El agua discurría alrededor de mi cuerpo sumergido. Lo veía en tercera persona. Era algo extraño. Asistía al hecho con la mayor tranquilidad, expectante y, en cierto modo, con una profunda curiosidad. Pronto el cuerpo empezó a quedarse abajo, mientras yo ascendía velozmente a través de la masa de agua. La superficie estaba ya próxima y mi cuerpo era poco más que una mancha distorsionada por las cada vez más embravecidas aguas. Mi piel rozó la superficie del agua y sentí arder en ella las llamas del infierno. Era un dolor atroz, desgarrador. Al asomar sentí como me desgajaba en pedazos quebradizos y cenicientos y como una ola me envolvía para no volver a asomar nunca. Y, de repente, no existía, como si esto no hubiese pasado, como si nada hubiese pasado nunca...
- ¡Eh! - algo me zarandeaba y una voz de barítono autoritaria se desgarró en un rugido. Me revolví entre los zarandeos y abrí los ojos. Era de noche y no se veía muy bien. Me sujetaba un hombre rubio con extraños ojos dorados. - ¿Ya estás mejor?
Me incoporé liberándome de sus brazos y me froté los ojos tras lo que eché una mirada en derredor confuso.
- Sí, sí - asentí - gracias. ¿Qué, qué ha pasado?
- Oí sus gritos y me acerqué. Ha tenido suerte, mis compañeros y yo pasábamos por aquí. Cenas de negocios, ya sabe. ¿Quiere que lo acompañemos a su casa?
- No, supongo que no hace falta; gracias, gracias, buen hombre.
Me alejé confuso y asustado, dejando atrás a aquellos hombres con aspecto de empresarios, y me sumergí en el mar de callejuelas que entretejían París.
Sentí como una ola me envolvía para no volver a asomar nunca...