SPN <3

Apr 07, 2009 16:09


Definitivamente, me he enamorado de la serie. Y de Sam. No recibe el suficiente amor. Dean es muy lol, though. Me parto el culo con él... dios con la vidente xDDD "...de niño tenía cara de bobo" "discúlpale, tiene buenas intenciones pero no es muy inteligente" lololol xDDDD Y escuchando ACDC y Metallica y buf, todos esos grupos buenísimos de la hostia del año de la polca en su Impala (que por cierto, también es un amor de coche). Bueno. Me he visto hasta el 9 de la primera temporada, ya han llegado a lo de su antigua casa, el poltergeist (omg, peeves!!!) y el niño en la nevera (seguro que de hambre no se moría...), y que su madre era el otro espíritu!! y su padre estaba también allí!!pero cabronazo, como es que ni te molestas en hablar con el pobre Dean que está que no puede más!?.
Lo malo es que se me ha puesto pipa el megavideo y no puedo seguir viéndolos. Ñe.
Sam es muy angst. Me he tragado muuuuchos spoilers, y sé que se hace AÚN más angst, pero ahora ya lo es. (El sueño de la tumba de Jessica... dios, qué susto con lo de la mano).

Lo malo de la serie es que no dejan de surgirme ideas para vídeos con música y tal. Y por qué lo malo? Porque luego no soy capaz de hacerlos y es muy frustrante. Es que... buf, hay muchísimas canciones que pegan con ellos. En fin.

Esta canción, por ejemplo. Mirad el videoclip en algún momento de aburrimiento.

Bueno, aparte de mis chillidos de fangirl, yo quería poner aquí algo más. Es un original. Mío, claro. Um... los espacios grandes indican cambio de lugar, espacio y tiempo. No intentéis buscarle demasiado sentido, ya sé que no lo tiene. Me gustaría escuchar opiniones y tal ^^

EDIT: Lo he recolocado. Los tres fragmentos están en orden cronológico.

- Eres un monstruo -. Jadeos en la oscuridad. Un sollozo, y algo que parecía una arcada.

- No vomites. Ya huele aquí bastante mal sin tu ayuda, gracias.

La adolescente no hizo nada esta vez para reprimir la bilis que le subía por la garganta, ni la ruidosa arcada qeu la acompañó. Estaba atada por las muñecas a la pared con un cable de acero, y se lo echó casi todo encima.

Su boca se movió antes de que ella misma se diera cuenta.

- No te preocupes... es un placer.

El bofetón no por esperado resultó menos doloroso. Le giró la cabeza noventa grados, provocando que se golpeara contra la sucia pared a su espalda. Se hizo daño en el cuello, que crujió cuando se volvió a mirarle, rabiosa y mareada.

- No seas insolente - él se sacó un pañuelo de papel del interior de su elegante americana, y después de limpiarse la mano con él, lo tiró al suelo. Era tan sólo una figura alta y recortada contra la luz que entraba por la puerta abierta -. Deberías estar contenta. El cultivo está casi listo.

- Disculpa que no me ponga a aplaudir -. Otra bofetada.

- No sabes el honor que te estoy haciendo sólo con venir a decírtelo personalmente - parecía realmente dolido mientras se limpiaba de nuevo con un nuevo pañuelo -. Como futura madre no tienes precio, pero ahí se acaba todo tu valor. Hasta tu deberías ser capaz de adivinarlo.

- Que te follen - estaba furiosa, y él lo sabía. Si no hubiese estado atada, podría haber resultado un pequeño problema.

- Oh, pero si va a ser justo al revés - acortando la distancia, la agarró de la barbilla. Esbozó una sonrisa amable, de profesor comprensivo. Sus dientes blancos relucieron en la oscuridad -. Tú vas a ser la follada, y luego tendrás a mi hijo.

Decían que si rechinaban los dientes era una mala señal. Que entonces la posesión era casi definitiva. Desde el pasillo, junto a la puerta entornada de la habitación, podía escuchar el desagradable sonido perfectamente. También oía de vez en cuando crujir el somier de la cama, y unos gañidos animalescos flotaban entonces hasta él.

No se atrevía a entrar en la habitación. Era de día. El pasillo sin ventanas estaba más a oscuras que el propio cuarto. El niño y su hermana estaban solos en casa.

