Hello~
~Antes de nada, mi
Delicious, por si alguien lo quiere. (lol, no)
~No actualizo porque 1. No tengo nada realmente interesante que mostrar/contar/lo que sea. El curso me quita tiempo y ganas de escribir. Cuando me pongo, tengo tantas cosas en la cabeza que todo sale hecho un lío.
~GAME OF THRONES. A algunos les parecerá una adaptación perfecta, a otros que da asco. A mí, así en general, me encanta. Hay cosas que no me convencen mucho, pero sin entrar en detalles he de reconocer que me gusta mucho.
~Hoy he visto por tercera vez en otros tantos días The Dark Knight. Nueva peli favorita. Hacía tiempo que no me daba tan fuerte con una; desde Young Frankenstein xD Eso quiere decir que ya me sé los diálogos, por ejemplo, y que me paso botando de anticipación toda.la puta.película.
Mis amigas se ríen de mí. Pero bueno. Para eso están, I guess xD
~PIMPIN' LIKE A BOSS:
Post de ideas+spam gratuito+genialidades. En el LJ de
darkilluz obviamente
~Y bueno. El regalo que le hice a una amiga por su cumpleaños, hace dos meses. Posteado con su permiso :)
Es probablemente de lo mejor que he escrito. (Así que imaginaos lo demás trololol)
Algún día, estos árboles tuvieron hojas. Las lomas en las que hunden sus raíces brillaban de rocío al amanecer y con miles de flores en primavera. El cielo estaba azul, los pájaros cantaban, y gente vivía sin temer por su vida.
Ya no.
En la loma hay una casa. En la casa, un anciano. En el anciano, años - ¿siglos? -, desengaño, y muchos, muchos recuerdos. Él recuerda cómo era el mundo, cuando era joven. Cuando su rostro no estaba plagado de arrugas, y la sangre fluía por sus venas sin ayuda de las friegas que su nieta, una pobre chica algo retrasada, le da en las frías noches de invierno.
El anciano dice siempre que odia la gente. Pero es mentira.
En realidad, al único que odia es a sí mismo.
Su nieta, que no es tan tonta, lo sabe. Y jamás lo deja solo; si él muere, ella se quedará sola. Su mundo es su abuelo.
Y como él dice siempre, la tierra que pisan sus pies ha visto demasiada sangre como para teñirla de rojo una vez más.
~*~*~*~*~
Hace setenta años, el anciano era un joven. Vivía con su madre, su padre y toda una plétora de hermanos de distintos sexos y edades en la granja que se levantaba, preciosa y alegre, sobre la loma de césped verde. Todas las mañanas, se levantaban antes que el sol. Todas las noches, se acostaban con el astro, compitiendo con las sombras en una carrera en confundirse de nuevo con la oscuridad.
El anciano - que por entonces era joven - era "¡Chico!" para todo el mundo. Su madre le llamaba, "¡Chico!, recoge los huevos del gallinero". Su padre también. "¡Chico! Acompáñame al pueblo".
Decir que era "Chico" para todos es otra forma de decir que no era nadie,
claro.
Y él - llamémosle Chico, por no romper la línea de la narración -, que era bastante más inteligente de lo que todos pensaban, pero no tanto como él creía, sabía esto perfectamente.
Para cuando alcanzó el cuarto lustro desde su nacimiento, una pequeña semilla de amargura ya había enraizado en el corazón de Chico.
Leía aquellos libros, escuchaba aquellas historias. Luego miraba por la ventana. Y, ¿qué veía? Hierba y lomas. Y ovejas. Señor, cómo odiaba a todas esas putas ovejas.
Lentamente, estaba comenzando a odiar a su familia también. A todos. Menos a Jessie.
Era fácil. Muy fácil aborrecer a Jessie Jones, como la llamaban algunos. No era su apellido real; sin embargo, a lo largo del tiempo, el nombre se había adherido como un título a la persona de aquella adolescente curvilínea y temperamental de cabello negro que, por increíble que fuera, era su hermana mayor.
Chico adoraba a Jessie. Y estaba bastante seguro de que ella le quería a él; al menos, algo más que al resto. Cuando lo único en lo que podía pensar era en huir y dejarlo todo atrás; en correr y correr y correr y llegar al horizonte y seguir corriendo, porque jamás podría dejar aquella granja y esa vida atrás, porque no había salida real, ella siempre estaba allí.
No para animarle, eso nunca. Era Jessie Jones. Jessie Jones no animaba a nadie.
