Nov 27, 2012 14:31
Hace una semana terminé mi primer semestre como maestra de bachillerato. No les había contado que dejé la biblioteca y empecé a dar clases a pubertillos y pubertillas de -también- una de las instituciones con más "prestigio" del país. Esperaba muchas cosas al entrar aquí, pero todo superó mis expectativas. La verdad, temblaba del miedo al iniciar (estoy aquí desde finales de julio), no sabía ni dónde meterme, tenía ganas de abortar la misión y de salir brincando hasta Budapest, pero me amaché y empecé el primer día sin saber muy bien cómo.
Recuerdo que después de mi primera clase quería ir corriendo a vomitar. Fue horrible. Como ver una película de terror porque fue algo que me causó pánico y, sin embargo, disfrutable. Después del primer día me dije "sí puedo" y ese fue mi motto durante este primer semestre, un tanto obamesco ahora que me detengo a pensar (el motto, no mi vida durante esta época): yes, we can. Todo ese mes inicial fue como una pequeña nebulosa, donde a veces salía derrotada de clase porque sentía que no estaba enseñando nada, que los alumnos se me quedaban viendo con cara de qué jodidos está diciendo esta mujer. Así salía, con cara de que los estaba aburriendo tanto que querían subirse a las paredes. También, pensaba que me odiaban. Mi autoestima, tan delicada ella, sufría bastante.
Sin embargo, con el paso de los meses pude observar un cambio en algunos de mis alumnos. Como, por ejemplo, esta chica de la que estoy 100% segura que al inicio del semestre me odiaba e incluso fue a quejarse de mí con mi directora de departamento; ahora, me ve con cierto respeto y he escuchado cómo dice que en mi clase puede expresarse de manera libre y que respeto las opiniones de cada uno. Eso está chido, percibir cómo hay cambios en los alumnos con respecto a ti.
Supongo que esto es como todo, al final del semestre tuve mis dos grupos predilectos, mis alumnos favoritos (es falso, falsísimo que los maestros no tengan predilectos) y aquél grupo con el que de plano no pude congeniar. He empezado a reconocer en mí habilidades que no pensé que tenía y esa autoestima tan delicada ha ido en aumento en muchos aspectos ya que ser capaz de pararme día tras día frente a un grupo de adolescentes que muy probablemente estuvieran viendo mi trasero (sorprendí a más de uno, es neta) ha implicado un gran reto para mí.
Sé que me faltan muchísimas cosas por aprender y no crean que todo ha sido miel sobre hojuelas, no, tengo algunos vicios horribles que debo limar así como capacidades que me faltan conseguir, pero estoy tratando e identificando cuáles son para lograr desempeñarme mejor.
¿Qué si es el trabajo que quiero por el resto de mi vida? Es un buen empleo, las recompensas pueden ser gratas, pero no. No sirvo para lidiar con chamacos -o con las personas en general-; conforme pasa el tiempo estoy convencida de hacia dónde quiero dirigir mi vida y trabajar aquí es un conductor para llegar ahí. Por el momento me la estoy pasando bien, trabajar con adolescentes son corajes y risas seguras (como comprobarán las personas que me siguen en twitter) pero agradezco, en este momento, al Gran Unicornio Rosado por haberme conseguido esta chambita y por hacerme sentir bonito cuando me dan regalos navideños (dos alumnos, nada más) o me dicen que quieren estar conmigo el próximo semestre así que harán una competencia a muerte entre ellos para que sea su maestra (not, pero lo primero es semi cierto).
En fin, es sólo para avisar que estoy en un trabajo que me tiene más contenta de lo acostumbrado (ahí por si andaban con el pendiente).
personal