Un gemido particulamente alto le sobresaltó. La cama crujió de nuevo, y alguien comenzó a a rascar uno de los muebles, con un ruido similar al de las sierras.

Por lo menos, el esperaba que fuese un mueble y no otra cosa.

Vacilante, llamó a la puerta. La habitación se sumió en un súbito silencio.

- ¿Puedo pasar, Ita? - en realidad se llamaba Margarita.

En la habitación no contestó nadie. Temblando, el niño empujó la puerta para abrirla del todo.

La adolescente le miró con la cabeza algo inclinada, ofreciéndole un ojo grande, brillante y oscuro. Su piel clara se contemplaba aún más clara, y su corta melena rubia brillaba como si la acabase de cepillar. Tenía el pijama inmaculadamente limpio.

Sin poder evitarlo, el niño miró a su alrededor. Todo impoluto. Giró sus iris castaño claro hacia Margarita. En su rostro color hueso se insinuaba una sonrisa. El pequeño fue incapaz de interpretarla.

- ¿Qué te pasa, Fer? - era la voz de su hermana, y no lo era a la vez.

El aludido negó con la cabeza. Dudaba ser capaz de articular una sola palabra -. Parece que se te haya comido la lengua el gato.

Un maullido sonó justo a su espalda. Aterrado, se dio la vuelta. No había nada. Para empezar, ni siquiera tenían mascota.

Se volvió de nuevo hacia Margarita. Parecía estar conteniendo la risa. Se levantó con un solo y ágil movimiento. Antes de que se hubiero dado cuenta ya estaba frente a él.

Se puso de puntillas - era dos años mayor, pero Fer ya le sacaba la cabeza -, y se acercó aún más para susurrarle al oído.

- Bu -. El sonido pareció llegar desde muy lejos, pero sonó escalofriantemente cerca.

El niño reculó, cayendo al suelo con las prisas. Ella comenzó a reír, una risa cristalina que inundó la habitación. El niño no halló fuerzas para levantarse.

De pronto, ella calló. Su rostro de porcelana estaba mortalmente serio, como si asistiese al funeral de un amigo.

- Era una broma - Fer no tenía ni idea a qué se refería. Margarita realizó con el brazo un amplio movimiento circular, señalando a toda la habitación -. Contempla la realidad, pequeño Fernando.

La mejor manera de definir lo que sucedió a continuación es decir que el aire tembló. Todos y cada uno de los objetos del cuarto, y también Margarita, parecieron rielar como cuando hace demasiado calor los días de verano. Un hedor terrible inundó cada centímetro de la habitación, instalándose en sus fosas nasales e impidiéndole percibir nada más durante un momento.

Cuando fue capaz de prestarle atención a algo más, casi deseó seguir atontado por el olor.

Las paredes, el armario, todo estaba arañado, manchado de sangre y fluidos de un extraño color amarillo. Como la propia Margarita. Bajo su piel blanca, se distinguían las venas y arterias, llenas de un líquido oscuro como el alquitrán. En algunos lugares, los huesos parecían atravesar la fina epidermis. Tenía las largas uñas rotas, manchadas de sangre, y se le estaba cayendo el pelo. Cada vez que se movía, mechones enteros se desprendían de su cabeza y flotaban hasta el suelo lleno de porquería.

Fernando sintió la bilis subir por su garganta. Apretó los dientes, los labios convertidos en una fina línea. Temblaba.

Pero no de miedo. Ya no.

- ¿Estás enfadado, pequeño Fernando? - el ser que había sido Margarita soltó algo que pretendía ser una risa -. Fue ella quien me llamó. Odiaba, y le ofrecí la venganza. Se estaba muriendo, y le concedí una nueva vida. Estaba enferma, y yo era lo único que poseía la medicina.

Me pidió que te dejase vivo, y lo haré - se echó a reír de nuevo -. Sí que debe odiarte. Te vas a quedar solo.

Fernando estaba furioso. Demasiado como para sentir miedo. Y triste. No comprendía como alguien podía estar tan triste sin morirse de pena. No sabía cómo era capaz de sentir nada más. Estaba lleno de dolor y rabia, a menos de un paso de enloquecer. Su hermana, su mejor amiga, su compañera, la persona que más quería en el mundo, se había ido para siempre. No estaba muerta; no, eso habría sido capaz de soportarlo.

