Y la segunda parte de este delirio... la tercera, esta noche, cuando pueda terminar de escribirla >.o ¡Insisto que NO ME HAGO CARGO de las consecuencias! Dale mucho amor a tu chico si te inspira en algo xDDD y ojalá te lo pases muy genial, después de estar esclavizada en la cocina tanto tiempo, ¡Un besote, querida! Que sepas que esto es solamente culpa tuya xDDD ¡Abrazotes! Y la canción que me inspiró mucho en esta parte, sobre todo me encanta la parte del estribillo que pone "Tell me that you're happy that you're on your own - tell me that it's better when you're all alone. - Tell me that your body doesn't miss my touch. - Tell me that my lovin' didn't mean that much. - Tell me you ain't dyin' when you're cryin' for me.":
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ROMEO EQUIVOCADO -PARTE II-
Era una mala idea.
Presentía que aceptar aquella petición fue una idea terriblemente mala, y empezó a arrepentirse de ello desde el preciso instante en que le dio la respuesta a Aswan. Pudo sentir en cada fibra de su cuerpo la satisfacción malsana que inundó al príncipe león al escucharla, y la sonrisa feroz en sus labios.
¿Qué era lo que pretendía el joven Al-Brahkhan?
Sasha no era estúpida. Nadie tenía que explicarle por qué el príncipe gato estaba tan prendado de ella: la encontraba atractiva, y seguramente quería llevársela a la cama. Olerlo en él era la parte más fácil del asunto. Los leones no se ponían reparos en ese ámbito y no conocían el principio de la monogamia. Su lealtad hacia una pareja era frágil, y él no estaba casado todavía, lo cual lo hacía aún más peligroso. Sus hermanos, Sashura y Nikita, se escandalizaron cuando les dijo lo que iba a hacer durante el fin de semana. Ninguno de los dos estuvo de acuerdo, pero ella ya no se podía echar atrás, sólo dar un buen ejemplo y tratar de no perjudicarse mucho. Los convenció, de nuevo, con abrazos y palabras dulces, y les aseguró que sería seguro: el príncipe había sido astuto en señalar que, si los secuestradores tenían amigos y planeaban llevársela de nuevo, sería altamente improbable que lo intentaran estando ella bajo la protección de uno de sus líderes.
Sashura y Nikita tuvieron que reconocer que era factible, a pesar de que podían entrever tan bien como su hermana las dobles intenciones del asunto. Si Nikolai se enteraba de eso, iban a saltar chispas por todas partes.
La joven loba, sin embargo, no se privó de protestar cuando Aswan mandó a que la recogiera uno de sus vehículos privados en el hotel, a las nueve de la mañana del sábado en punto. La condujeron a las afueras de Ginebra otra vez, más precisamente a una pista secundaria del Aeropuerto Internacional, donde esperaba un jet bimotor con los colores de Al-Brahkhan Combustibles pintados en el fuselaje, y otra camioneta negra. Fue el príncipe león en persona quien le abrió la portezuela y la ayudó a bajar.
- ¿Qué es esto? -preguntó Sasha, de inmediato.
-Un avión. Un Cessna Citation Mustang, para ser más precisos. ¿O me vas a decir que tu familia no tiene aviones privados? Vamos, que la División Logística de las empresas de tu padre tiene varias aves como éstas, y otras mucho más grandes. -contestó él, con una risita algo burlona.
-Sé que es un avión, Aswan. -lo cortó la princesa loba, irritada- ¿Qué pretendes?
-Hum, como dicen los americanos... llevarte de paseo.
- ¿A dónde?
-A la casa de mi padre, en Benghazi.
“Libia” pensó la muchacha, nerviosa. “Piensa llevarme a Libia, a su tierra, ¿Por qué...?”
-Yo no consentí nada de esto. -repuso, y dio un paso atrás, en un intento vano por meterse de nuevo a la camioneta. Aswan la atrapó suavemente por el brazo, y ella protestó- ¡Dijiste que...!
-Acordaste pasar veinticuatro horas conmigo. Pero no dijimos dónde. -repuso el príncipe, y su tono sonó gruñente, pesado; el aroma que emanó de él fue intenso, abrumador- Es seguro. Nada te va a pasar. Nadie intentaría hacerte daño, no mientras estés conmigo. Confía en mí, Sasha.
Como si ella no pudiera cuidarse sola...
¿En qué palabras iba a poner el escalofrío que le recorrió la espalda cuando él la llamó por su nombre con tanta familiaridad, y la miró directo a los ojos con los suyos tan oscuros e indescifrables? Eso no le había sucedido durante las cenas de la Convención Nacional de Energía. Sasha se soltó de su agarre con suavidad, para no hacer ningún gesto brusco que lo ofendiera más. Ya casi había metido la pata al dejarse llevar por la desconfianza. Por el amor de Dios, todos sabían qué cabeza cortar si algo le llegaba a suceder a ella mientras estuviera en contacto con los leones, ¿Por qué ponía tantos reparos?
Justamente, porque ÉL la intimidaba. Un gato, un gato pulguiento y caprichoso.
Uf, si su padre supiera que pensaba así, cuando siempre había mirado a unos y otros tan bien.
Todo eso no era más que otro capricho del príncipe, uno que ella había aceptado complacer.
Se dio cuenta de que Aswan la estaba mirando con el ceño fruncido, a la espera de una respuesta directa. Sasha terminó por suspirar, y se acomodó el bolso sobre el hombro. No llevaba tacones, sino botas cómodas hasta la rodilla y un atuendo de entrecasa (vaqueros celestes y un suéter sencillo de cuello ancho, negro y de manga hasta el codo, con una camisa blanca y lisa debajo que contrastaba con la negrura del tejido) que iba más con ella que cualquier otro vestido elegante o peinado sensual (cosa que Aswan notó de inmediato, y le sorprendió agradablemente), y su “sumisión” aparente complació aún más al príncipe león.
