La melodía del amanecer

Mar 30, 2020 21:18


Hola, esto es una pequeña tontería que se me ha ocurrido escribir.

Os cuento: es un universo semi-alternativo, ¿por qué semi? porque es ficción, pero un contexto real la cuarentena, pero más bien el final, me explico, lo que se narra pasa una vez terminada esa cuarentena, pero se hacen referencias a ella para entender el contexto.

Por lo demás, es una cosita corta y soft. <3

Espero que os guste

Le escuchaba cantar todos los días, para ser más exactos, todos los amaneceres. Lo hacía muy bajito, seguramente para no molestar, a veces incluía algún punteo de guitarra, pero de normal era sólo su voz, y a su parecer, eso le bastaba para hacer magia.

Él lo descubrió una madrugada donde el sueño se había ido demasiado pronto y se sentó en el suelo de su balcón, buscando que la salida del sol le calmase, pero lo que encontró fue mucho mejor.



Sabía quien era, lo había visto un par de veces por el rellano, entrando o saliendo del edificio, pero nunca habían hablado, nunca había oído más de un “hola” salir de su boca, y de repente… de repente llegó su voz, como una caricia alma, como un ángel enviado para paliar tus penas. Y no se perdió su pequeño recital ni un día desde aquel.

Nunca hablaba, ni se mostraba, era lo más cuidadoso posible para que no se notase su presencia, tanto que a veces se sentía mal, como si debiera felicitarle o al menos darle las gracias, pero cuando llegaba el momento, encogido sobre si mismo, la cabeza sobre las rodillas, los ojos cerrados y la música inundando sus oídos… lo sentía tan íntimo que no se atrevía a abrir la boca, concibiendo como el peor pecado interrumpir de alguna forma ese momento.

Pero algo tenía claro, cuando todo aquello acabase no iba a perder la oportunidad, no podría, jamás, mirarle a la cara como si todos esos días no hubiesen existido.

Debe reconocer que se sentía un poco intruso y un poco espía, no sólo por robarle al cielo la exclusividad de sus canciones, sino porque se creía capaz de averiguar su estado de ánimo según lo que cantase, y, sobre todo, según cómo lo hiciese. A veces se le rompía la voz, otras reía, en algunas era tan dulce que podría aventurarse a decir que acababa de darse un baño con sales, y otras sonaba tan quebrado que dolía. ¿Acaso tenía él algún derecho para escuchar lo que aquel corazón le contaba al viento?

Pero era adictivo, por mucho que quisiera parar, ya no podía, sus ojos se abrían inevitablemente cinco minutos antes de que el chico saliera al balcón, y era automático: frotarse los ojos, ponerse una sudadera gordita, caminar sin hacer ruido hasta la cocina, hacerse un té e ir cuidadosamente hasta su asiento, únicamente formado por un cojín al lado de la pared, y esperar.

Pero ya hacía una semana y media desde que todo había acabado, y no le había visto, tampoco lo había intentado. Se sentía mal consigo mismo, pero es que cuando le permitieron salir de casa, cuando pensó en llamar a la puerta de su vecino y hablarle, se le congelaron hasta los huesos. No le conocía, ni su nombre, ni su carácter, ni sus gustos… no le conocía por mucho que sintiese que le había visto ser él en todo su esplendor, sin disfraces, sin armaduras, su ser puro y duro. Pero el miedo siempre está, y él no quería desilusionarse y mucho menos espantarle. Porque, ¿qué le diría?, sólo era un chico que se había atrevido a colarse en su onírico amanecer, sin preguntar ni pedir permiso, sin hacerle saber que le daba todos los días un trocito de sus fuerzas para continuar. ¿Cómo se le explica a alguien que su voz ha sido bálsamo de heridas y abrigo en la oscuridad sin saberlo?

En esos diez días que llevaban de “vuelta a la normalidad”, siete se había despertado puntual como un reloj, pero muy a su pesar, no hubo más música. Unas horas después de despertarse, cuando ya había desistido y había entrado en casa, oía risas, ajetreo, vida… pero su mágico comienzo de la mañana no regresaba, lo entendía, pero no podía evitar sentir un hueco en blanco en sus días. Se sintió aliviado cuando, algunas tardes, volvió a oírle, de fondo, acompañado de un piano o de la guitarra en todo su esplendor, pero no había balcón, no había sol naciente, y no era lo mismo.

No querría que se le malinterpretase, la voz del chico era igual de impresionante, le hacía sentir innumerables cosas, le dejaba prendado con cada melodía, y juró que podría vivir simplemente de las notas que salían de aquella garganta, con o sin acompañamiento. Pero la realidad es que había más paredes de por medio, ruido de ambiente, más gente moviéndose y coches tapando su sonido, no eran sólo ellos dos. Porque aunque de una manera un tanto extraña, para él esos momentos al amanecer eran de ellos dos, aunque le doliese reconocer que era un sentimiento unidireccional.

