Intentaba calmarme mientras contemplaba por la ventana como el Sol deshacía el abrazo que había mantenido con el horizonte ascendiendo sobre el mismo con la promesa de una nueva cita la noche siguiente. Era todo demasiado extraño. Por supuesto, la noche anterior la había pasado revolviéndome entre las sábanasNotaba un vacío en mi interior que crecía ininterrumpidamente, algo se deshacía dentro de mí y me angustiaba, lo notaba sobre mis vísceras, moviéndose, agonizando. Me dirigí tambaleante al sofá que había en el salón. Encendí el televisor intentando buscar algo con lo que distraerme, paseé rápido por los distintos canales. Nada interesante. Tomé aire y cerré los ojos un instante, mi corazón retumbaba con muchísima fuerza y esa sensación sólo acrecentaba mi ansiedad. No era un ritmo cardíaco muy rápido, era sencillamente poderoso, resonante... hacía eco. Calma, calma, calma... me levanté del sofá y sentí un mareo, no debía hacer movimientos tan rápidos. Me apoyé contra la pared con una mano y me dirigí a la cocina. Revolví entre la miríada de cajones y estantes buscando los sobres con infusiones: manzanillas, poleo-menta, tés variados, valerianas... tilas, allí estaban. Cogí un sobre y puse agua a hervir. Me apoyé contra la nevera mientras se calentaba el agua. No tardó demasiado en empezar a bullir. Lo vertí en un vaso y metí el sobrecillo. Me senté en una de las sillas. Volví a concentrarme en mí mismo, el pulso se había acelerado notablemente y la rabia de los latidos era tan intensa como antes. La piel de mi pecho se movía levemente al ritmo del desbocado corazón que subyacía. Acerqué los labios a la mezcla. Agh! Quema, quema, quema! Dejé el vaso sobre la mesa y me acerqué al congelador, saqué un cubito de hielo y lo añadí al contenido del vaso. Esperé unos segundos a que la hirviente mezcla lo disolviese por completo. Pasado un par de minutos bebí la infusión y apoyé la cabeza sobre los brazos en la mesa y dejé pasar el tiempo, dejé morir las horas, sin dormir, sin pensar... a solas con mi alm... no, totalmente a solas. Y ya esa misma noche, tuve un pequeño arrepentimiento mitigado, tan solo, por el consuelo de creer que sería una sensación temporal y que, como a cualquier otra situación, me acabaría amoldando. Se habían acabado mis problemas, se había apagado mi sentimiento de culpabilidad, pero algo seguía corroyéndome, algo estaba descomponiendo poco a poco mis órganos y mis sentidos.
El Sol ascendía sobre el horizonte con la promesa de una nueva cita la noche siguiente