Al menos, lo hizo sonreír de nuevo y volverse hacia los oficiales de vuelo para indicarles que despegarían.
Aterrizaron unas horas más tarde en una pista privada, en una playa desierta del Mediterráneo. Libia era un país caliente, y las aguas del mar, oscuras. El sol estaba bastante alto en el cielo, no era mediodía. Aswan no había dicho una sola palabra durante todo el viaje, estaba violando el propósito de su día deliberadamente de una manera que hizo que Sasha se sintiera mucho más cómoda y segura de sí misma. Esas cosas no le pasaban a menudo, la gente casi nunca conseguía desestabilizarla con sus acciones o sus palabras, no de la forma en que Al-Brahkhan lo hacía. Y eso que, después de una breve investigación realizada a altas horas de la noche en la red, sabía más o menos qué podía esperar de un hombre como él (al menos, de su “persona pública”) ¿Por qué le tenía miedo, entonces? Sasha se pasó las horas del vuelo mirando por su ventanilla, con aire ausente, mientras pensaba en ello. Las asistentas de vuelo les ofrecieron toda clase de bocadillos y bebidas, pero la muchacha sólo se sirvió un poco de agua fresca y unas galletitas de miel, ya había desayunado temprano en el hotel. Observó, sin embargo, que el león no se privaba de disfrutar del alcohol (le sirvieron algún licor, y una pequeña bandeja de canapés de atún muy pintorescos) como lo hacían los caninos.
El gesto le extrañó, de buenas a primeras. No conocía híbridos a los que les gustara beber.
Una vez aterrizados, subieron a otro vehículo blindado y por poco menos de media hora hubo silencio dentro del habitáculo, otra vez. Finalmente, Aswan abrió la boca para anunciar que habían llegado a su destino final, y Sasha suspiró profundamente.
-Tendrás que cubrirte con esto. -añadió, y le tendió una bolsa de cartón negro, elegante. En ella, un pañuelo grande de seda negra la esperaba- La cabeza, el cabello y el cuerpo, hasta las rodillas. Es hasta que entremos al complejo de la casa principal.
Eso era cierto. El príncipe podía ser un gato, pero aún estaban en tierras musulmanas.
Un temblor le recorrió el cuerpo.
Estaría atrapada hasta las nueve de la mañana del domingo en un oasis-fortaleza impenetrable en medio de un país extraño, rodeada de leones y a merced del más hambriento de todos.
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Algo que le llamó mucho la atención a Sasha fue el lujo, por supuesto.
En su hogar en el norte de Krasnoyarsk, Siberia, todo era muy sencillo. Aunque su padre era un hombre muy poderoso y adinerado y nunca les faltaba nada, la casa familiar era bastante simple y se encontraba lejos de todo y de todos, enclavada en alguna parte casi inaccesible de los Montes Urales (sólo se podía llegar por vehículos de montaña, y en invierno, en helicóptero). Lejos de la vista de los indiscretos y donde el bosque de la taiga siberiana era lo bastante espeso como para que cinco jóvenes lobos pudieran crecer en completa paz, entrenando sin miedo a que les descubrieran. Recordaba su infancia en esa casa pequeña y acogedora, pero con espacio suficiente para todos los miembros de su numerosa familia; y la curiosa ausencia de empleados domésticos, algo inesperado de gente rica. A veces iban unas mujeres de la ciudad a limpiar, y un jardinero en primavera. De cocinar, lavar, atender a los niños y derrochar cariño se ocupaban su madre, Johanna Lee Miller, y de vez en cuando (cuando les visitaba), su abuela, Ekaterina Yulia Tarasov. Sasha se sonrió con añoranza, el stroganoff de su abuela era delicioso. Sus hermanos deliraban por la carne y sus diferentes salsas.
En esa hacienda-fortaleza en Benghazi, los integrantes de la sub-especie líder de la raza felina tenían hasta lo que ni se sabía qué o para qué era. Y disponían de batallones enteros de empleados a su servicio, con uniformes impecables de color negro y cuellos blancos.
¿Era que los gatos no necesitaban de la discreción, acaso?
No, nada de eso. Ellos tenían toda la discreción que podían necesitar. Sasha se dio cuenta de que los empleados eran también hombres y mujeres felinos, reconoció los rasgos étnicos de los leopardos y chitas (hombres y mujeres de piel negra, probablemente etíopes, sudaneses o nigerianos), de los tigres (hindúes y tailandeses, en su mayoría), algunos pumas de origen americano y tantos otros que no fue capaz de identificar, cada grupo dedicado a tareas particulares. Los leopardos y tigres parecían estar a cargo de la seguridad, mientras que los demás eran mucamas o mayordomos, asistentes de limpieza, cocineros, jardineros... los sirvientes la miraban con atención al verla pasar por los amplios pasillos de la mansión principal, quizá oliendo lo “loba” en ella.
Un sentimiento extraño se apoderó del pecho de Sasha.
¿Los leones trataban a las otras razas como inferiores, y les obligaban a servirles?
Hizo esa observación mientras Aswan en persona la conducía, a través de metros y metros de arquitectura morisca impecable y blanca, hacia una lujosa habitación en la que se hospedaría mientras estuviera con ellos. Cuando llegaron a su destino, no reparó en el hermoso dormitorio, sino que obligó a Aswan a entrar al cuarto y cerró la puerta detrás de los dos, con nerviosismo.
El príncipe sonrió de medio lado, como si esperase algo “especial”.
-Dime una cosa, -empezó ella, con tono cauteloso- ¿Es que todo el mundo en este lugar es felino?
-Por supuesto. No hay personas ordinarias aquí, todos somos hermanos.
-Qué conveniente que, siendo hermanos, los empleados domésticos sean gatos de otras razas.
El comentario insidioso de ella molestó a Aswan, sobre todo, por la connotación.
-Bueno, los leones somos la casta dominante, creo que es un poco... -empezó.
-Entonces, ¿Es así como los ven, como sus sirvientes? -increpó la joven, interrumpiéndolo.