Llegó un sábado, se había despertado con el sol ya casi completamente en el cielo, pero por impulso o rutina ya adquirida, siguió sus pasos hasta sentarse en el que ahora era su lugar favorito, si no podía despertar con el chico y la música, al menos podía despertar con el resto del vecindario volviendo a la vida.

Pero el destino, o como cada uno le quiera llamar, le tenía preparada una sorpresa.

-¿Hoy tampoco vas a hablar?

Pegó un bote y agradeció tener la taza bien agarrada, porque no le apetecía nada ni mancharse ni quemarse con el líquido. Aún un poco en shock, se puso de pie, haciendo tiempo para preparar una respuesta, aunque no puedo evitar un vergonzoso balbuceo.

-Yo… eh… ho-hola. Sólo estaba…

-Tranquilo, no quiero molestarte. Me ha costado días soltarte esa frase por si lo único que querías era un rato de silencio y soledad… pero has mirado demasiadas veces de reojo hacia aquí y... Soy Rodrigo, nos hemos visto alguna vez.

-Si… encantado -respondió algún algo cohibido-, yo Andrés. ¿Cómo…? ¿Siempre me has visto?

-La verdad es que llevaba toda la cuarentena saliendo al balcón por las mañanas, más o menos a la hora a la que has llegado tú, y digamos que no me está siendo fácil acostumbrarme a mi antiguo horario de sueño, así que salgo a que me dé el aire, me siento en un rincón y descanso… a tí te vi la primera vez hace unos días, como el tercero después de que pasase todo.

-Yo… lo sé, lo sabía, digo, lo de las mañanas, no lo de estos días, pensaba que no… me gusta mucho tu voz.

Las mejillas de Rodrigo se colorearon, ahora era él quien se había quedado sin habla, y Andrés sintió ganas de acariciar aquellos pómulos sonrojados, como si su piel le llamase a estar cerca, de él, de su voz.

-Gra-gracias… No te despertaba ¿verdad? Procuraba tener cuidado.

-No, no, te descubrí por casualidad, y luego… buah, Rodrigo, haces magia cuando cantas.

-Joder, gracias Andrés, es… es muy bonito eso.

-Gracias a ti, hiciste todo mucho más ameno.

-¿Pero me escuchabas mucho?

-Todos los días, por eso me has visto aquí últimamente, también he cogido esta rutina de sueño.

-Madre mía, qué vergüenza.

-¿No te molesta?

-¿Qué? ¿Por qué iba a hacerlo?

-No sé, algunos días me sentía un poco acosador… pero es que era adictivo oírte. Pero nunca dije nada porque no era capaz de cortarte, me embelesabas a cada segundo.

-Dios, claro que no me molesta, es… muy guay haberte hecho sentir así. Pero eso sí, como digas otra cosa de esas voy a saltar de balcón a balcón para darte un abrazo.

El comentario le sacó una carcajada a Andrés, que se mordió el labio y se apoyó en la barandilla.

-Hombre, sería más fácil por la puerta, ahora que podemos.

-Es verdad, muy buen punto.

Se quedaron en silencio, cada uno mirando a un lado, pensando. Andrés no tenía muy claro como actuar, pero quería seguir hablando con él, conocerle, escucharle más, quería… quería juntar aquella voz que tanto significado había cobrado para él con ese chico rubio y de ojos miel que con sólo unas frases le había atraído como si fuese una abeja.

Rodrigo, por su parte, sentía el corazón palpitar con fuerza en su pecho. Su vecino, el guapo, el del acento bonito, le había confesado que se había quedado madrugadas escuchándole y que su voz le parecía mágica. Él nunca había sido un chico excesivamente tímido, puede que un poco cuadriculado en su día a día y demasiado libre en sus ratos ociosos, pero era como si con el moreno tuviese que ir con pies de plomo, como si fuese un tesoro al que se llega caminando por un arcoíris que en cualquier momento puede desaparecer.

Estaban en una atmósfera rara, en parte era como si estuviesen destinados a permanecer uno al lado del otro, acompañando las horas muertas, en silencio, simplemente estando ahí, pero por otro lado, se sentía como un constante ambiente de ir a hablar y no hacerlo, como si se pudiesen oír sus pensamientos.

-¿Qui-quieres desayunar?

No tiene muy claro cómo han resbalado esas palabras por su boca, si bien es cierto que estaba imaginando cómo sería compartir una velada con el rubio, oírle de cerca, no sólo cantar, también hablar, reír… pero no quería aventurarse tanto, no quería causar mala impresión, no quería estropear algo que ni si quiera había empezado. Pero no se pudo resistir a hacer esa tonta pregunta.

-¿Cómo?

-Que… -cerró los ojos, podría recular, podría quedarse sobre seguro- que si quieres que desayunemos, juntos, tengo que reconocer que he pasado muchos días queriendo hablar contigo, y ya que hemos empezado una conversación.

-Oh… yo no quiero molestar, o sea, tú ya has… -señaló la taza, pero suspiró, si se lo había preguntado…- que me encantaría.

