abrazo-. Y no se dan cuenta de que ellos llevan meses acostumbrándose a la ausencia de Kike y Nelson en la comisaría, pero que para ti es la primera vez.

-No sé por qué me está afectando tanto, no es como si me hubiera enterado hoy de lo que ha pasado, ¿sabes?.

Silvia asintió, y cuando se dio cuenta de que Pepa no podía verla se lo dijo con palabras. -Ya, pero es la primera vez que estás aquí sin ellos, y cuesta. A mi también me costó acostumbrarme -Silvia depositó un beso en la cabeza de Pepa, y las dos se quedaron así un rato, exprimiendo el momento juntas al máximo.

-Aghhh -Pepa se separó finalmente y se secó con rabia los restos de lágrimas de su cara-. Odio esto, odio sentirme así. Parezco una desequilibrada, joder. Que si ahora me río que si ahora lloro. Una puta demente, eso es lo que soy.

Silvia la miró e intentó aguantarse la risa al ver el enfado desproporcionado de Pepa consigo misma. -No eres una desequilibrada, Pepa. Créeme, te lo dice una experta.

Las palabras de Silvia consiguieron arrancarle una sonrisa, y Pepa la miró con ternura. -Tú no estás desequilibrada, princesa.

-Oh, ya lo creo que sí. Como una regadera -Silvia seguía asintiendo convencida, y Pepa se rio ante la escena-. Y no soy la única que lo piensa, ¿eh?. Que me lo ha dicho mucha gente. Pero, me da igual.

-¿Te da igual que te llamen loca? -preguntó Pepa intrigada.

-Ahá, completamente igual. ¿Y sabes por qué?

-Ni idea -contestó la morena, que miraba a su mujer embobada, sin saber muy bien cómo habían llegado a ese punto en la conversación.

-Porque a ti te da igual estar casada con una neurótica -Silvia se acercó y le dio un beso en la punta de la nariz-, y tu opinión es la única que mi importa con respecto a ese tema.

-Me parece una conclusión muy lógica para venir de una desequilibrada, ¿estás segura de que no te han diagnosticado mal? -Pepa se quedó allí sentada, mirando a Silvia con una sonrisa tonta en los labios.

-Lamentablemente, de lo único que estoy segura ahora mismo, es de que debería haber entregado los resultados de estos análisis hace una hora, y aún están aquí sobre mi mesa -Silvia miró a Pepa contrariada-. Voy a tener que dejarte, o mi padre me va a matar. ¿Estás mejor? Porque si necesitas que me quede, llamo a Rita y le pido que los baje ella. Seguro que no le importa.

-No, no te preocupes. Ya estoy bien.

-¿Seguro? -Silvia insistió, percibiendo que a Pepa le ocurría algo más.

-Seguro -le dijo la morena con una sonrisa, tratando de convencerla de que estaba bien-. Sólo necesitaba verte.

-Y un abrazo -Silvia le recordó.

-Y un abrazo -Pepa concedió sin perder la sonrisa.

-¡Oye! -le dijo, sobresaltando a la morena-. Que no me has contado qué tal está yendo tu primer día de trabajo. ¿Mucho follón?

La expresión de Pepa volvió a ensombrecerse, y su ceño se frunció. Silvia no perdió detalle del cambio repentino en el rostro de su mujer.

-Ojalá -contestó Pepa malhumorada-. Me he pasado toda la mañana leyendo informes, Silvia. ¡Tres horas! Tú sabes que lo mío no es el trabajo de oficina.

Así que es eso, pensó la pelirroja, con razón está que se sube por las paredes. Silvia tuvo que tragarse la carcajada que amenazaba con salir al ver el puchero que los labios de Pepa estaban haciendo sin que esta pareciera ser consciente de ello.

-Pues nada, remítele las quejas al Comisario -le dijo, tratando de mantener un semblante serio, aunque le estaba costando horrores-. Seguro que ahora que te llevas tan bien con él, no tiene problema en asignarte algún otro trabajo más de tu estilo.