Él hizo una mueca de desprecio, frunciendo el puente de la nariz. Gruñó antes de hablar:
- ¡Nada de eso! Es sólo un trabajo. Hay mucha gente que quiere trabajar con nosotros, porque significa buen dinero y protección para ellos y sus familias. Es mejor que vagar sin rumbo, que meterse en problemas. Esta hacienda, tal como la ves, no es sólo una de las tantas propiedades de mi padre, es un complejo donde vivimos docenas de nosotros, en manada. Y los leones, los que podemos unirlos a todos y mantenerlos juntos, les damos una oportunidad de vivir tranquilos y en libertad. -explicó él, con tono ofendido- El que quiera, puede irse. Pero nadie se va por propia voluntad, no les falta nada mientras están aquí, y además, ¿Qué crees que hacemos, los leones?. ¿Qué clase de ideas hay en esa cabeza? ¿Crees que somos monstruos tiranos, acaso?
Sasha no podía decir que no había pensado en los leones con cierta crueldad, porque fue un león el que tuvo que ver con el asesinato de su verdadera madre, a la primera esposa de Nikolai Valinchenko.
Antes que se diera cuenta, Aswan estaba frente a ella. Su olor fue lo primero que le llegó, lo que la sacó de sus pensamientos y la obligó a retroceder, por instinto. Sasha se encontró con la maciza puerta de madera tallada a sus espaldas, y levantó la mirada para enfrentar estoicamente al león que gruñía con sensual suavidad, mirándola a su vez con una sonrisa ladina.
- ¿Sasha, habibi, crees que somos perversos?
-No sabría decir. Conozco pocos leones. -replicó Sasha, y tragó saliva.
Se quedaron mirándose un momento, a los ojos. El príncipe gruñó desde el fondo de su garganta, sin abrir los labios, llenándole los oídos con un sonido gorgoteante y hueco, profundo, capaz de llegarle hasta los huesos. No era desagradable: sonaba peligroso. La joven trató de no respirar.
No sabía bien qué significaba “habibi”, pero la forma melosa y sensual en que él lo pronunció...
-Me gusta tu atuendo. Es lindo. -añadió el joven león, un momento de tensión después- Es más “auténtico”, va contigo. No me diste tiempo para decirte lo bien que te quedaban esos vestidos que usabas en la convención, sin embargo. -hizo otro sonido gutural, se acercó un poco a ella y aspiró con enfermizo placer el intenso aroma del rechazo nervioso de Sasha- Y lo magnífico que hueles, además, en cualquier momento. Es extraño, ¿Te das cuenta? Debería sentir asco de ese olor, ¿No es así? Porque el olor a perro no es de lo más sexy, digamos. Pero tú eres diferente, ¿Por qué? ¿Es porque tu madre era una mujer ordinaria? No puedo dejar de pensar en ti. Quería tenerte para mí solo, al menos un día, para descifrarlo. Y aún así, insistes en cerrarte a mí.
-... Aswan, no sé qué estés pensando, pero ya sabes que la respuesta es NO.
Él alzó las cejas, sorprendido, y sus ojos negros brillaron con picardía.
- ¿No vas a venir a almorzar conmigo, a la piscina? Qué lástima. Mi hermano Farid me dijo que ayer mismo terminaron de instalar el toldo nuevo. Es de un material muy interesante, repele el calor.
Ella parpadeó varias veces, muy rápido, confundida. Luego, comentó:
-Oh, sí, porque un traje de baño es el complemento perfecto para esto. -se señaló el pañuelo de seda negra que le cubría la cabeza, los hombros y la mitad superior del cuerpo hasta las rodillas- Si tengo que respetar tu casa, entonces...
-Habibi, este edificio estará desierto, he despachado a todo el personal a sus casas para que no nos molesten. Ya deben haberse ido todos.
Otro revés que la sacó de lugar. Sasha tragó saliva, y volvió a atacar:
-... vaya, ¿Y qué va a hacer sin sus mucamas, Alteza? -le dijo, con mordacidad.
-Puedo cocinar. -dijo el príncipe, encogiéndose de hombros- O tú cocinarás, ya veremos No moriremos de hambre. Mientras no se te rompa una uña, estaremos bien, ¿No lo crees?
Sasha entornó los párpados, y sintió un hueco en el pecho. La sonrisa displicente de él la irritaba.
Y le hacía escocer la piel, al mismo tiempo. ¿Por qué? Era un gato, y su don era la sensualidad. ¿Se había dejado engatusar por sus comentarios de hacía un rato? ¿Debería sentirse halagada de ser quien era y despertar cosas en alguien como él?
No, se dijo que no.
Como Sasha no le respondió nada, Aswan se inclinó un poco más, casi lo suficiente para que sus narices se rozaran. Ella quiso echar la cabeza hacia atrás, pero se golpeó duramente contra la puerta de madera, y cerró los ojos con un quejido contenido dentro de la garganta. El príncipe se rió de su torpeza y enarcó una ceja, sintiéndose realmente victorioso y más animado que nunca. Si provocarla era tan fácil, qué divertido iba a ser ese juego, por la infinita grandeza de Alá.
-Te esperaré junto a la piscina. Sabrás llegar. -le dijo, en un ronroneo divertido- Ponte algo bonito, hice que llenaran especialmente el armario con ropa para ti. Elige lo que quieras, todo es de tu talla y está limpio.
-No vas a comprarme con obsequios, Aswan.
-No te halagues demasiado, no son obsequios. -retrucó él, y le puso las manos en la cintura para alejarla de la puerta, con un empujón suave en el que usó todo el cuerpo. Ella quiso repelerlo con un puñetazo en la nariz, pero nunca llegó a levantar la mano o a cerrar el puño- No te tardes.
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A pesar de que Sasha quería convencerse de que lo estaba pasando mal, no era así.
