Bueno nenas, ahí va un nuevo capitulillo. Espero que os guste aunque sea un poquito y no os aburráis con la historieta. Os pido perdón por todos los comentarios a los que aun no he respondido. A ver si consigo ponerme al día. Besos para todas.
Título: Un nuevo comienzo (Capítulo III)
Autor:
malumalu2Género: Fic
Disclaimer: Siguen insistiendo, pero nosotras sabemos la verdad.
Brian da una última y larga calada al cigarrillo que casi le quema los dedos. Aún es temprano y por el portón entreabierto entra un vientecillo frío que huele a hierba fresca, a mañana recién estrenada. Se siente casi bien rodeado por este silencio punteado tan solo por el canto de algunos pájaros madrugadores.
- Así que estás aquí. - Emmett asoma tras el portón, risueño y adorable, como siempre.- ¿Sabes cómo me ha mirado Debb?
- Si tú le dices que no pasó nada te creerá. De mí siempre sospecha.- Emm ve con alegría la suave, relajada sonrisa de su amigo. Nada que ver con la tristeza que le invadía horas antes. Brian tira la colilla, cuidadosamente apagada, a un montoncito de desperdicios y cruza los brazos estremecido por el fresco de la mañana. Está sentado en la mesa de trabajo, los pies sobre una banqueta. Tranquilo, muy tranquilo por primera vez en muchos meses. No es que el dolor se haya acabado, que la pena haya desaparecido. Sabe que solo es una tregua. Si tiene suerte, quizás el principio del fin.
- ¿Puedo saber que fue eso que te sacó de la cama en medio de la noche?- Brian no contesta con palabras. Solo un pequeño gesto y su mirada fija en algo que descansa en la esquina de la encimera que se extiende a lo largo de la pared, en el extremo más alejado de la entrada. Para verlo, Emm tiene que adentrarse en el espacio lleno de un agradable olor a madera y barniz y, en ese momento, también del húmedo aroma del barro.
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No eran aún las cinco cuando despertó, la respiración suave y acompasada de Emmett al otro lado del cuarto. Aún faltaba para que amaneciese pero una curiosa, inesperada necesidad le empujó a levantarse, vestirse en silencio y salir. Su discreta huida arruinada por el encuentro con Debb que le miró con sospecha preguntándose de dónde demonios salía a horas tan intempestivas.
- Esto no es lo que parece.
- ¿Sabes que no hay frase más inculpatoria que esa?
- Lo sé, pero te juro que no lo es.
- ¿Y puede saberse a dónde vas a estas horas?
- Necesito hacer algo. En el taller.
- ¿Estás bien?- Se lo pensó un poco antes de responder con convencimiento.
- He estado peor. ¿Y tú?
- No podía dormir, nada que un vaso de leche caliente no pueda arreglar. No se te ocurra salir sin ponerte el abrigo.
Medio sonrió ante la maternal observación y aguardó hasta que Debb desapareció pasillo adelante y oyó cerrarse la puerta de su habitación. Solo entonces siguió su camino. Obediente, no olvidó coger su abrigo. Aunque el viento se había calmado aún estaba oscuro y la noche era fría y húmeda.
Salió por la puerta trasera de la casona y cruzó el jardín hasta la pequeña construcción que se alzaba al fondo del mismo. Dos plantas. La de abajo, hasta no hace mucho, era el garaje, la de arriba, seguramente, fue la vivienda del chofer en algún tiempo pasado. Cuando Michael y él llegaron se convirtió en su refugio. El garaje cambio un poco más tarde, tres meses para ser exactos.
Brian recuerda con una mezcla de bochorno y alivio aquella cita con el psicólogo. El paciente, al menos en apariencia, era Michael. Él estaba presente en su calidad de amigo, acompañante y, cuando se hacía necesario, cuidador. Nunca hablaba mucho, alguna respuesta a preguntas directas, pero dejaba que fuese Michael quien contase sus experiencias, quien hablase de sus miedos y su inquietud. Él, en silencio, se preguntaba, a veces, si en realidad todo aquello servía para algo sabiendo como sabían a donde se dirigían. Sería preciso un milagro para que su destino cambiase y él no creía en milagros. La sesión terminó y los tres se levantaron. El doctor estrechó la mano de Michael para despedirse pero no hizo lo propio con él.
- Brian, me gustaría hablar un momento con usted. Si no tiene inconveniente.- No supo negarse a tan inesperada petición. Solo después se dio cuenta de que su amigo no parecía en absoluto sorprendido.
- Te espero fuera.- Michael salió de la consulta y le dejó solo con el doctor que, con un gesto amable le sugirió que tomasen asiento en el tresillo en vez de en las formales sillas frente a su mesa.
El doctor Carter estudió con interés aquel hermoso rostro que su dueño hubiese querido impasible. Cierto que su belleza conseguía, a veces, despistar la atención obligándote a reparar tan solo en el equilibrio de aquellas facciones, en su inusual perfección. Pero, si se lograba escapar de aquella atracción, era fácil ver como los sentimientos, esos que Brian Kinney se esforzaba en ocultar, cruzaban su mirada ensombreciéndola o le hacían morderse los labios, fruncir un instante el entrecejo, parpadear huyendo de las lágrimas. Todo ello sin una palabra. Brian se guardaba sus demonios, los escondía en su particular caja de Pandora. Y el doctor Carter se preguntaba qué pasaría cuando ya no cupiese en ella ni uno más. Porque Brian quería ser fuerte. Por Michael, por Debb y Vic, por todos. Y si eres fuerte guardas silencio, no pides ayuda, no dejas ver tu propio miedo, tu tristeza, tu rabia y tu frustración. John Carter sabía mucho sobre Brian. Muchísimo. La idea de aquella entrevista había surgido de Michael y Emmett, quién le acompañó en ausencia de Brian, obligado a acudir a Pittsburg. Ambos se sentían inquietos por su intensa dedicación y su absoluto hermetismo. Aquel día no hablaron de Michael, ni de su enfermedad o su miedo. El tema único fue Brian, todo Brian. Su infancia, su amistad con Michael, su tormentosa vida familiar, sus cualidades y defectos, su muy personal escala de valores y lealtades.
