[Fic] Acrobacias en el tiempo

Jul 18, 2011 19:43



Cuando sale del castillo el atardecer ya está ahí: suave, un poco triste, curiosamente tranquilizador. Lleva la escoba en la mano y por primera vez desde que alcanza a recordar no está muy seguro de qué hacer con ella, pero le parecía inconcebible salir al campo sin llevarla consigo. Porque allí arriba, entre los aros, pese a sus seis compañeros, pese a los siete rivales, pese a los gritos del público desde las gradas y esas cuatro pelotas del infierno (y tiene que echar el brazo hacia atrás hasta que oye el crujido del hombro, como cada vez que piensa en las bludgers y ese legado de lesiones visibles e invisibles que han dejado en su cuerpo), al final son siempre ellos dos, la escoba y él, solos contra el viento y la batalla. Acaricia el mango con el pulgar sin dejar de caminar, como ese ligero apretón de manos cómplice que se dan dos amantes sin ni siquiera mirarse, y casi puede imaginar que le devuelve la sonrisa. Al final los Weasley van a tener razón y tanto quidditch ha acabado trastocándole la cabeza.

En el campo le recibe la brisa, algo más cálida en esa época del año pero fresca de todas formas. Se estremece, más que por frío por el sobrecogimiento que le produce siempre encontrarse con el campo vacío. Le hace sentirse pequeño e insignificante, tan diferente a cuando lleva el uniforme puesto y los vítores y la promesa de gloria le acompañan en una entrada que siempre es triunfal, sin importar el resultado final del partido. Porque los siente a su lado, sus compañeros de equipo, y no puede hacer otra cosa que alzar la mirada con firmeza y sentirse orgulloso. Gryffindor y sus valientes leones. Sonríe y, repentinamente seguro de lo que hace, camina libre de dudas hasta el centro mismo del campo. Y allí, con la escoba a un lado como su más fiel y viejo amigo, se sienta mientras la noche se va a comiendo a bocados el día.

Hay tantos, tantísimos recuerdos guardados en ese campo de quidditch… Casi puede verlos flotando a su alrededor sobre viejas escobas hechas con jirones de tiempo a la espera de que alargue la mano y los atrape entre los dedos con cuidado de no romperlos. Los siete cursos en Hogwarts están marcados por experiencias inolvidables, pero lo que hay en ese campo va mucho más allá; es mucho más íntimo, más mágico. Porque ha dormido durante siete años seguidos con sus compañeros de habitación pero Fred interceptó una vez con la espalda una bludger que iba directa a su cabeza mientras él paraba una quaffle imposible y si eso no cuenta para nada, si eso no le convierte en su jodido hermano (y eso que los Weasley no necesitan ninguno más), no sabe qué sentido tiene la vida. Recuerda su sonrisa después, todavía sin aliento, y un misión cumplida, capitán en voz tan baja que sigue sin saber cómo pudo oírle entre los gritos y los aplausos.

Aún puede ver con claridad, como si la tuviera delante, la cara asustada de Alicia la primera vez que la llevó allí, a ese mismo punto en el que está sentado ahora, y cómo se iluminó cuando le puso la escoba en una mano y un desafío en la otra, demuéstrame lo que sabes hacer. Se la imagina otra vez surcando el cielo como si no hubiera nacido para otra cosa, y de repente ya no está sola; Angelina le adelanta y la quaffle vuela de una a otra tan rápido que no sabe quién la lleva, dónde está, y se tensa como siempre cuando parece que les han robado la pelota y tiene que prepararse para defender, pero Katie aparece de la nada en el último momento y ahí están, 10 puntos más para gryffindor. Y los gemelos les caen desde arriba entre risas y algún comentario que les hace ganarse un par de sonrisas y algún que otro puñetazo suave en el hombro. Él no se aleja de los aros (el capitán nunca abandona su puesto), pero es el primero en celebrarlo y sacar pecho, orgulloso.