Después de revisar el armario en cuestión y elegir algo para ponerse, acicalarse un poco y dudar, la joven salió de sus habitaciones y recorrió la casa en búsqueda del patio principal, constatando que era verdad que no había nadie más que ella en los desolados y frescos pasillos.
Al salir al rayo del sol, el calor sofocante del desierto la abrumó.
La espaciosa piscina del palacete morisco era fantástica. Muy amplia y diseñada para combinar perfectamente con el resto de la casa, que se adivinaba antigua y legendaria por debajo de todos los añadidos modernos que se le habían hecho en los últimos años. Y el supuesto toldo nuevo también era bastante impresionante: montado en acero pintado de blanco y de un novedoso material de fabricación militar diseñado para absorber el calor, de manera que era fresco y a la vez su materia traslúcida dejaba pasar la luz. No era como para broncearse, pero sí bonito, un arco elegante que cubría el lado de la piscina que tenía la menor profundidad y el solar donde había dispuestas algunas mesas y preciosas sillas blancas, de diseño bastante novedoso.
Bueno, los leones vivían muy bien, de eso ya se había dado cuenta.
Aswan, por otro lado, había esperado su veredicto con nerviosismo. Sabía que no impresionaría a Sasha Valinchenko con muestras del poderío económico de su familia porque ella estaba prácticamente en su mismo nivel, así que tenía que idear nuevas formas de hacer que se interesara en él.
No intentaría nada estúpido, no quería ofenderla y hacer que terminara pasando el resto del día encerrada en su habitación, pero no podía dejar de pensar en todo lo que quería hacerle y decirle. ¡La tenía a su merced! Y ella había aceptado acompañarlo, ¿No era eso una buena señal? No sabía decir. Sasha era agria con todo lo que tenía que ver con él, ya fuera por su ascendencia o por su personalidad. O por su genética. Lástima, ya que controlarse no entraba en la lista de cosas que podría hacer teniendo la casa para ellos dos solos.
La costumbre popular musulmana dictaba que uno debía ser buen anfitrión, y aunque los leones principalmente vivían según los preceptos del Corán, su lado voluble y caprichoso a veces hacía lo que le daba la gana respecto a la religión. Como en este caso, por ejemplo. Nunca debería haberle permitido a Sasha que vagabundeara por el edificio y los alrededores con el rostro y el cabello a la vista, si no fuera porque le fascinaba verla moverse libremente y disfrutaba de su belleza sin reparos. Debería haberle confesado que fue realmente malévolo al elegir los trajes de baño del catálogo que le envió su secretaria, los conjuntos que más le gustaron cuando se los imaginó ajustados al cuerpo de la joven loba; pero realmente nunca terminó de prepararse para que, aunque ella eligiera el bikini más sencillo y recatado de la selección, lo dejara impactado.
Ella se acercó caminando como una reina por el borde de la piscina. Y el bikini que eligió...
Era como todos los otros, blanco (el color que mejor le sentaba, según su propia teoría, porque la belleza siempre era más impecable si iba de blanco), pero muy discreto y lo bastante amplio como para causar decepción y ansiedad a la vez. Y si bien esos dos triángulos alcanzaban a cubrir con gracia sus generosos pechos y la parte inferior era relativamente pequeña y delicada, con un aro de metal sobre la cadera... bien, para él fue lo mismo que si se hubiera presentado completamente desnuda. Alá bendito y el Profeta, sería inevitable que ella notara cuánto le deslumbraba verla así. Desde el primer vistazo deseó lanzar el plan cuidadosamente trazado al demonio y perseguirla por toda la casa hasta que pudiera atraparla y llevársela a sus habitaciones.
¿Le gustaría pelear un poco, antes de que lograra dominarla? Eso era muy excitante.
Y por si fuera poco, ella se había recogido su abundante cabello rubio albino en un moño alto sobre la cabeza, con una tira de seda. ¿Más hermosa no podía estar? Esa criatura debía saber bien lo que hacía, lo tenía en su puño. Y a él no le gustaba pensar que una mujer, fuera de la raza que fuera, tenía algún tipo de poder sobre sus pensamientos o su cuerpo. Le incomodó un poco darse cuenta de que, en lo relativo a Sasha Valinchenko, hacía GRANDES excepciones.
Un gruñido complacido nació dentro de su garganta, y una sonrisa igual sobre sus labios.
-Muy lindo. -dijo, y acompañó la apreciación con un movimiento de sus gruesas cejas negras.
Sasha tomó de inmediato la toalla blanca que traía y se envolvió la cadera con ella. Aswan hizo una mueca de decepción y le señaló la silla playera que estaba junto a la suya, separadas por una mesita baja con varias bandejas de bocadillos.
- ¿Te pareció gracioso? -retrucó la chica, intentando sonar irritada- Esos trajes de baño eran imposibles de usar. Ninguna mujer con un gramo de dignidad se los pondría, ¿Puedo preguntarte de qué me has visto cara?
-Ah, ¿Es que no te gustaron? -se rió él, con una carcajada.
-No, honestamente, y siento que desperdiciaste una fortuna en vano.
-No, en vano no: estás usando algo, por lo menos. Y es muy bonito, te queda precioso.
Ella miró en otra dirección, para ocultar el calor que le puso las mejillas al rojo vivo.
A juzgar por los bikinis indecentes que encontró en sus cajones, Sasha esperó ver a Aswan junto a la piscina con algún tipo de traje de baño igualmente indecente (y así hubiera sido muy fácil marcharse y hasta darle de una vez ese golpe que tanto se merecía), pero nada de eso. Él estaba tratando de hacerla enojar, ¿O de conquistarla, de verdad? No podía decir. No esperaba hallarlo recostado en la silla playera con un bañador normal de hombre, aunque negro, suelto y hasta la mitad del muslo; ni notar que, de hecho, tenía un estado físico excelente. Lo notó justamente por el hecho de que él llevaba el torso descubierto, ostentando la belleza de su piel del color del cobre envejecido y matizada por el sol, y que no tenía ni un solo vello de más (algo curioso de los híbridos en general; mientras que en su forma semi-animal se cubrían íntegramente con un espeso pelaje protector, los híbridos tendían a ser bastante lampiños en su forma humana).