- ¿Le molesta que le haya retenido?
- Me sorprende. No creo que haya nada de lo que usted y yo tengamos que hablar en privado.
- Solo quiero saber cómo se siente, si le resulta difícil afrontar la situación.
- Estoy bien. Es Michael quién lleva todo el peso.
- Brian, cómo persona inteligente, sabe que eso no es cierto. El stres afecta a todos los que se ven implicados. Y después de Michael es usted quién más lo está. Necesitará ayuda, apoyarse en alguien. En Emmett, por ejemplo. - Brian se recostó en el respaldo de su asiento y cruzó las piernas. Si bien parecía relajado aquel era un claro gesto de distanciamiento.
- Así que esos dos bocazas han estado hablando de mí.- No estaba enfadado pero sí molesto por la encerrona.
- Le quieren y se preocupan por usted.- Brian volvió a poner los pies en el suelo y se inclinó hacia delante. Sus ojos buscaron los de Carter dando énfasis a sus siguientes palabras.
- Doc, no necesito ayuda, no la quiero. Haré lo que tengo que hacer, como siempre.
- Cueste lo que cueste, ¿verdad?. Pero Michael le necesita entero y para mantenerse así tiene que ser un poco más flexible con usted mismo. Sea tan fuerte como quiera con él pero dese un respiro con Emmett, conmigo si su amigo le resulta demasiado próximo.
- ¿Para qué, para decirle que me siento triste o asustado? Es evidente.
- No se trata de eso, Brian. Sé lo que siente. Es lógico. No necesito que me lo explique. Es usted quien necesita decirlo, dejarlo salir, expresarlo…
- ¿Llorar, lamentarme? ¿Para qué me va a servir?
- Para seguir cuerdo, para que no sea usted el primero en derrumbarse.- Iba a replicar pero no lo hizo. De pronto se dio cuenta de que no le importaría compartir algunas de las cosas que le atormentaban. Carter le dio tiempo. Vio como se mordía los labios reflexivo mientras sus dedos seguían jugueteando con un envoltorio de chicle que había encontrado en el bolsillo de la cazadora. Tardó casi un minuto en decidirse a hablar y cuando lo hizo no levantó la mirada.
- ¿Sabe qué es lo peor? No es la tristeza, aún no, al menos. Es la rabia, la frustración de sentir que no puedo hacer nada para remediarlo, para ayudarle. Que la única alternativa que tengo es esperar. Sentarme y esperar. Verle sufrir y verle morir.- Tragó saliva mientras sentía como dos lágrimas traicioneras y menos humillantes de lo que hubiese esperado se deslizaban por su rostro. Bochorno y alivio. Todo junto.- Eso es lo peor, lo que me mata. Necesito controlar mi entorno, solucionar los problemas. Y esto se me escapa.- Secó el húmedo rastro con el dorso de la mano.- Solo espero ser capaz de soportarlo hasta el final.
- Lo hará.- Brian sintió la mano del médico cerrarse con suavidad sobre su hombro en un tranquilizador gesto de comprensión y ánimo.- Pero hágame caso, cuente conmigo tantas veces como lo crea necesario. No se encierre, Brian. Y otro consejo, conquiste un poco de tiempo para usted mismo.
- ¿Cómo? Todo lo que no le dedico a Michael lo hago con mi trabajo. No puedo permitirme el lujo de perder mi empleo y es difícil hacerlo desde aquí.
- Una hora, Brian. Media o veinte minutos. Medite, haga yoga, o quédese mirando al horizonte. Me da igual. Pero dedique unos momentos a limpiar su mente, a no pensar en nada de esto.
- No creo que se me dé bien quedarme quieto.
- Entonces busque una actividad que le resulte relajante. Pero hágalo, Brian. Lo necesita. - Aunque un poco a regañadientes lo hizo. Y descubrió dos cosas, un insospechado talento para modelar y lo gratificante y sensual que podía resultar trabajar con madera.
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Emmett se queda parado delante del pequeño busto. Un rostro dulce y bello, casi infantil, angélico.
- ¿Es él? ¿Realmente es así?
- Lo poco que la arcilla puede dar. Deberías verle. .- Brian baja de la mesa y se acerca a su amigo. Pensativo, extrañado él mismo de la atracción, casi obsesión, que ese chiquillo ejerce sobre él aunque no lo haya visto más que unos pocos minutos.
- ¿Me equivoco o no se parece en nada a lo que suele atraerte?
- No, no te equivocas. - Emmett diría, si se atreviese, que Brian parece soñador, casi enamorado. Si tal cosa pudiese decirse de Brian Kinney.- Es… menudo, casi delicado. El pelo muy rubio, la piel cremosa, los ojos más azules que puedas imaginar.
- ¿Vas a buscarle?
- No.- La respuesta de Brian es rotunda, sin fisuras. Y Emm le mira perplejo y sorprendido.
- ¿El gran cazador se queda en casa?- Brian no contesta inmediatamente. Tiene que pensar, formular lo que siente, lo que pasa por su mente como una ráfaga de viento imposible de atrapar, la mezcla de ternura y algo parecido al temor que le embarga cuando mira esas facciones y se permite recordar los gestos, un tímido parpadeo, una fugaz sonrisa.
- Ese niño no es una presa, Emm. Es mucho más que un miserable polvo.