Esta claro que, o no toco esto para nada, o actualizo de golpe un puñado de veces X_D
El caso es que mientras degustaba mi almuerzo nocturno consistente en un Nesquik fresquito y unas tajadas de mi nuevo descubrimiento en quesos (Philadelphia DUO <3), me he dedicado a leer las críticas de cine que publica Juan Zapater cada viernes en el Diario de Noticias.
Solo he podido leer una. Y ha significado tanto para mí que he hecho algo que hacía tiempo no hacía: recortar ese texto del periódico y guardarlo para mí.
Maravillosa crítica. ¡Me ha tocado la fibra sensible y aún ni siquiera he visto la película!
Pero no soy egoísta (en realidad sí) y procedo a compartirlo con vosotros.
Emotivo adiós a la infancia
por Juan Zapater (www.ghostintheblog.blogspot.com) - Viernes, 30 de Julio de 2010
Dirección: Lee Unkrich. Guión: Michael Arndt. Producción: Darla K. Anderson. Música: Randy Newman. Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 103 minutos.
Al final de Toy Story 3 arde una de las más emotivas despedidas que el cine ha sabido dibujar a lo largo de su historia. Durante esos minutos postreros, Andy, el niño usufructuario de los juguetes protagonistas de esta trilogía, convertido ya en un joven universitario, retorna al tiempo perdido. Por unos instantes, instantes huérfanos de reloj, Andy da réplica a Proust y se abandona al placer de volver a saborear la vieja magdalena. Pero esa ceremonia llena de ternura pertenece al mundo de lo hipotético. Detrás de esa autodespedida íntima llora una anacrónica hipérbole emocional.
Parece razonable pensar que los ojos de Andy son el albergue de las pupilas de Lasseter, Unkrich y Arndt, creador, director y guionista de Toy Story 3. Especialmente porque ningún adolescente urgido por la llamada de las hormonas y salpicado de por el acné de la (ir)responsabilidad sabe en ese momento de su vida que está cruzando un umbral al que jamás volverá. Sólo cuando ya no hay vuelta atrás se es consciente de lo que se dejó atrás. Por eso lo que Andy verbaliza al final de la trilogía de Toy Story, sobrevuela el propio entramado narrativo de la película para devenir en declaración de intenciones de lo que Pixar es, cree y significa. Ahí, en esa licencia poética, se inscribe el ADN de la naturaleza de Pixar. Por eso, el final de Toy Story 3 debe entenderse como el principio, el principio que hace treinta años engendró a Pixar.
¿Qué es Pixar? Desde luego algo más que una productora de dibujos animados. Pixar cultiva un plus de singularidad, un deseo de nadar a contracorriente. Lassetter como Miya- zaki, cree en el poder de la fábula y apela al valor simbólico de los cuentos. En lugar de acudir al descreimiento de la posmodernidad depredadora o de quemarse las pestañas en la observación congelada de lo cotidiano, Pixar acude al fundamento íntimo en el que habitan los grandes enigmas de la humanidad. En Pixar todavía creen en los héroes aunque sean de trapo y plástico, e incluso aunque se rompan de vez en cuando.
En cuanto a Toy Story 3 todo en ella resulta triangular. Su estructura aristotélica contempla tres estadios, tres tempos: conmoción, acción, emoción.
El primero se recubre con la oscuridad del desamparo. Es un arranque crepuscular que habla del final de una vida, de la inutilidad de unos juguetes condenados al infierno de la basura o al limbo del desván. Sólo quien se enfrenta a la creación armado del ingenio puede negociar que la hora del asilo de unos juguetes viejos tenga lugar en el escenario enloquecido de una guardería en pie de guerra. Basta ese pretexto para que los personajes de Toy Story renazcan para dar vida a la tercera y última aventura.
La parte central, la más desarmada de trascendencia, bebe de un referente clásico, la idea de la evasión en una prisión casi panóptica controlada, en este caso, por un oso de peluche resentido y manipulador. Esa fase dedicada al escapismo escópico conforma el eslabón más frágil que encadena el sobrecogedor arranque con la apoteósica despedida melodramática.
En su desenlace, los creadores de Toy Story inscriben su declaración de intenciones, su carta magna. Es ahí, en esos momentos pletóricos, excesivos y existenciales cuando Toy Story deja a un lado los prejuicios que tanto daño hacen al cine viejo del siglo XXI.
Con su encendido entusiasmo asistimos al mejor final posible de una imperecedera trilogía. Toy Story 3 no es una vuelta de tuerca a un rentable negocio, sino un desgarro emocional y un streep tease ideológico de quienes cumplen años sin perder la capacidad de creer en la fantasía.
Fuente: Diario de Noticias (
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Porque sí, porque aunque ese escepticismo moderno me arrolla con frecuencia, no hagais ni caso. Yo creo, sigo creyendo en la FÁBULA de toda la vida. Es más, creo que ahora es cuando más necesitamos volver a ella. Amo los antihéroes, claro que sí, pero no a costa de olvidarnos de los héroes, de esos Jack Shepard que son capaces de la bondad, la fe, el sacrificio, la amistad, el amor. Embajadores, en definitiva, de lo mejor que puede ofrecer el ser humano. Que sí, que explorar el lado oscuro y retorcido de las personas, las bajas pasiones, es morboso y fascinante. Pero, ¿por qué parece que ahora un final feliz es antónimo de obra maestra? ¿Por qué los cuentos clásicos han pasado de moda? ¿Por qué ya no confiamos en los héroes?
Es que si no creemos en ellos, ¿qué nos queda?
Me aterra pensarlo.
Así que ahora si que voy a perder el culo por ver Toy Story 3. Y lloraré. Cuando Andy renuncie a sus juguetes. Lo estoy viendo. Lloraré.
>_<
Catarsis mía, te espero con los brazos abiertos y las glándulas lacrimales jugosas.
(Y el título de la entrada es una cita de Peter Pan. Matadme.)