No pudo evitarlo, sintió el calor de una atracción malsana subiéndole por los muslos y el vientre.
Los felinos, por lo general, no eran tan musculosos ni tan altos como los lobos, en ello estaba el secreto de su agilidad y flexibilidad; pero los leones resultaban ser más bien pesados, grandes. Aswan, aunque no parecía ser contrincante para ninguno de sus hermanos (ni siquiera para Alexei, el que tenía diecisiete años), podría haberla derribado a ella con facilidad, se dio cuenta. Él era fuerte, y se notaba. Sobre todo, en esos brazos, esos hombros y ese cuello. Había resistencia y eficacia en todo su porte, fortaleza y destreza.
La joven se sentó en la silla vacía y se recostó un poco, admirando los alrededores. Debía hacer eso para no prestarle atención a la forma en que el príncipe león se la devoraba con los ojos, y llenaba el aire caliente de ese patio con sus hormonas ansiosas. No sólo la hacía sentir desnuda, vulnerable y tonta, sino también, totalmente indefensa.
Y Sasha Valinchenko sabía muy bien que ella no era una mujercita indefensa.
Una vocecita dentro de su cabeza le dijo que, si no quería seguir soportando esas humillaciones, lo que podía hacer era irse. ¿Por qué simplemente no se iba?
Porque él siguió hablando, un momento después:
-Mi padre vive en esta casa, también, en el ala norte. Pero casi nunca sale. -comentó él, como quien no quiere la cosa- Podemos ir a verlo luego, si quieres. Creo que le complacerá conocerte.
- ¿Por qué no sale?
-Porque ya tiene noventa y un años, y no está en condiciones de hacerlo.
Sasha se volvió a mirarlo, un poco tocada por esas palabras. Su abuelo, Illya, también estaba viejo y enfermo, ya tenía casi noventa años.
-... ¿Está enfermo, debilitado? -preguntó, por pura curiosidad.
-Nada de eso. -el príncipe levantó un vaso de jugo de kiwi de la bandeja, con tranquilidad- Mi padre podría vivir ciento veinte años, si así lo quisiera. Lo que pasa es que su cuerpo está un poco viejo, y ya no funciona tan bien como antes. Hace tres años, en una expedición de caza en en Kenya, cambió a su forma animal. Y cuando terminó la cacería, descubrió que ya no podía volver a convertirse en humano otra vez, se quedó así. Intentaron inducirle el cambio con agentes químicos, pero casi se muere, así que prefirió no ir en contra de los designios de Alá, y retirarse de la vida pública. Casi nadie sabe esto. Por eso ya no sale, hace tiempo que todos los negocios quedaron en mis manos y las de mis hermanos.
-... ¿Y por qué me lo estás contando a mí, Aswan?
-... porque quiero decírtelo. ¿Está mal? -él arqueó las cejas, con una sonrisa torcida en la boca.
-No deberías darle esa información a cualquiera, no sabes lo que podría pasar.
-Habibi, tú no eres cualquiera.
Sasha buscó sus ojos, preocupada por la dulzura de esa palabra cuyo significado desconocía, y tras sacar para sí un jugo de naranja de la bandeja, preguntó:
- ¿Qué significa eso, habibi?
Aswan sonrió más ampliamente, mostrando sus importantes colmillos, y comentó:
-Te lo diré cuando sea conveniente. Ahora, no.
-... puedo buscarlo en internet.
-No lo harás. -repuso el príncipe, con seguridad.
-... no me conoces. -contraatacó Sasha, con un gruñido.
-Es verdad, no te conozco TANTO. Pero prométeme que esperarás a que yo mismo te lo diga, ¿Sí? Valdrá la pena, confía en mí. -le pidió, esa vez, con tono más amable- No tendrá gracia, de otro modo.
Sasha suspiró largamente y le dio un trago al jugo. Estaba fresco y exquisito.
-Tomaré eso como un sí. -decidió Aswan, divertido- Ahora, come algo. Es mediodía. Y no me contestaste si te gustaría conocer a mi padre.
-Bueno, si no es una molestia para él, creo que sería bueno presentarme.
-Magnífico. Será esta noche, antes de la cena. Hasta entonces... relájate y disfruta, habibi.
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Ella intentó relajarse. No era tan difícil si fingía que estaba en un hotel de Punta Cana, o algo así.
Muy a su pesar, Sasha tuvo que admitirse a sí misma que DE VERDAD la estaba pasando bien. Una vez superadas sus “diferencias”, encontró que era fácil hablar con el príncipe león y empezaron a tratar otros temas más triviales y menos comprometedores. Él quiso saber cosas de su infancia que a ella no le molestó contarle, y le permitió a ella preguntarle cosas que él respondió de muy buena gana. Comieron junto a la piscina y se quedaron ahí prácticamente toda la tarde, sin hacer mucho más. Sasha se dio el gusto de nadar un poco, pero el príncipe no la acompañó. A los gatos no les gustaban mucho las grandes masas de agua, instintivamente: preferían volar antes que subirse a un barco. Sasha se atrevió a molestarlo, preguntándole en son de broma si se bañaba; a lo que él respondió que una bañera no era lo mismo que una piscina. Aswan le contó una divertida anécdota de su padre, en la que ponía en evidencia que Saleh nunca quiso que sus hijos aprendieran a nadar hasta que Kabir, su primogénito, luchó con él para obligarlo a revocar la orden. La historia terminó siendo bastante entretenida, el joven Al-Brahkhan tenía buena disposición para reírse de sí mismo y la muchacha se dignó a admitirse secretamente que no estaba resultando tan pedante como en sus primeros encuentros. Eso la animó un poco más, y empezó a disfrutar de verdad de las pequeñas vacaciones que se estaba dando.