Pero le sacaba a disparar. Sólo ellos dos, con un bidón del vino malo que hacía su madre, una bolsa llena de botellas vacías y varios cartuchos. Y el amanecer les encontraba medio borrachos en las peñas tras la granja, con la escopeta de su padre descargada y los grises alrededores llenos de cascos de cerveza, reventadas a balazos.
~*~*~*~*~
Tenía dieciséis años el día que el mundo se dobló sobre sí mismo y le dejó flotando en el vacío.
Encontraron a Jessie - sólo Jessie - boca abajo, muerta, fría y ensangrentada, entre las ovejas de su padre. Nadie sabía cómo había llegado allí; sólo que estaba muerta.
Sin su fuego no era más que un cascarón vacío especialmente bonito, recuerda Chico haber pensado aquella gris tarde de otoño envuelta en algodones, muchos años después. Le habían rajado la garganta; su vestido gris no era más que unos jirones de tela unidos entre sí por delgados hilos. Tenía las manos atadas, bajo el cuerpo, la falda levantada, y las enaguas llenas de sangre, por las rodillas.
Como si la hubieran tomado allí en medio, entre las ovejas. Ellas, las únicas testigos para oír sus gritos.
Al funeral fue la pequeña comunidad de granjas de las lomas al completo. Enterraron a Jessie bajo un sauce, entre las tumbas de sus abuelos. Al lado de la suya había un pequeño rosal, raquítico y lleno de espinas. Sin una sola flor.
Mientras el padre recitaba los monótomos salmos que se dicen en los funerales, las palabras huecas y resonantes en el pequeño cementerio en medio de ningún sitio, Chico siguió la mirada de su madre.
La mujer, habitualmente alegre, franca y generosa, tenía los ojos secos, la mandíbula apretada y la mirada fija en los invitados al funeral. Sus pupilas, negras y brillantes, se movían de un lado a otro; poco a poco, Chico comenzó a seguirlas.
Finalmente, se detuvieron en un par de hombres - jornaleros, extraños que se irían al terminar la cosecha -, jóvenes y fuertes; arrogantes.
La madre de Chico asintió para sí misma. Y luego miró a su hijo.
Nunca más volvería Chico a sentirse tan en comunión con alguien de su familia.
Aquella noche, después del funeral, después de que todos los que se habían acercado a darles el pésame les dejaron al fin a solas con su dolor, Chico abrazó a su madre. Fuerte. Y la mujer le devolvió el abrazo, con igual ímpetu. Como si no quisiera dejarle marchar.
El adolescente cogió la escopeta de su padre. La limpió. Primero la desmontó, para llegar a todas las piezas. Luego la cargó, un cartucho en la recámara y otros dos en sus bolsillos. Partió al monte, al prado de las ovejas.
Allí, donde habían encontrado a Jessie, estaban los dos hombres. Juntos, en el suelo, codo con codo, hablaban y reían. El olor a sudor les rodeaba, mezclándose con el hedor a vino agrio y el fuerte aroma que despiden las ovejas y todos los animales de granja.
Chico registró de forma ausente el hecho de que ninguno de los dos llevaba camisa antes de disparar su escopeta.
Su pulso no falló. Dos disparos perfectos, en la cabeza. Jessie habría estado orgullosa.
Aquella noche durmió bien. Y cuando los hombres del sheriff llegaron a su casa, ya estaba preparado. Salió con la escopeta y una bolsa de lona al hombro, su gorra calada hasta los ojos y su vieja chaqueta de cuero marrón bajo el brazo - aquella que solía ponerse Jessie las tardes de invierno, a pesar de que olía a ovejas y a sudor -, y los agentes le dejaron salir, envueltos en una atmósfera de respeto mezclado con lástima.
Su padre no levantó la vista para verle partir. Su madre se echó a llorar, en silencio. Sus hermanos fueron los únicos en despedirse.
Había perdido a su hermana, a su familia y su hogar, pero jamás se había sentido más vivo que aquel amanecer de otoño en el que fueron a arrestarle tras matar a balazos a los asesinos de su mejor amiga.
Y durante los años siguientes, cuando todo - el hambre, la muerte que parecía siempre acompañarle, la soledad, todo - parecía demasiado, imposible de soportar, recordaba el sentimiento.
Seguir adelante. Era lo único que importaba. Seguir adelante y olvidar y seguir adelante.
Huyendo de la granja y de las lomas y las ovejas, de Jessie Jones, hasta que los años y la vida le devolvieron a la vieja casa sobre la colina, con una nieta triste y callada y sus animales por toda compañía.
Por cierto; antes de leerla os recomiendo poner Dust Bowl Dance de Mumford & Sons y Knights of Cydonia de Muse en bucle.