Pepa abrió la boca exageradamente y la miró con indignación. -No me puedo creer que te hayas enfadado por lo de esta mañana. ¡No es culpa mía que tu padre se haya encariñado conmigo!

-Cierto -Silvia dejó escapar una sonrisa maquiavélica y añadió-. Pero es lo que tiene ser el nuevo ojito derecho del jefe: sobreprotección. Así que yo que tú, me iba acostumbrando a ese escritorio, maja. Porque os vais a llevar de lujo durante las próximas semanas.

Silvia se acercó a Pepa antes de abandonar el laboratorio y le dio un beso en la mejilla, haciendo caso omiso al gesto malhumorado de su mujer. La pelirroja se dirigió hacia la puerta, y ya estaba a punto de salir cuando un ligero remordimiento la hizo detenerse. Bromas aparte, Silvia sabía que Pepa era una mujer de acción, y entendía lo mal que debía estar pasándolo encerrada en la oficina, sobre todo teniendo en cuenta que Pepa se había tomado la vuelta al trabajo como una forma de dejar atrás definitivamente lo ocurrido en la boda.

-No dejes que te ningunee. Demuéstrale que estás lista para volver a hacer trabajo de campo -le aconsejó, y cuando Pepa la miró sopesando la idea en su cabeza, Silvia le guiñó un ojo y abandonó el laboratorio cerrando la puerta tras de sí.

-Más fácil decirlo que hacerlo -farfulló Pepa, y se quedó allí sentada unos minutos pensando en sus opciones.

Finalmente se incorporó, decidida a volver a sus informes. Le seguiría la corriente al comisario durante un par de días para que viera que las cosas iban bien, y luego hablaría con él para volver a su rutina habitual. Silvia tenía razón, sólo tenía que demostrarle que estaba lista.

La morena estaba tan absorta en sus pensamientos, que al salir del laboratorio no se percató de que había una mujer frente a la puerta con el puño preparado para llamar.

Los rápidos reflejos de la desconocida salvaron a Pepa de un buen golpe en la cara, y el “uy” que se le escapó a la mujer pusieron a la morena sobre aviso de su presencia.

Pepa se quedó mirando el puño que estaba a escasos centímetros de su cara, y vio como la mano de la mujer descendía hasta serle presentada en forma de saludo.

-Por poco te pongo un ojo morado -le dijo la mujer sonriendo afablemente-. Y anda que no habría sido una primera impresión memorable.

Pepa se quedó mirando a la desconocida, y no pudo evitar fijarse en lo espectacular que resultaba el contraste de los ojos verdes con el pelo rubio rojizo de la mujer.

-Tú debes ser Pepa -inquirió la joven, volviendo a tender su mano hacia Pepa, que esta vez sí la aceptó, a la vez que asentía, pareciendo volver en sí tras la sorpresa de encontrarse a una desconocida al otro lado de la puerta.

-Vaya, veo que aún con todo lo que me han contado sobre ti, olvidaron mencionar que eras muda -la mujer bromeó, tratando de restar incomodidad al momento-. Bueno, tú no te preocupes por eso, yo hablo por ti y por diez más, así que no creo que tengamos problema.

Pepa se rio dándose cuenta de lo absurdo de la situación. -Perdona, es que me has sobresaltado. Normalmente no me cuesta tanto articular palabras. Vamos a intentarlo otra vez -le dijo, tendiendo de nuevo su mano-. Pepa Miranda.

La mujer sonrió y aceptó la mano que se le ofrecía. -Aisha Alcaraz -contestó la rubia-. Es un placer conocerte por fin, Pepa.

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Eso es todo por hoy. Espero que os haya entretenido, si no, culpar a mi insomnio y a mi falta de descanso... :-)

Capítulo 18

fanfic, lhdp, pepsi, una fuerza imparable, los hombres de paco

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