En cuestión de pocas horas, y gracias a los esfuerzos de él, estaban hablando como amigos.
Cuando el sol empezó a bajar y la luz amarilla tiñó del color de la arena todo lo circundante, los dos estaban sentados en el borde de la piscina, con los pies dentro del agua tibia y el último reflejo de luz bañándoles la piel de dorado.
Sasha se había sentado recostada sobre sus codos, con la cabeza echada hacia atrás. No era de las que se bronceaban con facilidad, pero esa tibieza era reconfortante después del calor sofocante del día. Él, apoyado sobre un codo y de lado hacia ella, la observaba en silencio: sus cabellos albinos, mojados y peinados hacia atrás, las gotas de agua que temblaban en su piel, en la curva de sus senos y en su vientre, en sus muslos. La redondez rosada y apetitosa de sus labios, ligeramente sonrientes. El brillo de tenue color miel de su rostro y hombros. Cada nuevo detalle que recopilaba acerca de ella era un motivo más para que se le secara la garganta, y los impulsos de su instinto se volvían más impetuosos, la voz en su sangre le pedía que fuera al grano.
La hembra estaba en su territorio, bajo su control. Podía tomarla.
Aswan cerró los ojos y apretó los dientes, bajo su expresión serena. Debía ser paciente.
Paciencia. Eso que él casi no tenía. La paciencia era la base de un ataque efectivo; los felinos cazaban con cautela, esperaban. La bestia salvaje en sus venas le decía que ya había esperado mucho.
-Aswan, ya basta. -dijo ella, sin alterar su relajación en lo más mínimo- Huele horrible.
Él se sonrió y la miró otra vez, con cariño.
- ¿De verdad huele horrible? -le preguntó, y con los nudillos le acarició despacio el muslo, desde la rodilla hacia la cadera. Aunque la muchacha se tensó, no le apartó la mano. Se volvió a mirarlo, y clavó los ojos en esos dedos que la estaban tocando sin su permiso- Todo lo que huelo de ti me encanta. Estás en celo, ¿Sabías?
Esa declaración tiñó de rojo intenso las mejillas de la joven loba, y casi gritó:
- ¡No tienes que decirlo así! ¡No soy un animal!
-Por supuesto que no, habibi. No lo eres. Pero eres una mujer, y aún la mujer en su esencia más íntima sigue siendo un ser vivo como cualquier otro, un mamífero. Un animal evolucionado. La capacidad de comprensión simbólica es lo único que nos diferencia de los animales ordinarios. La mujer también tiene períodos de celo, y tú estás atravesando el tuyo. Con mucha más razón en una mujer-loba, estás más sensible a los cambios.
-... querrás decir que estoy ovulando. Y no es nada educado hablar de eso.
Ella no hizo ningún esfuerzo por apartarlo, sin embargo.
-Es una palabra fina que la gente usa para no sentir el pudor. -repuso él, con una ligera sonrisa de ésas bien ladinas, que ella no sabía si apreciar o despreciar- Estás en celo, y no tengo miedo de admitir que eso es un GRAN incentivo, pero más me atrapa la idea de poder disfrutar de tu compañía, eres un verdadero tesoro.
-... no vas a meterte en mi cama con eso.
-No, ya sé que no. Tal vez, tú te metas en la mía al final de este día.
Sasha no pudo evitar reírse de las pretensiones del príncipe, y se levantó hasta volver a sentarse con la espalda bien derecha. Buscó la toalla, y se acordó de que la había dejado en la silla, del otro lado de la piscina. Como todavía se estaba riendo, no se percató de buenas a primeras de lo que iba a pasar hasta que él no la arrojó de nuevo a la piscina, y se lanzó tras ella, metiéndose al agua por primera vez en toda la tarde. Sasha se hundió fácilmente y pataleó para subir a la superficie y salir, todavía de buen humor.
Lo que no le gustó tanto (o sí, hubo algo estremecedor ahí) fue cuando el príncipe león salió tras ella y la atrapó por la espalda, rodeándole la cintura con los brazos. Sasha se paralizó en el acto, con la vista fija en el frente y los puños apretados, esperando a ver qué pensaba hacer él. El pulso se le disparó a las nubes cuando sintió el calor de su respiración sobre el hombro y el cuello, y una pequeña parte de ella deseó unos besos hambrientos, o el roce de una lengua áspera en la piel... la sensación del calor de su cuerpo, húmedo y firme en contacto con el suyo propio, sumado al sonido gutural y profundo de los gruñidos que retumbaban en su pecho, bastaban para ponerla nerviosa.
Pero él sólo la olfateó, subiendo por su hombro hasta que pudo enterrar el rostro en su cuello.
-Hueles maravillosamente bien. -ratificó Aswan, y le rozó la mejilla y la oreja con la punta de la nariz, sus manos estaban quietas sobre la piel de su vientre, pero para ella era igual que si estuvieran arrastrándose por todo su cuerpo- Muy bien. Demasiado bien. Alá bendito, ¿No te das cuenta de todo lo que podrías hacer conmigo, si quisieras? Es humillante.
-Yo no puedo obligarte a hacer nada, no seas ridículo. -le retrucó, con la voz queda.
-Claro que puedes. Pero tienes miedo de probar.
Sasha tragó saliva y relajó un poco los puños cuando se convenció de que el príncipe león no le haría absolutamente nada que ella no aprobara. Esa certeza la ayudó a aceptar con mejor disposición su contacto, y a serenar su corazón desbocado.
Había tenido parejas antes, ninguna muy seria... pero ninguna que la hiciera sentir así.
-... bien, probemos algo. -comenzó la muchacha, con un tartamudeo- Quiero que hagas una cosa, y si te niegas, esta noche me iré a dormir temprano. ¿Entendido?
Aswan le contestó con un gruñido, y con ello respondió afirmativamente, mientras dejaba besos perezosos sobre el cuello de la joven, y ella apretaba los dientes para no dar señales de que le gustaban esas pequeñas caricias. Ocasionalmente, le rozaba la piel con los colmillos. ¿Cómo no estremecerse, si era tan bueno en lo que hacía?