Aquello que ahora reía con su risa y le provocaba con su voz, que había corrompido su cuerpo, se la había llevado.

El mundo debería haberse detenido, pero para su sorpresa seguía girando. Una nube tapó la luz del sol, y escuchó una moto pasar por la calle desierta, como si todo siguiera como siempre.

En la otra punta de la casa - para Fernando, a todo un mundo de distancia - se abrió la puerta de la entrada. Escuchó las voces de sus padres como en un sueño, y ni siquiera se dio cuenta cuando aquello pasó por su lado, tirándole al suelo en sus prisas por llevar al vestíbulo. Se golpeó la cabeza contra la pared, y casi agradeció la inconsciencia cuando ésta llegó y le sumió en la negrura.

Así no tuvo que escuchar los gritos y las carcajadas que los acompañaban.

En la noche oscura que solía ser el escenario de sus paseos - por llamar de alguna forma a todas aquellas cosas que hacía cuando no estaba roncando en su cuchitril -, jamás se había sentido tan asustado.

El miedo a la noche y la oscuridad era para las criaturas de la luz. No para los que eran como él. Hacía años que había entregado su alma. Y debía decir que lo que recibió a cambio la suplía, y con creces - nunca había tenido demasiado claras sus prioridades -.

Era un hombre más o menos joven, de unos treinta y pocos años. Más ancho que alto, le faltaba parte de una oreja y olía a sumidero más que las propias alcantarillas (las alcantarillas las limpian de vez en cuando, y nadie se ocupaba de desinfectarle a él). En el submundo de la noche urbana se sentía como pez en el agua, y encajaba a la perfección en el papel que el destino, dios o el demonio le habian elegido. Llevaba una existencia relativamente fácil (obviando riesgos como objetos punzocortantes dirigidos con muy mala sombra a lugares vitales y demás, por supuesto), y de haber mantenido algún resto de humanidad, sería feliz. Pero hacer tratos con los seres de los mundos de Abajo era lo que tenía. En realidad, era una suerte que la hubiera perdido por completo. Así no tenía que soportarse a sí mismo.

Como suelen decir, no hay mal que por bien no venga.

Aquella jornada - que para él empezaba al anochecer - había comenzado como todas. Se puso el sol, salió de casa y se lanzó a la calle, a buscar algo que echarse a la boca antes de "irse a trabajar". De alguna manera se le hizo algo tarde.

Y fue entonces cuando se encontró con él. Iba algo mal (en realidad había bebido tanto que le costaba tenerse en pie, pero no es lo que importa ahora). Se detuvo un momento para aliviar la vejiga en medio de una callejuela poco transitada, y cuando terminó y se disponía a marcharse, se dio de narices contra él.

Era humano. Humano del todo, pues conservaba aquel brillo en los ojos que delataba la presencia de un alma. Muy joven, y bastante atractivo. Abrió la boca, molesto, pero una segunda mirada le hizo cerrarla sin emitir ningún sonido.

Le daba miedo. Aquel guapo adolescente, con su cara de niño bonito, era peligroso. Llevaba una sudadera con capucha de color indefinido, y unos vaqueros oscuros con los bajos hechos un asco. Las brillanes puntas de sus botas militares relucieron a la débil luz de la única farola que iluminaba la calle.

- Dónde está la casa de aquel que conocen como Caronte.

Tenía una voz grave, sedosa. Elegante.

- No lo sé - estaba aterrado. Sin darse cuenta, se corrigió, como si se dirigiera a uno de sus superiores -. No lo sé, mi señor.

- Claro que lo sabes - el muchacho sonió.

Sintió un líquido cálido recorrerle el interior de los muslos.

El joven arrugó la nariz. Ahora apestaba aún más.

No se movió de su sitio, sin embargo. Y no se movería hsata conseguir lo que quería.

El humano sin alma tragó saliva. Sí, sabía quién era Caronte, y también donde vivía. Pero aquel lugar era peligroso. Pero, aquel adolescente lo era aún más. Aún poseía el suficiente sentido común como para saber también eso.

- M-muy bien. Seguidme, mi señor.

Ambos se perdieron en la oscuridad en cuanto se alejaron del área de luz de la farola.

forever fangirl, spn

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