Tuve que volver a casa.
No quería.
Pero tuve que hacerlo porque mi mente funciona de forma extraña.
Podía hacer mil cosas. Podía ir a
la facultad a leer libros en la biblioteca y a Internet. Podía ir al
CGAC a ver qué póster podemos comprar para decorar el salón. Podía quedarme leyendo en casa. Podía salir a pasear. Podía ir a cortarme el pelo. Podía buscar zapatos en los que no vaya a entrar agua. Podía ver jerseys y pantalones. Podía tirarme en la cama y escuchar música.
Pero.
Pero todo eso no podía ser prioritario. Hay otra prioridad en Santiago. Acabar de limpiar la cocina. Fregar el suelo del baño y la estantería. Limpiar el polvo del salón. Hacer que fuese totalmente habitable, que la suciedad que hubiese fuera mía (o de Cris, pero como no estaba era difícil) y no de unos desconocidos. De una chica que ama el surf y la natación. Nunca os fiéis de las apariencias. Surf, piscina... suena a limpieza. No era así. Nunca lo es.
(Y cuando iba en el tren me llamó
Andrés para comer en su casa, y por la tarde una finlandesa -Anna- para ir a tomar algo. Pero yo no podía. Ya estaba lejos).