Ese gato pulguiento era más peligroso de lo que había imaginado. Mucho más.
Sasha se obligó a mantener la voz firme, y exigió:
-... quiero que me muestres tu otra forma. Quiero verte, pero no en la oscuridad, como el otro día. Quiero verte bien.
-Hecho. -aceptó él, apartando la boca de su cuello apenas un instante.
-... ¿Cómo? ¿Así de fácil? -se sorprendió la joven loba, perpleja.
El príncipe león se volvió a reír de su ingenuidad, la soltó y le apoyó las palmas en la espalda, para empujarla ligeramente hacia el borde de la piscina.
-Sal del agua, ve por tu toalla. Y no mires atrás, no hasta que yo te lo diga.
Sasha le obedeció, y buscó enseguida la escalera de metal para salir, sin intención de mirar hacia el agua todavía. Ella había visto a sus hermanos convertirse a su forma lobuna muchas veces, sabía que no era un proceso lindo de ver, aunque no les resultara doloroso ni molesto. Sashura le había dicho una vez que era como desperezarse y hacer crujir todos los huesos; que la piel cosquillea y se puede sentir cómo la carne se estira, el hueso burbujea y las uñas y el pelaje brotan, todo eso en cuestión de pocos minutos o segundos, dependiendo del nivel de habilidad. Y con una armonía casi musical, adaptada a los latidos del corazón. Ella no podía experimentar el cambio, no estaba en sus genes, aunque sus hijos lo tendrían. El cambio era lo único que alguna vez le había envidiado a sus hermanos.
Si se emparejaba y casaba con un hombre de su misma clase, tendría hijos lobos.
Por un momento fugaz, mientras caminaba hacia la reposera donde había dejado la toalla, se preguntó si era posible que un lobo y un felino procrearan. ¿Qué tipo de hijos tendrían? ¿Serían lobos, serían gatos, o serían humanos ordinarios? ¿Y si no podían concebir? ¿Y si los genes defectuosos se anulaban mutuamente? La genética del padre solía ser dominante.
… ¿Podría ella dar a luz a un pequeño cachorro de león?
Se estremeció de miedo ante la idea. ¿De dónde sacaba eso? Era ridículo.
Se envolvió con la toalla, cubriéndose los hombros. Escuchó el agua revolverse detrás de ella, y la voz dura, diferente, del joven príncipe que la llamó. Con los últimos rayos del sol volviendo todo naranja y dorado, Sasha Valinchenko se dio vuelta despacio, y encontró la forma ancha y conocida de una bestia que sólo había visto por fotografías, nunca en persona. El león se asomó apoyándose por los codos en el borde blanco de la piscina y se elevó casi sin esfuerzo, sacando fuera del agua su forma pesada y musculosa, cubierta de oscuro pelo dorado, con facilidad. Los ojos, de un potente castaño-anaranjado, atrajeron de inmediato la mirada de la muchacha y la fijaron como un magneto, no hubo forma de que ella viera otra cosa hasta que él no estuvo de pie y caminando, erguido sobre sus piernas humanas y peludas, su cola larga y rematada en un puñado de pelos negros se movía con elegancia.
Él se detuvo a un paso de distancia, chorreando agua a raudales, esperando.
Su pelaje brillaba a la tenue luz del crepúsculo, y mojado lucía más bien marrón oscuro antes que dorado, su melena densa y aplastada parecía oscura como la obsidiana y no de un auténtico color café. Por lo demás, era tal y como Johanna, su madre, se lo había descrito una vez cuando le contó cuál había sido su primera reacción al ver a su padre convertido a su forma lobuna: como si alguien hubiera arrancado la cabeza de un animal de una revista, y la hubiera pegado sobre la fotografía de un hombre. Su perfección natural quitaba el aliento, de verdad.
Sasha sonrió ligeramente, y perdió el miedo. Estiró una mano hacia su rostro, y le dibujó con la punta del dedo el contorno de su nariz ancha y rosada, la línea negra de sus labios partidos y de su morro suave como terciopelo. Despacio, enterró los dedos en la mata de pelo mojado que le crecía en la barbilla, el nacimiento de su espesa melena, y le peinó los cabellos enredados y mojados hasta que ubicó sus orejas, redondeadas y esponjosas. Aswan cerró los ojos, complacido con tanta caricia tan dulce y con el aroma a felicidad que emanaba de ella.
¿O sea que por fin estaba haciendo algo bien?
Tanta satisfacción de la verdaderamente sana le provocó una reacción adversa e involuntaria:
El sonido brotó de su garganta suavemente, era como el repiqueteo de un motor, pero suave y acompasado, se alteraba con su respiración. La muchacha dio un respingo cuando lo oyó, pero cuando el sonido se volvió más y más penetrante, se dio cuenta de lo que era y echó a reír, contenta. Le acarició la barbilla, la garganta y el cuello, rascándole la melena con soltura.
-... ¿Estás ronroneando? No puedo creerlo. -le hizo notar, divertida.
-Eh, es automático. -se defendió él- No lo puedo controlar, sólo pasa cuando estoy muy satisfecho o cuando estoy herido. Es relajante, y cuando estás herido, actúa como una morfina natural. Te gustaría, si pudieras hacerlo.
-... todos los días se aprende algo nuevo.
- ¿Te gusta lo que ves? -sus ojos anaranjados la escrutaron con detenimiento, dichosos.
-Bueno, no eres mucho más que un gatito mojado. ¿Sabes? Sin la gran melena no eres TAN impresionante. -bromeó Sasha, con una sonrisa genuina y algo dulce- Gracias, siempre quise ver a uno de los tuyos, en persona.
-Estoy para complacerte, habibi.