Les ha visto caerse de la escoba tantas veces que no entiende ni entenderá nunca cómo siguen todavía de una pieza. Desde alturas increíbles, en mitad de una maniobra imposible, después de un encontronazo con el equipo contrario (esos slytherin y su juego sucio); por una cosa o por otra siempre hay alguien que acaba en enfermería al final del partido y tienen que cargar con él, a rastras, en hombros, entre bromas y una preocupación que va más allá de lo que la mayoría están dispuestos a admitir. Bueno, si tiene que ser sincero consigo mismo, y por qué no va a serlo si allí sólo están su escoba y él, su preocupación suele ser bastante más palpable y evidente que la de los demás, pero son sus jugadores, maldita sea, y eso le da derecho a preocuparse todo lo que quiera y más. Porque Harry Potter será el niño que vivió y todo lo que la gente pida de él, pero es su buscador y si tiene que soportar un solo accidente más con ese crío del demonio sobre la escoba se va a acabar muriendo por estrés antes de los dieciocho y el mundo del quidditch se va a quedar sin uno de los guardianes más prometedores de la historia, y eso no lo puede permitir. No le queda más remedio que irse y dejar el mando del equipo a las nuevas generaciones, y más vale que sigan haciéndolo brillar si no quieren que vuelva para espabilarlos a escobazos a todos.

Se le escapa un suspiro, es tan duro este momento… Siete años en Hogwarts, seis defendiendo los aros, cuatro capitaneando a un equipo que le ha hecho llorar pero que sobre todo le ha hecho ganar; siente que ha hecho historia y que no es capaz de decir adiós. Atrás quedan su hogar y su familia, todo aquello en lo que cree, lo que le impulsa hacia delante y le hace ser no sabe si mejor persona pero sí un buen capitán.

Se le empañan los ojos un momento pero sacude la cabeza y se pone en pie, decidido. La escoba salta a su mano sin que termine de formar el pensamiento y antes de darse cuenta ya está en el aire. Coge velocidad, rodea los aros y da la vuelta, sube hasta tocar el cielo con los dedos y baja en picado con los brazos abiertos y un grito de libertad en la garganta. Cuando abre los ojos la encuentra sentada en las gradas, el pelo suelto, sonriente, preciosa, suya. Le devuelve la sonrisa y se luce para ella; sube, baja, cambia de dirección y endereza en el último momento; hace un doble tirabuzón que le encoge el estómago como sólo el quidditch y ella misma pueden hacerlo. Y mientras desciende al suelo vuelve a su cabeza, y cómo no va a hacerlo si no va a poder olvidarlo nunca, la final de aquel partido contra Ravenclaw que trajo consigo una victoria y el primer beso de Katie al que, una vez recompuesto y con un tono menos rojo en la cara, han seguido tantos otros. Como ése, ya bajado de la escoba, que esconde dos sonrisas y toda la calidez de su pecho.

- Te estaba buscando, capitán -murmura contra sus labios.

- Ya no soy tu…

- Capitán -le interrumpe, y acalla la protesta con un segundo beso-. Te están esperando todos dentro, no está bien eso de faltar a tu propia fiesta.

Se le escapa un bufido con tono de risa y va a replicar pero se lo piensa mejor y le coge de la mano.

- Habrá que ir para allá, entonces -suspira con falso dramatismo, y echan a andar hacia el castillo, que les espera cargado con las últimas sorpresas del año.

Atrás queda el campo de quidditch, desierto hasta el año que viene, cada vez más pequeño mientras se van alejando. Ya casi han llegado a la entrada cuando se cruzan con él, un niño cargado de ilusión que corre en dirección contraria con una escoba en la mano y cientos de promesas en el corazón. Le reconoce la mirada y se gira de golpe, sorprendido, pero no hay nadie allí.

- ¿Pasa algo?

Y él sonríe. Suave, un poco triste, curiosamente tranquilo.

- Nada, vamos.

Entran en el castillo y la puerta se cierra tras él, pero aún alcanza a echar un último vistazo antes de seguir a Katie hacia la torre de Gryffindor. Oliver Wood, por primera vez sobre su escoba y con la sonrisa encendida, sobrevuela el campo a lo lejos con una fe inquebrantable y la esperanza de mil victorias a modo de sueño.

fanfic, relatos a media voz

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