-Pues, sabes donde vivo -le sonrió, calmando un poco los nervios de ambos-. Y esto, es que siempre me tomo un té antes del desayuno de verdad.

-Oh, fantástico. Entonces, me visto y…

-Claro. ¿Té, café, colacao…? Tengo croissants.

-Café estará bien, con leche porfa. Y me gustas los croissants.

-Perfecto, lo preparo y te espero.

Con dos asentimientos de cabeza, cada uno entró en su piso, y unos cinco minutos después, Andrés ya tenía preparada una mesa con dos tazas y una bandeja de mini croissants, y se tuvo que secar un poco las manos en el pantalón cuando sonó el timbre.

-Hola.

-Hola.

-Pasa, a la derecha está el salón y ya está todo listo.

-Muchas gracias, Andrés.

-No las des, es como lo que te debo por todos esos amaneceres.

-No es para tanto… -le restó importancia tomando asiento a la vez que su anfitrión.

-Si lo es, de verdad, era maravilloso. Había muchas que no conocía… esa era una de las cosas de las que quería comentarte.

-Normal que no conocieses muchas, porque muchas son mías.

-¿En serio?

El rubio asintió, sonriendo y bebiendo un poco de su taza.

» Pues menudo talento tienes.

-Me apasiona la música desde que soy un renacuajo, así que no sabes lo que agradezco todo lo que me estás diciendo, me tienes en una nube.

-Si supiese expresarme mejor te diría muchas cosas más, porque no tienes idea de lo bonito que era pasar así esas horas.

-Con lo que dices basta para que esté contento el resto del año.

-Pues me alegro muchísimo. Y… ¿eres de aquí?

-No, de Barcelona, me mudé hace menos de un año. Tú… tienes acento.

-Si, canario, pero llevo bastante viviendo en Madrid.

-Pues qué bonita casualidad que hayamos llegado a ser vecinos.

-Y tanto.

Se miraron a los ojos, con dos sonrisas sinceras, estaban cómodos, quizá demasiado para apenas conocerse, pero usando la música y los sentimientos que esta causa de puente, consiguieron adaptarse bien el uno al otro, ayudados también por sus personalidades, que parecían encajar, y los sentimientos prematuros que despertaban el uno en el otro.

El resto de la mañana se les escapó como agua entre los dedos, siguieron hablando, conociéndose un poco más, prendándose el uno del otro, como un sueño hecho realidad, como si por fin pudieran creer en los cuentos de hadas, porque no todos los días el chico al que ves de vez en cuando te alaba el que crees tu mayor talento y te abre las puertas de su casa, y no todos los días una voz sin nombre se convierte en una persona de confianza. Y en ese momento no lo sabían, no podían hacerlo, pero el lazo que les uniría más adelante sería mucho más fuerte.

-Me voy a ir yendo, que por mucho que quiera, hay que hacer cosas para volver a la normalidad.

-Hay que levantar el país.

-Exacto -rio-. Gracias por todo, de verdad.

-A ti.

Fueron los dos hasta la puerta de entrada, Rodrigo abrió la puerta, pero se giró una vez más hacia Andrés, soltando la idea que se había ido formando en su mente.

-Oye… he pensado que si quieres, que si no, no, ningún compromiso, sólo una sugerencia, pero si quieres… cuando tengas, cuando tengamos un rato, cualquier día, puedes venirte a mi casa y me ayudas con las canciones. Y nos conocemos un poco más de paso.

-Joder, Rodrigo, lo de conocernos un poco más, tenlo por seguro, y lo otro... sería un honor, pero soy un negado de la música, no se nada, sólo… sólo la escucho, y sé que escuchándote a ti era como si estuviera en el puto paraíso, puede que eso haya sonado muy intenso.

-Ha sonado precioso… Y no necesito un experto ni un crítico, te necesito exactamente a ti, alguien a quien le haga sentir, alguien nuevo con quien compartir… sensaciones.

-Si de verdad me quieres, ahí me tendrás.

El catalán no se resistió entonces a abrazarle, y menos mal, porque se sentía casi demasiado bien, descubrió que los brazos de Andrés eran tan fuertes como parecían, y que daban un calor agradable, y hasta se sonrojo un poco ante la sensación de querer quedarse ahí todo el tiempo del mundo.

Andrés, por su parte, descubrió que abrazar a Rodrigo era casi como escucharle cantar, te envolvía un conjunto de emociones que, aunque no las pudiera identificar, se sentían la séptima maravilla del mundo, como un sueño del que no quieres despertar.

Después de eso se despidieron con promesas de volver a compartir velada pronto. La puerta del canario se cerró y cada uno quedó a un lado, con un mar de sensaciones dentro, como cuando alguien te encandila por la calle, pero más intenso; como cuando te presentan a una persona que sientes que va a congeniar contigo, pero más íntimo.

Como cuando las ridículas películas de domingo por la tarde te enseñan a gente queriéndose en un instante, pero infinitamente más real.

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