Sasha suspiró largamente, y con la mano libre levantó la mano-zarpa grande y garruda del león para verla más de cerca. Dejó de acariciarle la melena para tocar con aire científico los dedos anchos y gruesos, buscando las uñas retráctiles en la punta de los mismos, y apreció las almohadillas duras y oscuras que le tapizaban la palma. Aswan se llevó las dos manos de la joven al morro, y le olfateó los dedos antes de dedicarle una suave lamida que le dio un escalofrío de emoción.
-Hace cosquillas. -dijo ella, con una risita casi aniñada.
El príncipe la miró con esos ojos naranjas tan curiosos, pensando en lo suyo. Le volteó la mano y le lamió el dorso, contento con la forma en que ella se estremecía un poco cada vez que sentía el roce de su lengua áspera como papel de lija. En un determinado momento, Aswan le apartó despacio los cabellos del rostro, descubriéndole el oído derecho, y se acercó hasta dejarle una caricia de su lengua en la sien. Sasha se quedó inmóvil, un poco porque no supo cómo reaccionar, y otro poco porque quería ver qué más haría él.
No le entusiasmaba la perspectiva de que el león se emocionase de más con ella en esa forma...
Si iba a besarla, prefería que fuera en su forma humana. Era lo justo.
¿Besos? ¿De verdad estaba pensando en besos, en serio? Se odió por ser tan estúpida y ansiosa.
El hechizo de la perfección y calidez del momento se rompió cuando la joven sintió algo mojado y pesado en su mano, y vio que era una tela negra, de reojo. Recién entonces, cuando Aswan le puso en la mano sus bermudas de baño, Sasha se dio cuenta de que iba desnudo. Y los leones no tenían tanto pelo en la zona de la ingle como los lobos, para empezar. Ella escupió una palabrota en ruso y le dio la espalda, de inmediato.
El príncipe echó a reír, llevándose el gusto tan dulce y delicioso de su piel en la lengua.
- ¡Eres de lo peor! ¿Qué te pasa? ¡Estás desnudo!
- ¿Acaso no habías visto uno así antes? -se burló él, entre risas- Vamos, habrás visto a tus hermanos alguna vez. Es un fenómeno de nuestra naturaleza, y además, no te va a hacer nada. A menos que quieras.
- ¡Mis hermanos tienen más pelo! ¡No tienes remedio, de verdad!
Sasha siguió enojada unos segundos más, hasta que la risa de Aswan la contagió y echó a reír también. Al-Brahkhan quiso agarrarla por la cintura, desde la espalda, pero ella se lo sacó de encima con un empujoncito.
-Vamos, perdón. Era sólo una broma. Deberías ir a cambiarte, en un rato iremos con mi padre.
-... estúpido. -siguió diciéndole ella, aún entre risas- Me las vas a pagar.
-Lo espero ansiosamente, habibi.
En ese momento, el teléfono celular del príncipe comenzó a sonar. Aswan gruñó desde el fondo de su garganta, y le hizo a Sasha un gesto de que lo disculpara un instante, en lo que iba hacia la mesita de los refrigerios. Atendió, y se sorprendió un poco de escuchar la voz de Zuri, su jefe de guardia. La voz del somalí era muy grave, y mucho más en árabe:
-Alteza, me disculpo por molestarlo cuando pidió expresamente que no nos comunicáramos con usted, pero es importante. -le dijo el hombre-leopardo, con rapidez- Tuvimos una intrusión en el perímetro, hemos capturado a cinco de ellos, pero otros tres lograron esquivarnos y se dirigen hacia la casa. Son chitas, extremadamente rápidos. Quinisela y Ebele ya están yendo hacia allá, con un grupo de tigres. Es imperativo que se ponga a cubierto.
La información paralizó al príncipe en su lugar, con el auricular pegado a la oreja.
-... ¿Alteza? ¿Sigue ahí?
-Estoy aquí, Zuri. Procedan, yo me ocuparé de la invitada.
-Entendido, Alteza.
El jefe de guardia cortó la comunicación, y Aswan no perdió el tiempo.
Corrió hacia Sasha y sin previo aviso, la levantó en sus brazos. Ella protestó y dio un grito, pero al olfatear la ira que el león destilaba en su esencia natural, se dio cuenta de que algo no andaba bien. Se dejó llevar a la carrera por largos pasillos del laberíntico edificio, hasta que subieron al primer piso y se encontraron frente a la puerta del dormitorio asignado para la joven loba.
- ¿Qué pasa, Aswan?
-Tenemos compañía. Quiero que te quedes en tu cuarto, ¿Está claro? Quédate dentro.
-Puedo ayudar. Estoy entrenada, yo sé...
-Yo sé que eres buena. -gruñó el león, y el sonido gutural y gorgoteante de su garganta casi le impidió hablar- Pero esto no algo que puedas manejar, créeme. Quédate aquí. Volveré por ti, golpearé tres veces y luego otras tres. Si no escuchas este llamado en clave, salta por la ventana y ve al puesto de la guardia, lo más rápido que puedas.
-... Aswan, ¡Por favor, déjame...!
- ¡NO! -rugió él, mostrándole los colmillos- Déjame protegerte. Déjame mostrarte lo que valgo.
Ella no pudo decirle nada, no supo qué responder. El príncipe logró meter a Sasha dentro de su habitación y cerrar la puerta tras ella, cuando oyó el ruido de los cristales rompiéndose en el pasillo, a una decena de metros por delante de su posición. En la semi-oscuridad de la casa, sus ojos veían como si fuese mediodía; y no tardó en identificar la forma de un intruso, que iba armado. Era muy alto y muy delgado, y una cola casi de serpiente se movía detrás de él.
Un chita. No podía ser otra cosa.
Aswan contuvo un gruñido rabioso en la garganta, y se apretó contra el profundo marco de la puerta tallada, ocultándose. Apoyó las manos en la pared, suavemente, tensando los ligamentos de los dedos hasta que las garras retráctiles brotaron hacia fuera, mostrándose en todo su descomunal tamaño.
Y entonces, se preparó para atacar.
FINALIZA EN LA PARTE III