Autora:
minerva_1Juego:
Operación BeKinney.
Semana 1. Tema: “La apuesta con Brandon“. Comando: POV
Rating: General
Disclaimer: Los Cowlip dicen que los personajes son suyos, pero fijo que los chicos nos prefieren a nosotras.
BRANDON POV
Le veo entrar desde la cristalera del bar de enfrente. A esta hora sólo hay críos y desubicados, demasiado temprano para un pase triunfal. Por eso yo estoy aquí, haciendo tiempo hasta el momento álgido de Babylon, cuando llueva confeti y abunden las presas de calidad. Un rey marica cuida esos detalles. Él también los cuidaba, antes, cuando era un maestro en la puesta en escena. Últimamente parece que le da igual.
Es vox pópuli que no abandona el club hasta después de bajar la trapa. Hay quien asegura que sale directamente hacia Kinnetik. Sin embargo, raramente se prodiga. Se encierra en su despacho, a veces con varios chicos; otras solo, aunque se diría que espera docenas de invitados por la cantidad de botellas que ordena.
Hace bien en esconderse, a juzgar por su cara los escasos ratos en que se mezcla con los clientes. Los neones no perdonan y subrayan su rictus hastiado, ceño fruncido y boca de pésimo humor y charla sucinta. Adolece de ojeras profundas, insólitas en quien siempre poseyó el don de esquivar los efectos del insomnio.
Recuerdo cuando se paseaba como si, además de Babylon, el mundo entero fuera suyo. Y lo era, al menos el microuniverso Liberty. No necesitaba abrirse paso a codazos en la pista, los gays le abrían pasillo en una especie de pleitesía, sus pupilas le reverenciaban para luego arremolinarse a su alrededor, con discreción, porque pocos se atrevían a ofrecerse directamente, sino que merodeaban y meneaban sus cuerpos ávidos del privilegio de que él los eligiera. El diablo estaba de su parte.
Pero yo sé que no es el diablo quien le ha dado la espalda. O sí, si toma forma de chico rubio encantador, no lejos de la veintena. Con él bailaba hasta la madrugada, en un tándem con energía para fundir todos los plomos de la ciudad. Al aproximarte a ellos podías sentir la electricidad, la conexión, la alambrada invisible que franqueaba un planeta privado en medio de la muchedumbre. De ahí emanaba el brillo que él derrochaba, su aureola irresistible. Porque por mucho que él sea el gran Brian Kinney y traiga el cableado de serie, otra es la mano que enciende o apaga los interruptores.
Eran tiempos de luz e interruptores encendidos cuando hicimos aquella apuesta. No hace mucho, aunque a él le ha arrollado una eternidad. Me fastidió que ganara, pero es la ley de la selva y la acepto. Lo que de verdad me repateó fue que no cobrara su premio. Un desprecio.
Desde entonces le guardo cierto rencor, en el que se ampara mi deseo secreto de conseguir al pequeño diablo rubio para mí, ahora que no está bajo su influjo. Sería el golpe de gracia, el navajazo en su talón de Aquiles. Y al margen de la venganza, confieso que hay envidia tras esa fantasía. Me pregunto si mi alma podría atrapar esa electricidad también, si podría hacer mías las risas que ellos compartían, la intimidad, el empuje para comerse la vida: todo lo que destilaban juntos.
No lo comprobaré, porque el chico no me daría cancha ni puesto de tripis hasta sus bonitas cejas. Jamás expondría mi ego y mi imagen a semejantes calabazas.
A pesar de todo, a veces, cuando fugazmente vislumbro por Babylon su sombra amargada, me tienta decirle que su fuerza no reside en el elenco de gays potencialmente follables cada noche. Que lo que realmente hace su suerte única, codiciada, la fuente de su energía para ser leyenda es lo que tenía con él. Que yo les he visto juntos después de romper, intercambiar roces, diálogos breves. Doy fe de que las chispas aún reverberan.
Pero eso ya lo sabe.
También podría decirle el resto, lo que no sabe. Que quizás no es tarde para recuperarle. Que yo soy rival de categoría y, como tal, le he observado a conciencia y sé que a través de su caparazón se cuelan vestigios del hombre que el gilipollas arrogante niega ser. Que ese hombre es capaz de amar y merece ser feliz. Que no es tarde. Que no sea imbécil y pelee, que saque a la palestra al guerrero que es y le recupere. No es tarde.
Eso le diría si fuéramos amigos, que no es el caso. O si él fuera a creerse esas palabras, que tampoco.
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